jueves, 1 de agosto de 2024

P. James L. Meagher, D.D. Cómo dijo Cristo la primera Misa (Reseña)

 P. James L. Meagher, D.D.

Cómo dijo Cristo la primera Misa (Reseña)

 CJ Traducciones, 2024, pp. 559



 

El título completo de esta obra es: Cómo dijo Cristo la primera Misa o La última cena del Señor. Los ritos y ceremonias, el ritual y la liturgia, las formas del culto divino que Cristo observó cuando cambió la pascua en la Misa.

Más que interesante estudio sobre las relaciones, casi diríamos dependencia, de muchos de los ritos de la Misa con respecto a la liturgia de la Sinagoga en tiempos de Cristo.

El autor, el P. J. Meagher, fue un sacerdote estadounidense de fines del siglo XIX, principios del XX, y en esta interesante obra nos abre un mundo nuevo, o casi, donde podemos apreciar, una vez más, las íntimas relaciones entre la Sinagoga y la Iglesia. La Armonía, como diría Drach.

La tesis central del Autor, por demás interesante, es que la liturgia Católica no le debe nada a los ritos paganos, sino que está sacada básicamente de la liturgia judía, y en particular, de la liturgia Pascual y que lo que leemos en el Evangelio sobre la última cena no es más que una pequeña parte de todo lo que allí tuvo lugar.

Para probar sus afirmaciones el Autor remite todo el tiempo al Talmud y otros libros antiguos de los judíos, aunque es una pena que no conociera a Drach, pues no pocas cosas podría haber aprovechado, y tal vez, algunas otras, enmendado.

Con todo, el libro se lee con mucha fruición y es todo un mundo que se abre ante nuestros ojos, deslumbrados por la belleza de la revelación Divina y su relación con Nuestro Señor.

Comienza el autor analizando cómo la Misa estaba profetizada (en sentido típico) en el Templo de Salomón, sus divisiones, ceremonias, utensilios, etc.

Defiende el autor, y creemos que de manera muy plausible, la identidad de Melquisedec con Sem. Se trata de una tradición de los judíos, que no siempre es aceptada por los autores Católicos, pero las razones que da son más que interesantes.

En la segunda parte, analiza más en concreto la Pascua de los judíos y todo el simbolismo y relación con la santa Misa.

Dice el Autor: 

A través de los siglos, desde los días de Adán y Abel, el cordero era sacrificado y comido como tipo del Redentor en el sacrificio patriarcal y profético, y en el ceremonial, con todos sus significados místicos y simbólicos. Por eso, Aquel que era el verdadero «Cordero de Dios», el gran Antitipo al que todo señalaba, debía entregarse a ellos en la Eucaristía para que, así como el cuerpo era alimentado por la carne del cordero en el Antiguo Testamento, las almas cristianas pudieran ser alimentadas por el Cuerpo y la Sangre del verdadero Cordero de Dios, Cristo. Porque si no estuviera realmente presente en la Eucaristía –en la Comunión–, entonces los tipos de la Iglesia judía nunca se habrían cumplido, la sombra nunca tendría su realidad, y Dios habría engañado a la humanidad”. 

Veamos por ejemplo este hermoso pasaje: 

Los hebreos tenían prohibido comer cualquier parte cruda del Cordero porque el fuego del Espíritu Santo llenaba completamente todo el cuerpo de Cristo. Si rompían un hueso del cordero durante la preparación eran castigados en la época de Cristo con treinta y nueve azotes en la espalda y los hombros desnudos. Esto era para predecir que los soldados no romperían los miembros de Cristo cuando vinieran a retirar los cuerpos de los crucificados ese día dentro de la Pascua (Jn. XIX, 33). Sólo los hebreos circuncidados podían comer el cordero pascual, del mismo modo que sólo los cristianos bautizados pueden recibir la comunión. Sólo en Jerusalén se sacrificaba el cordero, de la misma manera que en la Iglesia se sacrifica y come el Cordero de Dios. El cordero se comía con pan sin levadura, igual que los panes del altar que se usaban para mostrar a Cristo sin pecado, en quien no había pecado, prefigurado por la levadura fermentada. Se comía con lechuga silvestre mojada en vinagre para recordarnos la amargura del pecado, y con qué dolor por nuestros pecados debemos acercarnos a la mesa del Señor”. 

En algo que nos interesa particularmente, vemos que existe una relación entre Elías y la Pascua. Relación más que interesante.

El autor asistió a una cena pascual en Jerusalén, y narró lo siguiente: 

La tercera sección se abrió con las oraciones de acción de gracias. Todos comienzan el canto juntos, el amo dirigiendo, los doce judíos cada vez más ruidosos, todos unidos en la única y poderosa acción de gracias a Dios. Al final de esta oración, todos bebieron la tercera copa de vino. Uno fue y abrió la puerta cerrada, que permaneció abierta el resto del servicio. Un judío tomó una copa de vino llena y la colocó en el umbral para Elías, el precursor del Mesías (Mal. IV, 5), mientras se recitaba la oración por la venida del Redentor. Esta copa de vino permaneció en el umbral hasta el final”. 

Después que todos han participado, el amo bebe lo que queda en su cáliz y dice una larga oración que cambia según la fiesta. Luego, levantándose de la mesa, se lavan las manos, dando gracias a Dios que alimenta a todos los animales y a los hombres, que trajo a sus padres de Egipto a Palestina e hizo con ellos el pacto de ser su pueblo. San Jerónimo dice que le pedían al Señor que enviara a Elías para preparar el camino al tan esperado Mesías, para restaurar la dinastía de David y recibirlos a todos en el banquete celestial en los cielos, etc.”. 

Cuando los judíos en Pascua mencionan a Elías, colocan una copa de vino en el umbral para él y dicen estas palabras del Salmo LXXVIII, 6-7: «Derrama tu cólera sobre las gentes que no te conocen, y sobre los reinos que no invocan tu Nombre, porque ellos han devorado a Jacob y han asolado su morada». En la Pascua en Sión, Jerusalén, una mujer llenaba la copa, abría la puerta y la colocaba en el umbral. Los escritores judíos dicen que ésta ha sido parte de la Pascua desde los tiempos más antiguos, y que se relacionaba con el cautiverio babilónico”. 

Esta tradición tiene que tener un fundamento en la realidad y nos podría dar la clave del tiempo del año en el que va a aparecer Elías. 

La tercera parte comienza hablando del Cenáculo y su relación con Melquisedec y los reyes de los judíos, pues es debajo del mismo donde están enterrados los grandes reyes hebreos, como puede constatar cualquiera que haya visitado hoy en día los santos lugares. 

Hemos mencionado a los muertos que dormían bajo Sión. Allí descansaban las reliquias de reyes y profetas la noche en que Cristo celebró sobre ellos la primera Misa, y dijo: «Haced esto en conmemoración mía» (Lc. XXII, 19). Todos los incidentes de aquella noche –la habitación, el entorno, los servicios– quedaron grabados en la mente de los Apóstoles. Cuando fueron a fundar la Iglesia entre las naciones, celebraron la Misa sobre los restos de los santos y de los mártires. Perseguidos en Roma, ofrecieron el sacrificio en las catacumbas. Más tarde colocaron las reliquias en las piedras del altar, y así, a lo largo de los siglos, esa costumbre se ha mantenido hasta nuestros días en todos los Ritos y Liturgias de la Cristiandad. El clero del Rito Latino usa una piedra sobre la cual descansa el Cáliz y la Hostia, y en esta piedra, como en una pequeña tumba, las reliquias de los santos son colocadas y techadas, tal como lo fueron las reliquias de los profetas y reyes bajo el Cenáculo. Los cristianos orientales, que sólo usan seda para los manteles del altar, colocan las reliquias de los santos en los dobles pliegues de seda que forman la cubierta del altar, sobre la que descansan los Elementos Eucarísticos”. 

Y luego continúa: 

Sión es una colina más alta que la de Moria, al noreste, donde se alzaba la «Casa de Oro» del gran Templo, proyectando la luz del sol sobre la ciudad. Sión está a más de ochocientos metros sobre el mar y a mil doscientos sobre el Mar Muerto. El Templo, con su sacerdocio y sus sacrificios, iba a desaparecer. La Iglesia, con su sacerdocio y su sacrificio eucarístico, iba a ser eterna. Por lo tanto, a lo largo del Antiguo Testamento veces los Profetas, con palabras ardientes, derraman las glorias de Sión, imagen de la Iglesia, mientras condenan al Moria con su malvado sacerdocio judío.

En tiempos de Cristo, en torno al Cenáculo se alzaban las casas de los judíos más ricos, fariseos acaudalados, escribas eruditos, jueces del Sanedrín. José Caifás y su suegro Anás tenían allí palacios dignos de príncipes. Sión era el barrio de residencia de la aristocracia de Jerusalén. Por eso, cuando elegimos los barrios más ricos y acomodados de nuestras ciudades como emplazamientos para nuestras catedrales e iglesias, seguimos, quizá sin pensarlo, el ejemplo de Cristo cuando celebró la primera Misa en Sión. El Cenáculo pertenecía a la familia de David. La Madre del Señor era la Princesa de la familia real y heredera de David. Por lo tanto, Cristo, Príncipe de la Casa de David, tenía derecho al edificio. José de Arimatea y Nicodemo eran líderes de la congregación de la sinagoga que celebraba el culto en el Cenáculo. Allí se reunieron los Apóstoles, los discípulos y los seguidores de Cristo para los servicios de la sinagoga en aquella histórica noche del jueves, y en la víspera del sábado, mientras el cuerpo del Señor yacía en el sepulcro. Allí permanecieron durante esas cuarenta horas hasta que resucitó de entre los muertos. Desde aquel lugar, 500 personas le siguieron por el valle del Tiropeón, cruzando el Cedrón, hasta las laderas del Monte de los Olivos, el día de la Ascensión. Subiendo al Monte de los Olivos, que los árabes llaman ahora Jebel et Tur, el Señor, antes de ascender, dijo a Santiago que cuidara de los discípulos en Jerusalén…”. 

Y luego, cuando analiza las ceremonias que tuvieron lugar en el Cenáculo, la Sinagoga más importante de Jerusalén, dice: 

Moisés condujo a los hebreos a la vista de la Tierra Prometida, pero no entró. Josué, o como se le llamaba en griego, Jesús, los introdujo en Palestina después de la muerte de Moisés. En esto está escrito un misterio. Porque uno más grande que Moisés, Jesucristo, fue predicho para conducir al mundo a los misterios del Canon de la Última Cena, la Misa con la Consagración, el Sacrificio Eucarístico y la Comunión. Los servicios de la sinagoga llevaban la Misa hasta el final del Prefacio. Allí se detenía el culto de la Iglesia judía. Pero Cristo y los Apóstoles llevaron la Última Cena al final de la Misa. La primera parte de la Misa se basa en el culto del Templo judío y de la sinagoga apenas modificado. Pero la fe cristiana sobrenatural nos permite ver las maravillas celestiales de la Presencia Real”. 

En este libro podemos constatar cómo hasta las menores ceremonias y creencias católicas ya estaban reflejadas en la antigua Sinagoga (división de las horas del breviario, estructura de los templos, vestimentas, oración por los fieles difuntos y a los santos, etc. etc. etc.).

Santiago y Juan eran de la tribu de Leví, y ellos oficiaron con Nuestro Señor en el Cenáculo antes de la última Cena, ceremonia que vemos calcada hoy en día en las misas pontificales. San Juan era el diácono, mientras que su hermano Santiago era el subdiácono, ya que el diácono representa a la Iglesia, mientras que el subdiácono a la Sinagoga, etc.

En definitiva, se trata de un hermoso libro que nos ayuda a conocer más en profundidad nuestra fe y nuestras ceremonias, como así también, es un interesante libro apologético contra los judíos.

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