lunes, 18 de enero de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Prólogo

PROLOGO

Cuando las calamidades provenientes de la naturaleza o de los hombres caían sobre los países, cuando crisis graves, económicas o políticas afligían a los pueblos, los cristianos de antaño pensaban a menudo que esas tribulaciones eran señales precursoras de la segunda Venida de Cristo.

Y nosotros, en una época de ciencia y racionalismo, ¿podemos asistir a las revoluciones que conmueven el mundo — sobre todo estos últimos veinte años — sin hacernos aún esta pregunta: “¿No serán éstas señales del fin de los tiempos?”?

No queremos demostrarnos "simples", creyendo en lo invisible y en el cumplimiento de profecías, o anti científicos, suponiendo que el "Fin del Mundo" puede estar cercano.
Debemos explicarnos. Si nuestro estudio bíblico se propone recordar a los cristianos la infalible y gran promesa de la Vuelta del Señor, si quiere mostrarles que esta Vuelta será la manifestación de la gloria de la Iglesia — Esposa de Cristo — y de todos los hijos de Dios, en ningún caso significa que la Parusía[1] sea sinónimo de "Fin del Mundo".

La idea de unir la Vuelta de Cristo a una conflagración cósmica, como si el primer acontecimiento debiera ser seguido inmediatamente por el otro, procede de una mala interpretación del texto original griego. Las palabras "sunteleia tou aiónos" (Mt. XIII, 39; XXIV, 3; XXVIII, 20) debieran ser traducidas por "El Fin" o "El Término" de la "Edad Presente", o aún por "Terminación" o "La Consumación del Siglo". Enseñan el fin de la edad presente, de la generación que "no pasará antes que todas estas cosas acontezcan" (Mt. XXIV, 34).

Cristo, en su Advenimiento, resucitará y transformará lo suyo; estaremos en condiciones muy distintas a las de nuestra vida presente. Pero no se ha dicho — fuera de algunos cataclismos y señales en el sol, la luna y las estrellas — que debamos esperar entonces la destrucción del mundo visible. Por el contrario, el Apóstol Juan, en el Apocalipsis describe "Los nuevos cielos y la nueva tierra" después del "siglo venidero", solamente en la aurora del reino final "en los siglos de los siglos"[2].

Si se objetara que decimos en el Credo: "Vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos", contestaríamos: ¿No decimos también: "Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato"?
Sin embargo, no deducimos de este acercamiento que Jesús nació y murió el mismo día. ¿No acaecerá lo mismo con su segunda venida y el juicio general?

Su aparición gloriosa será el primer hecho de un ciclo de acontecimientos detallados en el Apocalipsis (Cap. I y XIX-XXII), como su Nacimiento fué el primer hecho del ciclo de acontecimientos de su vida terrestre, detallados en los Evangelios.
Aceptamos el desarrollo histórico de todos los acontecimientos de la primera Venida de Cristo, en carne, pero generalmente reducimos al solo juicio general los de la Segunda Venida, en gloria.

¿Por qué?

Porque estos hechos futuros son aún profecías no realizadas en la historia; están "tras el velo" de lo invisible y del misterio.
Sin embargo, nuestro espíritu humano, si no está regenerado del pecado original, rechaza todo lo que no ve, no controla, no palpa. "Encubres estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las revelas a los pequeños" (Mt. XI, 25).



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Nuestro estudio quiere emplear otros medios que los de la discusión para alcanzar su objeto. Si a veces llegamos a plantear ciertas interrogaciones, especialmente en lo concerniente "al reino milenario" (Apéndice 2), deseamos ante todo, fundándonos en textos numerosos y muy precisos de las escrituras, despertar la atención de los Cristianos sobre un gran dogma que permanece generalmente en la penumbra: Jesucristo vendrá a resucitar a los suyos y reinar. "Tanto en su aparición como en su reino", decía el Apóstol Pablo a Timoteo (II Tim. IV, 1).

Nuestro fin es decirle a todos nuestros hermanos cristianos: "Sed vigilantes ¡esperad aquel día!". Realizad la palabra del Credo: "¡Exspecto!" "¡Espero!".
Nos cuidaremos de precisar las fechas o los hechos por venir.

No… Cristo Jesús nos advirtió muy claramente: "No os corresponde conocer tiempos y ocasiones que el Padre ha fijado con su propia autoridad" (Hech. I, 7).
Pero… "Velad, pues, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene" (Mt. XXIV, 42).

Quisiéramos ante todo hacer comprender que toda nuestra esperanza cristiana está íntimamente unida a la Vuelta de Cristo y a la Resurrección de los cuerpos: "Poned toda vuestra esperanza en la gracia que se os traerá cuando aparezca Jesucristo" (I Ped. I, 13).

Debemos dirigir nuestros deseos hacia ese día, que será el de nuestra gloria y de nuestro triunfo, porque será el día de la gloria y del triunfo de Cristo y de la Iglesia.
¡Fuera, pues, nuestras mezquinas miradas personales, nuestras pequeñeces, nuestro egoísmo, nuestro deseo insaciable de gozar y de poseer! Una sola esperanza nos guía, una sola cosa importa: ¡El volverá, El reinará!

Desgraciadamente nos hemos acostumbrado a transformar lo que debiera ser nuestra "Bienaventurada esperanza" (Tit. II, 13) en una visión terrorífica de "Dies Irae", que no conviene más que a los impíos. Vivimos condenados, y no como hijos de Dios, rescatados por la Sangre de Cristo.


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Un pensamiento más general nos ha inspirado también: el de ofrecer a nuestros lectores la ocasión de entrar en contacto directo con la Biblia por las numerosas citas, y por las referencias a las profecías del Primero y Segundo Advenimiento de Nuestro Señor Jesús (Apéndice 1) que les hemos dado.

Hemos tratado de llamar la atención sobre textos bíblicos poco comprendidos — salmos deprecatorios, profecías sangrientas y llenas de venganzas — mostrando que, si el reino de Cristo será un reino de paz, se fundará ante todo sobre la justicia. No podrá ser establecido sino por la destrucción de cuanto se le opone, "Porque es necesario que Él reine “hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies (I Cor. XV, 25).

Fundándonos en los Profetas, nos proponemos considerar como señales precisas de la vuelta próxima de Cristo, la apostasía de las masas y la reunión de los judíos en Palestina, hechos nuevos que jamás han tenido, en los siglos pasados, un principio de realización.


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Este trabajo ha sido escrito en la oración, pidiendo a Dios que bendiga su difusión, para que muchos, habiéndolo leído, se preparen, en la alegría y la esperanza, a la manifestación gloriosa de Nuestro Señor Jesús: "Prepárate para salir al encuentro de tu Dios" (Amós IV, 12).

El Cordero ha venido: "He aquí el Cordero de Dios" (Jn. I, 36). Ha venido una primera vez, humillado y sufrido, como servidor y víctima: "Fué llevado al matadero" (Is. LIII, 7).
Mas, volverá, en la gloria, como León de Judá: "He aquí el León de la tribu de Judá" (Apoc. V, 5). Volverá para resucitarnos, para reinar, para juzgar a los impíos.

¡Estad prontos, para la última vela!

Desde ahora, dejémonos penetrar por "La bondad de la palabra de Dios y las poderosas maravillas del siglo por venir" (Heb. VI, 5)[3].




[1] Parusía, palabra griega, que significa: Venida, Llegada. La Parusía de Cristo es su segunda venida o su segundo advenimiento.

[2] El Te Deum señala la existencia de estos dos tiempos: el siglo y los siglos de los siglos: "Et laudamus nomen tuum in saeculum et in saeculum saeculi”.

[3] Daremos en el curso de este trabajo, las referencias a los salmos según la numeración del hebreo, como en la Biblia Crampon y no según la Vulgata.

Nota del Blog: en general hemos transcripto la traducción de Straubinger.