II. EXAMEN DE OTROS TEXTOS
PROFÉTICOS Y CONCLUSIONES
Como
ilustración de nuestra tesis sobre el alcance escatológico de los vaticinios de
Ezequiel acerca de la restauración de Israel en el reino messiano y lugar que
ocupa esta restauración en la serie de los acontecimientos novísimos, vamos a
hacer un breve recuento de los antiguos y nuevos vaticinios sobre el reino, en
la dimensión que a ese pueblo se refiere, pues sólo confrontando unos con
otros, y completando con unos lo que en otros falta, se puede llegar a una
visión de conjunto del oscuro porvenir. El que a algún vidente no se le revelen
más que alguna o algunas facetas del futuro, no quiere decir que no existan
otras, indicadas tal vez, por otro en sus anuncios.
Ante
el hecho harto frecuente, el método a seguir es bien sencillo y consiste en
tratar los documentos proféticos a la manera de documentos históricos más o
menos deficientes. Comparados unos con otro se completan, y teniéndolos todos a
la vista, y no de otra manera, es como llega el historiador a formarse una idea
más o menos exacta de lo que sucedió. Así nos la formaremos también nosotros de
lo que sucederá, si tenemos a la vista y comparamos entre sí los varios
anuncios sobre el misterioso porvenir de ese pueblo excepcional.
No participamos la opinión de
los que piensan que nada concreto y particular se anuncia en las profecías. Los
Apóstoles y sus discípulos no pensaban así en la aplicación que tantas veces
hacen de las antiguas profecías. La posterior idea derrotista, frente a la
profecía bíblica, es uno de los frutos más legítimos del alegorismo
alejandrino, que en su afán de verlo todo ya cumplido, y no acertando luego a
salvar la distancia que media entre la profecía y la historia, ante las
apremiantes exigencias de la letra, echa mano de los conocidos subterfugios,
que suelen cristalizar en frases como ésta: “Así dice el texto, pero ya se sabe
lo que esto significa”.
Para nosotros el texto
profético dice lo que dice, unas veces en lenguaje llano y otras en lenguaje
figurado, tal vez alegórico, pero la existencia de la alegoría debe probarse y
no sacarla luego de quicio, haciéndola decir lo que no dice y no dejándola
decir lo que dice. Propio o figurado, el lenguaje ha de tomarse normalmente en
su sentido obvio y usual. Obrar de otra manera es abrir la puerta a todas las
arbitrariedades no sin menoscabo de la palabra profética que, a fuerza de
hacérselo decir todo se la acomoda a cualquier cosa, y se acaba luego por no
hacerla decir nada en concreto. Es la última conclusión a que nos va llevando
fatalmente el alegorismo alejandrino.
En
este alarde alegaremos preferentemente los anuncios relativos a la
reintegración futura de Israel.
1. Oseas.
De
la fusión definitiva de los dos reinos en uno, bajo la égida de un solo
caudillo, habla primero de todos Oseas, cuando dice:
Y
se congregarán en uno los hijos de Israel y los hijos de Judá, y pondrán sobre
sí un mismo caudillo, y saldrán del país (Os. I, 11).
En
el capítulo 3 desarrolla más el tema, poniendo particularmente de realce la dispersión
secular de los del reino de Israel, donde el profeta predicara. Podrá Judá
tener sus restauraciones históricas antes de la definitiva; a Israel no le
queda más que la escatológica, al fin de los tiempos (Os.
III, 5). ¿Qué es, pues, eso de decir
que Israel volvió ya con Judá al volver éste del destierro babilónico? El
autor, que así lo supone, no está muy seguro de su posición, como ya notamos, y
tiene bien por qué no estarlo.
2. Amós.
Aunque
no con tanta explicitud como Oseas en la distinción de entrambos reinos, al
mismo acontecimiento escatológico se refiere Amós en su hermosa profecía sobre
la restauración futura de Israel, que se le presenta como total, con la vuelta
de la dinastía davídica, como en los días antiguos (Am. IX, 11), y además definitiva, pues que añade: y
no volverán a ser arrancados de su tierra (Am. IX, 15; cf. Jl. III, 20 s.), pensamientos ambos
glosados cien veces por los profetas posteriores y en particular por Ezequiel.
Ya sé que muchos intérpretes
echan un velo sobre frases como ésas, y otro sobre la historia de Israel o de
la Iglesia, e increpan luego a los judíos por el velo que tienen ante su faz en
la lectura del A.T. (II Cor. III, 14 s.). Sería ocasión de recordarles el
conocido reproche del Maestro (Mt. VI, 3).
Santiago el Menor, al citar
en el concilio apostólico el texto de Amós lo hace por las palabras, expresivas
de esa universalidad (para que busque al Señor el resto de los hombres,
etc. Hech. XV, 17) que según el texto de los LXX se contienen en él, no porque
todo en él tenga cumplimiento cabal en aquel momento histórico. Es la manera
plena de citar que tienen los autores del N.T. v. gr.: San Pedro en Act. II,
16-21.