A primera
vista parecería que ni el Apocalipsis ni el resto del Nuevo Testamento pueden
prestarnos más ayuda, así que todos nuestros ojos deberán voltear hacia el Antiguo
Testamento.
Descendamos
de lo general a lo particular.
Isaías es el
primero en decirnos que la Mujer estará escondida:
Is. XXVI, 20-21[1]:
Anda, pueblo mío, entra en tus
aposentos, cierra tus puertas tras de ti[2];
escóndete por un breve instante hasta
que pase la ira. Pues he aquí que Yahvé sale de su morada para castigar la
iniquidad de los habitantes de la tierra.
Más en
concreto, encontramos profecías que coinciden con el Apocalipsis al señalarnos el desierto:
El Sal. LIV, 7-8, citado más arriba, dice:
“Y
exclamo: ¡Oh si tuviera yo alas como
la paloma para volar en busca de reposo!” Me
iría bien lejos a morar en el desierto…”.
En el Sal. LXII (vv. 1-2.8-12)
encontramos a David, como tipo de la Mujer[3]:
Salmo de David. Mientras
vagaba por el desierto de Judá. Oh Dios,
Tú eres el Dios mío, a Ti te busco ansioso; mi alma tiene sed de Ti, y mi carne sin Ti languidece, como (esta) tierra árida y yerma, falta de
agua. (…) porque en verdad Tú te
hiciste mi amparo, y a la sombra de tus alas me siento feliz. Si mi alma se
adhiere a Ti, tu diestra me sustenta. Los
que quieren quitarme la vida caerán en lo profundo de la tierra. Serán
entregados al poder de la espada, y formarán la porción de los chacales, en
tanto que el rey se alegrará en Dios y se gloriará todo el que jura por Él; pues
será cerrada la boca a los que hablan iniquidad.
Por su parte en Jer. XXXI, 2 los comentarios sobran:
“Halló
gracia en el desierto el pueblo que se
libró de la espada, Israel llegó a su descanso…”.
Os. II, 14, en una cita ya devenida clásica, expresa muy poéticamente:
Por eso Yo la atraeré y la llevaré
al desierto y le hablaré al corazón…[4].
Acercándonos
un poco más a ese misterioso lugar, algunos de los profetas comienzan a
describirlo.
Sal. XXVI, 5:
Porque
en el día malo Él me esconderá en su tienda; me tendrá seguro en el secreto de
su tabernáculo, y me pondrá sobre una
alta roca (sur)[5].
Sal
LX, 3:
Desde
los confines de la tierra clamo a Ti, con el corazón desfallecido; Tú me alzarás hasta la roca, me darás el
reposo.
Is. II, 10:
Métete en la roca y escóndete en el polvo, ante el terror de Yahvé, y
ante la gloria de su majestad…
Ya casi
que comenzamos a palpar el desierto
de la Mujer, pero aún quedan más precisiones.
Sal. LIX, 11-14[6]:
¿Quién
me conducirá a la ciudad fortificada? ¿Quién me llevará hasta Edom?
¿No
serás Tú, oh Dios, que nos habías rechazado y que ya no salías con nuestros
ejércitos? Ven en nuestro auxilio contra el adversario, porque vano es el
auxilio de los hombres. Con Dios haremos proezas; Él hollará a nuestros enemigos.
Sal. CVII, 11:
¿Quién me conducirá a la ciudad
fortificada? ¿Quién me llevará hasta Edom?
Sal. XXX, 22:
Bendito
sea Yahvé, porque en ciudad
fortificada ha mostrado su admirable misericordia para conmigo.
[1] En todas las citas que damos será bueno leer al menos su contexto
inmediato. No podemos citar todo para no alargarnos desmesuradamente.
[2] ¿Cómo no recordar las palabras de Jesús dirigidas, no a la Sinagoga sino
a la Iglesia, en Mt. VI, 6?
“Cuando oréis, no seáis como los hipócritas,
que gustan orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para
ser vistos de los hombres; en verdad os digo, ya tienen su paga. Tú, al
contrario, cuando quieras orar entra en
tu aposento, corre el cerrojo de la puerta, y ora a tu Padre que está en lo
secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagara…”.
[3] Y más aún resplandece la tipología si, como
dice Straubinger, este Salmo está
relacionado con los sucesos narrados en I
Rey. XXII, 1-5 donde David
“Para proteger a sus viejos
padres de represalias, los traslada a Moab, país situado al oriente del Mar
Muerto. Rut, la bisabuela de David, era moabita, y no carece de fundamento la
hipótesis de que desde entonces continuaran las relaciones entre Moab y la
familia de David”.
[4] Y lo que sigue luego en el v. 15 nos lleva directamente al Éxodo
de Israel de Egipto:
Y ella cantará allí, como en los días de su juventud, como el día en que subió de Egipto.
[5] Esta podría ser la razón por la cual Dios es
llamado Roca, particularmente en los
Salmos. Ver Sal.
XVII, 3.32.47; XVIII, 15; XXVII, 1; XXX, 3; LXI, 3.7-8; LXX, 3; LXXII, 26;
LXXXVIII, 27; XCI, 16; XCIII, 22; XCIV, 1; CXLIII, 1; Is. XXVI,
4; XXX, 29; Hab. I, 12.