jueves, 28 de enero de 2021

La Enseñanza de los Manuales de Teología, por Mons. Fenton (V de V)

   La Posición del P. Baum 

Debemos señalar que no hay un completo acuerdo entre las obras que acabamos de mencionar (y solamente hemos mencionado una pequeña parte de la literatura que podría llamarse manuales de teología dogmática fundamental del siglo XX) con respecto a las opiniones teológicas. Ciertamente, existen tesis en el libro de Ch. Pech que están impugnadas en la obra del Reginald Garrigou-Lagrange. Y no todo lo que es enseñado por Tanquerey está aprobado en los manuales de Louis Billot. 

Aun así, si examinamos el tema de cerca, la oposición del P. Baum está dirigida, no hacia alguna opinión individual o grupo de opiniones dentro del campo de la teología dogmática fundamental, sino en contra de la enseñanza común de todos esos textos. Afirma el P. Baum que uno de los grupos antagonistas en el Concilio Vaticano II busca “consagrar como la eterna sabiduría de la Iglesia la teología de los manuales del siglo XX y el énfasis antimodernista de las que estaban penetrados”. Si sus palabras tienen algún significado, debe estar convencido que lo que es la enseñanza común de todos estos manuales de comienzo de siglo, y la enseñanza común de todos los manuales que les siguieron durante el curso del siglo XX, ciertamente no es sabiduría Católica, y que esta enseñanza debe ser abandonada si se quiere renovar la vida de la Iglesia y si queremos volver a lo que llama “la tradición más auténtica de la Iglesia de todos los siglos”. 

Ahora bien, es muy obvio que la enseñanza común de los manuales de teología dogmática fundamental desde el comienzo del siglo XX ha sido la doctrina que ha sido enseñada a los candidatos al sacerdocio dentro de la Iglesia Católica, al menos hasta hace unos meses. Estamos hablando de libros que fueron usados para enseñar en los seminarios y universidades. Si todos estos libros contienen una enseñanza común opuesta o incluso distinta de la genuina doctrina Católica, entonces el magisterium ordinario y universal de la Iglesia Católica ha estado en gran falta durante el siglo XX. 

Debemos señalar que estamos hablando de la enseñanza común de estos textos o manuales de teología dogmática fundamental. El P. Baum acusa que uno de los dos grupos en conflicto en el Concilio Vaticano II intentaba “consagrar como la eterna sabiduría de la Iglesia la teología de los manuales del siglo XX”. Claro que este es el lenguaje de la Madison Avenue más que la sala de conferencia de una universidad. Está calculado para que sus lectores imaginen que muchos Padres del concilio intentaban dar a la enseñanza de los manuales de teología dogmática fundamental un status del que no gozaba previamente esa enseñanza. 

Lo que parece disgustar al P. Baum es el hecho de que la enseñanza unánime de los teólogos escolásticos en cualquier área relacionada con la fe o la moral es la enseñanza del magisterium ordinario y universal de la Iglesia. Los manuales, como aquellos a los que hemos hecho referencia, son libros usados en realidad en la instrucción de los candidatos al sacerdocio. Son escritos por hombres que de hecho enseñan en las instituciones de la Iglesia aprobadas por ella, bajo la dirección de la jerarquía Católica y en último término, por medio de la actividad de la Congregación de los Seminarios y Universidades, bajo la dirección del Romano Pontífice. La enseñanza común o moralmente unánime de los manuales en este campo forma parte, sin duda, de la doctrina Católica. 

Es obvio que las opiniones individuales de los autores en particular no constituyen doctrina Católica, y no puede ser presentada como tal. Pero hay un fondo de enseñanza común (como la que nos dice que hay verdades que la Iglesia nos propone como reveladas por Dios y que no están contenidas de ninguna manera en los libros inspirados de la Sagrada Escritura), que es la enseñanza unánime de los manuales, y que es doctrina de la Iglesia. La doctrina unánime de los teólogos escolásticos ha sido reconocida siempre como norma de doctrina Católica. Es desafortunado que hoy en día se procure descarriar a las personas para que imaginen que en el siglo XX esa norma dejó de existir. 

El P. Baum intenta hacer aparecer como que hubo un grupo considerable entre los Padres del concilio que creía que la vida de la Iglesia podía renovarse y de que podíamos volver a “la tradición más auténtica de la Iglesia de todos los siglos” dejando de lado la enseñanza común y unánime de los teólogos escolásticos de nuestra época. Por otra parte, es la enseñanza de Silvio, quien sigue a Melchor Cano aquí casi palabra por palabra, que: 

Rechazar la enseñanza concorde de todos los teólogos en temas de fe o moral, si no es herético, es sin embargo próximo a herejía[1]. 

Sobre todo, dado que no hay prueba alguna que hubo algún partido en el concilio con las intenciones descritas por el P. Baum, parecería más sabio seguir la enseñanza fundamental expresada por Cano y Silvio. 

 

Énfasis Antimodernista 

Fue muy desafortunado que el distinguido Sacerdote canadiense haya hablado sobre el modernismo en este contexto particular. En su artículo, es claro que considera el “énfasis” antimodernista de los manuales teológicos de comienzo de siglo, y por inferencia, de los manuales que siguieron en la misma línea tradicional durante el curso del siglo XX, como algo que puede y debe abandonarse. Los primeros modernistas intentaron frecuentemente engañar a la gente para que imaginaran que la oposición a sus enseñanzas erróneas constituía una especie de exceso teológico y que se daría un balance doctrinal apropiado solamente cuando se alcanzara un compromiso entre el modernismo y el antimodernismo. Tal vez sin quererlo, el P. Baum parece estar promoviendo el mismo mensaje. 

En realidad, el modernismo era una herejía o, para decirlo con más precisión, un cúmulo de herejías. Si uno quiere saber cuáles son realmente las enseñanzas de los modernistas que fueron condenadas, solamente tiene que leer las proposiciones condenadas en el Lamentabili sane exitu[2] y ver el contenido del Juramento contra los errores del modernismo[3]. Si uno emprende ese estudio, descubrirá que los dogmas negados por los modernistas son las enseñanzas básicas que Dios nos ha revelado sobre su Iglesia y su mensaje. Dado que había una campaña que buscaba que los Católicos rechazaran estas doctrinas, era y sigue siendo necesario para cualquier preciso y competente tratado en el campo de la teología dogmática fundamental afirmar o, si el P. Baum prefiere la palabra, enfatizar estas enseñanzas que eran negadas por los modernistas, y que eran proclamadas como doctrina Católica auténtica y fundamental por el magisterium infalible de la Iglesia Católica. 

El sacerdote Católico sabe que nunca puede ni va a haber un “retorno” a una tradición doctrinal Católica más auténtica por medio del abandono de la enseñanza común de todos los manuales de teología dogmática fundamental del siglo XX. El magisterium vivo e infalible de la Iglesia Católica nunca abandona la tradición Católica más auténtica. La tradición se manifiesta en la enseñanza común de los manuales de siglo XX y en la condena de las diversas proposiciones modernistas. 

El abandono de los dogmas atacados o puestos en discusión por los primeros modernistas o por sus sucesores sería un abandono de la enseñanza divina dentro de la Iglesia Católica. Debemos agradecer a Dios que no hay ninguna evidencia que ningún grupo de Padres del Concilio Vaticano quiere abandonar esta doctrina de ninguna manera[4]. 

Joseph Clifford Fenton


 [1] Controversias, Lib, 6, q. 2, art. 4, concl. 3. El pasaje en la obra de Melchor Cano se encuentra en De locis theologicis, Lib. 8, cap. 4, concl. 3. 

[2] Denz., 2001-65. 

[3] Denz., 2145 ss. 

[4] Nota del Blog: O era una advertencia velada a esos modernistas o realmente Mons. Fenton pecó de ingenuo aquí.