domingo, 13 de marzo de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Primera Parte: Volverá (III de XVI)

III

HE AQUÍ QUE VENGO
–ASÍ ESTÁ ESCRITO DE MÍ EN EL ROLLO DEL LIBRO–


Sal. XL, 8

Los magos habían sido conducidos a Jerusalén por la señal de la estrella; ahí vuelven a encontrar otra fuente de conocimiento divino: la profecía. Les fué revelada por la voz de los sacerdotes, y alumbrados los magos por estas dos sagradas manifestaciones: signo y profecía, llegaron a Belén y descubrieron al Rey de los reyes.

Si la profecía para los magos tuvo una importancia tan grande, — los condujo a Jesús, — ¿acaso no tuvo también en el curso de la vida del Mesías un cumplimiento permanente? ¿No podría decirse que todas las profecías bíblicas vienen a concentrarse sobre la persona del Hijo de Dios? "He aquí que vengo –así está escrito de Mí en el rollo del Libro– (Sal. XL, 8)[1].

Todo esto estaba escrito para su primera venida y todo está escrito para el futuro.

Los profetas han sido los depositarios de los secretos del Padre, referente a su Hijo: "Pues Yahvé, el Señor, no hará nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas" (Am. III, 7).

Ellos han escrito toda la vida de Cristo: su vida pasada, su vida presente, su vida futura. Jesús ha desenrollado la primera parte del rollo del Libro cumpliendo a la letra las profecías referentes a su primera venida. Desenrollará el rollo hasta el fin al venir por segunda vez, para cumplir, con no menos exactitud, las profecías referentes a su Vuelta y a su Reino glorioso[2].

Podemos decir que los "secretos" de Dios, confiados a sus servidores los profetas, están divididos en dos grupos proféticos.

El primero anunciaba el nacimiento del Mesías, su vida humillada, la revelación de la ley de gracia, y sobre todo, las circunstancias precisas de su muerte dolorosa. Jesús mismo ha puesto el sello sobre estas profecías y, a fin de señalar su completa realización, sus últimas palabras, — notémoslo bien — sus últimas palabras antes de su muerte, — fueron: "ESTA CUMPLIDO". "Consummatum est". ¡Ya todo está hecho!" (Jn. XIX, 30). Los profetas habían escrito: ¡El Cristo ha cumplido!
El segundo grupo profético anunciaba un Mesías glorioso y rey con todos los grandes acontecimientos del fin de los tiempos: restauración de Israel y de Jerusalén; vuelta gloriosa de Cristo para reinar con sus santos, día de venganza de la justicia divina, después nuevos cielos y tierra nueva, un reino sin fin.


Estas profecías del Antiguo Testamento, han sido completadas por la enseñanza de los Apóstoles y sobre todo por la "Revelación" — o Apocalipsis —hecha por Jesús mismo a San Juan en la Isla de Patmos.

El Apocalipsis es el libro final que pone el sello sobre el segundo grupo profético. Y si Jesús al morir decía: "Está cumplido", dice a Juan para sellar su propia revelación: Estas palabras son ciertas y verdaderas... ¡HECHAS ESTÁN! (Apoc. XXI, 6).

Constatamos, pues, que Jesús confirma las profecías realizadas en Él, por su última palabra sobre la cruz: “SE HA CUMPLIDO". Confirma que las profecías no realizadas todavía se cumplirán y que entonces dirá: " HECHAS ESTÁN".


***

El Judío era un hombre que miraba hacia adelante, hacia el Mesías. El cristiano, puede, a la vez, mirar hacia un pasado realizado en Jesús y también fijar sus ojos hacia una lejanía profética, esperando con alegre esperanza que Cristo desarrolle el final del Libro.

Tratemos, pues, de evocar la doble actitud del Judío de otro tiempo y la posterior del cristiano, frente a la profecía.
La primera dificultad que se encuentra cuando se habla de profecía — en cualquiera época que sea — es relativa a los tiempos.

Generalmente el profeta, que nos anuncia los acontecimientos futuros, ve estos acontecimientos a la manera divina, es decir, sin planos sucesivos en el tiempo. Acerca a menudo épocas alejadas unas de otras y las funde en un todo.

La palabra profética franquea de un salto los siglos, que para Dios son como un día: entonces es cuando le falta del todo la perspectiva y no puede ser registrada a la manera de un hecho histórico.
Constatamos, por ejemplo, cómo Jesús habla de la ruina próxima de Jerusalén, en la época romana, y del fin del mundo actual, como de un mismo acontecimiento[3]. Cuando leemos el capítulo XXIV de San Mateo[4], nos es preciso poner una gran atención en los términos empleados por Jesús al referirse a uno u otro acontecimiento.

A veces, ciertas palabras conciernen a los dos hechos indistintamente, pues, el primero, la toma de Jerusalén, no debe ser más que un prototipo del segundo, que es el fin del mundo presente.

Otra causa de error en la interpretación de las profecías proviene de la falta de atención que se pone en la lectura de los textos y sobre todo, de que se descuida establecer relaciones entre pensamientos semejantes. Es preciso saber que la Biblia se ex-plica por la Biblia; lo divino se explica por lo divino. "Quien quiere dar el sentido de la Escritura, decía Pascal, y no lo toma de la Escritura, es enemigo de la Escritura"[5]. "ninguna profecía de la Escritura es obra de propia iniciativa" (II Ped. I, 20).

Lo que falsea todavía, y gravemente el sentido de las profecías, es la tendencia moderna a no explicarlas literalmente, sino de manera simbólica o puramente espiritual. Volveremos sobre esto.

En fin, es preciso temer la falta de libertad de ciertos espíritus que sometidos en exceso a ideas preconcebidas están inclinados a leer, no lo que está escrito, sino lo que quieren encontrar. Tal fué esencialmente el caso de los Judíos.

Las profecías mesiánicas eran numerosas y si los Judíos no se equivocaron en ellas, cuando fué preciso indicar a los magos la ruta de Belén, al preguntar estos príncipes por "el Rey de los Judíos", fueron incapaces, en cambio, de reconocer un Mesías venido para servir y morir. Leían, sin embargo, el Salmo XXII y el capítulo LIII de Isaías, por no citar más que estos dos textos que ofrecen una maravillosa síntesis de las profecías mesiánicas: la vida paciente y humillada, la vida real y gloriosa. Pero el Judío que leía estas páginas no retenía más que el segundo aspecto del Mesías, el Mesías Rey.

Leamos también nosotros estos textos:

Contemplemos, en el Salmo 22 al varón de dolores desamparado, a Aquél cuyos huesos se cuentan, aquél cuyas manos y pies están traspasados, aquél cuya túnica se echó a la suerte, delante del cual se sacude la cabeza en señal de desprecio: aquél que se compara "al gusano de la tierra", "al último del pueblo". Pero de repente, al fin del mismo Salmo aparece la gloria prometida: "Recordándolo, volverán a Yahvé todos los confines de la tierra; y todas las naciones de los gentiles se postrarán ante su faz. Porque de Yahvé es el reino, y Él mismo gobernará a las naciones". Constatamos la misma síntesis profética al leer el capítulo LIII de Isaías. Después de haber hecho el más trágico, el más preciso, el más real cuadro de la Pasión, a siglos de distancia — el corazón tiembla con esta lectura de una realidad impresionante — el profeta narra la gloria de aquél que ha llevado nuestras debilidades, nuestras heridas, la justificación de muchos hombres por su sufrimiento; en fin, la gloriosa parte de su botín. El capítulo entero es la sorprendente anticipación de las palabras de Jesús: "¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?” (Lc. XXIV, 26)[6].

Pero todas estas cosas habían quedado en la penumbra. Para los Judíos el Ungido del Señor debía restaurar la casa de David (Hech. XV, 16-17), volver a levantar su trono, sacudir el yugo romano y el de Herodes, a fin de libertar para siempre a Israel.

Tal era la enseñanza rabínica. Pero, de todas maneras, los Judíos, que no habían recibido la plenitud del sentido profético antes del Mesías, hubiesen podido adquirirlo cuando Jesús predicó y desarrolló la verdadera naturaleza de su reino, en su primer tránsito sobre la tierra. ¿No tenernos acaso testimonios irrecusables de la manera cómo Cristo quería hacerse conocer por el camino profético? El mismo explica los textos que le conciernen.

En Nazaret al principio de su ministerio público, Jesús estaba en la sinagoga, un día Sábado. La costumbre mandaba que se leyese, después de la oración, un pasaje de los profetas. Cuando un extranjero o una notabilidad asistía a la reunión, el Jefe de la sinagoga lo invitaba gustosamente a hacer esta lectura en el rollo manuscrito de los profetas y a comentarla.

Se entregó, pues, a Jesús el rollo del profeta Isaías "y al desarrollar el libro halló el lugar en donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió; Él me envió a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los ciegos vista, a poner en libertarla los oprimidos, a publicar el año de gracia del Señor”. Enrolló el libro, lo devolvió al ministro, y se sentó; y cuantos había en la sinagoga, tenían los ojos fijos en Él. Entonces empezó a decirles: “HOY ESTA ESCRITURA SE HA CUMPLIDO delante de vosotros” (Lc. IV, 17-21).

Importa mucho notar aquí que Jesús ha detenido su lectura en la mitad del versículo 2 del capítulo LI de Isaías: "Él me ha enviado a publicar EL AÑO DE GRACIA DEL SEÑOR", alusión al año jubilar, en el cual todas las deudas eran perdonadas.

El Cristo ha vuelto para salvar, pagar la deuda de Adán, rescatar la humanidad. Pero la continuación anuncia que si el año favorable pasa… El vendrá entonces para Promulgar EL DIA DE VENGANZA DE NUESTRO DIOS". Jesús no había leído este anuncio terrible; su realización pertenece al siglo futuro.

Así, pues, en este solo versículo segundo, los dos grupos de profecías están bien deslindados.

El Mesías ofrecía un año de gracia como Salvador, pero vendrá también en "el día de venganza" como rey y juez.

"Estamos en el tiempo de la paciencia" (Rom. III, 26). ¿No vendrá pronto el tiempo de la cólera? (II Ped. III, 10). Estos dos tiempos están en el rollo del Libro que de Él está escrito.




[1] Este versículo y los anteriores están citados en Heb. X, 5-7.

[2]  El libro era enrollado; en lugar de abrirlo se le desenrollaba. Los judíos de nuestros días, guardan la antigua costumbre del rollo en sus Sinagogas. Ver en el Apéndice: el "Cuadro de las profecías".

[3] Nota del Blog: sobre esto ver en el lugar correspondiente del INDICE nuestro estudio sobre el Discurso Parusíaco.

[4] Nota del Blog: el texto dice “capítulo XXIV de San Marcos”.

[5] "Pensées". Edit. Gazier, p. 154.

[6] El eunuco de la reina Candace leía el capítulo LIII de Isaías cuando se encontró con Felipe, quien "comenzando por este pasaje le anunció la buena nueva de Jesús" (Hech. VIII, 26-40).