sábado, 16 de abril de 2016

El que ha de Volver, por M. Chasles. Primera Parte: Volverá (IX de XVI)

IX

GUARDABAN LAS VIGILIAS DE LA NOCHE

Lc. II, 8

Del Advenimiento glorioso de Jesús está escrito: "Como el relámpago sale del oriente y aparece hasta occidente, así será la Parusía del Hijo del hombre" (Mt. XXIV, 27).

Este rayo que brilla de repente sobre el mundo para que tome conciencia de sí mismo, recordará ciertamente al resplandor de aquél que iluminó la noche del nacimiento del Mesías: "El resplandor de la gloria de Dios” (Lc. II, 8).

Ahora este resplandor de la gloria de Dios no iluminará más que a algunos pastores. "Y velaban haciendo centinela de noche sobre su rebaño" (Lc. II, 8).

"¡Ellos guardaban las vigilias de la noche!".

Esta guarda de las vigilias de la noche trajo la recompensa de los pastores; su fidelidad en la vigilancia del ganado les mereció ser llamados a adorar al Niño envuelto en pañales.

Es la condición de vigilantes la que Jesús impone a los que quieran reconocerle cuando Él venga sobre las nubes con gran poder y majestad. Acabamos de ver que el Señor concluyó la parábola de las vírgenes por estas palabras: "Velad, pues, porque no sabéis en qué día vuestro Señor viene" (Mt. XXIV, 42). "¡Ved! ¡Estad alertas!, porque no sabéis cuándo el tiempo es" (Mc. XIII, 33).

Entonces Jesús para dar mayor fuerza aún a tales advertencias, se sirve de una parábola: “Como un hombre que partiendo, dejó su casa y habiendo dado a sus siervos la autoridad, a cada uno su obra y al portero encomendó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo el Señor de la casa viene: si a la tarde, si a la medianoche, si al canto de gallo, si a la mañana, no sea que viniendo de repente, os halle durmiendo. Pero lo que a vosotros digo, a todos digo: ¡Velad!" (Mc. XIII, 34-37).


Entonces, para los que habrán esperado, la recompensa será magnífica: "¡Bienaventurados esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará velando! En verdad, os lo digo, él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles. Y si llega a la segunda vela, o a la tercera y así los hallare, ¡bienaventurados de ellos!” (Lc. XII, 37-38).

Pero escuchemos el castigo de los que se cansaron de la larga espera: "Pero si ese siervo dice en su corazón: “Mi amo demora en regresar”, y comienza a maltratar a los servidores y a las sirvientas, a comer, a beber y a embriagarse, el amo de este servidor vendrá el día que no espera y en la hora que no sabe, lo cortará en dos, y le asignará su parte con los incrédulos" (Lc. XII, 45-46).

Cansarse de la espera, dormirse, abandonar las vigilias, emborracharse, golpear a los humildes servidores, ¡he aquí lo que merece el castigo capital! ¡Todas éstas son las palabras que se prestan a una seria meditación!

Pensamos que fué la preocupación ardiente de ser del número "de los que esperan" la vuelta del Mesías, lo que hizo establecer en los primeros siglos la costumbre de santificar las horas de la noche por los "nocturnos" o "vigilias", lo que nosotros llamamos los maitines. Los monasterios perpetúan esta tradición y cantan el oficio durante la noche.

La noche romana[1] consta de cuatro vigilias de tres horas: Desde las 18 horas hasta las 21 horas; desde las 21 horas hasta medianoche; desde medianoche hasta las 3 horas; desde las 3 hasta las 6. Y en el Evangelio se habla de la noche romana; los usos romanos habían prevalecido entonces.

A esta división de la noche se refiere por lo tanto el texto de San Marcos (XII, 34-37).

El Maestro puede volver:

A la tarde: desde las 18 horas hasta las 21.

Durante la noche: desde las 21 horas hasta medianoche.

Al canto del gallo: desde la medianoche hasta las 3 horas.

Al amanecer: desde las 3 horas hasta las 6 de la mañana.

¿Acaso volverá durante la noche? Es posible: fué así como volvió el Esposo de la parábola de las vírgenes. Jesús debe volver como un ladrón y es generalmente en la noche cuando obra el ladrón de manera disimulada. "Sabedlo bien, dice Jesús, porque si el dueño de casa hubiera sabido a qué hora el ladrón había de venir, no hubiera dejado horadar su casa" (Lc. XII, 39; Mt. XXIV, 43). Pero "de los tiempos y de los momentos" (I Tes. V, 1) nada sabemos "Ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre sólo" (Mc. XIII, 32; Mt. XXIV, 36).

¡Qué misterio, qué profundo misterio del que deberíamos, sin embargo, vivir un día en pos de otro, deseando con los Ángeles "hundir en él la mirada"!




[1] Nota del Blog: Crampon Dictionnaire du Nouveau Testament, voz: “Calendrier juif”, comenta:

“La noche comenzaba con la caída del sol; constaba de doce horas, que se dividían en cuatro partes o velas, más o menos largas según las estaciones: desde las seis más o menos hasta las nueve era la noche, ὀψὲ; desde las nueve hasta la medianoche, la mitad de la noche, μεσονύκτιον o plena noche; desde medianoche hasta las tres, el canto del gallo, ἀλεκτοροφωνίας; de tres a seis, la mañana, πρωΐ o alba”.