II
"EN NOMBRE DE SU APARICION Y DE SU REINO"
II Tim. IV, 1
Lo que yo narro aquí lentamente, se precipitó en mi
espíritu con una violencia, una rapidez sorprendente. Aquellos que han conocido
horas de luz intensa, saben que bastan algunos instantes para el trabajo
divino. Un minuto, bajo el rayo
transformador, es más poderoso en resultados que años de estudio intelectual.
Entonces, numerosos textos de Escrituras se
presentaron en mi memoria en apoyo del primero:
“Después,
nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos
en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el
Señor”. (I Tes.
IV, 17).
Y el Evangelio de San Lucas, el de la misa de esa
misma mañana:
“¡Bienaventurados esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará
velando! En verdad, os lo digo, el se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se
pondrá a servirles. Y si llega a la segunda vela, o a la tercera, y así
los hallare, ¡felices de ellos!” (Lc. XII, 37-38).
¡No había
aplicado estas palabras, pensaba yo, más que al día de mi muerte! ¡Pero esto es
un error evidente, esto es falsear su verdadero sentido! Esta interpretación es
el fruto de un individualismo un poco culpable, ¡como si no hubiera nada
interesante fuera de nuestra "pequeña persona"! Sentía una impresión
de disgusto profundo por este egoísmo espiritual que lo desmenuza todo, lo
reduce todo, lo limita todo, lo refiere todo al odioso yo y deja a Dios en la
penumbra.
Entonces me
apareció con nuevos trazos luminosos la grandeza de la segunda venida de Jesús:
el único acontecimiento futuro que merece retener la plenitud de nuestra
atención.
Comprendí que si la expectación del Mesías había
dominado la existencia humana, desde el Edén hasta Belén, la esperanza de su vuelta domina al mundo cristiano desde la Ascensión
sobre el Monte de los Olivos, hasta su aparición gloriosa, que se hará "de
la misma manera" que su partida (Hech. I, 11).
¡Esperanza de su vuelta! ¡Expectación de su venida!
¡Pero eso es evidentemente lo que el apóstol Pablo tiene en vista cuando habla
de aguardar el cumplimiento de "la bienaventuranza!" (Tit. II, 13).
Por primera vez sentía que la "pequeña esperanza"
de Péguy, debía transformarse, llegar a ser una poderosa palanca que nos
levante "hasta lo que está detrás del velo; donde, como precursor, Jesús entró" (Hebr. VI, 19-20) y de
donde volverá a nosotros.
Nuestra, "viva esperanza" (I Ped. I, 3) son
estas palabras:
¡VOLVERÁ! ¡REINARÁ!