Pusillus
Grex
“Buscad
el reino de Dios y estas cosas se os darán por añadidura.
No temáis, pequeño rebaño, porque plugo
a vuestro Padre daros el reino” (Lc.
XII, 31-32).
Iglesia Stella Maris, Monte Carmelo |
III) Los Temerosos de Dios y
los Pequeños y Grandes en el Antiguo Testamento
La
situación se torna en extremo interesante cuando vemos este mismo grupo citado
en varias oportunidades en el Antiguo Testamento[1].
Empecemos
por uno de los más elocuentes:
1)
El Salmo
CXIII b dice (vv. 9-13)[2]:
"La casa de Israel confía en Yahvé;
Él es su auxilio y su escudo.
La casa de Aarón confía en Yahvé;
Él es su auxilio y su escudo.
Los temerosos de Yahvé confían en Yahvé.
Él es su auxilio y su escudo.
Yahvé se acuerda de nosotros y nos bendecirá;
bendecirá a la casa de Israel,
bendecirá a la casa de Aarón,
Bendecirá a los que temen a Yahvé,
tanto a pequeños como a grandes".
Sobre
este Salmo, además de los temerosos de
Yahvé divididos en pequeños y en grandes, notemos las siguientes
coincidencias con el Apocalipsis:
A) Se pide la gloria no para
los mortales sino para el Nombre de Dios (v.
1) = Ap. XI, 13 y XIV, 7.
B) La referencia a los ídolos de
plata y oro (v. 4-8) nos lleva a
los mismos tiempos, a los de la sexta Trompeta narrada en Apoc. IX, 20. Cfr. Sal.
CXXXIV, 15-17.
C) Se habla de Dios como creador
del cielo y la tierra (v. 15) = Apoc. X, 6 y XIV, 7.
Comentando
estos versículos, los exégetas concuerdan en ver en este grupo a los gentiles prosélitos.
Repasemos
algunos:
Calès[3]:
"Los grupos de Israel, sucesivamente enumerados,
son los laicos de origen israelita, los sacerdotes aarónicos y los prosélitos (que son llamados
"los temerosos de Dios" o "los que veneran a Dios")".
Zorell[4]:
"Los que temen al Señor, puesto que ya
todos los israelitas han sido conmemorados en el v. 9 s, parecería que son
los prosélitos, que adoraban al único vero Dios junto con los Judíos (cf. Hech. XVI, 14; XVIII, 7 al.; III Rey. VIII,
41 ss)".
Lo
mismo enseñan los Rabinos. Comentando
este Salmo, Aben-Ezra lo explica de
la misma manera y agrega: “De cualquier
nación que sean” (citado en la Biblia
de Pirot).
2) En el Salmo XXI, 24-26
leemos:
“Los que teméis
a Yahvé alabadle,
glorificadle, vosotros todos, linaje de Israel.
Pues no despreció ni desatendió
la miseria del miserable;
no escondió de él su rostro,
y cuando imploro su auxilio, le escuchó.
Para Tí será mi alabanza en la gran asamblea,
cumpliré mis votos
en presencia
de los que te temen”.
La Biblia
de Pirot comenta:
“(El Siervo de Yahvé)
convoca aquí no sólo al semen Iacob,
semen Israel, los hijos de los patriarcas, sino también a todos aquellos que no están unidos a ellos
más que por la fe y la obediencia al único Dios verdadero, qui timetis Dominum; lo dirá más
explícitamente en el v. 28”.
3) Salmo LXV, 16:
“Venid, escuchad todos
los que teméis a Dios;
os contaré cuán grandes
cosas
ha hecho por mí”.
En este Salmo Israel le habla a las Naciones como
se vé por los vv. 2.4 y 8.
La
Biblia de Pirot dice:
“La quinta estrofa (v. 16-20), repite la
bendición y el cántico de alabanza que acompañan el sacrificio de acción de
gracias; cf. (según el hebreo) Sal.
XXII, 23; XXXII, 8; XL, 10. Bendición y cántico, pronunciado en nombre de
todo Israel, deben ser seguidos incluso
por “todos los que temen a Dios”; es,
probablemente, un nuevo rastro de universalismo religioso”.
4) Sal. CX, 4-5:
“Yahvé es benigno y compasivo;
Él da
alimento a los que le temen.
Para siempre se acordará de su alianza”.
Aquí
vemos una relación directa entre el temor
de Yahvé y el alimento. De hecho Straubinger, a diferencia de otros
autores, no restringe este pasaje al maná del desierto y comenta:
“Sin duda dio también maná en el desierto, pero fue a
todos (Ex. XVI; Num. XI) y no sólo a
los que le temen (véase Mt. V, 45; Lc.
VI, 35). Se trata aquí de mayores
promesas y de una alianza ya
confirmada para siempre (vv. 2 y 9)”.
La
relación entre la falta de alimento y los últimos tiempos parece estar indicada
también en la cuarta petición del mismísimo Pater
Noster[5].
Citemos nada más lo que ya habíamos publicado sobre este tema AQUI:
“El P. Joüon examina aquí brevemente el discutido adjetivo griego ton
epiousion (nom. epioúsios) que San Lucas omite
y San Mateo aplica al Pan. La Vulgata lo traduce por supersubstancial
y el Padre Joüon (como ya la Didajé), por de nuestra subsistencia, en lo cual coincide aproximadamente
con la expresión usual: el pan nuestro de cada día. No se trata de
discutir aquí las diferentes opiniones, habiendo quienes piensan que debe sostenerse
la interpretación de San Jerónimo que dice supersubstancial,
refiriéndolo al mismo Jesús, que en su discurso eucarístico de Cafarnaúm
se definió como el Pan bajado del Cielo, aún antes de revelarnos que
quedaría su presencia real en el Pan de la Eucaristía. Este modo de pedir lo
espiritual antes que lo temporal, parecería coincidir con la enseñanza final
del Maestro en el Sermón de la Montaña (Mat. VI, 33), según la cual hemos de
buscar antes el Reino de Dios, puesto que tenemos la promesa de que todo
lo demás, es decir el pan de nuestra
subsistencia, nos será dado por añadidura”[6].
Lo
mismo podemos apreciar en otros dos Salmos
que relacionan el temor de Dios con
el alimento: el XXXII, 18-19 y XXXIII, 8-11.
5) Sal. CXLVI, 11:
“La complacencia de Yahvé
está en los que
le temen,
los que
confían en su bondad”.
Sobre
lo cual dejamos hablar, una vez más, a Straubinger:
“Los que le
temen... se fían en su bondad: Como en Sal.
CXXIX, 4 vemos aquí que, lejos del miedo que aparta del amor (I Juan IV, 18), se trata de esa admirativa
opinión sobre la bondad de Dios (Sal. CXLV,
6 ss. y nota), en lo cual consiste la sabiduría (Sab. I, 1 ss.). En este v.,
que tanto contrasta con lo precedente y que no nos muestra como ideal lo gigantesco,
según solemos creer, sino la infancia espiritual (cf. Sal. CXXX), se nos da una
doctrina hondísima y no una vaguedad sentimental (cf. Mat. XVIII, 3 s.). En
toda la divina Escritura, junto con el concepto de que Dios es Padre (Sal. CII,
13 s.), el mismo Dios nos revela constantemente la básica importancia que para
Él tiene la confianza que ponemos en Él. Sin este conocimiento espiritual
de Dios en vano buscaríamos alimentar nuestra fe con especulaciones acerca de
una realidad que es eminentemente sobrenatural y está por encima de toda ciencia.
Cf. Is. LV, 8 ss.; Sal. XXXII, 22 y
nota; Marc. IX, 22; Gal. I, 1 ss.,
etc.”.
IV.- Atando
Cabos.
Todos
estos pasajes parecen llevarnos al ya citado Capítulo XI del Apocalipsis.
Será
preciso, pues, analizar con algo más de detenimiento los versículos relacionados
con este tema:
11. Y después de los tres días y medio, un espíritu de vida
de parte de Dios entró en ellos y se pusieron sobre sus pies y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban.
12. Y oyeron una gran voz del cielo diciéndoles: “Subid
acá”. Y subieron al cielo en la nube y los contemplaron sus enemigos.
13. Y en aquella hora se produjo un gran terremoto y la
décima parte de la ciudad cayó y murieron en el terremoto siete mil nombres de
hombres y los restantes quedaron
despavoridos y dieron gloria al Dios del cielo.
Y
lo mismo en su lugar paralelo en el cap.
XIV:
6. Y vi otro ángel
volando por medio del cielo, que tenía un Evangelio eterno para evangelizar a
los que tienen asiento en la tierra y a toda nación y tribu y lengua y pueblo.
7. Y decía con gran voz:
“Temed a Dios y dadle gloria a Él, porque ha llegado la hora de su
juicio; postraos ante aquel que hizo el cielo y la tierra, mar y fuentes de
aguas”.
Como
bien dice el texto, todo esto tiene lugar tres días y medio después que el Anticristo ha tomado Jerusalén y dado
muerte a los dos Testigos.
Sin
embargo, cabe recordar la orden[7] de
Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco para aquellos habitantes de la Judea que
vean al Anticristo profanando el
Templo en Mt. XXIV:
15. Cuando veáis, pues, la abominación de la desolación, de la que habló el profeta Daniel,
estando (de pie) en el Lugar Santo -el que lee,
entiéndalo-,
16. entonces, los que estén en la Judea, huyan a las montañas;
17. quien se encuentre en la terraza, no baje a recoger
las cosas de la casa;
18. quien se encuentre en el campo, no vuelva atrás para
tomar su manto.
Como
se ve, algunos alcanzarán a huir.
Luego,
Nuestro Señor se compadece de un grupo
de personas, seguramente porque no va a
poder huir:
19 ¡Ay de las que estén encintas y de las que críen en
aquellos días!
Y
por último, parece hablar también de un grupo que va a huir tarde.
20 Rogad, pues, para que vuestra huida no acontezca en invierno ni en día de sábado.
Y luego da la razón de todo al explicar:
21 Porque habrá entonces, grande tribulación, cual no la hubo desde el principio del mundo
hasta ahora ni la habrá más.
Así,
pues, tenemos tres grupos acá: por un lado los que huyen a tiempo, por otro los que huyen tarde y por último los que, queriendo, no van a poder huir. Sin embargo el Apocalipsis
parece hablar de otro grupo diverso, a saber, de aquel que, pudiendo, no va a querer
huir pero que se convertirá al ver la resurrección y asunción de los dos
Testigos y escuchar las palabras del ángel.
Este cuarto grupo parece ser el Pusillus Grex[8].
Las
palabras del ángel al Pusillus Grex “temed a Dios y dadle
gloria a Él”, son como un eco de las de Nuestro Señor cuando dice:
“No temáis,
pequeño rebaño, porque plugo a vuestro Padre daros el reino” (Lc. XII, 32).
Y luego:
“Y no temáis a
los que matan el cuerpo y que no pueden matar el alma; mas temed a Aquel que
puede perder alma y cuerpo en la gehenna” (Mt. X, 28).
Que es como si le dijera: no temáis a Satanás ni a su secuaz el Anticristo, sino sólamente a Dios.
La conversión
del Pusillus Grex coincidiría también
con lo que Nuestro Señor dice déllos en Mt.
V, 19, a saber:
“Quien violare uno de estos mandamientos, (aún) los mínimos,
y enseñare así a los hombres… etc”.
Y
luego repite más adelante en XVIII,
12-14:
“¿Qué os
parece? Si un hombre tiene cien ovejas y
una de ellas se llega a descarriar, ¿no dejará sobre las montañas las
noventa y nueve[9], para ir
en busca de la que se descarrió? Y si llega a encontrarla, en verdad, os digo,
tiene más gozo por ella que por las otras noventa y nueve, que no se
descarriaron. De la misma manera, no es
voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños”.
Cfr. Lc. XV, 1 ss.
Y
también explicaría esa misteriosa palabra de Nuestro Señor cuando dice que el más pequeño en el Reino de los Cielos
es mayor que San Juan Bautista, ya que estos “pequeños”,
es decir, la “pequeña grey” han de ser muertos por el Anticristo.
[1] Creemos que
un estudio más detallado de los textos del AT nos llevaría a conclusiones más
que interesantes.
El término “no los temáis” aparece en pasajes tales
como Is. XLIV, 8; LI, 12; Jer.
X, 1.5.7; Bar. VI, 22.28.64.68. Un rápido repaso por el contexto de
esos capítulos nos muestra que siempre se habla de los mismos temas (ídolos,
Anticristo, adoración al verdadero Dios, castigo a los gentiles, etc.) y de los
mismos últimos tiempos.
a) Is. XLIV,
6-20: vanidad de los ídolos y confusión de los que los adoran. Pasaje muy
descriptivo que termina con esta misteriosa frase que parece llevarnos
directamente al cap. XIII del
Apocalipsis: “¿No es una mentira lo que tengo en la mano derecha?”.
b) Is. LI,
12-15: este “hombre mortal”, “que no es más que heno”, “opresor” ante el
cual no hay que temer, parecería ser el Anticristo.
A su vez, en el
v. 14 se vuelve a hablar del alimento.
c) Jer. X, 1-25:
Vanidad de la idolatría (vv. 1-5);
exhortación a no temerlos, sino a Dios, diciendo: “¿Quién no te temerá a Ti, oh
Rey de las naciones?” (pasaje citado
en Apoc. XV, 3-4); alusión a los
vestidos de jacinto y púrpura (cfr. Apoc.
XVII, 4 y XVIII, 16), terminando
con el castigo escatológico a los gentiles (vv. 10.25).
d) Baruc VI:
Vanidad de los ídolos (vv. 1-72);
reconocimiento del verdadero Dios por parte de todas las naciones (v. 50) y, una vez más, la “púrpura y
escarlata” (v. 69).
[2] Citamos
siempre según la numeración de la Vulgata.
Los Salmos
CXVII, 2-4 y CXXXIV, 20 utilizan
los mismos términos: casa de Israel, casa de Jacob y temerosos de Yahvé.
[3] Les libre des Psaumes, (1936), vol. II,
pag. 380 s.
[4] Psalterium ex Hebraeo Latinum, (1939), pag.
291.
[5] Tal vez un
análisis más profundo del texto nos muestre algunos resultados interesantes. Retengamos
un par de pensamientos sueltos:
1) Las tres primeras peticiones sobre la
Venida del Reino (de facto) de Dios
se entienden más que nunca si se las sitúa en los tiempos del fin y en boca de
la pequeña Iglesia perseguida, y sabiendo que ya ha comenzado la Septuagésima Semana y que “el tiempo está cerca”.
2) La sexta petición “No nos dejes entrar en
tentación (πειρασμόν)” parece un eco
de la promesa a la Iglesia de Filadelfia
(Apoc. III, 10):
“Porque
has guardado la palabra de la perseverancia mía, Yo también te guardaré de la hora de la prueba (πειρασμοῦ), la que ha de venir sobre todo el mundo habitado, para probar (πειράσαι) a los que habitan sobre la tierra”.
Cfr. Jn. XVII, 15.
[6] Y es por eso
que en las tres primeras peticiones se pide
antes el Reino de Dios.
[7] Y puesto que
todo el discurso Parusíaco que traen Mt.
y Mc. fue dirigido a la Iglesia,
tenemos aquí otra confirmación de que el Pusillus
ha de estar formado por miembros de la Iglesia y por lo tanto por gentiles.
Lo mismo dígase de los otros grupos de los que
hablamos en esta sección.
[8] Pequeña nota
al pie: ¿Quiénes son los que alcanzan a huir, o sea el primero de los grupos mencionados? Si nuestra hipótesis sobre los
demás grupos es verdadera entonces nos parece que estas personas son (o por lo menos “forman parte de”) los 144.000 signados del capítulo XIV del
Apocalipsis, vale decir, los que no van a aceptar ni la marca de la Bestia
ni van a ser muertos por ella, es decir, los “escogidos” sobre los que seguirá
luego hablando Nuestro Señor en el Discurso Parusíaco y por amor a los cuales
se acortará el reinado de la Bestia.
Nuestra suposición se basa en que a estas personas le
caben tres suertes diferentes: o son muertos por el Anticristo más tarde,
o terminan aceptando la marca de la Bestia o ninguna de las dos opciones
anteriores. Si es lo primero, entonces ¿para qué la huída?, si es lo segundo,
se pregunta lo mismo, y con mayor razón aún: ¿para qué les exige la huída? Las palabras de Nuestro Señor parecerían casi una
broma de mal gusto. Por lo tanto, no nos quedaría más que una opción y es la
tercera, la cual parece coincidir con los signados del cap. XIV.
Como ya lo dijimos AQUI,
este grupo sería uno de los tres que ve San
Juan en el capítulo XX.
Por su parte, el segundo
grupo, es decir, el que queriendo huir no va a poder hacerlo, parecería
coincidir con “los grandes” sobre los que hablaremos, contrario sensu, a continuación.
Del tercer
grupo ¿será que algunos de ellos aceptarán al Anticristo?
[9] Ver la nota
anterior.
¿Cómo no ver en estas noventa y nueve ovejas que el
Pastor deja (a salvo) “en las montañas” a los que huyeron “a las montañas” tras
ver la Abominación de la Desolación en el
Lugar Santo (Mt. XXIV, 16; Mc. XIII,
14)?
Cada día estamos más convencidos que muchos pasajes
del Nuevo Testamento tienen un sentido literal crudo aplicable a los últimos tiempos. El ejemplo que acabamos de
dar no es ni el único ni el más elocuente.