III. EL PELÍCANO, EMBLEMA EUCARÍSTICO
A los primeros sentidos de
purificación, redención y resurrección que la simbología de Cristo concedió primero al Pelícano, vino a
añadirse otro que ha predominado desde entonces, el que hace de esta ave el emblema del amor de Cristo por las almas,
expresado por la entrega de su sangre en la Eucaristía.
Como hemos dicho antes, la
antigua fábula que se atribuyó al pelícano y que es el punto de partida de su
papel en el simbolismo cristiano no dice nada de que los polluelos muertos
resuciten mediante la imposible absorción de la sangre de su padre, sino de su
vivificación por la simple ablución en sus cadáveres (Fig. IX).
Fig. IX.- La aspersión regeneradora. Bordado en bolsa litúrgica de Lusignan (Viena), siglo XVI (?). |
En cambio, hay una antiquísima ficción egipcia,
enseguida difundida en Libia y hasta Numidia, que cuenta que el Buitre, cuando no encontraba ningún
alimento para dar a sus hijos, llevaba su entrega hasta el extremo de abrirse
la vena del muslo para alimentar con su sangre a su nidada[1].
Buffon pretende que san
Gerónimo y san Agustín, a finales del siglo IV, fueron los primeros en
trasponer en el pelícano la fábula egipcia que se refería tan sólo al buitre.
Por lo demás, en su Comentario del Salmo
CI, san Agustín trata sólo de pasada el sentido eucarístico del pelícano, cosa
que hicieron tras él poquísimos autores.
Hugo de san Víctor, en el siglo XIII, se expresaba así, tras
haber contado la fábula del pelícano:
Habíamos herido a nuestro Dios en el rostro, habíamos
renegado de él. Y sin embargo entregó a su Hijo al suplicio; la lanza del
soldado atravesó su costado, de donde salieron el agua y la sangre que sirvieron
para nuestra redención. El agua es la gracia del bautismo y la sangre es el
cáliz que nos dio a beber para el perdón de nuestros pecados[2].
Ya hemos visto que santo Tomás de Aquino, en el Adoro te, no relacionó al pelícano y su gesto heroico con la
nutrición eucarística, pero el simple hecho de haberlo evocado en un himno eucarístico
como emblema del Redentor, contribuyó mucho a darle el carácter eucarístico que
desde entonces prevaleció sobre todos los demás en el simbolismo cristiano.
[1] Cf. Horus Apolo. — Abbé Van Drival, Grammaire comparée des Langues bibliques,
parte II, XVI, p. 115. Véase más
arriba, Cap. LXIII, El Buitre.
[2] Véase C. HIPPEAU, introducción a Le Bestiaire divin de Guillaume, clerc de
Normandie, p. 95.