sábado, 31 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (IV de V)

  Aquí llegamos a un punto crucial en el ministerio terrestre de Jesucristo. Esta generación perversa rechaza la palabra del reino (Mt. XIII, 19); rechaza «al Rey» que vino a ella.

Entonces Jesús lanzó las primeras maldiciones contra los pueblos de Galilea que habían presenciado tantos milagros, pero no habían creído (Mt. XI, 20-24). Cita el ejemplo de los paganos, los ninivitas, que creyeron las palabras del Profeta Jonás: 

«Los ninivitas se levantarán, en el día del juicio, con esta raza y la condenarán, porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; ahora bien, hay aquí más que Jonás» (Mt. XII, 41). 

La llamada al arrepentimiento aparece aquí por última vez; no volverá a aparecer en el Evangelio de Mateo, pero la volvemos a encontrar al comienzo de los Hechos de los Apóstoles (II, 38; y más tarde en III, 19; XXVI, 20). Este recordatorio es muy significativo. El propio Talmud proclama la necesidad del arrepentimiento para que venga el Mesías: 

«Si Israel se arrepintiera un solo día, el hijo de David llegaría inmediatamente». 

A partir de entonces, Jesús dejó de actuar y de hablar abiertamente. Alabó a su Padre por haber ocultado las cosas del Reino «a los sabios y prudentes» para revelárselas «a los pequeños» (Lc. X, 21-22). A menudo prohibió que se dieran a conocer sus milagros (Mt. XII, 16). Tanto sus discursos como sus milagros habían marcado su carácter mesiánico y divino, pero a partir de ahora hablaría en «parábolas».

El Sermón de la Montaña –con vistas al reino venidero– no estaba oculto ni velado; era una llamada a la santidad, en lenguaje claro, para todos los que quisieran oírlo (Mt. VII, 28-29).

Pero ahora, cuando Jesús vio que la multitud se le acercaba a orillas del lago Tiberíades, subió a una barca, se alejó un poco de la orilla y «les habló en parábolas». Dejó de anunciar la llegada inminente del Reino, sino que habló de «los misterios del reino de los cielos» (Mt. XIII).

A los discípulos que se le acercaron y le preguntaron: 

martes, 27 de agosto de 2024

P. Federico Guillermo Faber, Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa (Reseña)

 P. Federico Guillermo Faber,

Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa

(Reseña)

CJ Traducciones, 2024, pp. 71

 


En tiempos de tanta confusión, siempre es bueno volver a los grandes autores en busca de luz.

El mismo León Bloy tenía al P. Faber como el mejor autor ascético del siglo XIX, y es cierto que sus libros, la mayoría de los cuales fueron traducidos al español, son una fuente inagotable para el alma sedienta de las verdades divinas y de la vida espiritual.

Se trata de dos sermones pronunciados por el P. Faber a sus feligreses.

Devoción a la Iglesia fue predicado en Pentecostés del año 1862 y publicado a instancias de voces amigas, como lo indica en su dedicatoria.

Con ocasión del pecado contra el Espíritu Santo, “pecado que no tiene perdón ni en este siglo ni el otro”, el P. Faber desarrolla sus pensamientos en torno al amor y devoción que debemos tener a la Iglesia para evitar caer en ese pecado.

Páginas de indudable inspiración, como nos tiene acostumbrados, nos dirán: 

“Pero podemos olvidar, y a veces lo hacemos, que no sólo no es suficiente amar a la Iglesia, sino que no es posible amarla correctamente a menos que también la temamos y reverenciemos.

Nuestro olvido de esto surge de no haber establecido con suficiente profundidad en nuestras mentes la convicción del carácter divino de la Iglesia. La Iglesia, si se nos permite hablar así, se ve a sí misma en su propia luz, porque hace más de lo que necesita hacer, más de lo que le corresponde. Es exuberante porque es divina. Crea civilizaciones. Fomenta las ciencias. Casi diríamos que crea las artes. Por lo tanto, la gente llega a pedirle lo que sólo ha sido un desbordamiento de sus dones, pero que no pertenece estrictamente a su misión.

Esto puede confundir incluso a las mentes católicas, desconcertarlas y distraerlas de la verdadera cuestión. La cantidad misma de grandeza humana que hay alrededor de la Iglesia nos hace olvidar ocasionalmente que no es una institución humana.

De ahí viene ese tipo incorrecto de crítica que olvida o ignora el carácter divino de la Iglesia.

De ahí viene el hecho de establecer nuestras propias mentes y nuestras propias opiniones como criterios de verdad, como estándares para la conducta de la Iglesia.

De ahí viene sentarse en juicio sobre el gobierno y la política de los Papas. De ahí viene esa preocupación no filial e insegura de separar en todos los asuntos de la Iglesia y el Papado lo que nosotros consideramos divino de lo que nosotros afirmamos como humano.

De ahí viene la inquietud irrespetuosa por distinguir entre lo que debemos conceder a la Iglesia y lo que no necesitamos concederle.

De ahí viene la ansiedad irritable por ver que lo sobrenatural esté bien subordinado a lo natural, como si realmente creyéramos que debemos esforzarnos al máximo ahora para evitar que un mundo demasiado crédulo caiga víctima de un excesivo clericalismo y ultramontanismo. Los hombres saben muy bien que estos no son nuestros peligros reales. Los presentan deshonestamente, como un pretexto, y para encubrir su propia deslealtad real.

sábado, 24 de agosto de 2024

León Bloy, en las Tinieblas (Reseña)

 León Bloy, en las Tinieblas (Reseña)

CJ Traducciones, 2024, p. 113


 

En esta ocasión presentamos una nueva traducción completa (mejorada en algunos aspectos, con respecto a la ya existente) de este libro póstumo de León Bloy.

El hermoso prólogo es obra del profesor Daniel Teobaldi.

Decíamos en su momento: 

En las Tinieblas forma parte del selecto grupo de libros póstumos publicados por su maravillosa esposa Jeanne Molbech; se trata, tal vez, de uno de los libros menos conocidos del autor, pero no por ello menos importantes, entre otras razones porque tenemos al escritor, no sólo en toda su madurez sino también en su senectud, cuando ya las luchas de esta vida habían pasado y donde todo hombre puede repetir como Bloy en la primera de sus Méditations d´un SolitaireJe suis seul”. 

Meditaciones de un solitario, será, Deo volente, la próxima traducción de León Bloy, a la que seguirá Juana de Arco y Alemania.

Por ahora el libro puede conseguirse en Amazon AQUÍ, aunque pronto estará disponible en papel en Argentina, de la mano de Lectio.

viernes, 23 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (III de V)

Creemos que el mundo no se convertirá, que las naciones no serán verdaderamente cristianas hasta el siglo venidero, después del regreso del Señor, cuando el reino de Dios se instaure en la tierra[1].

Volvamos, pues, al «Evangelio del Reino» (Mt. IV, 23), tal como lo anunció Nuestro Señor Jesucristo.

¿Por medio de qué signos podían reconocer con certeza los que tenían ojos para ver que por fin se acercaba la venida del Reino?

La respuesta es clara: por los milagros, por los signos de un orden particular y claramente determinados de antemano, que todo judío instruido en las Escrituras conocía.

El Profeta Isaías escribió: 

«Decid a los de corazón tímido: “¡Buen ánimo! no temáis. Mirad a vuestro Dios… Él mismo viene, y os salvará”. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos, y serán destapados los oídos de los sordos; entonces el cojo saltará cual ciervo, exultará la lengua del mudo» (Is. XXV, 4-6). 

Comparemos este anuncio profético con la respuesta del Señor Jesús a los discípulos de Juan el Bautista, que le preguntaron si él era realmente «el que había de venir», es decir, el Mesías: 

«Jesús les respondió y dijo: “Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: ciegos ven, cojos andan, leprosos son curados, sordos oyen, muertos resucitan, y pobres son evangelizados, y bienaventurado el que no se escandalizare de Mí”» (Mt. XI, 2-6). 

Cuando el Señor entró en la sinagoga de Nazaret el sábado, leyó un pasaje del Profeta Isaías: 

«El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió; Él me envió a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberaron, y a los ciegos vista, a poner en libertad a los oprimidos, a publicar el año de gracia del Señor… Entonces empezó a decirles: “Hoy esta Escritura se ha cumplido delante de vosotros”» (Lc. IV, 16-21; Is. LXI, 1). 

Así fue como «recorría toda la Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y proclamando EL EVANGELIO DEL REINO y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo» (Mt. IV, 23-25; ver también IX, 35).

A los Apóstoles enviados en misión les ordena: 

«Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad fuera demonios» (Mt. X, 8). 

Las posesiones demoníacas, pero también el poder de expulsar a los demonios, eran de hecho un signo destacado de la llegada del reino (Mt. X, 1; XII, 28; Lc. IV, 40-44).

lunes, 19 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (II de V)

 Inmediatamente después de su bautismo en el Jordán, de su ayuno de cuarenta días y de su victoria sobre «la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás»[1], Jesús se retira a Galilea y comienza a predicar el Evangelio, es decir, la «buena nueva». Pero, ¿qué es este Evangelio? ¿Qué es esta Buena Nueva? 

«Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: «ARREPENTÍOS PORQUE EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA» (Mt. IV, 17). 

Juan el Bautista predicó el mismo mensaje en el desierto de Judea (III, 2).He aquí la «buena nueva» proclamada: 

«El reino de los cielos está cerca». 

¿Cómo podemos prepararnos? Mediante el arrepentimiento[2], dando la espalda a los ídolos de todo tipo, a fin de servir al Dios vivo y verdadero. El arrepentimiento era necesario para Israel, aunque hubiera recibido a Jesús como Mesías y creído en él, debido a la infidelidad de este pueblo privilegiado y a sus constantes transgresiones a la ley de Dios.

El Evangelio anunciado es ante todo el EVANGELIO DEL REINO (Mt. IV, 23). Esto es muy diferente del Evangelio de la salvación, que sólo comenzará a proclamarse después de la primera mención de los sufrimientos y la muerte redentora del Mesías (Mt. XVI, 21). Hay aquí una distinción en la que no se piensa, pero que es esencial.

En el Evangelio de Marcos, la predicación de Jesús comienza con estas palabras: 

«El tiempo se ha cumplido, y SE HA ACERCADO EL REINO DE DIOS. Arrepentíos y creed en el Evangelio» (Mc. I, 15). 

Mateo prefiere la expresión «reino de los cielos»; Marcos y Lucas dicen «reino de Dios».

Ambos se refieren al Reino de Dios en la tierra a lo largo de la era venidera, el Reino del que el Mesías será Rey, cuando se haga la voluntad de Dios «así en la tierra como en el cielo» (Mt. VI, 10).

Es el Reino «de justicia y de paz» anunciado por los Profetas, cuando hayan cesado todas las guerras, cuando «no alzará ya espada pueblo contra pueblo, ni aprenderán más la guerra» (Is. II, 4). Este es el Reino que debía ser instaurado por Adán, pero cuyo advenimiento ha sido imposibilitado por el pecado.

Es el Reino que constituye la esperanza de Israel y para el que fue apartado de las naciones.

Se trata del Reino prometido a David y del «trono de David» (Is. IX, 6), en el que se sentará el Mesías para «reinar sobre la casa de Jacob (Israel)» (Lc. I, 32-33) y sobre las naciones.

Es el Reino Milenario, al que dedicaremos el último capítulo de este libro.

viernes, 16 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (I de V)

Israel y el Evangelio del Reino

 Nota del Blog: Presentamos a continuación un par de capítulos de un interesantísimo libro escrito por el esposo de Magdalena Chasles, seguramente conocida por nuestros lectores. 

*** 

Lo que David cantó de la gloria de Jerusalén, «construida como una ciudad cuyas partes están unidas entre sí» (Sal. CXXI, 3), podemos decirlo de la Biblia. Sí, todos los libros que la componen, a pesar de la pluralidad de autores y la diversidad de circunstancias, forman un organismo vivo y perfecto, cuyas partes «están unidas entre sí».

La Biblia es una. El último de los Profetas del Antiguo Testamento está estrechamente vinculado a los Evangelios y, por lo tanto, a los primeros libros del Nuevo Testamento. Cuatrocientos años los separan, pero no hay «laguna», interrupción.

¿Puede haber rupturas y defectos para Dios? A causa de la infidelidad de los hombres, su plan puede verse amenazado, pero siempre se restaura, más espléndido y maravilloso aún. Dios puede abrir o cerrar paréntesis, pero ninguno de los hilos principales se rompe.

Anunció a través del último de los Profetas, Malaquías: 

«He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí» (Mal. III, 1). 

Ahora bien, leemos en el Evangelio, en el primero de los evangelistas, Mateo: 

«Jesús se puso a decir a las multitudes a propósito de Juan… Éste es de quien está escrito: “He ahí que Yo envío a mi mensajero que te preceda, el cual preparará tu camino delante de ti”» (Mt. XI, 7-10). 

Y los últimos versículos del mismo Profeta Malaquías evocan la gran y misteriosa figura de Elías, el que ha de volver antes del día del Señor, en la aurora de la instauración del Reino: 

«He aquí que os enviaré al Profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo de Jehová. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo viniendo hiera la tierra con el anatema» (Mal. IV, 5-6). 

Son las mismas palabras que utilizó el ángel del Señor para decir a Zacarías cuál sería la misión de su hijo: 

«Porque será grande delante del Señor… Caminará delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y los rebeldes a la sabiduría de los justos, y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc. I, 15-17). 

El Evangelio se nos presenta, pues, inmediatamente como una continuación directa de los libros del Antiguo Testamento. El pueblo al que se dirige, el país donde se desarrollan los acontecimientos, la ciudad santa de Jerusalén y el Templo forman el mismo marco histórico.

martes, 13 de agosto de 2024

Algunas notas a Apocalipsis XVIII, 10-11

 10. Desde lejos, estando de pie a causa del temor de su tormento, diciendo: “Ay, ay, la ciudad, la grande, Babilonia, la ciudad, la fuerte, porque (en) una hora vino tu juicio”. 

Concordancias: 

Ἀπὸ μακρόθεν στήσονται (desde lejos, estando de pie): cfr. Apoc. XVIII, 15 (mercaderes).17 (navegantes). Ver Job II, 12. 

στήσονται (estando de pie): cfr. Apoc. III, 20; V, 6; VI, 17; VII, 1.9.11; VIII, 2.3; X, 5.8; XI, 4.11; XII, 4.17; XIV, 1; XV, 2; XVIII, 15.17; XIX, 17; XX, 12. 

Φόβον (temor): cfr. Mt. XIV, 26; XXVIII, 8; Mc. IV, 41; Lc. I, 12.65; II, 9; V, 26; VII, 16; Lc. XXI, 26; Hech. II, 43; V, 5.11; IX, 31; XIX, 17; II Cor. V, 11; VII, 1; Ef. V, 21; I Ped. I, 17; Apoc. XI, 11; XVIII, 15. Ver Mt. XXVIII, 4; Lc. VIII, 37; Jn. VII, 13; XIX, 38; XX, 19. 

Βασανισμὸν (tormentos): cfr. Apoc. IX, 5; XIV, 11; XVIII, 7.15 (Babilonia); Mt. VIII, 6; XIV, 24; Mc. VI, 48; II Ped. II, 8. Ver Mt. VIII, 29; Mc. V, 7; Lc. VIII, 28 (Demonios atormentados); Apoc. XI, 10 (Dos Testigos a los habitantes de la tierra); XII, 10 (Mujer vestida de sol); XIV, 10; XX, 10 (Adoradores de la Bestia - Habitantes de la tierra en el lago de fuego y azufre). 

Οὐαὶ (ay): cfr. Apoc. VIII, 13; IX, 12; XI, 14; XII, 12; XVIII, 16.19. 

Πόλις (ciudad): cfr. Mt. IV, 5; XXI, 10.18; XXII, 7; XXVI, 18; XXVII, 53; XXVIII, 11; Mc. XI, 19; XIV, 13.16; Lc. XIX, 41; XXII, 10; XXIII, 19; XXIV, 49; Jn. XIX, 20; Hech. IV, 27; VII, 58; XII, 10; XXI, 29-30; XXII, 3; XXIV, 12; Apoc. III, 12; XI, 2.8.13; XIV, 20; XVI, 19; XVII, 18; XVIII, 16.18-19.21; XX, 9; XXI, 2.10.14-16.18-19.21.23; XXII, 14.19. Ver Heb. XI, 10.16; XII, 22; XIII, 14. 

πόλις μεγάλη (la ciudad, la grande): cfr. Apoc. XI, 8; XVI, 19; XVII, 18; XVIII, 16.18-19.21. Ver Apoc. XIV, 8; XVII, 5; XVIII, 2. 

Βαβυλὼν (Babilonia): cfr. Mt. I, 11-12.17; Hech. VII, 43; I Ped. V, 13; Apoc. XIV, 8; XVI, 19; XVII, 5; XVIII, 2.21. 

Βαβυλὼν ἡ πόλις ἡ ἰσχυρά (Babilonia, la ciudad, la fuerte): cfr. Dan. IV, 27; Mt. VII, 24-27; Lc. VI, 46-49; Apoc. IX, 14; XVI, 12 (Éufrates); XVI, 19 (¿Babilonia?) XIV, 8; XVI, 21; XVII, 1.5.18; XVIII, 2.16.18-19.21; XIX, 2 (Babilonia). 

Ἰσχυρὸς (fuerte): cfr. Mt. III, 11; XII, 29; Mc. I, 7; III, 27; Lc. III, 16; XI, 21-22; Apoc. V, 2; VI, 15; X, 1; XVIII, 2.8.21; XIX, 6.18. 

Μίαν ὥραν (una hora): cfr. Apoc. XVII, 12; XVIII, 17.19. Ver Apoc. IX, 15; XI, 13; XIV, 7. 

Ὥραν (hora): cfr. Apoc. III, 3.10; IX, 15; XI, 13; XIV, 7.15; XVII, 12; XVIII, 17.19. 

ἦλθεν (vino): cfr. Apoc. I, 7; III, 11; V, 7; VI, 1.3.5.717; VIII, 3; IX, 12; XI, 14.18; XIV, 7.15; XVI, 15; XVII, 1.10; XIX, 7; XXI, 9; XXII, 7.12.20. 

Κρίσις (juicio): Cfr. Mt. X, 15; XI, 22.24; XII, 36.41-42; XXIII, 33; Mc VI, 11; Lc. X, 14; XI, 31-32; Jn. V, 22.24.27.29-30; XII, 31; XVI, 8.11; II Tes. I, 5; Heb. IX, 27; X, 27; II Ped. II, 4.9.11; III, 7;; I Jn. IV, 17; Jud. I, 6; Apoc. XIV, 7; XVI, 7; XIX, 2. 

 

Notas Lingüísticas: 

Zerwick: “ πόλις (la ciudad), en lugar del vocativo”. 

Allo: “ πόλις (la ciudad) puede ser equivalente a un vocativo…”. 

 

Concordancias:

viernes, 9 de agosto de 2024

Algunas notas a Apocalipsis XVIII, 8-9

 8. A causa de esto, en un día vendrán sus plagas: muerte (¿peste?) y luto y hambre y con fuego será incendiada, porque fuerte (es) Jehová Dios, el que la ha juzgado. 

Concordancias: 

ἥξουσιν (vendrán): cfr. Apoc. II, 25; III, 3.9; XV, 4. 

Πληγαὶ (plagas): cfr. Lc. X, 30; XII, 48; Apoc. IX, 18.20; XI, 6; XIII, 3.12.14; XV, 1.6.8; XVI, 9.21; XVIII, 4; XXI, 9; XXII, 18. 

Θάνατος (la muerte): cfr. Apoc. I, 18; IX, 6 (?); XX, 13.14 (muerte y hades); II, 11; XX, 6; XXI, 8 (segunda muerte); II, 23; VI, 8 (peste); II, 10; XII, 11; XIII, 3.12; XXI, 4 (muerte). 

Πένθος (luto): cfr. Sant. IV, 9; Apoc. XVIII, 7; XXI, 4. Ver Lc. VI, 25; Apoc XVIII, 11.15.19. 

Λιμός (hambre): cfr. Mt. XXIV, 7; Mc. XIII, 8; Apoc. VI, 8. Ver Lc. XXI, 11. 

Πυρὶ (fuego): cfr. Lc. IX, 54; XII, 49; XVII, 29; Hech. II, 19; Apoc. I, 14; II, 18; III, 18; IV, 5; VIII, 5.7-8; IX, 17-18; X, 1; XI, 5; XIII, 13; XIV, 10.18; XV, 2; XVI, 8; XVII, 16; XIX, 12.20; XX, 9-10.14-15; XXI, 8. Ver Apoc. IX, 17a. 

Κατακαύσουσιν (incendiada): cfr. Apoc. VIII, 7 y XVII, 16 (ambos sobre Babilonia). Ver Mt. III, 12; XIII, 30.40; Lc. III, 17. 

Ἰσχυρὸς (fuerte): cfr. Mt. III, 11; XII, 29; Mc. I, 7; III, 27; Lc. III, 16; XI, 21-22; Apoc. V, 2; VI, 15; X, 1; XVIII, 2.10.21; XIX, 6.18. 

Κύριος Θεός (Jehová Dios): cfr. Apoc. I, 8; IV, 8; XI, 17; XV, 3; XVI, 7; XIX, 6; XXI, 22; XXII, 5-6. Ver Apoc. IV, 11. Cfr. Zerwick, Graecitas, n. 33. 

Κρίνας (ha juzgado): cfr. Jn. IX, 39; XII, 48; II Tes. II, 12; Apoc. VI, 10; XVI, 5 (habitantes de la tierra); XVIII, 20; XIX, 2 (Babilonia por muerte a mártires del Anticristo).11 (Anticristo - Juicio de las Naciones). Ver Apoc. XI, 18; XX, 12-13. 

Siempre en sentido peyorativo. 

 

Notas Lingüísticas: 

Zerwick: “θάνατος: muerte, tal vez peste”. 

Allo: “θάνατος es tal vez la peste, como en VI, 8”. 

 

Citas Bíblicas:

lunes, 5 de agosto de 2024

Algunas notas a Apocalipsis XVIII, 6-7

 6. Retribuidle como también ella retribuyó y doblad el doble según sus obras; en el cáliz que mezcló, mezcladle doblado. 

Concordancias: 

Ἀπόδοτε (retribuidle): cfr. Mt. VI, 4.6.18; XVI, 27; XX, 8; Lc. X, 35; Rom. II, 6; II Tim. IV, 8; I Ped. IV, 5; Apoc. XXII, 2.12. 

διπλώσατε (doblad): Hápax absoluto. 

διπλᾶ (doble): cf. Mt. XXIII, 15. 

ργα (obras): cfr. Mc. XIII, 34; Apoc. II, 2.5-6.19.22-23.26; III, 1.2, 8.15; IX, 20; XIV, 13; XV, 3; XVI, 11; XX, 12-13. 

Ποτηρίῳ (cáliz): cfr. Sal. LXXIV, 9; Jer. XXV, 15; Is. LI, 17; Apoc. XIV, 10; XVI, 19; XVII, 4. 

Ἐκέρασεν (mezcló): Sólo en el Apoc. cfr. Apoc. XIV, 10. 

 

Citas Bíblicas: 

Sal. CXXXVI, 8-9: “Hija de Babilonia, la devastada: bienaventurado aquel que ha de pagarte el precio de lo que nos hiciste ¡Bienaventurado el que tomará tus pequeñuelos y los estrellará contra la peña!”. 

Jer. L, 15: “Alzad contra ella el grito por todos lados; se rinde ya, caen sus baluartes, derribados están sus muros. Es la venganza de Jehová; tomad venganza de ella; tratadla como ella os ha tratado a vosotros”. 

Jer. L, 29: “Convocad contra Babilonia a muchos (pueblos) a todos los que entesan el arco; acampad contra ella a la redonda, para que nadie escape; dadle el pago de sus obras; haced con ella conforme a cuanto ella ha hecho, pues se ha alzado contra Jehová, contra el santo de Israel”. 

Cfr. Ez. XVII, 18. 

Alápide cita también Jer. LI, 49. 

 

Comentarios: 

jueves, 1 de agosto de 2024

P. James L. Meagher, D.D. Cómo dijo Cristo la primera Misa (Reseña)

 P. James L. Meagher, D.D.

Cómo dijo Cristo la primera Misa (Reseña)

 CJ Traducciones, 2024, pp. 559



 

El título completo de esta obra es: Cómo dijo Cristo la primera Misa o La última cena del Señor. Los ritos y ceremonias, el ritual y la liturgia, las formas del culto divino que Cristo observó cuando cambió la pascua en la Misa.

Más que interesante estudio sobre las relaciones, casi diríamos dependencia, de muchos de los ritos de la Misa con respecto a la liturgia de la Sinagoga en tiempos de Cristo.

El autor, el P. J. Meagher, fue un sacerdote estadounidense de fines del siglo XIX, principios del XX, y en esta interesante obra nos abre un mundo nuevo, o casi, donde podemos apreciar, una vez más, las íntimas relaciones entre la Sinagoga y la Iglesia. La Armonía, como diría Drach.

La tesis central del Autor, por demás interesante, es que la liturgia Católica no le debe nada a los ritos paganos, sino que está sacada básicamente de la liturgia judía, y en particular, de la liturgia Pascual y que lo que leemos en el Evangelio sobre la última cena no es más que una pequeña parte de todo lo que allí tuvo lugar.

Para probar sus afirmaciones el Autor remite todo el tiempo al Talmud y otros libros antiguos de los judíos, aunque es una pena que no conociera a Drach, pues no pocas cosas podría haber aprovechado, y tal vez, algunas otras, enmendado.

Con todo, el libro se lee con mucha fruición y es todo un mundo que se abre ante nuestros ojos, deslumbrados por la belleza de la revelación Divina y su relación con Nuestro Señor.

Comienza el autor analizando cómo la Misa estaba profetizada (en sentido típico) en el Templo de Salomón, sus divisiones, ceremonias, utensilios, etc.

Defiende el autor, y creemos que de manera muy plausible, la identidad de Melquisedec con Sem. Se trata de una tradición de los judíos, que no siempre es aceptada por los autores Católicos, pero las razones que da son más que interesantes.

En la segunda parte, analiza más en concreto la Pascua de los judíos y todo el simbolismo y relación con la santa Misa.

Dice el Autor: 

A través de los siglos, desde los días de Adán y Abel, el cordero era sacrificado y comido como tipo del Redentor en el sacrificio patriarcal y profético, y en el ceremonial, con todos sus significados místicos y simbólicos. Por eso, Aquel que era el verdadero «Cordero de Dios», el gran Antitipo al que todo señalaba, debía entregarse a ellos en la Eucaristía para que, así como el cuerpo era alimentado por la carne del cordero en el Antiguo Testamento, las almas cristianas pudieran ser alimentadas por el Cuerpo y la Sangre del verdadero Cordero de Dios, Cristo. Porque si no estuviera realmente presente en la Eucaristía –en la Comunión–, entonces los tipos de la Iglesia judía nunca se habrían cumplido, la sombra nunca tendría su realidad, y Dios habría engañado a la humanidad”.