18. Una sugestiva
fantasía.
Fué
G. H. Darwin el que dijo que, al ser arrancado y lanzado al espacio por la
fuerza centrífuga de la Tierra, el bloque de la Luna dejó en la costra
terrestre un enorme báratro, donde quedó emplazada la cuenca del Pacífico.
Como
era natural, la hondonada prodigiosa, negativa del bloque lunar, tendió a
cerrarse, por el corrimiento automático de los continentes, hacia ella,
produciéndose como efecto, por un lado, la formación de las cuencas del Ganges
y el Indo, del Tigris y el Éufrates, del Caspio y sus afluentes, y por el otro,
el desprendimiento del continente americano y la Groenlandia de frente al viejo
continente, con el que formaron antiguamente un bloque. Prueba, la
correspondencia de perfiles costeros en el mapa mundi a uno y otro lado de la
rasgadura atlántica. Así varios geólogos hoy día.
El
bloque lunar, antes de desprenderse, era como la clave del arco terrestre.
Soltóse hacia fuera la dovela principal y las partes todas del arco se
aflojaron.
Ahora
bien, como la tierra es redonda, el arco viene a cerrarse en círculo perfecto,
que podemos figurarnos integrado por dos arcos en oposición, el oriental y el
occidental, los cuales mutuamente se sostienen, haciendo de estribo el uno para
el otro. Al aflojarse, pues, los bloques constitutivos del arco oriental en el
Pacífico, aflojáronsele los estribos al occidental y éste hubo de rajarse por
mitad a lo largo del meridiano palestino, amenazando separarse en dos, con un
movimiento contrario al del oriental.
Así
se explicaría sin dificultad la hendidura de todo punto extraordinaria, que
constituye el lecho del Jordán y se prolonga por el mar Rojo y la Somalia hasta
más allá de las fuentes de Nilo. Prescindiendo del desprendimiento lunar, ésa
es, si mal no recuerdo, la explicación que de esa hendidura portentosa se dio
hace años en Revue Biblique, no sé en
qué número: un aflojamiento de los estribos del arco palestino.
Como quiera que sea, con
desprendimiento del bloque lunar o sin él, hoy se tiene por averiguado el
corrimiento del continente americano hacia Occidente, y como efecto de ese
aflojamiento, nada más natural que se iniciara a su vez el corrimiento de África
y aun de Europa en la misma dirección, formándose, en consecuencia, la dicha
hendidura del meridiano palestino, que podría ensancharse más aún, en un
segundo desprendimiento efectivo de la parte occidental del viejo continente.
Y yo me doy a pensar que eso
ha de suceder algún día, cuando, al descender el Señor sobre el Olivete (Zac.
XIV, 4; cf. Jl. III, 12), desde donde ascendió (Act. I, 12) y poner de nuevo
los pies en el monte para dar el triunfo a su Ungido en el juicio universal
(Sal. II; Hab. III; Jl. loc. cit.; Ap. XI, 15 ss.), se produzca en la
tierra la sacudida más espantosa que vieron los siglos y que, después de Is.
XXIV, 18-20, registró San Juan en su sismógrafo, al abrir del sexto sello (Ap. VI,
12 ss), sonar de la séptima trompeta (Ap. XI, 15-10) y derramar de la séptima
copa (Ap. XVI, 17-21).
Como efecto del terrible
seísmo, la Transjordania quedaría separada de la Cisjordania, por una anchurosa
lengua de mar, prolongación y ensanchamiento del cuerno oriental del mar Rojo,
y la tierra prometida, reducida a sus términos precisos, que son los de la
promesa (Gen. XIII, 14 ss.), entre el Jordán (o mar Oriental) y el mar
Occidental o Mediterráneo. Y esta sería la razón, por qué a Ezequiel se le
manda distribuir entre las doce tribus sólo la tierra comprendida en esos
límites (Ez. XLVII, 13 ss.), dejando fuera del plan la Transjordania.
“Se non é vero é ben trovato”. ¿No
habría por ahí algún poeta que lo cantara en verso?