Por su parte, si hemos de tomar
la otra traducción, entonces dominador
es un sustantivo y alguien distinto
del Cordero. Ésta traducción explicaría algunas cosas:
a)
En primer lugar el pasaje de Isaías
LXIII, 1-6:
¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra
con vestidos teñidos (de sangre)? ¡Tan gallardo en su vestir, camina
majestuosamente en la grandeza de su poder! “Soy Yo el que habla con justicia, el
poderoso para salvar.” “¿Por qué está rojo tu vestido y tus ropas como las de
lagarero?" “He pisado yo solo el lagar, sin que nadie de los pueblos me
ayudase: los he pisado en mi ira, y los he hollado en mi furor; su sangre
salpicó mis ropas, manchando todas mis vestiduras. Porque había fijado en mi corazón
el día de la venganza, y el año de mis redimidos había llegado. Miré, mas no
había quien me auxiliase, me asombré, pero nadie vino a sostenerme. Me salvó mi
propio brazo, y me sostuvo mi furor. Pisoteé a los pueblos en mi ira, y los
embriagué con mi furor, derramando por tierra su sangre.”
Hay mucho por decir aquí pero
retengamos nada más que el Mesías va desde Bosra, pero ¿a dónde? La respuesta
está en el cap. XIX del Apocalipsis, vv.
11-16:
Y
vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él llamado
“Fiel y Verdadero” y con justicia juzga y guerrea. Y sus ojos, llama de fuego y
sobre su cabeza, diademas muchas; teniendo un nombre escrito que nadie sabe
sino Él mismo. Y vestido con un vestido
teñidos en sangre, y se llama su Nombre “la Palabra de Dios”. Y los ejércitos, los (que están) en el cielo,
le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino blanco, puro. Y de su
boca sale una espada aguda, para con ella herir a las naciones. Y Él las
destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira
de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nombre
escrito: Rey de reyes y Señor de Señores.
b) El
“dominador” contra el cual lucha
Nuestro Señor no sería otro más que el Anticristo;
de hecho ese es uno de los tantos nombres que recibe en las Escrituras[1], como
vemos en Is. XIV, 3-6:
El
día que Yahvé te dé descanso de tus penas y de tu angustia y de la dura
servidumbre a la cual estuviste sujeto, cantarás este canto sobre el rey de Babilonia,
y dirás: “¡Cómo se acabó el opresor! ¡Cómo terminó la opresión! Yahvé ha hecho pedazos la vara de los
impíos, el cetro del dominador,
el cual azotaba a los pueblos con furor, hiriéndolos sin cesar, y en su saña tiranizaba
a las naciones persiguiéndolas sin piedad[2].
En conclusión: según la primera
interpretación, tendríamos que el Cordero va desde Petra a Sión, a través del
Néguev, como en una suerte de procesión y haciendo la entrada triunfal en
Jerusalén, según lo que profetiza el Sal.
XXIII, 7-10:
¡Levantad, oh puertas, vuestros dinteles, y alzaos,
portones antiquísimos, para que entre el Rey de la gloria! ¿Quién es este Rey
de la gloria? Yahvé fuerte y poderoso; Yahvé, poderoso en la batalla. ¡Levantad,
oh puertas, vuestros dinteles; y alzaos, portones antiquísimos, para que entre
el Rey de la gloria! ¿Quién es este Rey de la gloria? Yahvé Dios de los
ejércitos: Él mismo es el Rey de la gloria.
Petra - Neguev - Jerusalén |
Por otra parte, si tomamos la
segunda traducción, tenemos que Nuestro Señor se dirige desde Bosra[3] hacia
donde se encuentra el Anticristo (¿Monte de los olivos? ¿Monte Sión? Cfr. Apoc. XIV, 1) a fin de destruir su
reino y su ejército.
Hasta aquí el largo paréntesis.
Ahora volvamos a Petra (ha-Séla) y veremos otros pasajes que parecen
aludir a ella:
Petra |
Sal.
XVII, 1-7:
Al
maestro de coro. Del servidor de Dios, de David, el cual dirigió al Señor las palabras de este cántico en el día en que le libró
de las manos de todos sus enemigos y de las de Saúl[4]. Y dijo:
Te amo, Yahvé, fortaleza mía, mi Roca,
mi baluarte, mi libertador, Dios mío, mi roca, mi refugio, broquel mío, cuerno de mi salud, asilo mío. Invoco a
Yahvé, el digno de alabanza, y quedo libre de mis enemigos. Olas de muerte me rodeaban, me alarmaban
los torrentes de iniquidad; las
ataduras del sepulcro me envolvieron, se tendían a mis pies lazos mortales. En mi angustia invoqué a Yahvé, y clamé a
mi Dios; y Él, desde su palacio, oyó mi voz; mi lamento llegó a sus oídos…”.
Sal.
XXX, 2-6:
En
Ti, Yahvé, me refugio; no quede yo
nunca confundido; sálvame con tu justicia. Inclina a mí tu oído, apresúrate a
librarme. Sé para mí la Roca de
seguridad, la fortaleza donde me salves. Porque Tú eres mi peña y mi baluarte,
y por la gloria de tu nombre, cuidarás
de mí y me conducirás. Tú me sacarás
de la red que ocultamente me tendieron, porque eres mi protector. En tus
manos encomiendo mi espíritu[5]. ¡Tú me
redimirás, oh Yahvé, Dios fiel!
Petra |
Sal.
XXXIX, 2-4:
Esperé
en Yahvé, con esperanza sin reserva, y Él se inclinó hacia mí y escuchó mi
clamor. Me sacó de una fosa mortal, del
fango cenagoso; asentó mis pies sobre Petra y dio firmeza a mis pasos.
Puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos verán esto, y
temerán y esperarán en Yahvé.
Sal.
XLI, 8-12:
Como,
en el estruendo de tus cataratas, un abismo llama a otro abismo, así todas tus
ráfagas y tus olas pasan sobre mí. De día gimo: “Mande Yahvé su gracia”, y de
noche entono un cántico, la plegaria al Dios de mi vida. Digo a Dios: “Roca mía, ¿por qué me has olvidado, por qué he de
andar afligido, bajo la opresión de mis enemigos?” Mis huesos se quebrantan
cuando mis adversarios me hacen burla, diciendo uno y otro día: “¿Dónde está tu
Dios?” ¿Por qué estás afligida, alma mía, y te conturbas dentro de mí?
Sal.
LXX, 1-4:
En Ti, Yahvé, me refugio, no
me vea nunca confundido. Líbrame por obra de tu justicia y sácame del peligro; inclina
a mí tu oído y sálvame. Sé para mí la roca (Sur)
que me acoja, el baluarte seguro en que me salves, porque mi Roca (Séla) y mi alcázar eres Tú. Líbrame, Dios
mío, de las manos del inicuo, de las garras del impío y del opresor.
Sal.
CXXXVI, 7-9:
Acuérdate,
Yahvé, contra los hijos de Edom, del día
de Jerusalén. Ellos decían: “¡Arrasad, arrasadla hasta los cimientos!”. Hija
de Babilonia, la devastada: dichoso aquel que ha de pagarte el precio de lo que
nos hiciste. ¡Bienaventurado el que
tomará tus pequeñuelos y los estrellará contra Petra (ha-Séla)[6]!
Is. XXXIII, 15-16:
Aquel
que anda en justicia y habla lo que es recto, que rechaza las ganancias
adquiridas por extorsión, que sacude sus manos para no aceptar soborno, que
tapa sus oídos para no oír proyectos sanguinarios, que cierra sus ojos para no
ver el mal, este tendrá su morada en las alturas. Su refugio serán las rocas fortificadas; se le dará su pan y no le
faltará su agua.
[1] Sería bueno dedicarle algunos posts a este
interesantísimo tema de los nombres del
Anticristo, los cuales probarían que se trata de una persona física y no sólo moral.
[2] Aplicar este pasaje a Nabucodonosor sería violentarlo a más no poder.
Todo el contexto grita en contra de semejante interpretación.
[3] La pregunta obligada es ¿qué
negocio tan importante tiene que hacer el Mesías en Bosra, antes de ir a
destruir al Anticristo?
Aventuramos, por
vía de hipótesis, la siguiente respuesta: sabido es que en el Apocalipsis
existen dos grupos de signados que no han de recibir la marca de la Bestia, y
son los marcados en el sexto Sello (los 144.000 judíos que forman la Mujer del
cap. XII, como ya quedó dicho) y los 144.000 cristianos del cap. XIV.
Ahora bien, esta protección, significada por la
signación, parecería estar llegando a su fin en los tiempos que estamos
contemplando, y de aquí que el Anticristo busque destruir ambos grupos. Del
segundo se dedica personalmente (y de ahí que Nuestro Señor diga que si los
tiempos del reinado del Anticristo no fueran acortados, los elegidos, es decir
los 144.000 signados del cap. XIV, serían muertos), pero para destruir al primer grupo manda un ejército. Nuestro Señor acude
primero en defensa de la Mujer cuando ya los ejércitos enemigos están en Bosra,
muy cerca de Petra, mientras que del Anticristo, el Falso Profeta y su
ejército, se ocupa inmediatamente después.
Este castigo a
Edom, anterior a cualquier otro, es el
mismo del que nos hablan los Profetas en varias oportunidades; ver Is. XXXIV, 5-17; Jer. XLIX, 7-22; todo
el cap. XXXV de Ez., el libro de Abdías,
etc. etc.
[4] ¿Cómo no ver acá una tipología entre la
protección de Dios a David ante la amenaza de Saúl y sus enemigos con lo que se
narra en Apoc. XII?
[5] ¡Vemos aquí a Israel pronunciando las últimas palabras de Nuestro Señor en
la Cruz!
[6] Y no simplemente contra “la peña” o “la roca”.
Este Salmo, uno de los más bellos, es sin lugar a dudas aún futuro para nosotros.