Tratemos
de avanzar un poco más, para lo cual, volvamos a Lacunza, pero esta vez tendremos que ir al Fenómeno IX, El Tabernáculo
de David.
Citamos,
una vez más, in extenso[1]:
El capítulo XVI de Isaías
empieza con esta misteriosa oración: Envía, Señor, el Cordero dominador de
la tierra, de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión[2].
Estas palabras, y todas las que siguen hasta el versículo 6, no hay duda
que son oscurísimas, no solamente consideradas en sí mismas, sino aun
consideradas con todo su contexto, que es el que suele abrir el verdadero
sentido, y aclarar las cosas más oscuras. Ni se conoce por ellas solas, con
ideas claras, de qué misterio se habla, ni de qué tiempos, ni a qué propósito
se dicen. La explicación que hallo en los intérpretes, confieso simplemente que
no me satisface[3]
(…)
Yo propongo aquí otra inteligencia de este lugar de Isaías (…)
Primeramente, convengo con todos, y me parece claro e innegable, que el
profeta, al empezar el capítulo XVI, hace una especie de paréntesis o breve digresión,
en que extiende por un momento su vista hacia otros tiempos muy futuros, y
hacia otros sucesos muy diversos y mucho mayores que aquellos de que va
hablando. Esto es frecuentísimo en
Isaías, y se puede con verdad decir que es de su propio carácter. Para esta
breve digresión le da una ocasión bien oportuna, no la viuda Rut, Moabita, sino
el mismo Moab, contra quien va profetizando, y cuya profecía se cumplió
plenísimamente en tiempo de Nabucodonosor. (Véase todo el capítulo XLVIII de
Jeremías.) Mas no puedo convenir en que el paréntesis o digresión de Israel sea
tan breve que comprenda solamente el versículo 1; a mí me parece claro que pasa
algo más adelante hasta incluir dentro de sí todo el versículo 5, sin lo cual
no sé cómo se puede dar algún sentido razonable y conforme en la historia
sagrada, a estos cinco primeros versículos del capítulo XVI; véase aquí el
texto seguido.
Envía, Señor, el Cordero dominador de la
tierra, de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión. Y sucederá que
como ave que huye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en
el paso del Arnón. Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento; pon como noche tu
sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras a los que
andan errantes. Morarán contigo mis
fugitivos; Moab, sírveles de lugar en que se escondan de la presencia del
destruidor; porque fenecido es el polvo, ha sido rematado el miserable (o el
que hace miserables), que rehollaba la tierra. Y será establecido el trono en misericordia,
y se sentará sobre él en verdad en el tabernáculo de David, quien juzgará y
demandará juicio, y dará prontamente a cada uno lo que es justo (…)
Mi modo de discurrir es éste:
Acababa Isaías de hablar contra Moab en todo el capítulo XV, y todavía prosigue
el mismo asunto en el capítulo XVI. Mas
como el carácter propio de este gran Profeta, según se dice en el Eclesiástico
(capítulo XLVIII) y queda notado en otras partes, es declinar insensible y casi
continuamente a las cosas últimas; con ocasión de hablar de Moab, anunciándole
su extrema humillación en castigo de su extrema soberbia, hace en medio de la
profecía un como paréntesis o breve digresión, y profetiza en cuatro palabras
otras cosas bien singulares, que deben suceder en otros tiempos remotísimos en
la misma tierra o país de Moab. Empieza pidiendo a Dios que envíe del cielo al Cordero destinado a dominar
la tierra.
¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel
mismo de quien se hablar en el capítulo
V del Apocalipsis? El cual se presenta delante del trono de Dios, recibe de
su mano un libro cerrado y sellado, lo abre allí mismo en presencia de todos
los conjueces y de todos los ángeles, los llena a todos, con sólo abrirlo, de
sumo regocijo que se difunde a todo el universo, etc. ¿Qué otro Cordero puede
ser éste, destinado a dominar la tierra, sino aquel de quien se habla en el capítulo VII de Daniel? El cual en los
tiempos de la cuarta bestia, esto es en los últimos tiempos, se presenta delante
del mismo trono de Dios, como Hijo de Hombre, y allí recibe de su mano,
pública y solemnemente, la potestad, y la honra, y el reino; y todos los
pueblos, tribus, y lenguas le servirán a él. ¿Qué otro Cordero puede ser éste, destinado a dominar la tierra, sino
aquel mismo a quien se le dice en el Salmo CIX: De Sión hará salir el Señor
el cetro de tu poder; domina tú en medio de tus enemigos. Contigo está el
principado en el día de tu poder entre los resplandores de los santos?
Esta misma petición se le hace a este Cordero, destinado a dominar la tierra,
en el capítulo LXIV del mismo Isaías.
¡Oh, si rompieras los cielos, y descendieras!, a tu presencia los montes se
derretirían. Como quemazón de fuego se deshicieran, las aguas ardieran en
fuego, para que conociesen tus enemigos tu nombre; a tu presencia las naciones
se turbarían, etc. Todo lo cual, por más que quiera sutilizarse, es claro
que no compete de modo alguno razonable a la primera venida del Señor, sino a
la segunda, según todas las Escrituras.
Añade Isaías en su breve oración, pidiendo a Dios que envíe al Cordero dominador
de la tierra: de la piedra del desierto al monte de la hija de Sión. Estas
palabras, de la piedra del desierto, miradas en sí mismas, no hay duda
que son oscurísimas; mas si se combinan con otros lugares de los Profetas y del
mismo Isaías, pueden muy bien entenderse sin violencia, antes con gran naturalidad
y propiedad. En Habacuc, por
ejemplo, se dice: Dios vendrá del Austro, y el Santo del monte de Farán. La
gloria de Él cubrió los cielos, y la tierra llena está de su loor. Su claridad
como la luz será, rayos de gloria en sus manos (…) Ahora, el monte
Farán está ciertamente en la Idumea, hacia el Austro, respecto de la Palestina;
y por esto los LXX, en lugar del Austro, leen: de Teman vendrá;
porque Teman era la metrópoli de Idumea. Por otra parte, en el capítulo XXXIV de Isaías, se dice
clara y expresamente que el Señor cuando venga en gloria y majestad, vendrá
primero directamente a la Idumea: He aquí que bajará sobre la Idumea, y
sobre el pueblo que yo mataré, para hacer justicia. La espada del Señor llena
está de sangre... porque la víctima del Señor será en Bosra, y la gran matanza
en tierra de Edom (…)
Aquí, en la Idumea, hacia el medio día de Jerusalén, tendrá tanto que
hacer la espada de dos filos que trae en su boca, cuanto se puede ver y
considerar despacio en todo este capítulo
XXXIV de Isaías, digno ciertamente de toda consideración, y cuanto se puede
ver con mayor claridad en el capítulo
XXXVI del mismo Profeta; los cuales
lugares y otros semejantes los toma manifiestamente San Juan, y los hace servir
todos juntos en el capítulo XIX de su Apocalipsis (…).
Con todas estas advertencias parece ya fácil, o no muy difícil, comprender
bien todo el paréntesis con que empieza el capítulo XVI de Isaías: Envía,
Señor, el Cordero dominador de la tierra, de la piedra del desierto al monte de
la hija de Sión. Después de esta breve oración, empieza luego, dentro del
mismo paréntesis, la profecía particular comprendida en los cuatro versículos
siguientes: Y sucederá (que es lo mismo que si dijera: sucederá en estos
tiempos inmediatos a la venida del Cordero dominador de la tierra) que como
ave que huye, y pollos que vuelan del nido, así serán las hijas de Moab en el
paso del Arnón. Parece a primera vista que aquí se anuncia una huida verdadera
de los Moabitas; los cuales, por temor de algún enemigo formidable que viene
contra ellos, desamparan su país y pasan a la otra parte del río o del torrente
Arnón. En efecto, así lo suponen los intérpretes, insinuando muy en confuso que
todo esto pudo haber sucedido, y sucedería en las expediciones de Senacherib o
de Nabucodonosor.
Mas, ¿cómo podremos componer una huida verdadera de Moab fuera de su país
con las palabras que inmediatamente se le dicen? Toma alguna fuerza, junta
el Ayuntamiento; pon como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van
huyendo, y no descubras a los que andan errantes. Morarán contigo mis fugitivos;
Moab, sírveles de lugar en que se escondan de la presencia del destruidor.
Por estas palabras se ve
claramente que Moab asustado entrará en pensamientos de huir fuera de sus
confines, y en parte empezará a moverse; no ciertamente por temor de algún
príncipe enemigo que venga contra él, sino por temor de los prófugos que ya se
acercan a su tierra, y que vienen huyendo de la presencia del destruidor.
Lo cual alude visiblemente a lo que había sucedido en otros tiempos en la misma
tierra de Moab, cuando estos mismos prófugos venían huyendo de Egipto; como se
puede ver en el capítulo XXII y XXIII del libro de los Números. Así se le dice
aquí a Moab que no tema como temió la primera vez; que no se alborote; que no
se asuste; que entre primero en consejo antes que huir; mas que no tome el
consejo, ni imite la conducta de su antiguo rey Balac, el cual cerró sus
puertas, y no quiso hospedar, ni dejar pasar por sus tierras a estos mismos
prófugos de Dios; sino que tome ahora otro consejo más humano y más prudente,
que se le propone de parte del Señor: Toma alguna traza, junta el
Ayuntamiento. ¿Qué consejo es éste? Pon como noche tu sombra al
mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras a los que andan
errantes. Prepara para mis prófugos un asilo o una sombra, que sea como la
de la noche más oscura en la mitad del día, y escóndelos de modo que sean como
invisibles; no los descubras, ni les hagas traición. Ahora, ¿cómo ha de
esconder Moab dentro de sí a los prófugos de Dios, si el mismo Moab ha huido
fuera de sí a la otra parte del torrente de Arnón? Morarán contigo mis
fugitivos. (Prosigue el Señor) Moab, sírveles de lugar en que se
escondan de la presencia del destruidor; porque fenecido es el polvo, ha sido
rematado el miserable que rehollaba la tierra. Habitarán o se hospedarán en
tu país mis prófugos por algún poco de tiempo; recíbelos, oh Moab, y escóndelos
dentro de ti. No temas que este oficio de humanidad te pueda ocasionar algún
perjuicio; porque te hago saber que ya pasa, ya se acaba, o va luego a acabarse
el gran polvo de los ejércitos que los persiguen (salidos sin duda de la boca
del dragón) y acaba sus días, o los acabará en breve el miserable, o como leen
Pagnini y Vatablo, el opresor, esto es, el que oprime a otros y los hace
miserables, y por esto mismo es más miserable que todos; ya se acaba, o va luego
a acabarse el que conculcaba la tierra; el cual, según todo el contexto, parece
claro que no puede ser otro sino el figurado en la gran estatua de Daniel.
Sería conducente para la plena inteligencia de este lugar de Isaías,
advertir aquí y no despreciar estas tres cosas entre otras.
Primera: que la tierra o país de Moab está tan cerca de la
tierra de Israel o de promisión que sólo las divide el río Jordán (…).
Segunda: que en esta
tierra o país de Moab está el célebre monte Nebo (…) donde el profeta Jeremías escondió por orden de Dios, después de
destruida Jerusalén, el arca grande del Antiguo Testamento, el tabernáculo y el
altar; profetizando de parte del Señor... Que será desconocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del
pueblo, y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y
aparecerá la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés (II
Mac. II, 7).
Tercera: que cuando todo Israel, prófugo de Egipto, conducido
ya por Josué, pasó el Jordán, como había pasado el mar Rojo, entró luego al
punto en el valle fertilísimo de Achor, en donde se empezó a dilatar su
corazón, y a abrirse sus esperanzas con la milagrosa toma de Jericó. Todo lo
cual nos puede traer fácilmente a la memoria lo que ya queda observado en el
fenómeno antecedente, artículo VIII, cuando hablamos de la huida a la soledad
de aquella mujer metafórica, a quien deben darse dos alas de grande águila,
para que volase al desierto a su lugar, en donde es guardada por un tiempo, y
dos tiempos, y la mitad de un tiempo, de la presencia de la serpiente; o
como añade Isaías en el lugar de que vamos hablando: de la presencia del
destruidor. Esta mujer que huye al desierto, a su lugar, así como ha
de ir directamente al valle de Achor, según le promete Dios por Oseas (capítulo
II), así debe pasar segunda vez por la tierra de Moab, y detenerse en ella
algún poco de tiempo, como pasó y se detuvo la primera vez, cuando salió de
Egipto. Sin esto, ¿cómo podrá verificarse la profecía de Jeremías? Por esto,
pues, se le aconseja a Moab de parte de Dios que no cierre otra vez sus puertas
a esta mujer que viene huyendo; sino que la reciba con humanidad, y la esconda
dentro de sí.
Con estas tres advertencias se entiende ya sin dificultad el último
versículo de paréntesis de Isaías (…)[4].
Habiendo observado, y si es lícito hablar así, habiendo conocido la persona
para quien se debe preparar, en misericordia, el solio de David, nos
queda ahora que observar el otro punto que tenemos suspenso. Es a saber, ¿cómo
y con qué cosas se deberá hacer esta preparación? Para cuya inteligencia sería
conveniente volver a leer con nueva atención los cinco primeros versículos del
capítulo XVI de Isaías, advirtiendo en ellos estas tres cosas principales que
quedan ya notadas. Primera: la oración misteriosa con que empieza este
paréntesis, o esta profecía particular. Envía, Señor, el Cordero dominador
de la tierra. Digo oración misteriosa, porque así se me figura por lo que en
ella se pide; y esto cuando se va hablando de Moab. Segunda: en el consejo que
aquí se le da al mismo Moab: Toma alguna traza, junta el Ayuntamiento; pon
como noche tu sombra al mediodía; esconde a los que van huyendo, y no descubras
a los que andan errantes. Tercera:
que estos mismos vagos o prófugos, que
el Señor llama suyos, habitarán por algún tiempo escondidos en la tierra de
Moab (…).
Primera conclusión
En este tiempo de que hablamos, en que los prófugos de Dios que vienen huyendo de
la presencia del destruidor, se hospedarán en la tierra de Moab, descubrirá Dios en esta tierra (donde
ciertamente está en una cueva del monte Nebo) el arca sagrada del Antiguo Testamento, el tabernáculo, y el altar que
escondió Jeremías por orden de Dios, después de destruida Jerusalén por
Nabucodonosor. Se descubrirá, digo, este depósito sagrado para los fines que
Dios solo sabe, y que no hay necesidad de que los sepamos los curiosos. El no
saberse los fines de Dios no parece razón, ni es causa suficiente para mirar con
tanta indiferencia y aun frialdad una profecía tan clara.
Será desconocido el lugar, hasta que reúna Dios la congregación del pueblo,
y se le muestre propicio. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá
la majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés... (II Mac. II, 7).
El lugar donde queda depositada
por orden de Dios el arca sagrada, el tabernáculo y el altar (dice Jeremías),
será en los siglos venideros un lugar incógnito y del todo inaccesible hasta
que congregue Dios, según sus promesas infalibles, la congregación de su
pueblo, y se muestre propicio y favorable al mismo pueblo; y entonces el mismo
Señor manifestará estas cosas, y también sus fines o designios; y entonces el
monte Nebo, situado en la tierra de Moab, será como otro nuevo y admirable
teatro, donde se renovarán todos aquellos prodigios que se vieron antiguamente
en el monte Sinaí. Y entonces mostrará el Señor estas cosas, y aparecerá la
majestad del Señor, y habrá nube, como se manifestaba a Moisés (…).
Segunda conclusión
(…) La mujer metafórica del
Apocalipsis, o la claudicante de Sofonías y Miqueas, compuesta visiblemente de
los prófugos de Dios, congregados con grandes piedades, es claro que
huye a la soledad, o es conducida por el brazo omnipotente de su Dios, con gran
acuerdo, con grandes designios, y para fines más que ordinarios, proporcionados
sin duda a la novedad y grandeza de los sucesos maravillosos, que deben
preceder y acompañar su huida. ¿Qué fines o designios pueden ser éstos? No
otros, señor mío, sino los que hallamos expresos y claros en la Escritura de
la verdad. Es a saber, aquellos
mismos en sustancia, y, guardada proporción, con los cuales y para los
cuales sacó el mismo Dios antiguamente de Egipto a esta misma mujer, compuesta
y formada de estos mismos prófugos suyos, y la condujo con tantos prodigios al
desierto y soledad del monte Sinaí: Según los días de tu salida de la
tierra de Egipto, le haré ver maravillas (Miq.VII, 15).Y acaecerá que en aquel día, dice el Señor, me
llamará: Marido mío... y cantará allí (en el valle de Achor) según los días de
su mocedad, y según los días en que salió de tierra de Egipto (Os. II,
15-16).Y será en aquel día: Extenderá el Señor su mano segunda vez para poseer
el resto de su pueblo... y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá los
dispersos de Judá de las cuatro plagas de la tierra (Is. IX, 11).
En aquel primer tiempo o aquella primera vez sacó Dios de Egipto a esta mujer,
y la condujo, como sobre alas de águila, al desierto y soledad del monte
Sinaí. ¿Para qué fin y con qué designios? Primero:
para que allí lejos de todo tumulto, y
desembarazada de todo otro cuidado, pudiese oír quietamente la voz de Dios.
Segundo: para que allí fuese apacentada con el pasto de doctrina,
e instruida en las nuevas leyes y ceremonias con que Dios quería ser servido.
Tercero: para preparar en ella un pueblo digno de Dios: para que seas a él un
pueblo peculiar (Deut. VII, 16),
le decía Moisés; un pueblo consagrado a Dios, conjunto a Dios, que le tributase
aquel culto interno y externo que le era tan debido, ya que todos los otros
pueblos y naciones lo habían enteramente olvidado. Cuarto, en fin: para
celebrar con ella un pacto, un contrato, una alianza solemne y estrechísima,
que el mismo Dios, habiendo hablado a los padres por los Profetas, llamó
desposorio formal.
De este modo, pues, a proporción, y con los mismos fines y designios sacará
Dios segunda vez a esta misma mujer, compuesta de los mismos prófugos suyos, no
ya solamente de Egipto, sino de las cuatro plagas de la tierra, y la conducirá
con los mismos y mayores prodigios a otra soledad que ya le tendrá preparada, para
que allí la alimentasen mil doscientos y sesenta días... en donde es
guardada... de la presencia de la serpiente. Y como dice por Oseas, para hablarle no solamente a los oídos y a
los ojos, sino mucho más al corazón (Os. II, 15); y para celebrar con ella en
misericordia y en justicia, y con fidelidad otro nuevo pacto estable y
permanente: y te desposaré conmigo en justicia, y juicio, y en misericordia,
y en clemencia. Y te desposaré conmigo en fe (o en fidelidad). No cierto (prosigue diciendo por
Jer. XXXI, 32), no cierto, según aquel primer pacto o alianza que celebré con
vuestros padres, cuando los saqué de la servidumbre de Egipto; pacto que ellos mismos
hicieron írrito o inútil con sus frecuentes infidelidades; sino según otro
pacto nuevo y sempiterno, que tengo preparado para las dos casas de Israel y de
Judá, o para las doce tribus de Jacob (…).
Bueno,
hasta aquí las palabras de Lacunza.
Una vez más, tratemos de resumir un poco todo esto a fin de poder sacar algunas
conclusiones.
La
Mujer, en su huída, entrará en la tierra de Moab, pues por algo se le dice a
los moabitas que no teman y que reciban a los prófugos.
De lo
cual se concluye, sin mayor esfuerzo, que el
punto de partida de la huida no es Jordania.
La
segunda conclusión, que Lacunza diluye un tanto, es que la Mujer habitará los tres años y medio en Moab, pues se le dice
claramente “morarán contigo mis
fugitivos”, y una morada
indica lugar permanente y no mero
tránsito[5].
Además,
a su llegada a Jordania la Mujer pasará
por el Monte Nebo y allí se le dará el Arca,
el Tabernáculo y el Altar que Jeremías escondió por mandato divino, profetizando que recién
serían encontrados en esta oportunidad.
Por
último, el Apocalipsis nos aclara que el lugar donde la mujer estará es el desierto.
Pero
esta afirmación es aún demasiado vaga; además, y por si fuera poco, Jordania
tiene dos grandes desiertos, uno al este y otro al sur, llamados, respectivamente,
sirio y árabe.
[1] Párrafo VI. Pag. 295 ss.
[2] Por ahora dejemos el texto tal como lo trae la edición de Ackermann.
Hay algunas
cosas para decir sobre este tan famoso versículo, pero nos detendremos ahora en
lo más importante.
La gran mayoría
de los autores traduce en plural corderos.
Los LXX, por su
parte, tradujeron muy mal por ἑρπετὰ
(reptiles), con lo cual, además de traducir
en plural, dieron otro término.
Sin embargo en
el original hebreo leemos כַ֥ר (Kar), en singular (el plural es כָּרִ֑ים, Karim). No hay, pues, razón alguna para introducir
el plural, ni mucho menos, otro sustantivo.
La Vulgata, por
su parte, mantuvo el singular y es sabido el uso que del pasaje ha hecho la liturgia.
¿Cómo explicar
el uso del plural corderos en la
mayoría de las traducciones? Creemos que la respuesta debe venir por una
confluencia de dos razones: por un lado la influencia de los LXX y por el otro
nos parece que estamos en presencia de
un caso típico donde una exégesis preconcebida influye sobre el texto,
cuando lo obvio y lógico es lo contrario.
[3] La exégesis no ha variado gran cosa desde
entonces. La interpretación que trae Lacunza es la de San Jerónimo, que es rechazada por los autores generalmente, los
cuales dan, a su vez, otra distinta tanto o más inentendible.
[4] Luego continúa Lacunza demostrando que el Rey para el cual se prepara el solio no
es Ezequías sino Jesucristo, pero ésto no hace
directamente a nuestro propósito como no sea ayudarnos a ver a qué tiempos se
refiere esta profecía y quién es el Cordero
que es enviado.
[5] Esto podría ayudar a explicar uno de los
pasajes más enigmáticos de las Escrituras. En Dan. XI, 41, hablando del Anticristo, se dice:
“Escaparán de su mano Edom y Moab
y la parte principal de los hijos de Ammón”.