VII
EL DIA DEL SEÑOR VENDRA COMO LADRON
II Ped. III, 10
Nuestro detestable
"Yo" que hace de los misterios más sublimes "su cosa", su
cosa medida por su propia capacidad, se desliza como pérfida serpiente en casi
toda la exégesis de la vuelta de Jesús. Ya hemos señalado algunos lamentables
efectos de esto; profundicemos más todavía.
Durante los cuatro primeros siglos, ningún cristiano hubiera pensado identificar
el Retorno de Cristo con su muerte. Las admirables parábolas escatológicas
transmitidas por San Mateo (XXV), por San Marcos (XIII) y por San Lucas (XII),
que más adelante estudiaremos en detalle, se refieren TODAS a este día, Día del
Señor. La duda no cabe (excepción hecha de la Parábola de
Luc. XII, 16-21[1]). Durante cuatro siglos jamás se dijo, como en nuestros días, hablando de
la muerte: "Ella viene como ladrón".
Esta acepción estaba exclusivamente reservada al advenimiento glorioso
de Cristo que vendrá en efecto como un ladrón, es decir, de improviso, súbitamente
(II Ped. III, 10).
Pero en consideración a la
debilidad humana, a causa de nuestra apatía para el bien y de nuestra gran
aptitud para el mal, en lugar de mantener la tradición, poco a poco, los Padres
de la Iglesia, San Jerónimo y San Agustín los primeros, en seguida los sermonarios
de la Edad Medía, comentaron estas parábolas en función de la muerte. Ellos
trataron de espantar a los cristianos con el pensamiento de la Vuelta de
Cristo, que ellos llaman "la muerte", para mantenernos en el temor.
No se vió en el ladrón que perforaba la casa más que la muerte que sobrevenía
de repente para precipitarnos a los pies del Juez.
En cuanto al "fin del
mundo", durante la Edad Media, por las representaciones que se hacían de
los "misterios" delante de las catedrales, se popularizó una
concepción a menudo burlesca, a menudo trágica y siempre deformada. Esta falsa concepción no se aviene con
la espera alegre del Retorno; ella solamente da cabida a la idea de la conflagración
general del mundo y el terrible juicio del "Dies irae", ¡como si
todos fuéramos un pueblo de condenados!
Cuando Jesús se compara al
Ladrón, al Esposo, al Maestro, al Rey que vuelve de improviso después de haberse
hecho esperar largo tiempo, se trata de una cosa completamente distinta de
la muerte individual que tiene un carácter de castigo por el pecado. Se
trata de su segunda Venida para la resurrección de los justos, después de la
larga expectación de los siglos y, por lo tanto, de un suceso que debe causarnos
inmensa alegría.
Una lectura atenta de las
páginas evangélicas no dejará en pie la menor duda. No hay más que una expectación:
Jesús da una sola parábola en función de la muerte a fin de hacer temer el momento
terrible a cualquiera que amasa grandes bienes.
“Y
les dijo una parábola: “Había un rico, cuyas tierras habían producido mucho. Y
se hizo esta reflexión: “¿Qué voy a hacer? porque no tengo dónde recoger mis
cosechas”. Y dijo: “He aquí lo que voy a hacer: derribaré mis graneros y
construiré unos mayores; allí amontonaré todo mi trigo y mis bienes. Y diré a
mi alma: Alma mía, tienes cuantiosos bienes en reserva para un gran número de
años; reposa, come, bebe, haz fiesta”. Mas Dios le dijo: “¡Insensato! esta
misma noche te van a pedir el alma, y lo que tú has allegado, ¿para quién
será?”. Así ocurre con todo aquel que atesora para sí mismo, y no es rico ante
Dios” (Luc. XII, 16-21).
Únicamente esta parábola
trae una enseñanza moral y directa sobre la muerte individual. Pero las
parábolas escatológicas, ¿acaso no pueden traer también su enseñanza moral, aún
mantenidas en su verdadero sentido escriturístico?
Esta "feliz esperanza", ¿no trae acaso admirables frutos de
santificación y de desprendimiento? Lo creemos firmemente y me atrevo a decirlo
así, experimentalmente, pero aquéllos que predican a los cristianos
poco lo creen, y el Cardenal Billot
que ha dicho con tanto acierto que el Retorno del Señor es "la explicación,
la razón de ser, la sanción" de la predicación de Jesús, supone en cambio,
que este pensamiento fundamental - que fué básico para la enseñanza de los
apóstoles — no puede ser fecundo para los católicos de nuestros días:
"Es preciso, escribe,
estar bien sólidamente asentado en la región de las abstracciones, donde el
espíritu se ejercita sobre entidades puramente metafísicas, para imaginarse que
la eventualidad de una cosa que se sabe podrá llegar tanto dentro de mil o dos
mil años como dentro de ciento, de veinte, diez o cincuenta, podrá jamás
producir alguna impresión, acción o influencia sobre hombres reales hechos de
carne y huesos"[2].
Nos atrevemos a afirmar lo contrario. Si tuviésemos el hábito de una oración
menos personal, inspirándonos más en la liturgia, si viviésemos no "de
entidades puramente metafísicas", sino de la profundidad de los misterios,
si en lugar de las devociones superficiales estuviésemos verdaderamente desprendidos
de nuestras propias "prácticas de piedad" y sinceramente apegados a
la lectura de la Biblia, comprenderíamos rápidamente el magnífico alcance de
esta vigilancia en la expectación del Señor. Esta expectación, no lo dudamos,
tendría "una impresión, una acción, una influencia" extremadamente
profunda: "Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando aparezca
Jesucristo"
(I Ped. I, 13). Y San Juan por su parte, dice: "Quienquiera tiene en Él esta
esperanza se hace puro, así como Él es puro" (I Jn. III, 3).
La aparición de Cristo
traerá, pues, su gracia magnífica, pero ya en la sola esperanza de su venida,
San Juan nos muestra el medio más eficaz para llegar a ser puro, como Jesús
mismo es puro.
En fin, aquel día será el supremo de la gloria
de nuestro amado Salvador. ¿Nos habrá de interesar más nuestra muerte
que la gloria de nuestro Cristo, para que todo lo refiramos a ella?
La opinión del Cardenal Billot probaría entonces que
el amor se ha enfriado completamente sobre la tierra.
Plegue al Señor que pudiéramos tener el espíritu de los Patriarcas,
los cuales esperaron el primer Advenimiento sin verlo. Su salvación estaba
puesta en esa larga expectación: "En la fe murieron todos éstos sin recibir las cosas
prometidas, pero las vieron y las saludaron de lejos, confesando que eran
extranjeros y peregrinos sobre la tierra (…) Y todos éstos que por la fe recibieron tales testimonios, no
obtuvieron la (realización de la) promesa, porque Dios tenía provisto para
nosotros algo mejor, a fin de que no llegasen a la consumación sin nosotros " (Heb. XI,
13.39-40).
Juntamente con nosotros
esperan la consumación del misterio de Cristo, pues no dudamos que el cielo
entero, como la tierra, están en una misma expectación del coronamiento de la
Redención.
Si "la muerte es una ganancia" como lo
dice San Pablo, que tenía prisa de estar con el Señor (II Cor. V, 8) ella sigue siendo, sin embargo, el enemigo "el último enemigo destruído" (I Cor. XV, 16). No es posible confundirla
con la Parusía, que traerá una resurrección de los cuerpos y nos dará el reinar
con el Cristo. La muerte, "este
salario del pecado" (Rom. VI,
23) es, pues, una cosa y la Parusía otra, la confusión de una y otra es un grave atentado a las últimas enseñanzas
de Jesús y a las de los Apóstoles.
Es preciso amar, apresurar la Venida de nuestro Salvador, que lo glorificará
magníficamente y a nosotros con El. Si vivimos de toda esperanza, seremos
hechos puros según la promesa de San Juan, y entonces no temeremos nuestra muerte
por muy próxima que ella esté: "¡Bienaventurados los muertos, los que mueren en el Señor desde ahora! Sí,
dice el Espíritu, que descansen de sus trabajos, pues sus obras siguen con
ellos” (Apoc. XIV, 13).
[1] Nota del Blog:
¿Será? Nos haría falta un estudio más profundo para tener una respuesta definitiva,
pero por lo poco que hemos analizado nos parece que yerra aquí la autora y que Nuestro Señor no hace más que seguir
hablando de su Parusía.
1) El contexto de la parábola
ya podría hacernos sospechar que estaría fuera de lugar una alusión a la muerte.
2) Al rico se le dice que le pedirán
el alma y no que va a morir. El giro es ciertamente inusual.
3) El alma le será pedida de noche
¿Justo tenía que ser de noche…?
4) El lenguaje es ciertamente
el mismo que el de las parábolas parusíacas:
Mt. XXIV, 38; Lc. XII, 45; XVII, 27-28 = Lc.
XII, 19: bebiendo.
Mt. XXIV, 47; Lc. XII, 44 = Lc.
XII, 15: bienes.
Mt. XXV, 29 = Lc. XII, 15: abundará.
Mt. XXV, 35.42 = Lc. XII, 19: comer.
El necio del v. 20 parece un eco del mal
siervo de Mt. XXIV, 45-51; a las vírgenes
necias de Mt. XXV, 1-13; al siervo malo
y perezoso de Mt. XXV, 26.30 y al
de Lc. XII, 42-48.
[2] Cardenal Billot: La
Parousie, p. 10 y 136-137.
Nota
del Blog: Palabras horribles en boca de quien es
considerado el teólogo más grande del siglo XX.