5. LA SOLUCIÓN ESCATOLÓGICA
Casi todos los grandes vaticinios mesianos, por no decir todos, tienen
por sujeto a Israel y por objeto final su liberación y restauración definitiva
en el nuevo pacto. Luego, so pena de ser falsos, al menos parcialmente, se han
de cumplir concretamente en él. Si no se han cumplido, o no se han cumplido
de lleno hasta el presente, hay que esperar que se cumplan algún día, como
prevé San Pablo en el capítulo XI de la epístola a los Romanos, y ahí es todo[1].
Con eso los vaticinios no
se achican, reduciendo las promesas al círculo del pueblo de Israel, pues no
excluyen las demás naciones, antes positivamente se incluyen en la
participación de los bienes mesianos, con un acrecimiento de bienestar social
en todos; "pues si su repudio es
reconciliación del mundo, ¿qué será su readmisión sino vida de entre muertos?"
(Rom. XI, 15).
Por eso los dichos
vaticinios no dejan de ser mesianos, pues al cumplirse finalmente en Israel,
"porque los dones y la vocación de Dios son
irrevocables" (Rom.
XI, 29), no dejan de cumplirse en Cristo y en su Iglesia, antes entonces se
cumplirán en ésta con toda su plenitud, cuando se incorpore a ella Israel, que
es el primero y principal destinatario de ellos[2].
Incorporado Israel a la Iglesia, automáticamente ocupará en ella el
lugar de preferencia. Es un convidado de primera calidad, que retardó su
entrada en el festín, pero una vez entrado en él, se le dará el puesto que le
corresponde y que nadie podría disputarle[3].
Este es el punto
culminante, que por regla general, el ojo del profeta sorprende el cinerama de
la nueva economía, y desde ese punto de vista contempla el panorama de la salud
mesiana, es decir, no desde su establecimiento en el mundo, sino desde la
entrada de Israel en ella. Entre tanto se le espera. Esa es la actitud del
Señor (Os. III; cf. Hebr. X, 13), y ésa ha de ser también
la de sus fieles.
El Espíritu Santo, con
delicadeza suma, de ese retardo de Israel reveló muy poco a los profetas. En
cambio les prodigó visiones y revelaciones sobre su puesto central en el
festín, de manera que a la sazón no es
él que aparece incorporado a los demás comensales sino ellos a él (cf. Miq. V, 3; Zac. VIII, 23, etc.)[4]. Y es así que en los profetas de Israel la perspectiva mesiana es
Sionocéntrica, en el sentido que Jerusalén, no es tanto el punto de origen de
la nueva economía cuanto el centro estable y permanente de atracción e
irradiación universales.
Se trata de una situación
privilegiada y duradera de ese pueblo, vuelto a su país y a su Mesías, después
de su secular peregrinaje y abandono.
6. LA TEORÍA ANTIOQUENA
Con la solución
escatológica, que es la nuestra, se da la mano la llamada teoría antioquena,
para entender lo cual hay que hacer una excursión a la hermenéutica.
Es corriente en hermenéutica que el Espíritu Santo anuncia en la
Escritura los futuros eventos, no sólo por palabras directas (sentido literal) sino también por medio de las cosas, personas, instituciones,
acontecimientos, etc., de que trata, y que toma como signos, tipos, figuras,
símbolos, presagios de otros mayores por venir, siempre en el orden de la salud
mesiana (sentido real).
Esa significación de una cosa por otra depende de la libre voluntad de
Dios, y así no podemos certificarnos de ella, si no es por una revelación
directa literal, contenida en el texto mismo, o en otro diferente. En este
segundo caso tenemos el sentido literal por un lado y el real por otro. Hecha,
en cambio, la revelación por el texto mismo, se da propiamente un solo sentido,
y ese literal, pero con dos objetos, no dispares, sino en la misma línea; de
modo que con una misma letra se signifique el primero, y a través de él el
segundo y principal.
Tenemos así todos los elementos de la llamada teoría antioquena, o
contemplación de los grandes acontecimientos futuros del reino mesiano, vistos
a través de otros de mucho menor importancia en la historia de Israel, y
expresados unos y otros por una misma letra, que comenzando por referirse
directamente al acontecimiento próximo, o tal vez ya presente, se va elevando
poco a poco, hasta casi perderle de vista, y fijarse cada vez con más precisión
en el objeto remoto. La relación entre ambos objetos es la de presagiante y
presagiado, o cosa semejante, siendo siempre lo menos lo que presagia lo más.
El criterio para descubrir la presencia del presagiado a través del
presagiante, es la exageración misma, con que se describe a éste, y que es una
hipérbole sui generis. Y como unas y
otras indicaciones, las referentes al presagiante y al presagiado, se hacen en
un mismo texto, con una misma letra, de ahí que ambos objetos sean literales, o
lo que es lo mismo, tenemos no dos sentidos literales, sino un sentido literal
con dos objetos.
Los exégetas antioquenos
apreciaron ya este fenómeno literario, particularmente en algunos salmos, que según la numeración de
nuestra Vulgata son el XV
("Conserva me Domine"), el XLIV
("Eructavit cor meum"), el LXXI
("Deus judicium tuum regi da") y el LXXXVIII (“Misericordias Domini in aeternum cantabo"), donde
se habla directamente de David o Salomón, pero con tal exageración en ciertos
pasos, que la letra no tiene ya cabal sentido, si no es en el Mesías, a quien
ahí presagian entrambos personajes.
El mismo fenómeno
literario se advierte por todo el Protoisaías, en las repetidas descripciones
que hace de la incursión y destrucción del ejército asirio en Palestina, en
tiempo del piadoso rey Exequias, de
un color escatológico tan subido, que sin esa proyección ulterior de la
invasión y liberación histórica, sería el caso de exclamar con el poeta: "Parturiunt montes, nascetur
ridiculus mus". Mas, ¿quién se atreverá a poner esa
tacha en el príncipe de los profetas, el grande y clarividente Isaías?
Pero en ninguna parte se
ve tan claro y repetido ese fenómeno, como en el Deuteroisaías, donde casi por
todo él se describe anticipadamente la liberación y restauración de Israel, con
un alcance y trascendencia francamente escatológicos en el futuro reino
mesiano, aunque tomando siempre como punto de partida el célebre cautiverio
babilónico, con la vuelta del pueblo a su país y su restablecimiento en él,
pero con frase tan ponderativa que para decirlo con expresión vulgar, parece
como si el profeta lo contemplara todo con cristales de aumento[5].
Y es que toda aquella
mínima realidad histórica era el presagio de otra realidad, incomparablemente
mayor, en el cautiverio secular de aquel pueblo, todo él de signo babilónico,
porque sería Babilonia-Roma la que lo había de consumar (cf. Lc. XXI, 20-24 y par.), y sólo cuando a
la vuelta de todo Israel de ese secular cautiverio, en busca de su tierra y de
su natural Señor, el prometido Mesías, se incorpore definitivamente a la
Iglesia "al fin de los días" (Os.
III), será cuando se cumpla en toda su espléndida magnificencia la
restauración prevista y predicada por el gran profeta de Israel, que "vió
con su grande espíritu los últimos tiempos" (Eccli. XLVIII, 27).
A Isaías y su contemporáneo Miqueas
siguen en este punto importantísimo, que es el eje de las profecías, todos los
profetas posteriores, los cuales vinculan a la caída de Babilonia y vuelta de
su cautividad, no cualquier restauración, sino la restauración definitiva de
aquel pueblo, que no abandonará ya más a su tierra ni a su Dios. Y esta
perspectiva se perpetúa en el Apocalipsis
de San Juan, donde el triunfo de la
Iglesia, y en ella el del Israel (cf. Ap.
VII; XXI, 12 ss.), viene igualmente vinculado a la caída de la infame
Babilonia (Ap. XVII-XVIII), cuyo
simbolismo trascendente ya se explicó en la primera parte.
[1] Ver la nota anterior.
[2] Tema un tanto complejo, pero la verdad que todo esto no nos termina de
convencer, pues entre otras cosas habría
que probar antes que nada que Israel entrará en la Iglesia cuando se convierta,
que habrá Iglesia Católica en la tierra durante el Milenio, etc.
Además, el hecho
de que las promesas de los Profetas se extiendan hasta las naciones no quiere
decir que se extienda al Cuerpo Místico
de Cristo, es más, la distinción que traen los Profetas (y el mismo
Apocalipsis) entre Israel y los gentiles
al describir el Milenio, parece ser un signo
de que no están hablando de la Iglesia Católica.
No ignoramos que
todo esto presenta sus dificultades, pero solamente lo indicamos para que se
tengan en cuenta otros aspectos a la hora de estudiar estos complejos temas.
[3] No hay dudas, aunque les pese a algunos, que el
rol de Israel, una vez convertido, va a ser clave y primordial, el tema es
desde qué lugar.
[4] Y entonces, ¿en qué quedamos?
[5] Por aquí comenzamos a ver que la posición del autor es un tanto
endeble. Nos explicamos mejor:
Aceptamos
gustosos la distinción entre sentido literal (lo que dice la letra del texto) y
típico (personas o sucesos que prefiguran otra futura), pero negamos que la
letra de una profecía tenga dos ópticas: una inmediata (tipo) y otra lejana
(antitipo). Por caso, en el ejemplo que da el autor hay que tener en cuenta lo
que dice Lacunza en su Fenómeno V, aspecto III, párrafo V:
“… sólo quisiera
hacer advertir o hacer reparar una cosa, que me parece clarísima en Isaías, sin la cual no alcanzo cómo
pueda entenderse esta profecía de un modo seguido y natural. Lo que deseo hacer
reparar es que desde el cap. XLIX
(cuando menos hasta el LXVI que es el último) se nota clara y distintamente que
todo es una conversación o una especie de diálogo, en que se ven hablar tres
personas, esto es: Dios, el Mesías y Sión. Y todo cuanto hablan parece que es
sobre un mismo asunto, o interés, sin salir de él, ni divertir la atención a
otra cosa.
La primera persona que habla es Dios; y es bien fácil observar que
siempre que habla (que es pocas veces y pocas palabras) o habla con el Mesías o
habla con Sión. La segunda es el Mesías mismo; Él es el que abre la
conversación y hace en toda ella como el papel principal… la tercera persona que habla es la misma Sión, con quien se habla, en la cual se
ve una grande y prodigiosa variedad de afectos, todos buenos, todos santos,
todos conducentes para la salud o que ya la suponen…”.
Esos últimos
capítulos hablan, exclusivamente, de los últimos tiempos y si bien es cierto que
el Deuteroisaías comienza en el cap. XL,
no es muy difícil extender lo que dice Lacunza
a esos nueve capítulos restantes.
Sobre el tan
afamado tema del cautiverio de Babilonia nos remitimos al Fenómeno VII de Lacunza Babilonia y sus Cautivos.