viernes, 1 de enero de 2021

La Disputa de Tortosa (XXXII de XXXVIII)

   Conclusión 

En lo personal, creemos que las razones (excepto la 12) alegadas por Jerónimo son muy convincentes, pero notemos algo no menor y es que la razón de la fuerza de sus argumentos está en tomar literalmente las palabras de los pasajes que cita y están todas relacionadas con la primera venida. 

Cerramos este tema con las palabras muy penetrantes del P. Pacios[1]: 

“Respecto a la argumentación de Jerónimo, sólida cuando se basa en la Escritura, se debilita y esfuma con frecuencia cuando, prescindiendo de aquélla, se contenta con alegar dichos o testimonios de rabinos. Esto no obstante, ésa es su argumentación preferida; los motivos creemos hay que buscarlos en el ambiente en que se hizo la discusión. En efecto, aunque la argumentación bíblica sea la más eficaz, el judío, como el cristiano, está acostumbrado a aceptar la interpretación de sus maestros. Un texto bíblico alegado podía resultarle sospechoso al ver que se le daba una interpretación contraria a la que ordinariamente había escuchado, aunque fuera aquélla más razonable y más conforme al texto. En cambio, la interpretación de sus propios rabinos no podía serle sospechosa. De ahí que esos testimonios fueran más eficaces para moverle a la conversión que las mismas pruebas bíblicas. Y por eso Jerónimo, que no buscaba hacer un tratado de teología, sino convertirles, adoptó y prefirió esa argumentación. Las conversiones logradas demuestran que no andaba equivocado y que tenía conocimiento exacto de las circunstancias y del ambiente en que actuaba. 

A primera vista, puede parecer extraño que tal argumentación resultara eficaz. En efecto: podían decirle, y de hecho le dijeron varias veces los rabinos, que esas autoridades alegadas había que entenderlas del mismo modo que las entendieron sus autores; entenderlas de otro modo sería interpretarlas mal. Y sus autores, siendo judíos, no pudieron querer expresar en ellas dogmas contrarios a su propia religión. 

La dificultad, a la que debidamente respondió Jerónimo, es tan sólo aparente, y su apariencia no logró engañar a los numerosos judíos que se convirtieron. 

En efecto, los redactores definitivos del Talmud no admitían, evidentemente, el concepto mesiánico cristiano, sino el judío; pero no se olvide que ellos no fueron los autores de numerosas sentencias y opiniones contenidas en él. El espíritu tradicionalista semita, avivado por una enseñanza oral y memorística de siglos, les hizo incluir numerosos dichos de sabios anteriores, que a su vez los recibieron de otros que les precedieron. Ellos mismos creían que esas enseñanzas orales remontaban su origen hasta Moisés, quien oralmente las había enseñado. Eso explica que las incluyeran en el Talmud, aunque tal como sonaban contradecían a sus creencias; preferían obviar este obstáculo comentándolas y explicándolas a su gusto, que no el dejar de consignarlas. Esto les hubiera parecido un crimen, por tratarse de doctrinas que creían reveladas (...) 

Sin necesidad de remontarnos hasta Moisés, es indudable que muchas de esas enseñanzas procedían de tiempos anteriores a Cristo, es decir, antes de que el conflicto entre judaísmo y cristianismo obligara a los judíos a una revisión de sus doctrinas que justificase a sus propios ojos el haber rechazado al Mesías. 

Algo semejante puede decirse de los diversos Midrashim, de autores casi siempre anónimos. La obra del autor, más que en afirmar él algo propio, consiste en reunir comentarios y sentencias de antiguos maestros (…) 

Teniendo esto presente, la interpretación de las autoridades alegadas por Jerónimo ha de hacerse, no según las entendieron los compiladores del Talmud o los autores de los Midrashim, que evidentemente no compartían el concepto mesiánico cristiano, sino según las entendieron sus verdaderos autores, a quienes la lucha contra el cristianismo, aun no existente, no les había imbuido de prejuicios. Es decir, hay que interpretar sus dichos tal como suenan, y no tal como los quieren entender los rabinos posteriores, movidos por el odio a la doctrina de Cristo. Hay que creer, en efecto, que sabían expresarse debidamente y que, por consiguiente, dijeron lo que querían decir, y no precisamente lo contrario de lo que deseaban expresar, como pretenden sus comentadores posteriores. 

Aquí radica precisamente la doble eficacia de la argumentación de Jerónimo. Eficacia dispositiva, porque hacía conocer a sus oyentes que la primitiva interpretación judía de la Escritura coincidía en sustancia con la posterior interpretación cristiana. Con esto desaparecía el mayor obstáculo para la conversión: el judío, al convertirse, no tenía que abandonar la fe de sus mayores, sino volver a ella, de la cual apartó a los judíos posteriores su odio al cristianismo. 

Eficacia absoluta, en mayor o menor grado según el número y calidad de las autoridades alegadas, porque ese concepto mesiánico anterior a Cristo, fundado en una interpretación de la Escritura transmitida por tradición, supone, cuando es uniforme, un origen revelado, o muestra cuando menos que la Escritura, interpretada sin prejuicios, exhibe fielmente el concepto mesiánico cristiano. Esto fué lo que vieron los oyentes de Jerónimo, y esto explica las numerosas conversiones logradas”.


 [1] I.311-313.