Pusillus
Grex
“Buscad
el reino de Dios y estas cosas se os darán por añadidura.
No temáis, pequeño rebaño, porque plugo
a vuestro Padre daros el reino” (Lc.
XII, 31-32).
II Parte y III Parte
La Gruta de la Leche. Belén. |
Mucho se ha hablado, y se lo hace sobre todo en nuestros días, del pequeño rebaño, cuya aplicación al caos actual es casi un lugar común.
¿Será
posible saber de qué grupo de personas está hablando Nuestro Señor? ¿A quiénes
se dirigen estas consoladoras palabras?
Creemos
que sí, pero es preciso ir por partes.
Antes
que nada debemos notar que este grupo tiene como dos características propias:
por un lado una relación con el temor
y por el otro con la pequeñez.
Tratemos
de avanzar en este sentido.
I.- Los Temerosos de Dios en el Nuevo Testamento.
Un
breve repaso por los lugares donde este término es usado en el Nuevo Testamento
nos convencerá, en primer lugar, que no se trata de judíos sino de gentiles que adoran al verdadero Dios, y
por lo tanto de Católicos.
1) Comencemos con los Hechos de los
Apóstoles:
A) Hech. X, 2: “Había en Cesarea un varón de nombre Cornelio, centurión de la cohorte
denominada Itálica. Era piadoso y temeroso
de Dios, con toda su casa… ”. Cfr. v.
22.
B) Hech.
XIII, 16: “Levantóse entonces Pablo y haciendo señal (de silencio) con la mano, dijo: “varones israelitas y los que teméis a Dios…”.
C) Hech. XIII,
26: “Varones, hermanos, hijos del linaje de Abrahám, y los que entre
vosotros sois temerosos de Dios, a vosotros ha sido enviada esta palabra de
salvación…”.
D) Hech.
XIII, 43: “Y clausurada la asamblea, muchos de los judíos y de los prosélitos
temerosos de Dios siguieron a Pablo y a Bernabé…”.
Cfr.
también Hech. X, 35; XVI, 14; XVII,
4.17; XVIII, 7.
Zorell[1] confirma todo esto cuando dice:
"σεβομένοι τὸν Θεόν (temerosos
de Dios) (Hech. XVI, 14; XVIII, 7),
más breve σεβομένοι (temerosos) (Hech. XIII, 50; XVII, 4.17), una vez σεβομένων προσηλύτων (temerosos prosélitos) (Hech. XIII, 43) se llamaban aquellos gentiles, que seguían los ritos
sagrados judíos, sin embargo, sin circuncidarse ni llevar toda la carga de la
Ley, sino de suerte tal de adorar al
único Dios en lugar de los simulacros, frecuentar las sinagogas, y observar
algunas leyes y ceremonias (descanso sabático, comida prohibida o
permitida)".
Y
en otra parte:
"τοῖς φοβούμενοι αὐτόν (los
que le teméis), Lc. I, 50; Hech. X,
35; Apoc. XIV, 7; XV, 4; XIX, 5; en el mismo sentido: τοῖς φοβουμένοις τὸ ὄνομά σου (los que temen tu nombre), Apoc. XI, 18 (…) por el contrario, los
impíos se llaman τὸν Θεὸν μὴ φοβούμενος
(no teme a Dios), Lc. XVIII, 2.4;
XXIII, 40; en particular φοβούμενος
τὸν Θεὸν (temerosos de Dios), Hech.
X, 2.22; XIII, 16.26 son aquellos que en otra parte son llamados σεβομένοι
(τὸν Θεόν)".
2) Siguiendo un poco más, vamos a ver que “los temerosos de Dios”
aparecen también en el Apocalipsis:
A) XI, 11-13: “Y después de
los tres días y medio, un espíritu de vida de parte de Dios entró en ellos y se
pusieron sobre sus pies y un gran temor
cayó sobre quienes los contemplaban. Y oyeron una gran voz del cielo
diciéndoles: “Subid acá”. Y subieron al cielo en la nube y los contemplaron sus
enemigos. Y en aquella hora se produjo un gran terremoto y la décima parte de
la ciudad cayó y murieron en el terremoto siete mil nombres de hombres y los restantes quedaron despavoridos y
dieron gloria al Dios del cielo”.
B) XI, 18: “Y las
naciones habíanse airado y vino la ira tuya y el tiempo para que los muertos
sean juzgados y para dar la recompensa
a tus siervos, a los profetas y a los
santos y a los que temen tu Nombre, a los pequeños y a los grandes y para
destruir a los que destruyen la tierra”.
C) XIV, 6-7: “Y vi otro ángel volando por medio del cielo, que tenía un
Evangelio eterno para evangelizar a los que están sentados sobre la tierra y a
toda nación y tribu y lengua y pueblo, diciendo con gran voz: “Temed a Dios y dadle gloria, porque ha
llegado la hora de su juicio” y “postraos ante el que hizo el cielo y la tierra
y mar y fuentes de aguas”[2].
D) XV, 4: “¿Quién no temerá, Yahvé, y glorificará tu Nombre?, porque sólo Tú eres Santo, porque todas las
naciones vendrán y se postrarán delante de Ti, porque tus justicias se
hicieron manifiestas”.
E) XIX, 5: “Y salió del trono una voz que decía: “¡Alabad a nuestro Dios, (vosotros) todos sus siervos, y los que le teméis, los pequeños y los
grandes!”.
3) En el Capítulo X, 26-31,
San Mateo cita a Nuestro Señor hablando de “los temerosos de Dios”:
A) “No los temáis.
Nada hay oculto que no deba ser descubierto, y nada secreto que no deba ser
conocido. Lo que os digo en las tinieblas, repetidlo en pleno día; lo que oís
al oído, proclamadlo desde las azoteas. Y
no temáis a los que matan el cuerpo y que no pueden matar el alma; mas temed a
Aquel que puede perder alma y cuerpo en la gehena. ¿No se venden dos
gorriones por un as? Ahora bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin
disposición de vuestro Padre. En cuanto a vosotros, todos los cabellos de
vuestra cabeza están contados. No
temáis, pues; vosotros valéis más que muchos gorriones”. Cfr. Lc. XII, 1-9.
4) Avancemos todavía más, pero esta vez con las imágenes.
En
su capítulo IX, 1-9, San Mateo narra
la curación de un paralítico, cuyo simbolismo
y efectos coinciden con lo narrado
en Apoc. XI, 11-13.
A) “Subiendo a la barca, pasó al otro lado y vino a su
ciudad. Y he aquí que le presentaron un paralítico, postrado en una camilla. Al
ver la fe de ellos, Jesús dijo al
paralítico: “Confía, hijo, te son perdonados los pecados”. Entonces algunos escribas
comenzaron a decir interiormente: “Este blasfema”. Mas Jesús, viendo sus pensamientos, dijo: “¿Por qué pensáis mal en
vuestro corazones? ¿Qué es más fácil decir: “Te son perdonados los pecados”, o
decir: “Levántate y camina?” ¡Y bien! Para que sepáis que tiene poder el Hijo
del hombre, sobre la tierra, de perdonar los pecados –dijo entonces al
paralítico-: “Levántate, carga la
camilla y vete a tu casa”. Y se levantó y se volvió a su casa. Al ver esto,
quedaron las muchedumbres poseídas de temor y glorificaron a Dios que tal potestad
había dado en favor de los hombres”.
La
similitud es interesante y llamativa: Jesús
le ordena al enfermo que se levante, casi como un eco de la resurrección de los
dos Testigos que se paran sobre sus pies, y luego le dice que tome su camilla y
vaya a su casa, parecido a la voz del cielo “¡Subid acá!”; por último, los
efectos en los asistentes es doble: temor y gloria a Dios.
Otro
tanto sucede tras la muerte y resurrección de Nuestro Señor.
B) Mt. XVII,
51-54: “Y he aquí que el velo del
Templo se rasgó en dos, de arriba abajo; tembló
la tierra, se agrietaron las rocas, se abrieron los sepulcros y los cuerpos de muchos santos difuntos
resucitaron. Y, saliendo del sepulcro después de la resurrección de Él,
entraron en la Ciudad Santa, y se aparecieron a muchos. Entretanto, el centurión y sus compañeros que aguardaban a Jesús,
viendo el terremoto y lo que había acontecido, se llenaron de temor y dijeron:
“Verdaderamente, Hijo de Dios era éste”.
Con
lo cual vemos aquí, una vez más, la misma imagen que en el cap. XI del Apocalipsis: los
santos resucitan, hay un terremoto, y siempre los mismos efectos: temor y
glorificación de Dios.
II.- Los Pequeños y los Grandes en el Nuevo Testamento.
Por
las citas del Apocalipsis hemos visto que “los temerosos de Dios” se dividen en
dos grupos: los pequeños y los grandes, pero ¿quiénes son éstos?
Veamos:
1) Los Pequeños.
A) Mt.
X, 40-42: “Quien a vosotros
recibe, a Mí me recibe, y quien me recibe a Mí, recibe a Aquel que me envió.
Quien recibe a un profeta a título de profeta, recibirá la recompensa de
profeta; quien recibe a un justo a título de justo, recibirá la recompensa del
justo y quienquiera diere de beber tan
sólo un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, a título de discípulo, en
verdad os digo, no perderá su recompensa[3]”.
De
estos pequeños, que son discípulos, parece hablar Jesús en el juicio a la Iglesia:
B) Mt. XXV, 40: “Y
respondiendo el rey les dirá: “En verdad, os digo: en cuanto lo hicisteis a uno solo, el más pequeño de éstos, mis
hermanos, a Mí lo hicisteis”.
Y luego:
C) Mt.
VI, 25-34: “Por esto os
digo: no os preocupéis por vuestra vida:
qué comeréis o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, con qué lo vestiréis.
¿No vale más la vida que el alimento? ¿Y el cuerpo más que el vestido? Mirad
las aves del cielo, que no siembran ni siegan, ni juntan en graneros; y vuestro
Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién
de vosotros puede, por mucho que se afane, añadir un codo a su estatura? y por
el vestido, ¿por qué preocupares? Aprended de los lirios del campo: cómo
crecen; no trabajan, ni hilan, mas Yo os digo, que ni Salomón, en toda su
magnificencia, se vistió como uno de ellos. Si, pues, la hierba del campo, que hoy aparece y mañana es echada al
horno, Dios así la engalana ¿no (hará Él)
mucho más a vosotros, hombres de poca fe?[4]
No os preocupéis, por consiguiente, diciendo: “¿Que tendremos para comer? ¿Qué
tendremos para beber? ¿Qué tendremos para vestirnos?” Porque todas estas cosas
las codician los paganos. Vuestro Padre celestial ya sabe que tenéis necesidad
de todo eso. Buscad, pues, primero el
reino de Dios y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. Nos
os preocupéis, entonces, del mañana. El mañana se preocupará de sí mismo. A
cada día le basta su propia pena”.
Y
así vemos aquí que toda esta lección está dirigida, una vez más, al Pusillus grex, pues encontramos las
mismas palabras que en Lc. XII, 31
y, además, la temática es idéntica: poca fe
en la divina Providencia en cuanto a la comida,
la bebida y el vestido.
D) Mt. XI,
11: “En verdad, os digo, no se ha
levantado entre los hijos de mujer, uno mayor que Juan el Bautista; pero el
más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él”. Cfr. Lc. VII, 28.
2) Los Grandes:
A) Mt. V, 19: “Por lo tanto, quien violare uno de estos
mandamientos, (aún) los mínimos, y enseñare así a los hombres,
será llamado mínimo en el reino de
los cielos; mas quien los observare y
enseñare, éste será llamado grande
en el reino de los cielos”.
B) Mt. XI,
25-26: “Por aquel tiempo
Jesús dio una respuesta, diciendo:
“Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque encubres estas cosas a los sabios y a los
prudentes, y las revelas a los pequeños. Así es, oh Padre, porque esto es
lo que te agrada a Ti”. Cfr. Lc. X, 21.
C) Mt.
XVIII, 1-10: “En
aquel tiempo, los discípulos se llegaron a Jesús
y le preguntaron: “En conclusión, ¿quién
es el mayor en el reino de los cielos?”. Entonces, Él llamó a sí a un niño, lo puso en medio de ellos, y
dijo: “En verdad, os digo, si no
volviereis a ser como los niños, no entraréis en el reino de los cielos. Quien
se hiciere pequeño como este niñito, ése es el mayor en el reino de los cielos. Y quien recibe en mi nombre a un niño como
éste, a Mí me recibe, pero
quien escandalizare a uno solo de estos pequeños que creen en Mí, más le
valdría que se le suspendiese al cuello una piedra de molino de las que mueve
un asno, y que fuese sumergido en el abismo del mar.
¡Ay del mundo por los escándalos! Porqué forzoso es que vengan escándalos, pero
¡ay del hombre por quien el escándalo viene! Si tu mano o tu pie te hace
tropezar, córtalo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o
cojo, que ser, con tus dos manos o tus dos pies, echado en el fuego eterno. Y
si tu ojo te hace tropezar, sácalo y arrójalo lejos de ti. Más te vale entrar
en la vida con un solo ojo, que ser, con tus dos ojos, arrojado en la gehenna
del fuego. Guardaos de despreciar a uno
solo de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles, en los cielos, ven
continuamente la faz de mi Padre celestial”. Cfr. Mc. IX, 42; Lc. IX, 48; Lc.
XVII, 2.
El
más grande en el Reino de los Cielos
es el que se hace pequeño como niño, pero no en cuanto tiene poca fe sino en cuanto, aún careciendo
de todo para subsistir, confía como niño en el Padre Celestial[5] y de
ahí que Nuestro Señor alabe a los niños y diga que el Reino de los cielos es de quienes se hacen como ellos:
D) Mt. XIX,
13-15: “Entonces
le fueron presentados unos niños
para que pusiese las manos sobre ellos, y orase (por ellos); pero los discípulos los reprendieron. Mas Jesús les dijo: “Dejad a los niños venir a Mí, y no se lo impidáis, porque de los tales
es el reino de los cielos”. Y les impuso las manos y después partió de allí”. Cfr. Mc. X, 13-16 y Lc. XVIII, 15-17.
Y
ésto parecería estar predicho en la primera y última de las Bienaventuranzas en
Mt. V, 3.10:
E) “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque a ellos pertenece el reino de los cielos (…)
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque a ellos pertenece el reino de los cielos”.
Como
conclusión podemos notar que por un lado se nos dice que el Reino de los cielos
es de los que se hacen como niños, y luego en las Bienaventuranzas se aclaran
otras dos características: es de los pobres
en el espíritu y de los perseguidos
por la justicia, lo cual, notémoslo bien, son las mismas características
que hemos visto en los temerosos.
[1] Lexicon Graecum NT (1931), col. 1195 y
1409.
[3] Sobre estos
versículos, relativos exclusivamente
a los tiempos del fin, se pueden notar un par de cosas:
a) El contexto
inmediato: los vv. 16-23 se
refieren a los últimos tiempos, como se vé por el hecho de que los vv. 17-22 fueron pronunciados el Martes
Santo en el Discurso Parusíaco y traídos aquí por el Evangelista en razón de la
materia y lo mismo dígase de los versículos 24-39 que forman un todo
lógico, pues allí encontramos, una vez más, a los “temerosos” (vv. 26.28.31) y la alusión a la espada
seguida de los enfrentamientos en una misma casa nos lleva como de la mano, una
vez más, al Discurso Escatológico (cfr. Mt.
X, 21 y Mc. XIII, 12, que coincide
con el quinto Sello: Apoc. VI, 9-11).
b) Lugares
paralelos: ¿quiénes son los “profetas”, los “justos” y los “pequeños”?
La respuesta parece estar en Apoc. XI, 18 donde, después de la séptima Trompeta, los Ancianos
dicen:
“Las
naciones habíanse airado y vino la ira tuya y el tiempo para que los muertos
sean juzgados y para dar la recompensa a tus siervos, a los profetas y a los santos y a los que temen tu Nombre, a los pequeños y a los grandes y para destruir a los que destruyen la
tierra”.
Donde vemos, por un lado, una vez más, la alusión a la
recompensa, y por el otro, a los profetas, a los santos o justos (Cfr. Mt. XIII, 43.49; XXV, 37.46; Lc. XIV, 14)
y a los pequeños.
A su vez, el vaso de agua dado a los pequeños nos
lleva al juicio a la Iglesia en Mt. XXV,
35.40. Cfr. Mc. IX, 40; Heb. VI, 10.
[4] “(Hombres)
de poca fe” (ὀλιγόπιστοι), en el NT
lo vemos siempre en Mt. y una vez en
Lc.
a) Mt. VI, 30
= Lc. XII, 28.
b) La tempestad
calmada: Mt. VIII, 26.
c) Jesús
camina sobre las olas: Mt. XIV, 31.
d) En Mt. XVI, 8 les reprocha su poca fe en
lo que respecta al alimento.
e) En Mt. XVII, 20 les censura su falta de fe
para arrojar los demonios.
En los casos “b” y “c” vemos aparecer el temor, en “d” el alimento, mientras que en “e” se le relaciona directamente con la oración. Como se vé, siempre los mismos
tópicos.
[5] Es decir, a
veces Nuestro Señor usa el término pequeños
para designar aquellos que tienen poca
fe y otras veces para quienes se hacen como niños
que lo esperan todo del Padre. De aquí que hemos colocado el texto de Mt. XI, 25-26 en este último caso.