miércoles, 3 de febrero de 2021

Oración de cristianos, oración de miembros, por el P. Mersch (I de IV)

 Oración de cristianos, oración de miembros, por el P. Mersch

 

Nota del Blog: Exquisito artículo del P. Mersch, muy conocido por sus libros sobre el Cuerpo Místico, traducido de la Nouvelle Revue Théologique (1931), 58, pag. 97-113. 

 

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La oración cristiana es como la acción cristiana. Marta y María son hermanas y deben parecerse. La misma cualidad de partes, la misma partialitas, que nos exige vincular nuestros esfuerzos con los de todos los cristianos por la caridad y la obediencia, nos exige también vincular nuestras oraciones con todas sus oraciones.

La manera de ser de un cristiano es “ser-con”, ser con Cristo, como un miembro con la cabeza, ser con los otros cristianos como un miembro con los otros miembros. La manera de querer que le es apropiada es, pues, “querer-con”; la manera de rezar que le corresponde es “rezar-con”.

Así, para saber cómo debe rezar un fiel, no se debe considerar en primer lugar a este fiel. Es la oración de toda la cristiandad. Pues es la oración del conjunto la que muestra lo que debe ser la oración de cada miembro.

Pero para saber lo que es la oración de la cristiandad, no es tampoco la cristiandad lo que hay que considerar en primer lugar, sino aquel del cual la cristiandad proviene por completo, es decir Cristo. Es en Cristo donde vemos lo que es la Iglesia, que es su cuerpo; es en la Iglesia, cuerpo de Cristo, donde vemos lo que son los fieles. Así, es en la oración de Cristo donde vemos lo que es la oración de la Iglesia, y en la oración de la Iglesia donde vemos lo que es la oración del cristiano.

Que la oración del cristiano, al ser la oración de un individuo, debe tener un carácter individual, algo de espontáneo, de interior, de invisible al exterior, evidentemente que no se puede dudar. Pero este aspecto personal, según nosotros, no difiere de la vinculación, muy personal, a la colectividad. Igualmente, no hay lugar para considerarla fuera de ésta; se deduce de ella. La volveremos a encontrar, solamente al hablar de la oración que debemos hacer en la Iglesia y en Cristo.

Vemos pues a Cristo y a su oración y, en Él, nos vemos a nosotros mismos y a nuestras oraciones.

La oración ha ocupado la vida de Cristo aquí abajo; era incluso, en cierto sentido, toda su substancia; puesto que en sí mismo era el Hombre-Dios y que, por lo tanto, llevaba a cabo, en su persona única, la perpetua oblación de la humanidad en la divinidad. Esta oración continua, la de sus jornadas de trabajo y la de las largas noches que pasaba en oración sobre las montañas, las ha reunido a todas, llevándolas al máximo de intensidad, en una oblación suprema donde se ofreció por completo. Todos sus actos de amor y de culto, toda la piedad y toda la religión que aportaba al mundo en sí mismo, convergían hacia el Monte Calvario y hacia el sacrificio de la Cruz.

Sacrificio único y de una perfección trascendente, el más perfecto que haya ofrecido este Pontífice que supera infinitamente a todos los pontífices. Sacrificio, por lo tanto, que no es una oración junto a las otras oraciones y comparable a ellas; que no es, entre las oraciones, la más augusta o la más poderosa, sino que es, en verdad, la oración, la oración única y total, la que retoma en sí misma, para hacerlas aceptables, todas las oraciones que se han elevado aquí abajo.

Y esto, no tanto porque el que ruega es Dios; no tanto porque entre los hombres es el más puro y santo; sino sobre todo porque en su unidad de Hombre-Dios, es el mediador entre nuestra raza y el Padre; porque, en su humanidad que subsiste en el Verbo, es la cabeza de un cuerpo místico, y porque ningún hombre vive ante Dios, ninguno ama, ninguno reza, sino viviendo y rezando en él.

De esta manera, su oración subsiste perpetuamente, precisamente a causa de su perfección única y a causa del rol perpetuo que debe cumplir. Jesús la ha dejado a los suyos como su recuerdo y sin dejar de ser su holocausto, o más bien, porque es continuamente su holocausto es, a través de los siglos, el holocausto de la cristiandad y la fuente de donde brota continuamente la piedad de los cristianos.

Es el sacrificio de la misa. La misa es el sacrificio de Jesucristo en cuanto este sacrificio se continúa y renueva en la Iglesia; es el sacrificio considerado en el acto de su eficacia, en la comunicación que nos hace de su virtud.

De esta manera la misa es, al igual que el sacrificio de la cruz, y al mismo título, la oración sin defecto y sin igual, la oración perfecta y la oración absoluta, la oración tan completa y suficiente que ninguna súplica debe agregarse a ella, sino que todas derivan de ella, todas toman en ella su impulso y su fuerza y da a todo el culto que se practica aquí abajo, su centro, su significado e incluso su posibilidad.

De esta manera, siempre indispensable, se renueva incesantemente. De oriente a occidente, no deja de llevarse a cabo sobre toda la superficie de la tierra, a toda hora del día, el acto más augusto que puedan hacer los hombres.

Más todavía: de una oblación a otra, ella misma se da una especie de prolongación y es de esta prolongación que hay que hablar, sobre todo, pues es en ella donde vamos a encontrar la oración de los cristianos.

Pero esta prolongación es doble, pues la Iglesia, en donde se produce, tiene un doble aspecto. Tiene un cuerpo y un alma, una vida pública y una vida interior. En ambos casos, el sacrificio de donde viene toda vida cristiana, adquiere una especie de perpetuidad.

En el cuerpo de la Iglesia, en la vida pública y exterior de la Iglesia, la prolongación consiste en la liturgia. Lo que allí continúa es el aspecto exterior y visible, el “cuerpo” de la misa, si se puede hablar así. La misa está constituida esencialmente por las palabras de la consagración, pronunciadas por un ministro ordenado, sobre el pan y el vino. A este gesto sagrado, la Iglesia, en cuanto sociedad pública y visible, ha dado una especie de contexto, visible también. Son, antes que nada, las ceremonias, las súplicas, las lecciones de que está constituido el conjunto del sacrificio. Son, luego, los salmos, los himnos, las lecturas del breviario. Estos rodean y prolongan la liturgia de la misa, así como la misma liturgia es el acompañamiento y cuadro del sacrificio propiamente dicho. Gracias a ella, el sacrificio no termina nunca completamente. De una oblación a otra, y mientras esta misma oblación se va propagando sobre toda la tierra, cada iglesia local permanece agrupada alrededor de su altar y la oración de Jesús se prolonga en la de la Iglesia, sin ruptura ni cesación.

Así como no se puede separar el cuerpo de la cabeza, ni la Iglesia de Cristo, tampoco se puede separar esta súplica solemne del acto donde Cristo, en la Iglesia y por la Iglesia, se ofrece a Dios junto con la Iglesia.

Oración magnífica pues, esta oración litúrgica. Y no sólo a causa del carácter inspirado de casi todas sus fórmulas, no solamente a causa de su plenitud de sentido, de su adaptación a nuestra naturaleza, de su discreción, de su antigüedad, todo ello, a fin de cuentas, le es aún accidental; pero sobre todo a causa de su esencia misma y de su razón de ser. Repitámoslo: la liturgia es el contexto sagrado, dado al sacrificio del Salvador, por aquellos que son los representantes auténticos del Salvador; es la oración oficial de la catolicidad; es la voz de la Iglesia en cuanto es, al mismo tiempo, una sociedad visible y una sociedad de religión y de culto.

Puesto que sirve como contexto y prolongación de los santos misterios, alguna parte de la grandeza de estos misterios se prolonga en ella. A causa de esto es, al igual que ellos, la oración, la oración única y absoluta, la oración católica y total. Es esto, a su manera, a título de expresión auténtica y oficial. Toda oración que no le esté unida de ninguna manera, ni inmediata ni mediatamente, toda oración que no tuviera en ella, bajo ningún título, su fórmula y su expresión exterior, no sería verdaderamente una oración de Cristo, y no sería pues, verdaderamente una oración cristiana. Fuera de la Iglesia no hay salvación, debemos decir; de la misma manera, podemos continuar, en el sentido que acabamos de explicar, fuera de la oración de la Iglesia, no hay oración.

Pero esto debe ser precisado bien. La liturgia, por esencia, es una oración vocal. Es incluso lo que hace a su grandeza, lo que determina su naturaleza. Prolongación exterior y visible, dada a la misa en cuanto rito exterior y visible, por la Iglesia en cuanto sociedad visible, no es ni puede ser más que un conjunto de palabras, cantos, gestos, ceremonias exteriores y visibles. Todo está regulado, hasta los menores detalles. Mientras la lleva a cabo, el celebrante debe desaparecer en cuanto persona privada y ya no ser más que el mandatario que presta sus labios y brazos a la catolicidad toda entera. Incluso si dice la misa en una capilla aislada, incluso si está solo para recitar sus horas canónicas, habla entonces en plural, porque habla en nombre de toda la Iglesia; incluso si dice su breviario en voz baja, debe entonces mover los labios y formar, como dice la moral, aliqua vox tenuis, alguna sombra de pronunciación perceptible, por más poco que sea; porque es de la esencia de esta oración ser una oración exterior, una oración de la Iglesia en cuanto sociedad visible. Las meditaciones, reflexiones fervorosas o incluso la atención al sentido de las palabras que se pronuncian, no son estrictamente necesarias. Lo esencial es que el ministro, en nombre de la Iglesia, diga y quiera decir efectivamente, las palabras que le dicta la Iglesia.

Evidentemente, puede agregar a este recitado reflexiones piadosas, movimientos de piedad; puede incluso hacer seguir el recitado ordenado con un segundo recitado, pero ésto ya no es oración oficial, e incluso si insertara, por propia iniciativa, a las fórmulas impuestas, meditaciones de su gusto o palabras, por más piadosas que sean, corrompería, sin embargo, de manera infeliz e incluso culpable, la oración que debe decir en nombre de todos.

Estas otras oraciones, estos actos de devoción personal, la liturgia nos sugiere a menudo. La vemos expresar a Dios y a los cristianos que la oyen, los movimientos que se forman en el secreto de las almas, movimientos de arrepentimiento, de alegría, de alabanza y de oblación; movimientos de los cuales es la expresión, así como el grito sobre los labios es la fórmula exterior de la alegría que está en el corazón; pero movimientos que no son ella y de los cuales debe permanecer, no separada ciertamente, pero sí diferenciada.

De esta devoción personal ha llegado el momento de hablar al presente.