martes, 27 de agosto de 2024

P. Federico Guillermo Faber, Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa (Reseña)

 P. Federico Guillermo Faber,

Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa

(Reseña)

CJ Traducciones, 2024, pp. 71

 


En tiempos de tanta confusión, siempre es bueno volver a los grandes autores en busca de luz.

El mismo León Bloy tenía al P. Faber como el mejor autor ascético del siglo XIX, y es cierto que sus libros, la mayoría de los cuales fueron traducidos al español, son una fuente inagotable para el alma sedienta de las verdades divinas y de la vida espiritual.

Se trata de dos sermones pronunciados por el P. Faber a sus feligreses.

Devoción a la Iglesia fue predicado en Pentecostés del año 1862 y publicado a instancias de voces amigas, como lo indica en su dedicatoria.

Con ocasión del pecado contra el Espíritu Santo, “pecado que no tiene perdón ni en este siglo ni el otro”, el P. Faber desarrolla sus pensamientos en torno al amor y devoción que debemos tener a la Iglesia para evitar caer en ese pecado.

Páginas de indudable inspiración, como nos tiene acostumbrados, nos dirán: 

“Pero podemos olvidar, y a veces lo hacemos, que no sólo no es suficiente amar a la Iglesia, sino que no es posible amarla correctamente a menos que también la temamos y reverenciemos.

Nuestro olvido de esto surge de no haber establecido con suficiente profundidad en nuestras mentes la convicción del carácter divino de la Iglesia. La Iglesia, si se nos permite hablar así, se ve a sí misma en su propia luz, porque hace más de lo que necesita hacer, más de lo que le corresponde. Es exuberante porque es divina. Crea civilizaciones. Fomenta las ciencias. Casi diríamos que crea las artes. Por lo tanto, la gente llega a pedirle lo que sólo ha sido un desbordamiento de sus dones, pero que no pertenece estrictamente a su misión.

Esto puede confundir incluso a las mentes católicas, desconcertarlas y distraerlas de la verdadera cuestión. La cantidad misma de grandeza humana que hay alrededor de la Iglesia nos hace olvidar ocasionalmente que no es una institución humana.

De ahí viene ese tipo incorrecto de crítica que olvida o ignora el carácter divino de la Iglesia.

De ahí viene el hecho de establecer nuestras propias mentes y nuestras propias opiniones como criterios de verdad, como estándares para la conducta de la Iglesia.

De ahí viene sentarse en juicio sobre el gobierno y la política de los Papas. De ahí viene esa preocupación no filial e insegura de separar en todos los asuntos de la Iglesia y el Papado lo que nosotros consideramos divino de lo que nosotros afirmamos como humano.

De ahí viene la inquietud irrespetuosa por distinguir entre lo que debemos conceder a la Iglesia y lo que no necesitamos concederle.

De ahí viene la ansiedad irritable por ver que lo sobrenatural esté bien subordinado a lo natural, como si realmente creyéramos que debemos esforzarnos al máximo ahora para evitar que un mundo demasiado crédulo caiga víctima de un excesivo clericalismo y ultramontanismo. Los hombres saben muy bien que estos no son nuestros peligros reales. Los presentan deshonestamente, como un pretexto, y para encubrir su propia deslealtad real.

Ciertamente, el Espíritu Santo no parece haber derramado sus dones, y junto con sus dones sus poderes también, sobre la Esposa de Jesús, sobre la Iglesia de su elección, con una mano tan mezquina o con una cautela tan vacilante como todo esto implica. Sólo dejemos una vez realmente dominar la verdad de que la Iglesia es una institución divina, y entonces veremos que tal crítica no es simplemente una vileza y una deslealtad, sino una impertinencia y un pecado”. 

Y en otra parte: 

¡Cuánto más hay también de guía indefinible y, sin embargo, muy íntima de la Iglesia y del Sumo Pontífice, que está más allá del don de infalibilidad! Cuán temerario es criticar la conducta de los Papas o los movimientos de la Iglesia de la misma manera que criticaríamos los actos de los soberanos o las agresiones de los Estados, y no reconocer más bien con Jacob en Betel: 

“Verdaderamente Yahvé está en este lugar y yo no lo sabía”. Y lleno de temor añadió: “¡Cuan venerable es este lugar!, no es sino la casa de Dios y la puerta del cielo” (Gén. XXVIII, 16-17). 

Parece que, en todo momento, e incluso en cosas aparentemente triviales, hay una especie de inspiración, mitad consciente y mitad inconsciente, en la conducta de la Iglesia y en todas sus relaciones con el mundo. No se puede definir, no se puede enunciar en una fórmula. Pero la historia de la Iglesia, en asuntos que no tienen que ver con su infalibilidad, está llena de signos de una guía sobrenatural, similar a la que brilla en los registros del pueblo elegido de Dios en el Antiguo Testamento. La Iglesia no parece cometer errores como lo hacen las naciones. Cuando nos alejamos lo suficiente para ver con claridad, no podemos evitar asombrarnos de la manera en que la Iglesia hizo las cosas correctas en el momento adecuado, y tomó la dirección correcta en eventos obscuros y confusos, como si hubiera actuado por algún instinto profético. Lo que parecía obstinación para los contemporáneos dudosos, ahora se ve como la sabiduría de la rectitud, que siempre resulta en éxito al final. Lo que parecía debilidad y concesión renuente o poco elegante, finalmente se reconoce como la sabia oportunidad de la gentileza apostólica. ¿Qué es todo esto sino otra prueba de la presencia enérgica y eficaz del Espíritu Santo en la Iglesia?". 

O estas otras, que nos llevan a los últimos tiempos: 

“La cuestión que estamos considerando, por lo tanto, no es una cuestión de política o historia. No es asunto de literatura ni de opinión. Es parte de la piedad católica y, por lo tanto, del deber cristiano. Es un asunto que influye de manera muy práctica en la salvación de nuestras almas. En todas las épocas, Dios tiene sus propias piedras de toque por las cuales prueba la lealtad y obediencia de sus criaturas. Cada siglo tiene su propia prueba o pruebas, y más a menudo una que muchas. ¿No somos acaso demasiado propensos en la actualidad a olvidar que, si bien todo pecado está en la voluntad, hay pecados de la mente, así como del corazón, y que los primeros son, si acaso, peores que los últimos, porque son más parecidos a los pecados de los demonios? Si la mente se obscurece por la corrupción del corazón, el corazón también puede corromperse a través de la obscuridad de una mente reprobada. Hay momentos en el mundo en que las opiniones erróneas pueden ser una fuente tan prolífica de la pérdida de las almas como la conducta errónea en otros momentos. Buscar la verdad y sostenerla, buscarla con humildad y sostenerla con obediencia, son obligaciones morales tanto como la honestidad y la castidad. Somos propensos a olvidar esto porque, por la falta de oración, tenemos nociones tan inadecuadas y confusas del dominio de Dios...

La piedra de toque que Dios parece estar utilizando para nuestra prueba ahora es la devoción a la Iglesia. Decimos que la devoción al Espíritu Santo implica y contiene de una manera muy especial la devoción a la Iglesia. Leemos que el pecado contra el Espíritu Santo será el gran pecado de la última edad de la Iglesia. Si esto es así, entonces podemos esperar que abunde en todas las edades que son especialmente profecías, tipos y prefiguraciones de la última edad, la del Anticristo. Difícilmente se considerará una superstición pensar que discernimos en nuestros tiempos muchos de esos signos peculiares con los que los Profetas, los Apóstoles y nuestro Divino Señor mismo caracterizan los días del Anticristo. Entonces, es menos seguro para nosotros apartarnos de la consideración de esta terrible cuestión como si fuera fantasiosa e impráctica. La advertencia debe haber sido práctica para todos los tiempos y para todas las almas, porque nuestro Bendito Salvador la dio. Debe ser eminentemente práctica para los que vivan en tiempos en los que es probable que tal pecado abunde. Uno debería expresar tales convicciones con extrema humildad, pero es mi convicción que la salvación y la perseverancia final de multitudes de almas pueden depender en este momento de la veracidad y humildad de sus intelectos, en otras palabras, de la devoción a la Iglesia".  

*** 

Por su parte, Devoción al Papa fue pronunciado “en la Iglesia del Oratorio de Londres con ocasión de la Exposición Solemne del Santísimo Sacramento por la intención del Papa, en primer día del Año Nuevo en 1860”.

Una verdadera obra de arte, y uno se asombra que se puedan decir tantas maravillas en tan pocas páginas.

Comienza marcando nuestras obligaciones: 

Para el ojo de la fe nada puede ser más venerable que la manera en que el Papa representa a Dios. Es como si el cielo estuviera siempre abierto sobre su cabeza, y la luz brillara sobre él, y, al igual que Esteban, viera a Jesús a la diestra del Padre, mientras que el mundo rechina los dientes contra él con odio, cuyo exceso sobrehumano es a menudo una maravilla en sí misma. Pero para el ojo incrédulo, el Papado, como la mayoría de las cosas divinas, es un espectáculo lamentable y abyecto, que sólo provoca un desprecio fastidioso.

El objeto de nuestra devoción es reparar constantemente este desprecio. Debemos honrar al Vicario de Cristo con una fe amorosa, y con una reverencia confiada y no-crítica. No debemos permitirnos ningún pensamiento deshonroso, ninguna sospecha cobarde, ninguna incertidumbre timorata sobre nada que concierna o su soberanía espiritual o su soberanía temporal, pues incluso su Realeza temporal es parte de nuestra religión. No debemos permitirnos la irreverente deslealtad de distinguir en él y en su oficio lo que podamos considerar humano de lo que podamos reconocer como divino. Debemos defenderlo con toda la pertinacia, con toda la vehemencia, con toda la plenitud, con toda la comprehensión con la cual solamente el amor sabe cómo defender sus cosas sagradas. Debemos servirlo con una oración abnegada, con una sumisión absoluta, interna, cordial, alegre, y sobre todo en estos abominables días de acusaciones y blasfemias, con la adhesión más abierta, caballerosa y sin vergüenzas. El interés de Jesús está en riesgo. No debemos perder tiempo ni equivocarnos del lado en que estamos". 

Para luego concluir con lo siguiente: 

La conclusión que hay que sacar de todo esto es de las más importantes. No es sino esta: la devoción al Papa es parte esencial de la piedad cristiana. No es un tema que no esté relacionado con la vida espiritual, como si el Papado fuera solamente la política de la Iglesia, una institución que pertenece a su vida externa, una conveniencia de gobierno eclesiástico divinamente establecido. Es una doctrina y una devoción. Es parte integral del plan de Nuestro Señor. Jesús está en el Papa de una manera aún más elevada que en el Pobre y en los Niños. Lo que se hace al Papa, sea a favor o en contra, se le hace a Jesús. Todo lo que en Nuestro Señor es regio, sacerdotal, se resume en la persona de su Vicario, para recibir nuestro homenaje y veneración. El hombre puede intentar ser un buen cristiano sin tener devoción a Nuestra Señora tanto como sin tenerla al Papa; y en ambos casos por la misma razón: ambos, su Madre y su Vicario forman parte del Evangelio de Nuestro Señor.

Les pediría que tengan esto en mucha consideración en estos tiempos. Estoy convencido de que grandes consecuencias seguirían, para el bien de la religión, de una percepción clara de que la devoción al Papa es parte esencial de la piedad cristiana. Corregiría muchos errores, aclararía muchos malentendidos, evitaría muchas calamidades. Siempre he dicho que la única forma de aclarar todas las dificultades es mirar las cosas simple y exclusivamente desde el punto de vista de Nuestro Señor. Que todas las cosas nos parezcan tal como son en Él y para Él. En nuestros días hay muchas cosas complejas, muchos desconcertantes enredos de la Iglesia y del mundo; pero si nos mantenemos firmes en este principio, si con una valentía ingenua somos todo para Jesús, vamos a abrirnos paso con seguridad en nuestro camino a través de todos los laberintos, y nunca tendremos la desgracia de encontrarnos, por cobardía, por prudencia de la carne, o por falta de discernimiento espiritual, del lado en el que no está Jesús”. 

Devoción a la Iglesia, Devoción al Papa. Maravilloso programa espiritual para todo Católico en estos tiempos donde la confusión y los errores son moneda corriente.

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