II. EL PELÍCANO, EMBLEMA DEL CRISTO
PURIFICADOR,
AUTOR DE NUESTRA VIVIFICACIÓN
Desde el segundo siglo de
nuestra era, el autor cristiano del Physiologus
recogía la fábula del pelícano que vivifica a sus polluelos, y en el siglo
siguiente los alfareros de Cartago pusieron su imagen entre los emblemas del
Redentor con los que adornaban las lámparas cristianas[1].
La Llave, llamada de san Melitón, nos precisa que el pelícano
representa a Cristo en su Pasión, D. C.
in Passione[2].
A finales del siglo XV,
Jehan de Cuba citaba así a algunos autores antiguos:
Según Isidoro:
Pelícano
es un ave de Egipto que habita en la soledad del río del Nilo, del que tomó el
nombre: porque Egipto es llamado Canapos. Dicen
que mata a sus polluelos y que los llora tres días. Y luego se hace una herida
y con la aspersión de su sangre reviven sus polluelos (Fig. II).
Fig. II.- El Pelícano resucitando a sus polluelos. Según un grabado de madera del Hortus Sanitatis de Jehan DE CUBA. |
Según el Physiologus:
El pelícano ama excesivamente a sus polluelos,
los cuales, cuando comienzan a crecer, golpean a sus padres en la cara. Y
entonces éstos, muy enfadados, les devuelven los golpes y los matan. Los lloran
tres días, y al tercer día la madre se golpea en un costado y abriéndose el
costado, se hecha sobre sus polluelos y derrama su sangre sobre los cuerpos de
ellos y los arranca de la muerte.
Del Libro de la naturaleza
de las cosas.
… Esa ave
vivifica a sus polluelos con la sangre de su costado después de que, por su inoportunidad,
los habrá matado o los habrá encontrado muertos por una serpiente que los
espía. Tras la efusión de su sangre, queda tan debilitado que no puede salir de
su martirio…”[3].
En el siglo siguiente, Du
Bartas, recogiendo el tema de la serpiente asesina de los polluelos de
pelícano, resume así a los autores que habían comentado esta particularidad
antes de él:
El Pelícano, dice, llega
junto a sus pequeños y,
“Tan
pronto como los ve muertos por la serpiente,
Se
desgarra el pecho y sobre ellos derrama
Tanto
humor vital que, entibiecidos por ella,
Sacan
de su muerte una vida nueva:
Imagen de tu Cristo que se hizo cautivo,
Para liberar a los siervos; que sobre el árbol
extendido
Inocente derramó la sangre por sus heridas
Para sanar de la serpiente las mortales
picaduras
Y que voluntariamente de inmortal se hizo
mortal
Para que Adán se convirtiese en el mortal
inmortal...[4]”.
Encontramos por otra parte
el tema de los polluelos de pelícano casi nacidos muertos, que nacen, decía
Brunetto Latini a finales del siglo XIII, “a veces pasmados también como sin
vida, y sus padres los curan con su sangre…”[5]
(Fig. III).
Fig. III.- El Pelícano hiriéndose el costado derecho. |
Ese es en efecto el
sentido que le dio en primer lugar la simbología cristiana: como los polluelos del pelícano, la raza de
los hombres había muerto para la vida espiritual, para la vida del cielo, y
estaba manchada a causa de los pecados con los que había abofeteado a su Dios.
El Salvador, desde la cruz en la que fueron atravesados sus miembros y su
corazón, derramó sobre ella su sangre y, mediante su sacrificio, la purificó y
le devolvió la verdadera vida. Ese es el tema que expusieron con mayor o
menor fortuna todos los Bestiarios de la Edad Media; citemos parcialmente la
más conocida de estas obras, la del clérigo Guillermo de Normandía, del siglo
XIII:
Del
pelícano es grande la maravilla
Pues
nunca una madre oveja
Amó
tanto a su corderito
Como
el pelícano a su pajarito.
Cuando
ha hecho salir a sus polluelos,
En
alimentarlos en carne y hueso
Pone
todo su trabajo y esfuerzo.
……………………………………………….
Luego, ya alimentados y grandes
Con un poco de saber y de poder
Golpean con el pico a su padre
Y para entonces son traidores y malvados.
Tanto que su padre, con justa ira
Los golpea de muerte y los mata a todos.
Al tercer día regresa a ellos el padre
Los reconoce, se apiada de ellos
De tanto que los ama con amor perfecto.
Acude pues y los visita;
Luego, con el pico se atraviesa el costado
Hasta que hace salir sangre;
Con esa sangre que sale de él,
Devuelve la vida a los cuerpos
De sus polluelos, no tengáis la menor duda.
Y de esta forma los vivifica (Fig. IV).
Fig. IV.- El Pelícano resucitando a su nidada. |
Y no se trata, añade
Guillermo, de un cuento de Arturo, Carlomagno ni Ogier, sino…
Dios es el verdadero pelícano,
Que por nosotros soportó pena y fatiga.
Escuchad lo que dice la profecía
Del buen profeta Isaías:
Engendré hijos, dice el Señor Dios,
Cuando los hube alimentado,
Me despreciaron y me odiaron
Y violaron mis mandamientos.
Y nosotros, prosigue
Guillermo, somos los polluelos de Dios, a quien golpeamos en el rostro con
nuestros pecados; por eso se encolerizó y nos castigó con la muerte espiritual
de nuestras almas…
Por
nuestros pecados estábamos muertos
Cuando
el Padre se apiadó de nosotros.
A
nuestro verdadero Dios Jesucristo,
Su
querido Hijo, envió a la tierra,
Para
apaciguar nuestra rebelión.
Dios
se hizo hombre por nuestros pecados,
Fue
circuncidado y bautizado,
Y
por nuestra salvación
Sufrió
los tormentos de su Pasión.
Se
dejó coger prisionero.
…………………………………………..
Y
clavar por pies y manos.
Y
el Salvador, lleno de piedad
Se dejó herir en el costado;
Y sabemos, en verdad,
Que de él salió sangre y agua.
Por medio de esta sangre todos somos curados;
Esa santa sangre salvó nuestra vida
Y nos arrancó del poder
Del traidor llamado Satán.
Dios, que es el verdadero pelícano,
Nos salvó de esta manera,
Como familia por él muy querida[6].
Fig. V.- El Pelícano y su nidada en el árbol de la vida. Sello de Fray Guillaume d´Augenac, siglo XIII. |
Así, ni en este texto ni en casi ningún otro texto de la Edad Media se
dice que el ave simbólica alimente a sus polluelos con su sangre, puesto que
están muertos cuando los riega, sino que, al hacerlo, los absuelve, los purifica
de su culpa (Fig. V) y les devuelve la vida. Así lo comprendieron
y dijeron todos los grandes místicos de aquel tiempo, Vincent de Beauvais, Alberto
Magno, santo Tomás de Aquino…
Alberto Magno incluso se alza terminantemente contra quienes cuentan que
el pelícano alimenta a sus polluelos con su sangre[7]; y
en otro pasaje lo explica así:
El
pelícano es bastante obstinado y es llamado Voltri por los caldeos, e Yphilati
por los griegos. Su virtud es admirable:
mata curiosamente a sus polluelos, sin romper su corazón, se extrae su propia
sangre y se la pone tibia en los picos, y viven como antes[8].
Así, el alumno eminente de Alberto Magno, santo Tomás de Aquino, en el
himno Adoro te, que compuso para el Oficio
del Santo Sacramento, le da al pelícano únicamente la idea de rescate del
alma humana mediante la ablución de la sangre divina, y en modo alguno la idea
de vivificación mediante el acto de nutrición eucarística:
Pie Pelicane,
Jesu Domine,
Me immundum munda tuo sanguine,
Cujus una stilla salvum facere
Totum mundum quit ab omni scelere[9].
Pelícano
lleno de bondad,
oh
Señor Jesús
Lava
en tu sangre nuestras manchas
Una
gota basta para borrar
Todas
las maldades de este mundo.
El sentido de purificación
del mundo suele ser el único que expresa el pelícano místico. Tal es el caso
del pelícano que corona la fuente pública de Saint-Lazare, en Autun, que data
de 1543[10]; del que un artista
ceramista puso en la panza de la célebre jarra de agua de Oiron[11]; del que un artesano del estaño modeló en la cúspide de
una fuente que cita Germain Bapst[12], etc.
Fig. VII.- El Pelícano en lo alto de la Cruz. |
Fig. VIII.- El Pelícano sobre el título de la Cruz. |
Durante los tres últimos
siglos de la Edad Media, los artistas representan bastante a menudo al pelícano
y su nidada en lo alto de la cruz[13], generalmente sobre la
placa con las siglas I. N. R. I. (Fig.
VII); a veces incluso hicieron crecer en el árbol salvador una inesperada
rama que encierra el nido en su follaje (Fig.
VIII). Tengo ante mí unas treinta de estas representaciones: todas muestran
al pelícano sobre la cruz hiriéndose en medio del pecho o en el costado derecho.
En este tema del pelícano sobre la cruz,
pues, el ave representa únicamente el efecto a la vez purificador y vivificador
de la sangre que Cristo derramó sobre el mundo, convirtiéndose con ello en el
autor de nuestra salvación y de nuestra resurrección.
Se diría que Dante pensaba en el Pelícano situado sobre Cristo
crucificado por sus contemporáneos cuando escribía, hablando de san Juan:
He aquí a aquel que descansó sobre el seno de
nuestro Pelícano; fue a él a quien, desde lo alto de la cruz, eligió Jesús para
el gran deber[14].
Los antiguos alquimistas consideraban al pelícano en el sentido de “purificación”
integral cuando designaban con el nombre de “Sangre de Pelícano” el estado de
los elementos destinados a la gran obra tras una purificación inicial[15].
De sus trabajos nos ha quedado, en la actual química, un instrumento que lleva
el nombre de “pelícano”, especie de alambique de una sola pieza, con dos picos que
salen de una montera tubulada.
[1] Cf. L. DELATTRE, Carthage, Symboles
eucharistiques, p. 91.
[2] Spicilège
de Solesmes, T. II, p.
LXXX.
[3] Jehan DE CUBA, Hortus Sanitatis, parte II, XCVII. Traducción de Philippe Le Noir, 1539.
[4] Guillaume DE SALUSTE DU BARTAS, Œuvres, Le Cinquiésme iour de la sepmaine, p.
247.
[5] Brunetto LATINI, Li livres dou Trésor, L. I, CLXVIII.
[6] C. HIPPEAU, Le Bestiaire divin de
Guillaume, clerc de Normandie, Caen, Hardel, 1852, pp. 207-210.
[7] Alberto MAGNO, Opus, T. XII, De
animalibus, p. 504.
[8] lbíd., Des vertus des Herbes, Pierres, Bestes et Oyseaux, L. III.
[9] Santo TOMAS DE AQUINO, himno Adoro te, 6.
[10] Cf. Magasin pittoresque, año
1860, p. 300.
[11] Cf. B. FILLON y O. DE ROCHEBRUNE, Poitou-
Vendée, lib. XI. — L CHARBONNEAU- LASSAY, en Regnabit, marzo 1923, p. 288.
[12] G. BÁPST, L'Étain, p. 251.
[13] Véase GRIMOUARD DE SAINT-LÁURENT, Guide de l'art chrétien, T. II, pp. 354,
365, 372 y L. XIX; T IV, p. 324.
[14] DANTE, La Divina Comedia — El
Paraíso, cap. XXV.
[15] Cf. Le
Triomphe Hermétiste de la pierre philosophale. Edición de Desbordes, 1704, p. 129.