I. LA VISITA DE SAN PABLO A SAN PEDRO
Escribe el Apóstol:
Pasados tres años, subí a
Jerusalén para visitar (ἱστορῆσαι) a
Cefas, y estuve con él quince días, de los demás apóstoles no vi sino a
Santiago, el hermano del Señor (Gal. I,
18-19).
Antes de examinar el valor
teológico de este testimonio, es indispensable una breve exegesis de este
importante pasaje.
Después de su largo retiro en la Arabia, San Pablo, vuelto a Damasco,
sube desde allí a Jerusalén para visitar a Cefas.
Que este Cefas sea San Pedro, hoy día nadie lo pone en duda, porque es
evidente. Habla San Pablo de Cefas como de uno de los apóstoles, y entre los
apóstoles no había otro Cefas más que Simón Pedro. Donde es de notar este nombre
de Cefas, que sin más explicación da Pablo a Simón, hijo de Joná. Se ve por
aquí que el nombre arameo de Cefas que Jesu-Cristo impuso a Simón, precisamente
al prometerle la autoridad suprema sobre toda la Iglesia, se empleaba
corrientemente aun en el mundo griego como su nombre propio. Si ya no preferimos decir que Pablo emplea
enfáticamente el nombre de Cefas, para dar razón de la visita que le hizo. Como
si dijese: visité a Simón por ser el jefe supremo de la Iglesia.
La palabra visitar, que hemos
empleado a falta de otra más exacta, no reproduce adecuadamente la fuerza del
verbo original ἱστορῆσαι que significa conocer
de vista, tener una entrevista, visitar por atención y respeto.
Con ello quiere decir San Pablo que deseó conocer
personalmente a San Pedro, ofrecerle sus respetos y hablar detenidamente con
él. Y con él estuvo quince días, hospedado, a lo que parece, en su misma casa.
Con este interés en visitar y hablar a Cefas contrasta singularmente la actitud
de Pablo respecto de los demás apóstoles. No sólo no tuvo el intento de
visitarles, sino que ni siquiera les vió, a excepción de Santiago. La manera
indirecta de mencionar, como por vía de preterición, el hecho de haber visto
simplemente a Santiago, indica el carácter ocasional de este encuentro y la
importancia secundaria que le atribuía San Pablo. Y esto que Santiago era el
obispo de Jerusalén y el hermano del Señor.
Notemos aquí dos dificultades que tuvo San Pablo: una,
en el hecho mismo de subir a Jerusalén;
otra, en la mención de este hecho,
ambas muy significativas.
Por una parte, subió a Jerusalén desde Damasco, de donde
tuvo que huir con peligro de la vida, como se refiere en los Hechos (IX,
24-26) y en la segunda a los Corintios (XI, 32-33) y al subir a Jerusalén bien podía prever San Pablo las desconfianzas o
prevenciones que había de hallar en los fieles y la hostilidad de los judíos,
como se refiere también en los Hechos (IX, 26-30). De hecho a los quince días tuvo que huir también de Jerusalén, para no
caer en manos de los judíos, que intentaban darle la muerte. En tales
circunstancias, ir a Jerusalén sólo para visitar a San Pedro supone en San Pablo
grandes deseos y mucho interés en verle.
Por otra parte, esta visita la menciona San Pablo no para confirmar lo
que va diciendo, sino a pesar de ser una dificultad contra su tesis. Trata de
probar el Apóstol el origen divino de su Evangelio, no recibido ni aprendido de hombre alguno, sino por revelación de
Jesu-Cristo (Gal. I, 12). Por esto añade a continuación que luego de su
conversión no subió a Jerusalén para recibir la enseñanza de los que antes que
él eran apóstoles. Y, no obstante, pasados tres años, subió a Jerusalén para
visitar a Pedro. Advierte, es verdad, que sólo estuvo con él quince días,
tiempo realmente insuficiente para adquirir el pleno conocimiento del Evangelio
que poseía, pero más que suficiente para poner de relieve el interés e importancia
de la visita.
Examinemos ahora la
significación de esta visita. Pablo, en
circunstancias difíciles, va a Jerusalén sólo con el objeto de ver y hablar a
Pedro, exclusivamente a Pedro. Pedro no era el obispo de Jerusalén, ni, por sus
dotes personales sobresalía tanto sobre los demás apóstoles. ¿Cuál pudo,
pues, ser el objeto de semejante visita? Evidentemente no era ésta una visita
de mera curiosidad. El carácter de San Pablo y la palabra misma que él emplea
para expresar el objeto de esa visita excluyen semejante hipótesis. Tampoco se
dirigió a Pedro para que él le instruyese en la doctrina del Evangelio. El
mismo San Pablo excluye explícitamente semejante hipótesis. El verdadero motivo de la visita no pudo
ser otro que la superioridad de Pedro sobre los demás apóstoles y su posición eminente
en la Iglesia. El mismo Bengel,
autor protestante, dice de Pedro, con ocasión de esta visita: "Hunc ergo
Paulus ceteris antetulit"[1] (In Gal. I, 18). Pero antes que él, y mejor que él, había escrito
San Juan Crisóstomo, el más insigne de los Padres orientales, aficionado como
nadie al gran Apóstol de los gentiles: "Ascendit
velut ad maiorem ac seniorem, solusque Petri conspectus commovit illum ut eo
proficisceretur… not ut disceret aliquid ab illo… profectus est, sed tantum, ut
videret eum suaque praesentia honoraret. Non dixit idein id est ut cernerem Petrum sed ἱστορῆσαι, id est, ut viderem et cognoscerem: quomodo loqui solent
qui magnas ac splendida urbes invisunt cognoscendi gratia: adeo iudicabat operae
pretium esse tantummodo videre virum… Vide ut maiorem benevolentiam habuit erga
Petrum: huius enim causa peregrinationem susceperat, et apud eum commoratus est...
Nam et honorat virum et diligit plus omnibus. Neque enim ob ullum alium
apostolorum narrat se ascendisse Hierosolymam, sed propter hunc solum[2]" (MG 61, 631-632).
Por consiguiente, la
visita de Pablo es un testimonio espléndido de la superioridad o supremacía de
San Pedro, supremacía que se levanta por encima de todos los apóstoles: supremacía en Jerusalén, sobre el mismo
obispo de Jerusalén; supremacía que se extiende fuera de los límites de
Palestina sobre los fieles que viven en medio de la gentilidad; supremacía no
fundada en sus propias dotes personales. Semejante supremacía no puede ser sino
de dignidad o de autoridad. Y como en el Evangelio no existe supremacía de
mera dignidad de honor, contraria al ejemplo y a las prescripciones apremiantes
del divino Maestro (Mt. XX, 24-28; Mc. X, 41,45; Lc. XXII, 24-27), hay que
concluir que semejante supremacía era de autoridad o de jurisdicción.
Ahora bien: la autoridad
suprema de jurisdicción, exclusivamente propia de San Pedro entre todos los apóstoles,
es lo que entendemos los católicos cuando hablamos del primado de San Pedro.
Podemos concluir con San Juan Crisóstomo: "Eximius
erat (Petrus) inter apostolos; os discipulorum, et coetus illius caput: ideo
Paulus prae aliis hunc visurus venit", o, traduciendo más
exactamente, "propter hoc et Paulus ascendit tunc eum visere
praeter ceteros" (In lo. hom. 88, n. 1. MG 59, 478). Por esto, porque Pedro era singularmente
distinguido entre los apóstoles, porque era el portavoz y como la boca de los discípulos,
porque era la cumbre, la cabeza o el jefe del coro apostólico, Pablo, dejando a
los demás apóstoles, subió a Jerusalén para visitar a Pedro.
[1] Pablo lo prefirió (a Pedro) a
los demás.
[2] Subió como a su mayor y señor, y solo para ver a Pedro emprendió el viaje...
No para aprender algo de él… sino sólo para verlo y honrarlo con su presencia.
No dijo idéin, es decir, para ver a Pedro, sino ἱστορῆσαι, es decir, para verlo y conocerlo, como suelen
hablar los que visitan las grandes y espléndidas ciudades con el fin de
conocerlas: por eso juzgaba importante simplemente verlo; ved cuán grande benevolencia
mostró hacia Pedro, ya que emprendió el viaje por él y en su casa se hospedó...
Pues honra al hombre y lo ama más que a los demás. En efecto no dice que subió
a Jerusalén para ver a ningún otro apóstol sino sólo a él”.