IX
GUARDABAN LAS VIGILIAS DE LA NOCHE
Lc. II, 8
Del Advenimiento glorioso
de Jesús está escrito: "Como el
relámpago sale del oriente y aparece hasta occidente, así será la Parusía del
Hijo del hombre" (Mt. XXIV, 27).
Este rayo que brilla de repente sobre el mundo para que tome conciencia
de sí mismo, recordará ciertamente al resplandor de aquél que iluminó la noche
del nacimiento del Mesías: "El
resplandor de la gloria de Dios” (Lc. II, 8).
Ahora este resplandor de
la gloria de Dios no iluminará más que a algunos pastores. "Y velaban haciendo centinela de noche sobre
su rebaño" (Lc. II, 8).
"¡Ellos guardaban las vigilias de la noche!".
Esta guarda de las vigilias de la noche trajo la recompensa de los
pastores; su fidelidad en la vigilancia del ganado les mereció ser llamados a
adorar al Niño envuelto en pañales.
Es la condición de vigilantes la que Jesús impone a los que quieran reconocerle
cuando Él venga sobre las nubes con gran poder y majestad.
Acabamos de ver que el Señor concluyó la parábola de las vírgenes por estas
palabras: "Velad, pues, porque no
sabéis en qué día vuestro Señor viene" (Mt. XXIV, 42). "¡Ved! ¡Estad alertas!, porque no sabéis
cuándo el tiempo es" (Mc. XIII, 33).
Entonces Jesús para dar
mayor fuerza aún a tales advertencias, se sirve de una parábola: “Como un hombre que partiendo, dejó su casa y
habiendo dado a sus siervos la autoridad, a cada uno su obra y al portero
encomendó que velase. Velad, pues, porque no sabéis cuándo el Señor de la casa
viene: si a la tarde, si a la medianoche, si al canto de gallo, si a la mañana,
no sea que viniendo de repente, os halle durmiendo. Pero lo que a vosotros
digo, a todos digo: ¡Velad!" (Mc. XIII, 34-37).
Entonces, para los que habrán esperado, la recompensa
será magnífica: "¡Bienaventurados
esos servidores, que el amo, cuando llegue, hallará velando! En verdad, os lo
digo, él se ceñirá, los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirles. Y si
llega a la segunda vela, o a la tercera y así los hallare, ¡bienaventurados de
ellos!” (Lc. XII, 37-38).
Pero escuchemos el castigo de los que se cansaron de la larga
espera: "Pero si ese siervo dice
en su corazón: “Mi amo demora en regresar”, y comienza a maltratar a los
servidores y a las sirvientas, a comer, a beber y a embriagarse, el amo de este
servidor vendrá el día que no espera y en la hora que no sabe, lo cortará en
dos, y le asignará su parte con los incrédulos" (Lc. XII, 45-46).
Cansarse de la espera, dormirse, abandonar las vigilias, emborracharse,
golpear a los humildes servidores, ¡he aquí lo que merece
el castigo capital! ¡Todas éstas son las palabras que se prestan a una seria
meditación!
Pensamos que fué la preocupación ardiente de ser del número "de los que esperan" la vuelta del
Mesías, lo que hizo establecer en los primeros siglos la costumbre de santificar
las horas de la noche por los "nocturnos" o "vigilias", lo
que nosotros llamamos los maitines. Los monasterios perpetúan esta tradición y
cantan el oficio durante la noche.
La noche romana[1] consta de cuatro vigilias de
tres horas: Desde las 18 horas hasta las 21 horas; desde las 21 horas hasta
medianoche; desde medianoche hasta las 3 horas; desde las 3 hasta las 6. Y en
el Evangelio se habla de la noche romana; los usos romanos habían prevalecido
entonces.
A esta división de la
noche se refiere por lo tanto el texto de San Marcos (XII, 34-37).
El Maestro puede volver:
A la tarde: desde las 18 horas hasta las 21.
Durante la noche: desde las 21 horas hasta medianoche.
Al canto del gallo: desde la medianoche hasta las 3 horas.
Al amanecer: desde las 3 horas hasta las 6 de la mañana.
¿Acaso volverá durante la
noche? Es posible: fué así como volvió el Esposo de la parábola de las
vírgenes. Jesús debe volver como un ladrón y es generalmente en la noche cuando
obra el ladrón de manera disimulada. "Sabedlo
bien, dice Jesús, porque si el dueño
de casa hubiera sabido a qué hora el ladrón había de venir, no hubiera dejado
horadar su casa" (Lc. XII, 39; Mt. XXIV, 43). Pero "de los
tiempos y de los momentos" (I Tes. V, 1) nada sabemos "Ni los ángeles
de los cielos, ni el Hijo, sino el Padre sólo" (Mc. XIII, 32; Mt. XXIV,
36).
¡Qué misterio, qué profundo misterio del que deberíamos, sin embargo, vivir
un día en pos de otro, deseando con los Ángeles "hundir en él la
mirada"!
[1] Nota del Blog: Crampon Dictionnaire du Nouveau Testament, voz: “Calendrier
juif”, comenta:
“La noche
comenzaba con la caída del sol; constaba de doce horas, que se dividían en
cuatro partes o velas, más o menos largas según las estaciones: desde las seis
más o menos hasta las nueve era la noche, ὀψὲ; desde las nueve
hasta la medianoche, la mitad de la noche, μεσονύκτιον o plena noche;
desde medianoche hasta las tres, el canto del gallo, ἀλεκτοροφωνίας;
de tres a seis, la mañana, πρωΐ o alba”.