Ahora bien, para
una apropiada comprensión de esta doctrina, especialmente teniendo en cuenta la
enseñanza sobre este tema contenido en algunos recientes libros y artículos, es
necesario entender la condición religiosa de las personas a las cuales dirigió
San Pedro su sermón en el primer Pentecostés Cristiano. De nuevo, los Hechos de
los Apóstoles contienen información esencialmente importante.
Este libro los
describe en general con la afirmación de que "Habitaban en Jerusalén
judíos, hombres piadosos de todas las naciones que hay bajo el cielo". El
país natal de estos hombres se enumera en la afirmación atribuida a la misma
multitud.
"Se
pasmaban, pues, todos, y se asombraban diciéndose: “Mirad, ¿no son galileos
todos estos que hablan? ¿Cómo es, pues, que los oímos cada uno en nuestra
propia lengua en que hemos nacido? Partos, medos, elamitas y los que habitan la
Mesopotamia, Judea y Capadocia, el Ponto y el Asia, Frigia y Panfilia, Egipto y
las partes de la Libia por la región de Cirene, y los romanos que viven aquí,
así judíos como prosélitos, cretenses y árabes, los oímos hablar en nuestras
lenguas las maravillas de Dios.[1]”
Según el texto de
los Hechos, la mayoría de estas personas eran peregrinos, hombres y mujeres que
habían ido a Jerusalén a celebrar la gran fiesta judía de Pentecostés. Nuestro
Señor había muerto en la Cruz hacía apenas un poco más de siete semanas antes
que San Pedro diera ese sermón, y muchas de estas personas que lo escucharon
debieron haber estado en marcha hacia Jerusalén al momento de la muerte de
Nuestro Señor. Habían comenzado su peregrinaje como un acto de culto en la
religión judía al momento en que ésta era la aprobada especialmente por Dios y
cuando la sociedad político-religiosa judía era el reino sobrenatural de Dios
sobre la tierra, la ecclesia del Antiguo Testamento.
Estas personas, en
cuanto individuos, probablemente no tuvieron absolutamente nada que ver con la
persecución y muerte del Verbo de Dios Encarnado. Comenzaron su viaje como
miembros del pueblo elegido de Dios, el pueblo de su alianza. Su viaje a
Jerusalén fue hecho precisamente a fin de adorar y honorar a Dios. Verdaderamente
eran personas devotas.
Sin embargo, el
cuerpo religioso al que pertenecían había cesado de ser la ecclesia de
Dios. La unidad social judía político-religiosa había rechazado definitivamente
a Nuestro Señor, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Esta comunidad
había gozado hasta entonces su posición como ecclesia de Dios o Su congregatio
fidelium en virtud del hecho de que había aceptado y profesado su
aceptación del mensaje divino sobre el divino Redentor. Al rechazar al mismo
Redentor, esta unidad social había rechazado automáticamente la enseñanza que
Dios les había dado sobre Él. El rechazo de este mensaje constituía un abandono
de la misma fe divina. Al manifestar este rechazo de la fe, la unidad religiosa
judía cayó de su posición como la congregación del pueblo elegido. Dejó de ser
la ecclesia de Dios, su reino sobrenatural sobre la tierra. Pasó a
formar parte del reino de Satán.
Mientras la gran
unidad social judía rechazaba a Nuestro Señor repudiando así su aceptación del
mensaje divinamente revelado sobre Él, la pequeña compañía de los discípulos,
organizada por Nuestro Señor alrededor de Sí mismo, retuvo esta fe. Continuó a
aceptar y obedecer a Nuestro Señor y a creer el mensaje divinamente revelado
centrado sobre Él. Así, al momento de la muerte de Nuestro Señor sobre el
Calvario, el momento en que terminó la antigua dispensación y la asociación
religiosa judía cesó de ser el reino sobrenatural de Dios sobre la tierra, esta
sociedad recientemente organizada de los discípulos de Nuestro Señor comenzó a
existir como la ecclesia o reino.
Esta sociedad era la
verdadera continuación de Israel. Quienes estaban dentro de ella eran los
verdaderos hijos de Abraham, en el sentido de que tenían la genuina fe de
Abraham. Esta sociedad era la nueva asociación del pueblo elegido. Sus miembros
eran, como los llamaba San Pablo, los elegidos o escogidos de Dios.
Debemos entender,
dicho sea de paso, que esta sociedad era en realidad el reino sobrenatural
de Dios sobre la tierra en un sentido mucho más completo y perfecto que lo que
nunca fue el antiguo pueblo judío. El antiguo Israel había constituido el
pueblo de la alianza. Según las constantes promesas de Dios, el Redentor iba a
nacer dentro de esa compañía, pero las condiciones eran tales que nunca fue
necesario que el hombre perteneciera a esta sociedad para obtener la salvación
eterna.
Por el contrario, el
nuevo y fiel Israel era completamente idéntico con el reino sobrenatural de
Dios sobre la tierra. Era la verdadera ecclesia o compañía de los fieles
en el sentido de que nadie puede obtener la salvación eterna a menos que salga
de esta vida "dentro" de ella. Esta sociedad organizada, dentro de la
cual estarán entremezclados los miembros indignos y los buenos hasta el fin de
los tiempos, era en realidad el propio Cuerpo Místico de Cristo.
Así, cuando San
Pedro le habló a la multitud en el primer Pentecostés cristiano, la sociedad
sobre la cual había sido constituido cabeza visible, era en realidad la ecclesia
Dei, el término necesario del proceso de salvación. Sus oyentes, que un par
de semanas atrás, habían pertenecido al reino sobrenatural de Dios sobre la
tierra en razón de su pertenencia en la antigua nación israelítica, se
encontraron ahora en la "generación perversa" precisamente en razón de
la misma pertenencia. Cuando San Pedro les habló por primera vez, estaban en
una situación en la cual necesitaban ser salvados. Ya no eran miembros del
pueblo elegido.
Al prestar atención
y obedecer las palabras de San Pedro volvieron a obtener la posición que
antes habían tenido, y su nueva posesión de la dignidad de pertenencia en la ecclesia
fue mucho más perfecta y completa
que la que previamente habían gozado. Antes habían estado dentro de una
sociedad que había sido la congregatio fidelium de Dios en razón de la
profesión del mensaje divino centrado sobre la promesa de un Redentor. Cuando
aceptaron la enseñanza de San Pedro, cumplieron su deber de penitencia y
al recibir el sacramento del bautismo fueron "agregados" a la
sociedad de los discípulos de Nuestro Señor, entraron en el reino sobrenatural
de Dios que gozaba de su status en razón de la aceptación del mensaje
divinamente revelado sobre el Redentor que se había encarnado y había muerto
para reconciliarlos con Dios.
Es de suma
importancia que recordemos que las personas a las cuales San Pedro urgió que se
salvaran de esta generación perversa en la cual estaban viviendo en aquel
tiempo, no eran personas sin religión. Eran miembros devotos de la institución
que había sido, menos de ocho semanas atrás, el reino sobrenatural de Dios
sobre la tierra. En ella habían aprendido a amar a Dios y a ser celosos en su
servicio. Muchos de ellos estaban tan movidos por el celo del servicio de Dios
que estaban dispuestos a recorrer distancias muy considerables y sufrir serias
privaciones a fin de poder asistir a los sacrificios en el Templo en Jerusalén
durante los días de la gran festividad de Pentecostés.
San Pedro no
recomendó a esta gente la Iglesia como algo meramente mucho más perfecto que la
afiliación religiosa que ya tenían. De ninguna manera afirmó implícitamente
que, al entrar a la ecclesia, simplemente pasarían a una mejor comunidad
religiosa. Muy por el contrario, dejó bien en claro que era necesario que
pasaran de la "generación perversa" en la cual estaban entonces a una
condición de salvación. La aceptación de su enseñanza fue de hecho una entrada
a la Iglesia. Es en línea con esta enseñanza que San Pablo, en sus
epístolas, se refiere a los que están dentro de la Iglesia como
"salvados". La epístola a los Efesios nos dice que Dios, "cuando
estábamos aún muertos en los pecados, nos vivificó juntamente con Cristo (de
gracia habéis sido salvados)[2]". Y explica que "habéis sido salvados por la gracia por medio
de la fe; y esto no viene de vosotros: es el don de Dios"[3]. Todo el contexto del Nuevo Testamento muestra el hecho de que al
entrar en la Iglesia Católica, los hombres son en realidad salvados del dominio
de Satán, el príncipe de este mundo.
Este es el aspecto
social fundamental del proceso de salvación. En ese proceso siempre hay
implícito un pasaje o transitus desde el enemigo espiritual del reino de
Dios al actual reino de Dios, Su ecclesia. San Pedro dejó en claro que, al entrar a la Iglesia, las personas a
las cuales les estaba hablando en el primer Pentecostés cristiano, estaban
siendo realmente salvadas.
No debemos perder de
vista que en nuestros propios días existe la tendencia a imaginar que las
personas que están en una posición comparable con la de aquellos a los cuales
se dirigió el sermón de San Pedro están realmente en una situación
aceptable. Las personas que favorecen esta tendencia tienen cuidado en afirmar
que la Iglesia Católica está en una posición más ventajosa que las otras
religiones. Afirman que la Iglesia tiene la plenitud del mensaje revelado de
Dios; pero al mismo tiempo, insisten igualmente que las otras religiones son
realmente de Dios, y que constituyen la plenitud del mensaje de Dios para
aquellos a los que no llama a una posición más alta del Catolicismo. El
modernista Von Hügel enseñó esto en un libro recientemente republicado
en Estado Unidos. Según Von Hügel:
"La religión
judía no fue falsa durante los trece siglos de las operaciones pre cristianas;
era, para aquellos tiempos, la más completa auto-revelación de Dios, y las más
profunda aprehensión de Dios por el hombre; y esta misma religión judía puede
ser, es, la verdad religiosa más completa para numerosos individuos a
quienes Dios deja en su buena fe; el no exigirles directamente una más completa
o la más completa luz y ayuda a la cristiandad. Lo que es especialmente verdadero
para la religión judía es en un grado menor pero aun así muy real, verdadero de
los musulmanes e incluso del hinduismo, etc."
Von Hügel, al igual que otros como él, tuvo cuidado en insistir en que "no
es cierto que todas las religiones sean igualmente verdaderas, puras,
fructuosas". Pero, de hecho, nadie excepto el más militante e ignorante
ateo afirmó jamás tal cosa. Su posición es completamente incompatible con la
enseñanza de San Pedro en su sermón del primer Pentecostés. Von Hügel
describió a las religiones no cristianas como aceptables, aunque menos
perfectas que el catolicismo. Si su afirmación hubiera sido cierta en algún
sentido, entonces San Pedro hubiera sido culpable de haber engañado seriamente
a aquellos a los cuales habló esa mañana de Pentecostés. Definitivamente no es
cierto decir que una persona es salvada cuando es llevada de una situación
menos perfecta a una más perfecta. Solamente es salvada al ser transferida de
una posición dañina a un status en el cual puede vivir como debe.
Von Hügel describió la condición religiosa de las personas a las que se dirigió San
Pedro como "la verdad religiosa más completa para numerosos individuos
a quienes Dios deja en su buena fe; el no exigirles directamente una más
completa o la más completa luz y ayuda a la cristiandad". San Pedro
afirmó que estos individuos estaban en una generación perversa y les dijo que
se libraran de ella. No hay posibilidad de acuerdo alguno entre estas dos
posiciones.
En toda época
de la Iglesia ha habido una porción de la doctrina cristiana que los hombres
han estado especialmente tentados en malinterpretar o negar. En nuestros
tiempos es la parte de la doctrina Católica que fue enseñada con especial
fuerza y claridad por San Pedro en su primer sermón misionero en Jerusalén. En
cierto sentido está fuera de moda hoy en día insistir, como lo hizo San Pedro,
que aquellos que están fuera de la Iglesia de Jesucristo necesitan ser salvados
dejando sus propias posiciones y entrando en la ecclesia. Sin embargo,
ésta permanece siendo parte del mensaje revelado de Dios.
Es parte de la
doctrina Católica que la entrada en la Iglesia Católica (de hecho pasando a ser
miembro de la Iglesia; y cuando esto es imposible, por un deseo o intención
implícito aunque sincero) es parte del proceso de salvación. Sin embargo, es también
parte de la enseñanza Católica que esto no es, en modo alguno, la única parte. El
hombre se salva del mal de pertenecer al reino de Satanás entrando en la
Iglesia, pero esta entrada no garantiza de ninguna manera que el hombre gozará
de la Visión Beatífica por toda la eternidad. El proceso de salvación no está
completamente terminado, no puede decirse que el hombre está
"salvado" en todo el sentido del término, hasta que alcance la Visión
Beatífica.
Santiago, escribiendo a hombres que ya eran cristianos, miembros de la vera Iglesia,
les amonesta a "recibir en suavidad la palabra (ingerida) en
vosotros que tiene el poder de salvar vuestras almas"[4].
Estaba exponiendo la enseñanza de Dios cuando les recordaba a los que estaban
dentro de la Iglesia que todavía estaban obligados a trabajar, bajo la
dirección de la doctrina divina, por la salvación de sus propias almas. Sigue
siendo posible que un hombre esté dentro de la Iglesia y sea desleal para con
Dios. Este hombre se hace un indigno miembro de la Iglesia y, a menos que se
arrepienta de sus pecados, va a ser separado del reino de Dios por toda la
eternidad cuando muera. Y si el pecador que está dentro de la Iglesia retorna a
Dios, es salvado por el poder de Jesucristo, que obra a través del
sacramento de la penitencia. Obviamente que no puede ser salvado si no es en y
por medio de la Iglesia Católica.
Así, a pesar del
hecho de que es posible que el hombre esté dentro de la Iglesia y pierda su
alma, la salvación en sí misma implica un aspecto social. Todo aquel que ha
nacido desde el pecado de Adán, con la excepción de Nuestro Señor y su
Santísima Madre, ha venido al mundo o comenzado su existencia como miembro de
la familia caída de Adán, y por lo tanto perteneciendo a lo que San Pedro
designó como "generación perversa" y León XIII como "reino de
Satán".
De la misma manera
ha comenzado su existencia como ser humano en estado de pecado mortal y muy
frecuentemente ha aumentado su separación de Dios por medio de sus pecados
mortales. El proceso de salvación es aquel por el cual tales hombres han sido
llevados desde una condición de separación de Dios a la posesión final e
inamisible de Su amistad y el goce de la Visión Beatífica. Dentro de ese
proceso, por institución divina, está el traspaso del reino de Satán al reino
sobrenatural de Dios sobre la tierra. Desde el momento de la muerte de Nuestro
Señor sobre la Cruz, ese reino ha sido, de nuevo, por divina institución, la
Iglesia Católica, el Cuerpo Místico de Jesucristo en la tierra.
Así, si examinamos
el significado actual de salvación, encontramos que la Iglesia, como reino de
Dios sobre la tierra, está realmente incluída en ella. Por lo tanto, en este
proceso, la Iglesia no es meramente un actor extraño que ha sido introducido de
alguna manera en la doctrina cristiana sobre la salvación eterna. Es, en el
aspecto social de la salvación, el terminus ad quem necesario del
traspaso por el cual los hombres son llevados del pecado a la gracia, al ser
cambiados de una posición en la cual pertenecían al reino de Satán, el reino de
"el príncipe de este mundo", al único reino sobrenatural de Dios
sobre la tierra.
[1] Hech. II,
7-11.
[2] Ef. II, 5.
[3] Ef. II, 8.
[4] I, 21.