10. LOS TESTIGOS DE CRISTO CONTRA EL ANTICRISTO
Tenemos los dos primeros
artífices de la restauración escatológica en dos grandes caudillos, el
pontífice y el tsémah. Vamos a ver
los otros dos, que son dos insignes profetas, Henok y Elías redivivos,
según una tradición no despreciable. Aquí no haremos más que resumir lo que en
otra parte (La restauración de Israel,
en "Est. Bibl.", año 1949, pág. 75-133) dijimos sobre estos dos
profetas. Aparecen juntos en su lucha postrera contra el anticristo o bestia
rediviva (Ap. XI, 3.7; cf. XIII, 3; XVII, 11) pero debieron
aparecer bastante antes, y por lo que a Elías se refiere es cosa cierta, como
veremos oportunamente[1].
San Juan, después de decir de ellos que profetizarán
vestidos de saco durante los postreros días del último anticristo, añade:
"Estos son los dos olivos y los dos candelabros, los que
están de pie delante del Señor de la tierra (Ap. XI, 4 = Zac. IV, 14). Serían, pues, dos pacificadores de primer
orden, los mensajeros de la paz, en tiempos los más calamitosos, de que nos
habla Isaías XXXIII, 7 (cf. Zac. XIII, 7-9).
No vemos la ventaja de ver
con Nostradamus[2]
(carta a Enrique II) designados en
esos dos testigos el Viejo y el Nuevo Testamento, ni tampoco la de sustituir a Henok por Moisés, sin negar por eso el color egipcíaco (cf. Ap. XI, 8) de la gran tribulación del
anticristo, la cual habrán de soportar
los dos testigos, como Moisés y Aarón hubieron de soportar la del soberbio
Faraón.
Nos parece mucho más acertado ver ahí, no una representación del Antiguo
y el Nuevo Testamento, sino de la Ley natural y la escrita, ambas dando
testimonio de Cristo contra el anticristo. Lo que fué Elías en la Ley mosaica,
eso fué Henok en la Ley natural, un celador insuperable de los divinos
intereses. De los ocho pregoneros de la justicia, a partir de Enós, quien fué
"el que comenzó a clamar en el nombre de Yavé" (Gen. IV, 26), hasta
Noé, que hace así el octavo de la serie, y lo consigna San Pedro en su canónica
(II Pet. II, 5), Henok es sin disputa el que mayor renombre dejó como profeta.
En el comienzo del libro
apócrifo de Henok se nos da un
spécimen de la valiente predicación de este profeta, donde se nos advierte
expresamente que sus palabras trascienden con mucho los lindes de aquel tiempo:
"y no pensaban en aquella generación que ahora está, sino que hablo de la
que está lejos" (Hen. I, 2); y
de ella recoge San Judas Tadeo en su
carta la parte más interesante: “He aquí que ha
venido el Señor con las miríadas de sus santos a hacer juicio contra todos y redargüir a todos los impíos de todas
las obras inicuas que consintió su impiedad y de todo lo duro que ellos, impíos
pecadores, profirieron contra Él” (Jud. 14 s = Hen. I, 9).
Un pasaje de la II Pet. III, 5 ss., que parece un
comentario de la carta de San Judas, puede darnos mucha luz acerca de este
punto. Tendríamos aquí otra vez un caso flamante de la teoría antioquena. A través de los hombres corrompidos del
mundo antiguo ("el mundo de entonces: cielos desde antiguo y
tierra"), que iba a
quedar sumergido en un diluvio de agua,
el profeta amonesta a los hombres no menos corrompidos del mundo actual ("los cielos de hoy y la
tierra"), destinado
a ser anegado en un diluvio de fuego para que de sus cenizas nazca un tercer
mundo renovado y mejorado : "Pues esperamos también conforme a su promesa cielos
nuevos y tierra nueva en los cuales habite la justicia" (II Ped. III, 13 = Ap. XXI, 1; cf. Is.
LXV, 17; LXVI, 22).
Henok, pues, que previno con tiempo a los mortales sobre la catástrofe
impensada del diluvio, reaparecerá de nuevo con Elías, para prevenirles sobre el torbellino de fuego que
los amenaza desde entonces, en el día grande y terrible de la postrer venida
del Señor, que tal la columbran los
videntes:
“Delante
de Él va fuego y abrasa en derredor a sus enemigos” (Sal. XCVI [XCVII], 3); “Pues he aquí que Yahvé viene en
medio del fuego… Yahvé va a ejercer el juicio con fuego” (Is. LXVI, 15 s.); “En llamas de
fuego, tomando venganza en los que no conocen a Dios y en los que no obedecen
al Evangelio” (II Tes. I, 8),
etc. etc.
Alguien pensará tal vez
que esta misión de Henok y Elías, para resistir al anticristo más
que obra de restauración es obra de defensa, y no deja de tener visos de verdad
la observación. Y es que en la misión de Elías,
sino también en la de Henok, habrá
que distinguir dos períodos. El primero es cuando Elías, como auxiliar extraordinario de entrambas potestades,
promueve más propiamente la obra de la restauración, y el segundo, cuando
juntamente con Henok, continúa y
sostiene hasta donde puede su obra restauradora de frente al anticristo; y cuando éste logra apoderarse de ambos
profetas y les da muerte, no resta sino esperar que Cristo haga sentir una vez
más su personal intervención, aniquilando al anticristo y a sus fanáticos
seguidores (Is. LIX, 16 ss.; LXIII,
1-6; LXVI, 15 ss., etc., arriba citados)[3].
Sin insistir más sobre
esta misión conjunta de Henok y Elías, o de quienes por ellos, vamos a
describir un poco más por menor la misión anterior de sólo Elías, acerca de la cual hay muchas referencias y muy precisas en
la Escritura.
11. LA MISIÓN PARTICULAR DE ELÍAS EN LA
ESCRITURA
San Pedro en un discurso a los judíos menciona la restauración universal, como el
tiempo límite a la quedada del Señor en el cielo:
“A
Éste es necesario que lo reciba el cielo hasta los tiempos de la restauración
de todas las cosas" (Hech.
III, 21).
Y a su vez el Señor dice de Elías por San Mateo:
"Ciertamente, Elías vendrá y
restaurará todo" (Mt.
XVII, 1), y por san Marcos:
"Elías,
en efecto, vendrá primero y lo restaurará todo"
(Mc. IX, 12).
Ahí tenéis la restitutio omnium
atribuida en términos formales a Elías por el mismo Cristo. Lo del "primo" de la respuesta se
explica por el “primum” de la pregunta, igual en ambos evangelistas: Antes de
venir el Mesías, no había de venir primero
(primum) Elías? Pues bien, cuando venga primero,
ha de restablecer todas las cosas.
Elías, pues, entenderá en la obra de la restauración universal, que
tendrá lugar antes que venga, es decir antes que vuelva, el Mesías; y el Mesías
no se tardará mucho una vez puesta en marcha esa restauración, pues se pone ahí
como término de su quedada en el cielo.
Hoy, empero, ha comenzado
a cundir la idea de que Elías ya
vino en la persona del Bautista, y
que por consiguiente no hay más que esperar en este punto. Y en confirmación de
esa sentencia se alegan dos declaraciones del Maestro.
La primera son las
palabras, que a manera de explicación dió a los discípulos, y que suenan así en
San Mateo: " Os declaro, empero, que Elías ya vino, pero no lo conocieron,
etc. Entonces los discípulos cayeron en la cuenta
que les hablaba con relación a Juan el Bautista" (Mt. XVII, 12 s.). Pero en San Marcos dice con más explicitud:
"Yo os declaro: en realidad también Elías vino"
(Mc. IX, 12). Nótese bien la
copulativa "et" (también), que es la clave de la solución. Elias veniet y Elias venit. Vino en la
persona del Bautista de quien se dijo que precedería al Señor in spiritu et virtute Eliae (Lc. I, 17),
y vendrá en su propia persona, a impulsar la esperada restauración de todas las
cosas en Cristo.
La otra declaración parece
más apremiante en favor del Bautista,
mas eso es sólo una parcial inteligencia de las sentencias del Maestro. Termina
así el panegírico del Bautista: "Si
queréis creerlo, él mismo es Elías, el que debía venir"
(Mt. XI, 14). Pero en seguida agrega: "¡Quién tiene oídos oiga!” (Mt. XI, 15). Ahora bien, según un principio
hermenéutico de San Jerónimo, que era preciso tener en cuenta, "quando ad
intelligentiam provocamur, mysticum monstratur esse quod dictum est" (in
Mt. XXIV), es decir que en tales casos, bajo el velo de la letra hay otro
sentido oculto que se nos invita a escudriñar. Así, v. gr., en
el discurso escatológico del Señor, según la redacción de Mt. y Mc. (Mt. XXIV, 15; Mc. XIII, 14), para
señalar bajo la desolación histórica
de Jerusalén por los romanos, la desolación escatológica,
por obra del último anticristo, que es la que luego allí se desarrolla. Por eso
Lucas XXI, que se limita a la
desolación histórica, omite ese toque de atención[4].
El caso se repite más de una docena de veces en los Evangelios y el
Apocalipsis. Según esto en la expresión "ipse est Elias", bajo la
letra que alude al gran profeta, tenemos indicado al gran Bautista, que es un
Elías en Espíritu. Es solución que, como sabemos, dió ya San Gregorio (hom. 7 in Ev.), y no hay por qué enmendarle la plana
en este punto.
La tradición sobre la
vuelta de Elías tiene fundamentos
excelentes. El autor del Eclesiástico,
aludiendo a su traslación misteriosa (IV
Reg. II, 11) y resumiendo la tradición profética (Is. XLIX, 6; Mal. IV, 5 s.), dice de él:
"Tú fuiste arrebatado
en un torbellino de fuego sobre una carroza tirada de caballos de fuego. Tú estás escrito en los decretos de los
tiempos, para aplacar el enojo del Señor, reconciliar el corazón de los padres
con los hijos, y restablecer las tribus de Jacob” (Eccli. XLVIII, 9 s.).
Las variantes del texto
hebreo, modernamente descubierto, no tienen importancia desde el punto de vista
exegético, salvo el inciso "in judiciis temporum", que en el dicho
texto es "paratus ad tempus", con una significación más transparente.
Nótese ante todo la expresión "restituere tribus Jacob", que nos pone
en la pista de la gran restauración atribuida a Elías desde Is. XLIX
hasta Ap. VII.
Según ésto, el personaje
que se celebra en Isaías, cc. XLIX-LII, no sería otro que Elías
redivivo. Así su escondimiento temporal en la frase "me escondió bajo la
sombra de su mano" (Is. XLIX, 2);
su obra de restauración universal en Is.
XLIX, 6.9 ss.; sus ardientes palabras
de aliento en Is. L, 4 (cf. cc. LI-LII); su intrepidez característica en Is. L, 6-9. Extraño empeño el de tantos modernos exégetas por
incluir estas perícopas entre las del siervo de Yavé por excelencia, es decir
el Mesías paciente, para luego no acertar a armonizarlas con las exigencias del
contexto (v. Vaccari, La Redenzione, Roma, 1933, pág. 7 ss.).
Malaquías le llama por su nombre, cuando escribe:
"He aquí que os enviaré al profeta Elías, antes que venga el día grande
y tremendo de Yahve. Él convertirá el corazón de los padres a los hijos, y el
corazón de los hijos a los padres; no sea que Yo viniendo hiera la tierra con
el anatema" (Mal. IV, 5 s.)”.
Ese día grande y horrible,
en que el Señor viene dispuesto a exterminarlo todo de sobre la tierra, no es
ciertamente el de su primera venida, en que se presentó manso y humilde, como
cordero preparado al sacrificio, como que no fué enviado a juzgar, sino a
salvar el mundo (Jn. III, 17), sino
el día de su segunda venida, en que se presentará como león (Ap. V, 5) para los impíos, sin dejar de
ser cordero (Ap. VI, 17) para los
justos (Ap. VII, 17).
Que no se nos diga, pues, que Elías vino ya, y en consecuencia que no
hay más que esperar. Vino en la imagen viva de Juan el Bautista, a preparar los
senderos del Mesías Sacerdote y víctima expiatoria: falta que venga en persona,
a preparar los caminos del Mesías Rey y juez de todos los mortales.
Y ¿quién, si no, es ese
ángel que San Juan ve surgir del
oriente y que imprime la señal del Dios vivo en la frente de los escogidos, en
prenda de inmunidad (Ap. VII)[5]? A juzgar por las varias
alusiones de todo ese capítulo al XLIX de Isaías, no puede ser otro que Elías redivivo, quien desapareció por
el oriente y del oriente volverá; y esa señal del Dios vivo no sería otra que
el carácter bautismal, con que Elías
contraseña a los de su pueblo (Ap. VII,
4 ss.), al convertirse al cristianismo, y a cuantos (Ap. VII, 9 ss.), vueltos por su ministerio de la apostasía o la
infidelidad, se le agregarán sucesivamente, para formar de hecho en adelante un
solo rebaño bajo el cayado de un solo pastor (Ap. ib).
Elías, pues, como Juan,
será un gran Bautista, pero mejorado.
[1] ¿Por qué sólo Elías? Ambos aparecen juntos
y tres años y medio antes, como lo
dice el texto: “Y daré a mis dos
testigos y profetizarán mil doscientos sesenta días vestidos con sacos,
etc”.
[2] ¡¿Nostradamus!?
[3] No. No hay distinción de períodos sino uno solo de 1260 días de restauración. Tras ese lapso comienza a
reinar el Anticristo dando muerte a
los dos Testigos y profanando el Templo. Cfr. Dan. XII, 11.
[4] Sin dudas el principio es correcto, pero la aplicación concreta falla,
pues como hemos dicho en otras oportunidades, creemos que se trata de dos
Discursos: el de Mt. XXIV-Mc. XIII y
el de Lc. XXI.