AL LECTOR
No abras este libro si no
estás resuelto
a proseguir su lectura con
orden y método,
con oración y humildad de
espíritu, con
atención hasta el fin.
INTRODUCCION
El mismo Dios
de la paz os santifique plenamente;
y vuestro
espíritu, vuestra alma y vuestro cuerpo
sean
conservados sin mancha para la Parusía
de nuestro
Señor Jesucristo. Fiel es El que os llama,
y Él también lo
hará. (I Tes. V,
23-24).
I
A TODOS LOS QUE HAYAN AMADO SU VENIDA
(II Tim. IV, 8).
La mañana de San Silvestre de 1932, último día del
año, leía atentamente la Epístola y el Evangelio que el Misal Romano nos
propone para esta fiesta. De repente, una viva luz iluminó aquellos textos. Mis
ojos se detuvieron sobre el fin de la epístola: "A todos los que hayan amado su venida", y no podían despegarse
de ahí: "A todos aquellos que hayan amado su venida". ¡Su venida! ...
¡Su venida!, repetía lentamente dentro de mí, mientras mi corazón latía y el
pensamiento del apóstol Pablo tomaba más y más precisión y fuerza dentro de mi
espíritu... "A todos aquellos que
hayan amado su venida".
¡Cómo, exclamaba yo, en el silencio de mi corazón,
"... esta corona de justicia" que yo deseo tan ardientemente cada vez
que leo la Epístola, será dada a
aquéllos que habrán amado la venida de Jesús![1]
Pero ¿amo yo la
venida de Cristo? No, ni siquiera pienso en ella. Vagamente creo que vendrá al
fin del mundo, pero no estaré ahí. Pienso a menudo en mi muerte, y este
pensamiento me causa gozo, pues espero de la misericordia divina la gloria del
cielo; pero yo no me intereso por la Vuelta maravillosa de Jesucristo, que
puede producirse mañana, en una hora: "Esperad de hora en hora su
Aparición", decía Clemente de Alejandría. ¡En cuanto a amarla!... Los
tiempos misteriosos de "el día del Señor" son, para mí, visiones
espantosas; estrellas que caen del cielo, sol que se vela, diversos cataclismos
al estruendo destructor de los jinetes del Apocalipsis y trompetas que resuenan.
La venida gloriosa de Cristo Jesús con sus santos, me parece no tener más que
un interés secundario; evidentemente no la "amo". Constato que el
apóstol Pablo refiere la suprema recompensa, es decir, "la corona de justicia" a la guarda
de la fe y al amor ardiente de la venida de Cristo, cuando venga a glorificar
su Iglesia y sus Santos.
No había jamás establecido este paralelo, tampoco
había notado la orden de San Pablo a Timoteo:
"Te conjuro delante de Dios y de Cristo Jesús, el
cual juzgará a vivos y a muertos, tanto en su APARICIÓN como en su REINO: predica
la Palabra…"
(II Tim. IV, 1-2a). Pablo refiere la
predicación apostólica a esta vuelta de Cristo. Aún más, ¡es a causa de ella
que se debe predicar!
Esto es, pues, un hecho capital, un suceso central, la
llave de bóveda de todo el edificio cristiano. Es preciso esperar la aparición
de Cristo y su Reino.
¡El volverá! ¡El reinará!
[1] "He peleado el buen combate, he terminado la
carrera, he guardado la fe. En adelante me está reservada la corona de la
justicia, que me dará el Señor, el Juez justo, en aquel día, y no sólo a mí sino
a todos los que hayan amado su venida" (II Tim. IV, 7-8).