II
CONTEXTURA ESPECIAL DEL ARGUMENTO DE LA DIVINIDAD DE CRISTO
EN SAN JUAN, VII-IX, 34
Significación amplia e importancia pedagógica de la fiesta de los Tabernáculos. - Oportunidad de la cuestión de los orígenes de Cristo, propuesta en la fiesta de los orígenes de Israel. - La contestación de Cristo relacionada con la liturgia conmemorativa del desierto: el agua, las tablas de la Ley, la columna de nube y fuego, la serpiente de bronce, la primera teofanía del Horeb: conclusión de todo el argumento. - El mismo argumento en San Judas y en otros escritos apostólicos. – Una nota de crítica textual sobre Jud. 5.
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De las tres grandes festividades mosaicas, Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, estrechamente unidas todas en una misma legislación y sobre un mismo fondo histórico, era la fiesta de los Tabernáculos la de significación más comprensiva y la de más rica, variada y sugestiva liturgia, porque conmemoraba la protección de Dios durante todo el período de la vida de Israel en el desierto. La ley se leía más extensamente, al menos cada siete años, según el precepto deuteronómico no restringido a unas pocas perícopas, y conforme al ejemplo clarísimo que Esdras había dado y consignado en su libro en los días de la restauración[1]. Para más inculcar la enseñanza de la Ley y de la santa historia de los orígenes, Jerusalén se transformaba en el antiguo campamento y, mientras la liturgia multiplicaba los símbolos y acciones sacras más expresivas, los escribas doctos improvisaban sus cátedras en los patios y pórticos del Templo, convirtiéndose así la fiesta y su octava en una gran semana catequística en que todo Israel, reunido in laetitia por precepto de Dios, revivía su historia prístina y por método más que intuitivo se educaba intensísimarnente en patria, religión y elementos de mesianismo.
En este ambiente festivo, que era el ambiente renovado del desierto de Sinaí, hay que colocar los capítulos VII-IX, 34 de San Juan para poder apreciar las modalidades que allí toma la prueba de la divinidad de Cristo; las cuales tal vez no hayan sido siempre suficientemente atendidas con perjuicio de la trascendencia dogmática de algún versículo, de la conexión y comprobación histórica de los varios incidentes, y hasta de la crítica literaria en el discutido pasaje de la mujer adúltera.
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Cuando el último año de su vida, después del conflicto de Galilea, Cristo subió a esta fiesta, no quiso hacerlo unido a la peregrinación pública, a fin de evitar las manifestaciones inoportunas que se le exigían y tal vez también para no hacer su aparición en la capital, como galileo en turba de parientes y galileos, precisamente en aquellos días en que los judíos habían de examinar los títulos de su Mesianidad, con relación a las profecías y en especial a la de Miqueas (VII, 1-10).
En efecto, la cuestión de los orígenes de Jesús se planteó esta vez abiertamente en Jerusalén. El capítulo VII, que es el primero de los relativos a la fiesta de los Tabernáculos, nos ofrece sobre este punto tres directas y variadas instancias. El primer día que Cristo apareció y enseñó en el Templo, decían algunos de los jerosolimitanos:
“¿Por ventura han conocido de veras los magistrados que éste es el Mesías? Pero éste sabemos de dónde es, mientras que el Mesías, cuando venga, ninguno sabe de dónde es" (25-27).
En el último día, que era el gran día de la fiesta, después del solemne llamamiento de Jesús, cuando algunos ya le confesaban por Mesías, otros preguntaban:
"Pues qué ¿el Mesías viene de Galilea? ¿No ha dicho la Escritura que del linaje de David y de la aldea de Belén, donde estaba David, viene el Mesías?" (40-42).
Y después, en la reunión del Sanedrín, para rechazar la prudente observación de Nicodemo, hubo quienes respondieron y le dijeron:
"¿Tú también eres oriundo de Galilea? Averigua y ve que de Galilea no se levanta ningún Profeta" (52).
Los judíos se ocupan, pues, del origen de Jesús y recuerdan señaladamente la profecía de Miqueas (V, 2). ¡A su clara luz, hubieran podido otra vez encontrar la verdad, si diligentemente la hubiesen buscado! El pasaje de Miqueas contiene una indicación precisa y completa de los orígenes de Jesús, afirmando en una parte el humano betlemítico, y en la otra el eterno y divino. Pero ellos, que tan descuidados andaban ahora de averiguar el nacimiento de Cristo en Belén como en los mismos días de la Natividad, menos dispuestos se hallaban a tomar en consideración lo de la segunda parte, relativa a la preexistencia divina. Eso era lo arduo, mas también lo principal. Cristo, por tanto, insistirá solamente en este punto, haciendo del otro una preterición que parece tener algo de tristeza y quizás también de ironía.
A la propuesta cuestión del origen del Mesías contestará Jesús colocándose a Sí en los orígenes del pueblo, precisamente mientras tales orígenes se festejaban. ¡Qué bellas y variadas oportunidades se ofrecían entonces!
[1] Aun cuando no se quiera conceder lo que sostiene el P. Cornely (Intr. vol. II, páginas 42-44) que se leía todo el Pentateuco, o admitir que fuera sólo el Deuteronomio (Cfr. Mangenot, L'Authenticité… p. 211), no ha de reducirse tal lectura a los pocos fragmentos deuteronómicos que señala Driver (Deuteronomy, p. 336, en nota) con referencia al Mischna (Sota, 7, 8). Pensamos se leería una amplia selección de perícopas tomadas de todo el Pentateuco, incluyendo preferentemente las que hacían referencia a la fiesta (Deut. XXXI, 9, etc.; II Esd. VIII, 18).