jueves, 21 de enero de 2016

Y la Mujer huyó al desierto… (Apoc. XII, 6) (IX de X)

Por su parte, si hemos de tomar la otra traducción, entonces dominador es un sustantivo y alguien distinto del Cordero. Ésta traducción explicaría algunas cosas:

a) En primer lugar el pasaje de Isaías LXIII, 1-6:

¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosra con vestidos teñidos (de sangre)? ¡Tan gallardo en su vestir, camina majestuosamente en la grandeza de su poder! “Soy Yo el que habla con justicia, el poderoso para salvar.” “¿Por qué está rojo tu vestido y tus ropas como las de lagarero?" “He pisado yo solo el lagar, sin que nadie de los pueblos me ayudase: los he pisado en mi ira, y los he hollado en mi furor; su sangre salpicó mis ropas, manchando todas mis vestiduras. Porque había fijado en mi corazón el día de la venganza, y el año de mis redimidos había llegado. Miré, mas no había quien me auxiliase, me asombré, pero nadie vino a sostenerme. Me salvó mi propio brazo, y me sostuvo mi furor. Pisoteé a los pueblos en mi ira, y los embriagué con mi furor, derramando por tierra su sangre.”

Hay mucho por decir aquí pero retengamos nada más que el Mesías va desde Bosra, pero ¿a dónde? La respuesta está en el cap. XIX del Apocalipsis, vv. 11-16:

Y vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sedente sobre él llamado “Fiel y Verdadero” y con justicia juzga y guerrea. Y sus ojos, llama de fuego y sobre su cabeza, diademas muchas; teniendo un nombre escrito que nadie sabe sino Él mismo. Y vestido con un vestido teñidos en sangre, y se llama su Nombre “la Palabra de Dios”.  Y los ejércitos, los (que están) en el cielo, le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino blanco, puro. Y de su boca sale una espada aguda, para con ella herir a las naciones. Y Él las destruirá con cetro de hierro y Él pisa el lagar del vino del furor de la ira de Dios, el Todopoderoso. Y tiene sobre el vestido y sobre su muslo un nombre escrito: Rey de reyes y Señor de Señores.

b) El “dominador” contra el cual lucha Nuestro Señor no sería otro más que el Anticristo; de hecho ese es uno de los tantos nombres que recibe en las Escrituras[1], como vemos en Is. XIV, 3-6:

El día que Yahvé te dé descanso de tus penas y de tu angustia y de la dura servidumbre a la cual estuviste sujeto, cantarás este canto sobre el rey de Babilonia, y dirás: “¡Cómo se acabó el opresor! ¡Cómo terminó la opresión! Yahvé ha hecho pedazos la vara de los impíos, el cetro del dominador, el cual azotaba a los pueblos con furor, hiriéndolos sin cesar, y en su saña tiranizaba a las naciones persiguiéndolas sin piedad[2].


En conclusión: según la primera interpretación, tendríamos que el Cordero va desde Petra a Sión, a través del Néguev, como en una suerte de procesión y haciendo la entrada triunfal en Jerusalén, según lo que profetiza el Sal. XXIII, 7-10:

¡Levantad, oh puertas, vuestros dinteles, y alzaos, portones antiquísimos, para que entre el Rey de la gloria! ¿Quién es este Rey de la gloria? Yahvé fuerte y poderoso; Yahvé, poderoso en la batalla. ¡Levantad, oh puertas, vuestros dinteles; y alzaos, portones antiquísimos, para que entre el Rey de la gloria! ¿Quién es este Rey de la gloria? Yahvé Dios de los ejércitos: Él mismo es el Rey de la gloria.
Petra - Neguev - Jerusalén



Por otra parte, si tomamos la segunda traducción, tenemos que Nuestro Señor se dirige desde Bosra[3] hacia donde se encuentra el Anticristo (¿Monte de los olivos? ¿Monte Sión? Cfr. Apoc. XIV, 1) a fin de destruir su reino y su ejército.


Hasta aquí el largo paréntesis. Ahora volvamos a Petra (ha-Séla) y veremos otros pasajes que parecen aludir a ella:

Petra


Sal. XVII, 1-7:

Al maestro de coro. Del servidor de Dios, de David, el cual dirigió al Señor las palabras de este cántico en el día en que le libró de las manos de todos sus enemigos y de las de Saúl[4]. Y dijo: Te amo, Yahvé, fortaleza mía, mi Roca, mi baluarte, mi libertador, Dios mío, mi roca, mi refugio, broquel mío, cuerno de mi salud, asilo mío. Invoco a Yahvé, el digno de alabanza, y quedo libre de mis enemigos. Olas de muerte me rodeaban, me alarmaban los torrentes de iniquidad; las ataduras del sepulcro me envolvieron, se tendían a mis pies lazos mortales. En mi angustia invoqué a Yahvé, y clamé a mi Dios; y Él, desde su palacio, oyó mi voz; mi lamento llegó a sus oídos…”.

Sal. XXX, 2-6:

En Ti, Yahvé, me refugio; no quede yo nunca confundido; sálvame con tu justicia. Inclina a mí tu oído, apresúrate a librarme. Sé para mí la Roca de seguridad, la fortaleza donde me salves. Porque Tú eres mi peña y mi baluarte, y por la gloria de tu nombre, cuidarás de mí y me conducirás. Tú me sacarás de la red que ocultamente me tendieron, porque eres mi protector. En tus manos encomiendo mi espíritu[5]. ¡Tú me redimirás, oh Yahvé, Dios fiel!

Petra


Sal. XXXIX, 2-4:

Esperé en Yahvé, con esperanza sin reserva, y Él se inclinó hacia mí y escuchó mi clamor. Me sacó de una fosa mortal, del fango cenagoso; asentó mis pies sobre Petra y dio firmeza a mis pasos. Puso en mi boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos verán esto, y temerán y esperarán en Yahvé.

Sal. XLI, 8-12:

Como, en el estruendo de tus cataratas, un abismo llama a otro abismo, así todas tus ráfagas y tus olas pasan sobre mí. De día gimo: “Mande Yahvé su gracia”, y de noche entono un cántico, la plegaria al Dios de mi vida. Digo a Dios: “Roca mía, ¿por qué me has olvidado, por qué he de andar afligido, bajo la opresión de mis enemigos?” Mis huesos se quebrantan cuando mis adversarios me hacen burla, diciendo uno y otro día: “¿Dónde está tu Dios?” ¿Por qué estás afligida, alma mía, y te conturbas dentro de mí?

Sal. LXX, 1-4:

En Ti, Yahvé, me refugio, no me vea nunca confundido. Líbrame por obra de tu justicia y sácame del peligro; inclina a mí tu oído y sálvame. Sé para mí la roca (Sur) que me acoja, el baluarte seguro en que me salves, porque mi Roca (Séla) y mi alcázar eres Tú. Líbrame, Dios mío, de las manos del inicuo, de las garras del impío y del opresor.

Sal. CXXXVI, 7-9:

Acuérdate, Yahvé, contra los hijos de Edom, del día de Jerusalén. Ellos decían: “¡Arrasad, arrasadla hasta los cimientos!”. Hija de Babilonia, la devastada: dichoso aquel que ha de pagarte el precio de lo que nos hiciste. ¡Bienaventurado el que tomará tus pequeñuelos y los estrellará contra Petra (ha-Séla)[6]!

Is. XXXIII, 15-16:

Aquel que anda en justicia y habla lo que es recto, que rechaza las ganancias adquiridas por extorsión, que sacude sus manos para no aceptar soborno, que tapa sus oídos para no oír proyectos sanguinarios, que cierra sus ojos para no ver el mal, este tendrá su morada en las alturas. Su refugio serán las rocas fortificadas; se le dará su pan y no le faltará su agua.






[1] Sería bueno dedicarle algunos posts a este interesantísimo tema de los nombres del Anticristo, los cuales probarían que se trata de una persona física y no sólo moral.

[2] Aplicar este pasaje a Nabucodonosor sería violentarlo a más no poder. Todo el contexto grita en contra de semejante interpretación.

[3] La pregunta obligada es ¿qué negocio tan importante tiene que hacer el Mesías en Bosra, antes de ir a destruir al Anticristo?

Aventuramos, por vía de hipótesis, la siguiente respuesta: sabido es que en el Apocalipsis existen dos grupos de signados que no han de recibir la marca de la Bestia, y son los marcados en el sexto Sello (los 144.000 judíos que forman la Mujer del cap. XII, como ya quedó dicho) y los 144.000 cristianos del cap. XIV.

Ahora bien, esta protección, significada por la signación, parecería estar llegando a su fin en los tiempos que estamos contemplando, y de aquí que el Anticristo busque destruir ambos grupos. Del segundo se dedica personalmente (y de ahí que Nuestro Señor diga que si los tiempos del reinado del Anticristo no fueran acortados, los elegidos, es decir los 144.000 signados del cap. XIV, serían muertos), pero para destruir al primer grupo manda un ejército. Nuestro Señor acude primero en defensa de la Mujer cuando ya los ejércitos enemigos están en Bosra, muy cerca de Petra, mientras que del Anticristo, el Falso Profeta y su ejército, se ocupa inmediatamente después.

Este castigo a Edom, anterior a cualquier otro, es el mismo del que nos hablan los Profetas en varias oportunidades; ver Is. XXXIV, 5-17; Jer. XLIX, 7-22; todo el cap. XXXV de Ez., el libro de Abdías, etc. etc.

[4] ¿Cómo no ver acá una tipología entre la protección de Dios a David ante la amenaza de Saúl y sus enemigos con lo que se narra en Apoc. XII?

[5] ¡Vemos aquí a Israel pronunciando las últimas palabras de Nuestro Señor en la Cruz!

[6] Y no simplemente contra “la peña” o “la roca”. Este Salmo, uno de los más bellos, es sin lugar a dudas aún futuro para nosotros.