Oración de cristianos, oración de miembros, por el P. Mersch
Nota del Blog: Exquisito artículo del P. Mersch, muy conocido por sus libros sobre el Cuerpo Místico, traducido de la Nouvelle Revue Théologique (1931), 58, pag. 97-113.
***
La oración cristiana es como
la acción cristiana. Marta y María son hermanas y deben parecerse. La misma
cualidad de partes, la misma partialitas, que nos exige vincular
nuestros esfuerzos con los de todos los cristianos por la caridad y la
obediencia, nos exige también vincular nuestras oraciones con todas sus
oraciones.
La manera de ser de un
cristiano es “ser-con”, ser con Cristo, como un miembro con la cabeza, ser con
los otros cristianos como un miembro con los otros miembros. La manera de querer
que le es apropiada es, pues, “querer-con”; la manera de rezar que le
corresponde es “rezar-con”.
Así, para saber cómo debe
rezar un fiel, no se debe considerar en primer lugar a este fiel. Es la oración
de toda la cristiandad. Pues es la oración del conjunto la que muestra lo que
debe ser la oración de cada miembro.
Pero para saber lo que es la
oración de la cristiandad, no es tampoco la cristiandad lo que hay que
considerar en primer lugar, sino aquel del cual la cristiandad proviene por
completo, es decir Cristo. Es en Cristo donde vemos lo que es la
Iglesia, que es su cuerpo; es en la Iglesia, cuerpo de Cristo, donde vemos lo
que son los fieles. Así, es en la oración de Cristo donde vemos lo que es la
oración de la Iglesia, y en la oración de la Iglesia donde vemos lo que es la
oración del cristiano.
Que la oración del cristiano,
al ser la oración de un individuo, debe tener un carácter individual, algo de
espontáneo, de interior, de invisible al exterior, evidentemente que no se
puede dudar. Pero este aspecto personal, según nosotros, no difiere de la
vinculación, muy personal, a la colectividad. Igualmente, no hay
lugar para considerarla fuera de ésta; se deduce de ella. La volveremos a
encontrar, solamente al hablar de la oración que debemos hacer en la Iglesia y
en Cristo.
Vemos pues a Cristo y a su oración y, en Él, nos vemos a nosotros mismos y a nuestras oraciones.
La oración ha ocupado la vida
de Cristo aquí abajo; era incluso, en cierto sentido, toda su substancia;
puesto que en sí mismo era el Hombre-Dios y que, por lo tanto, llevaba a cabo,
en su persona única, la perpetua oblación de la humanidad en la divinidad. Esta
oración continua, la de sus jornadas de trabajo y la de las largas noches que
pasaba en oración sobre las montañas, las ha reunido a todas, llevándolas al
máximo de intensidad, en una oblación suprema donde se ofreció por completo. Todos
sus actos de amor y de culto, toda la piedad y toda la religión que aportaba al
mundo en sí mismo, convergían hacia el Monte Calvario y hacia el sacrificio de
la Cruz.
Sacrificio único y de una
perfección trascendente, el más perfecto que haya ofrecido este Pontífice que
supera infinitamente a todos los pontífices. Sacrificio, por lo tanto, que
no es una oración junto a las otras oraciones y comparable a ellas; que no es,
entre las oraciones, la más augusta o la más poderosa, sino que es, en verdad,
la oración, la oración única y total, la que retoma en sí misma, para hacerlas
aceptables, todas las oraciones que se han elevado aquí abajo.
Y esto, no tanto porque el
que ruega es Dios; no tanto porque entre los hombres es el más puro y santo;
sino sobre todo porque en su unidad de Hombre-Dios, es el mediador entre nuestra
raza y el Padre; porque, en su humanidad que subsiste en el Verbo, es la cabeza
de un cuerpo místico, y porque ningún hombre vive ante Dios, ninguno ama,
ninguno reza, sino viviendo y rezando en él.
De esta manera, su oración
subsiste perpetuamente, precisamente a causa de su perfección única y a causa
del rol perpetuo que debe cumplir. Jesús la ha dejado a los suyos como su
recuerdo y sin dejar de ser su holocausto, o más bien, porque es continuamente
su holocausto es, a través de los siglos, el holocausto de la cristiandad y la fuente
de donde brota continuamente la piedad de los cristianos.
Es el sacrificio de la misa.
La misa es el sacrificio de Jesucristo en cuanto este sacrificio se continúa y
renueva en la Iglesia; es el sacrificio considerado en el acto de su eficacia,
en la comunicación que nos hace de su virtud.
De esta manera la misa es,
al igual que el sacrificio de la cruz, y al mismo título, la oración sin
defecto y sin igual, la oración perfecta y la oración absoluta, la oración tan completa
y suficiente que ninguna súplica debe agregarse a ella, sino que todas derivan
de ella, todas toman en ella su impulso y su fuerza y da a todo el culto que se
practica aquí abajo, su centro, su significado e incluso su posibilidad.
De esta manera, siempre
indispensable, se renueva incesantemente. De oriente a occidente, no deja de
llevarse a cabo sobre toda la superficie de la tierra, a toda hora del día, el
acto más augusto que puedan hacer los hombres.
Más todavía: de una oblación
a otra, ella misma se da una especie de prolongación y es de esta prolongación
que hay que hablar, sobre todo, pues es en ella donde vamos a encontrar la
oración de los cristianos.
Pero esta prolongación es
doble, pues la Iglesia, en donde se produce, tiene un doble aspecto. Tiene un
cuerpo y un alma, una vida pública y una vida interior. En ambos casos, el sacrificio
de donde viene toda vida cristiana, adquiere una especie de perpetuidad.
En el cuerpo de la Iglesia,
en la vida pública y exterior de la Iglesia, la prolongación consiste en la
liturgia. Lo que allí continúa es el aspecto exterior y visible,
el “cuerpo” de la misa, si se puede hablar así. La misa está constituida
esencialmente por las palabras de la consagración, pronunciadas por un ministro
ordenado, sobre el pan y el vino. A este gesto sagrado, la Iglesia, en cuanto
sociedad pública y visible, ha dado una especie de contexto, visible también. Son,
antes que nada, las ceremonias, las súplicas, las lecciones de que está
constituido el conjunto del sacrificio. Son, luego, los salmos, los himnos, las
lecturas del breviario. Estos rodean y prolongan la liturgia de la misa, así
como la misma liturgia es el acompañamiento y cuadro del sacrificio propiamente
dicho. Gracias a ella, el sacrificio no termina nunca completamente. De una
oblación a otra, y mientras esta misma oblación se va propagando sobre toda la
tierra, cada iglesia local permanece agrupada alrededor de su altar y la
oración de Jesús se prolonga en la de la Iglesia, sin ruptura ni cesación.
Así como no se puede separar
el cuerpo de la cabeza, ni la Iglesia de Cristo, tampoco se puede separar esta
súplica solemne del acto donde Cristo, en la Iglesia y por la Iglesia, se
ofrece a Dios junto con la Iglesia.
Oración magnífica pues, esta
oración litúrgica. Y no sólo a causa del carácter inspirado de casi todas sus
fórmulas, no solamente a causa de su plenitud de sentido, de su adaptación a
nuestra naturaleza, de su discreción, de su antigüedad, todo ello, a fin de
cuentas, le es aún accidental; pero sobre todo a causa de su esencia misma y de
su razón de ser. Repitámoslo: la liturgia es el contexto sagrado, dado al
sacrificio del Salvador, por aquellos que son los representantes auténticos del
Salvador; es la oración oficial de la catolicidad; es la voz de la Iglesia en
cuanto es, al mismo tiempo, una sociedad visible y una sociedad de religión y
de culto.
Puesto que sirve como
contexto y prolongación de los santos misterios, alguna parte de la grandeza de
estos misterios se prolonga en ella. A causa de esto es, al igual que ellos, la
oración, la oración única y absoluta, la oración católica y total. Es esto, a
su manera, a título de expresión auténtica y oficial. Toda oración que no le
esté unida de ninguna manera, ni inmediata ni mediatamente, toda oración que no
tuviera en ella, bajo ningún título, su fórmula y su expresión exterior, no
sería verdaderamente una oración de Cristo, y no sería pues, verdaderamente una
oración cristiana. Fuera de la Iglesia no hay salvación, debemos decir; de
la misma manera, podemos continuar, en el sentido que acabamos de explicar, fuera
de la oración de la Iglesia, no hay oración.
Pero esto debe ser precisado
bien. La liturgia, por esencia, es una oración vocal. Es incluso lo que hace a su
grandeza, lo que determina su naturaleza. Prolongación exterior y visible, dada
a la misa en cuanto rito exterior y visible, por la Iglesia en cuanto sociedad
visible, no es ni puede ser más que un conjunto de palabras, cantos, gestos,
ceremonias exteriores y visibles. Todo está regulado, hasta los menores
detalles. Mientras la lleva a cabo, el celebrante debe desaparecer en
cuanto persona privada y ya no ser más que el mandatario que presta sus labios
y brazos a la catolicidad toda entera. Incluso si dice la misa en una capilla
aislada, incluso si está solo para recitar sus horas canónicas, habla entonces
en plural, porque habla en nombre de toda la Iglesia; incluso si dice su
breviario en voz baja, debe entonces mover los labios y formar, como dice la
moral, aliqua vox tenuis, alguna sombra de pronunciación perceptible,
por más poco que sea; porque es de la esencia de esta oración ser una oración
exterior, una oración de la Iglesia en cuanto sociedad visible. Las
meditaciones, reflexiones fervorosas o incluso la atención al sentido de las
palabras que se pronuncian, no son estrictamente necesarias. Lo esencial es que
el ministro, en nombre de la Iglesia, diga y quiera decir efectivamente, las
palabras que le dicta la Iglesia.
Evidentemente, puede agregar
a este recitado reflexiones piadosas, movimientos de piedad; puede incluso
hacer seguir el recitado ordenado con un segundo recitado, pero ésto ya no es
oración oficial, e incluso si insertara, por propia iniciativa, a las fórmulas
impuestas, meditaciones de su gusto o palabras, por más piadosas que sean,
corrompería, sin embargo, de manera infeliz e incluso culpable, la oración que
debe decir en nombre de todos.
Estas otras oraciones, estos
actos de devoción personal, la liturgia nos sugiere a menudo. La vemos expresar
a Dios y a los cristianos que la oyen, los movimientos que se forman en el
secreto de las almas, movimientos de arrepentimiento, de alegría, de alabanza y
de oblación; movimientos de los cuales es la expresión, así como el grito sobre
los labios es la fórmula exterior de la alegría que está en el corazón; pero
movimientos que no son ella y de los cuales debe permanecer, no separada
ciertamente, pero sí diferenciada.
De esta devoción personal ha
llegado el momento de hablar al presente.