viernes, 16 de agosto de 2024

Israel y las Naciones, por Raymond Chasles. Cap. VI. Israel y el Evangelio del Reino (I de V)

Israel y el Evangelio del Reino

 Nota del Blog: Presentamos a continuación un par de capítulos de un interesantísimo libro escrito por el esposo de Magdalena Chasles, seguramente conocida por nuestros lectores. 

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Lo que David cantó de la gloria de Jerusalén, «construida como una ciudad cuyas partes están unidas entre sí» (Sal. CXXI, 3), podemos decirlo de la Biblia. Sí, todos los libros que la componen, a pesar de la pluralidad de autores y la diversidad de circunstancias, forman un organismo vivo y perfecto, cuyas partes «están unidas entre sí».

La Biblia es una. El último de los Profetas del Antiguo Testamento está estrechamente vinculado a los Evangelios y, por lo tanto, a los primeros libros del Nuevo Testamento. Cuatrocientos años los separan, pero no hay «laguna», interrupción.

¿Puede haber rupturas y defectos para Dios? A causa de la infidelidad de los hombres, su plan puede verse amenazado, pero siempre se restaura, más espléndido y maravilloso aún. Dios puede abrir o cerrar paréntesis, pero ninguno de los hilos principales se rompe.

Anunció a través del último de los Profetas, Malaquías: 

«He aquí que envío a mi ángel que preparará el camino delante de Mí» (Mal. III, 1). 

Ahora bien, leemos en el Evangelio, en el primero de los evangelistas, Mateo: 

«Jesús se puso a decir a las multitudes a propósito de Juan… Éste es de quien está escrito: “He ahí que Yo envío a mi mensajero que te preceda, el cual preparará tu camino delante de ti”» (Mt. XI, 7-10). 

Y los últimos versículos del mismo Profeta Malaquías evocan la gran y misteriosa figura de Elías, el que ha de volver antes del día del Señor, en la aurora de la instauración del Reino: 

«He aquí que os enviaré al Profeta Elías, antes que venga el día grande y tremendo de Jehová. El convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo viniendo hiera la tierra con el anatema» (Mal. IV, 5-6). 

Son las mismas palabras que utilizó el ángel del Señor para decir a Zacarías cuál sería la misión de su hijo: 

«Porque será grande delante del Señor… Caminará delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y los rebeldes a la sabiduría de los justos, y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc. I, 15-17). 

El Evangelio se nos presenta, pues, inmediatamente como una continuación directa de los libros del Antiguo Testamento. El pueblo al que se dirige, el país donde se desarrollan los acontecimientos, la ciudad santa de Jerusalén y el Templo forman el mismo marco histórico.

No es menos llamativa la relación que se establece entre Malaquías y la misión del propio Jesucristo.

En otra profecía, cuya importancia hemos subrayado en relación con la Nueva Alianza: 

«De repente vendrá a su Templo el Señor a quien buscáis, y el ángel de la Alianza a quien deseáis. He aquí que viene, dice Jehová de los ejércitos» (Mal. III, 1). 

Corresponde a la historia de la presentación en el Templo del «Niño Jesús», el verdadero «Ángel de la Alianza», aquel cuya sangre derramada para quitar el pecado del mundo será «la sangre de la Alianza» (Mt. XXVI, 28).

En realidad, sólo Jesucristo une los dos Testamentos, así como sólo Jesucristo es el alma viva y el espíritu vivificador de cada página de la Biblia.

¿Qué leemos en la primera línea del primer capítulo de Mateo? 

«La genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham». 

Inmediatamente sabemos quién es su pueblo, quién es su familia: el pueblo de Abraham, la familia de David. Y he ahí la conexión. Aquel que nacerá de la Virgen María, y que llevará el nombre Jesús, porque «él es quien salvará a su pueblo de sus pecados»[1], es el heredero real de David y el verdadero hijo de la promesa hecha a Abraham cuando el Eterno le dijo:

 «Todas las naciones de la tierra serán benditas en tu descendencia» (Gén. XXII, 18; cf. Gál. III, 16). 

Es él quien reunirá a Israel y a las NACIONES.

Si Jesucristo es presentado en primer lugar como «hijo de David», no es sin una gran razón. El Evangelio de Mateo es esencialmente el EVANGELIO DEL REINO y de CRISTO-REY, en quien David recibió la promesa: 

«Tu casa y tu reino serán estables ante Mí eternamente, y tu trono será firme para siempre» (II Rey. VII, 16)[2]. 

De hecho, cada Evangelio presenta a Cristo haciendo especial hincapié en una de las cuatro grandes características de su misión en el mundo:

– El REY, en el Evangelio de Mateo, con la genealogía real del «hijo de David» (cap. I);

– El SIERVO, en el Evangelio de Marcos, sin genealogía ni relato de su nacimiento, como corresponde al humilde «siervo del Señor»;

– El HIJO DEL HOMBRE, en el Evangelio de Lucas, con la genealogía humana de Jesús, «hijo de Adán» (III, 23-38);

– El HIJO DE DIOS, en el Evangelio de Juan, con el sublime prólogo de la genealogía divina (cap. I).

Los cuatro Evangelios corresponden así a los cuatro grandes aspectos del anuncio del Mesías por los Profetas.

– He aquí el REY (Zac. IX, 9).

– He aquí a mi SIERVO (Is. XLII, 1; LII, 13).

– He aquí al HOMBRE (Zac. VI, 12).

– He aquí a tu DIOS (Is. XXXV, 4; XL, 9).



 [1] Ver el Cántico de Simeón (Lc. II, 32). 

[2] En el Evangelio de Mateo, la palabra «reino» aparece 55 veces, «reino de los cielos» 32 veces e «hijo de David» 7 veces.