martes, 12 de mayo de 2015

La Perspectiva Escatológica, por Ramos García (XI de XIV)

7. LOS ARTÍFICES DE LA RESTAURACIÓN

El alcance ulterior de los vaticinios de signo babilónico, al menos por lo que se refiere a la restauración de Israel, es afirmado en términos precisos por Zacarías, cuando hablando al sumo sacerdote Jesús, le dice:

"¡Oye, pues, oh Jesús, Sumo Sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan en tu presencia! pues son varones de presagio; porque he aquí que haré venir a mi Siervo, el Pimpollo” (Zac. III, 8).

Cuantos activamente intervienen en aquella restauración histórica son varones de presagio, viri portendentes. Es la revelación positiva de que aquella restauración, tantas veces anunciada y celebrada por los profetas[1], no es más que un presagio de la verdadera restauración, que tendrá lugar bajo la égida del tsémah (Vulg. "oriens"), o retoño de la dinastía davídica. Esa revelación positiva, normalmente necesaria para dar a conocer la ulterior significación, puesta a veces por Dios en ciertos hechos, aquí se la pudo excusar, pues la letra misma que los vaticina, con su hiperbólica exageración característica estaba indicando suficientemente esa proyección hacia una restauración mucho más gloriosa, que no aquella modestísima (Esd. III, 12; cf. Ag. II, 4; Zac. IV, 10), incapaz de satisfacer a las esperanzas concebidas en la lectura de tales vaticinios, no ya por los judíos carnales, sino aun por espíritus tan selectos como el autor del Eclesiástico (Eccl. XXXVI).

Asegurados en este punto cardinal, vamos a investigar uno por uno los factores de esa ulterior restauración de Israel, presagiada en aquella restauración histórica, discurriendo de los artífices de la una a los artífices de la otra.
Zacarías, I, 18 ss. tiene una visión en que ve aparecer cuatro astas y luego cuatro artesanos. En las cuatro astas — número que implica universalidad — vienen significadas las naciones que aventaron de su tierra a Judá e Israel, o ayudaron a sus aventadores. En los cuatro artesanos vienen significados los artífices de la restauración, que Isaías viera anteriormente, cuando exclama:


"Ya vienen aprisa los que levantarán tus ruinas y tus asoladores huirán lejos de ti" (Is. XLIX, 17).

Aunque el número de cuatro indique universalidad, aquí nos resulta muy cómodo ver concretamente en los cuatro artesanos de la visión a los cuatro grandes artífices de la restauración postbabilónica, que son los dos caudillos Zorobabel y Jesús, y los dos profetas Ageo y Zacarías; y en ellos, y a través de ellos, a otros tantos grandes artífices de la ulterior restauración, que son asimismo dos caudillos, el tsémah y un misterioso pontífice, y dos profetas, Elías y Henok redivivos, o quien por ellos.


8. EL TSÉMAH Y EL PONTÍFICE

Como legitimo heredero y representante de la dinastía davídica, el Zorobabel histórico concentraba en sí todas las esperanzas mesianas, vinculadas por un lado a la vuelta del cautiverio y por otro al restablecimiento de la dinastía davídica, según estas expresivas palabras de Miqueas:

“En aquel día, dice Yahvé, recogeré a la que cojea, y congregaré a la desechada y a la que he afligido, y haré de la que cojea un resto, y de la arrojada una nación fuerte; y reinará sobre ellos Yahvé en el monte Sión, desde ahora y para siempre. Y tú, torre del rebaño, collado de la hija de Sion, a tí llegará y volverá el antiguo poderío, la realeza de la hija de Jerusalén” (Miq. IV, 6-8)[2].

Pero Zorobabel no pasó de gobernador de Judea, humilde vasallo de los reyes de Persia. No podía ser él el verdadero tsémah, retoño o vástago real, en quien según la promesa se reintegrara la dinastía davídica. Y para que el pueblo no se llamara a engaño, los dos profetas de la restauración, Ageo y Zacarías, éste con su formal declaración que ya conocemos, y aquel con su manera de hablar, claramente significaron que el Zorobabel que tenían presente no era más que un presagio del verdadero, el cual estaba por venir, aunque vendría sin falta a su tiempo como asegura ahí el Señor: "porque he aquí que haré venir a mi Siervo, el Pimpollo (tsémah)" (Zac. l. c.).

Tras la declaración de Zacarías cumple alegar el vaticinio de Ageo, que dice así:

“Habló Yahve a Ageo por segunda vez, el día veinte y cuatro del mes, diciendo: “Habla a Zorobabel, gobernador de Juda, y dile: Yo conmoveré el cielo y la tierra; trastornaré el trono de los reinos y destruiré el poder de los reinos de los gentiles y volcaré los carros y sus ocupantes, y caerán los caballos y los que en ellos cabalgan, los unos por la espada de los otros. En aquel día, dice Yahvé de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel, hijo de Salatiel, siervo mío, dice Yahvé, y te haré como anillo de sellar, porque Yo te he escogido, dice Yahvé de los ejércitos” (Ag. II, 21-24).

Tenemos aquí un caso flamante de la teoría antioquena. Ageo habla ciertamente al Zorobabel presente pero sus palabras exceden tanto el modo de ser de su persona, que es imposible no ver cómo en ella y a través de ella, se nos quiere mostrar a un Zorobabel futuro de mucha mayor envergadura y trascendencia. Ante tamaño personaje el Zorobabel histórico es ahí poco más que una pantalla, un presagio del verdadero Zorobabel, a quien el Señor revestirá de su autoridad real, significada en el signaculum o anillo de sellar.
Zacarías expresará luego también lo mismo por medio de una acción simbólica, donde a vuelta de algunas incorrecciones textuales, aparece la orden de hacer una corona de oro que, guardada en el templo, ha de remembrar aquella que ceñirá el tsémah, porque:

“Así dice Yahve de los ejércitos: "He aquí el hombre cuyo nombre es Pimpollo, el cual germinará en su lugar ("bajo su égida se hará el resurgimiento") y edificará el Templo de Yahvé". Él edificará el Templo de Yahvé, y será revestido de gloria; y se sentará para reinar sobre su trono. Él será sacerdote sobre su solio, y habrá espíritu de paz entre ambos” (Zac. VI, 12 s.).

A tenor de estas palabras hemos de concluir que el tsémah o retoño de la dinastía davídica, no es el Mesías en persona, como muchos piensan, y eso por dos razones: Porque el Mesías es Rey y Sacerdote, Sal. CIX (hebr. CX), mientras ahí se reparte la realeza del sacerdocio entre dos personas distintas, quedándose el tsémah con sólo la realeza, y su parigual con sólo el sacerdocio. Esa paridad entre ambos personajes, mientras el Mesías, como tal, no puede tener parejo.

En vista de tales textos lo único que cabe pensar es que se trata de sendos vicarios o lugartenientes del Mesías, el uno en lo espiritual, el pontífice, y el otro en lo temporal, el tsémah, ambos de derecho positivo cristiano. Como un día el Señor dió a Pedro las llaves del reino de los cielos, así algún día el mismo Señor dará al vástago de la dinastía davídica la llave de David que ahora guarda en su poder (Ap. III, 7), y así es como por medio de él y de sus sucesores (cf. Jer. XXXIII, 1) "reinará en la casa de Jacob para siempre" (Luc. I, 32), según las profecías (Is. IX, 7; Miq. IV, 7 s.; Dn. VII, 14.27; cf. Am. IX, 11 etc.). En todo caso, estos y otros vaticinios semejantes, aun cuando algunos no miren directamente al Mesías en persona, no dejan de ser estrictamente mesianos.

Y ahora, haciendo una excepción a nuestra práctica inveterada de no mezclar las profecías privadas a las públicas, queremos citar unas palabras de la visión que tuvo Don Bosco en 1870, víspera de la Epifanía, pues nos parecen la mejor plastificación de aquel misterioso pacto "Y habrá espíritu de paz entre ambos".
Tras una sombría descripción del próximo porvenir, filtra un rayo de luz y esperanza con estas sugestivas palabras: "Mas he aquí un gran guerrero del norte, que lleva una bandera, y sobre la diestra que la sostiene, está escrito: "Invencible mano del Señor". En aquel instante el venerable anciano del Lacio le sale al encuentro, agitando al viento una antorcha ardentísima. Entonces la bandera se desplegó, y de negra que era, se tornó blanca como la nieve. En el medio de la bandera, con caracteres de oro, el nombre del que todo lo puede. El guerrero con los suyos hizo una profunda inclinación al anciano, y ambos se estrecharon la mano".

A mis oyentes, o lectores, el hacer los comentarios[3].





[1] Si no nos equivocamos cada vez que los Profetas hablan de restauración, no lo hacen de la vuelta del cautiverio de Nabucodonosor, sino de la que tendrá lugar al fin de los tiempos.

[2] Digámoslo de una vez y para siempre en lo que resta de este trabajo: el autor confunde muy a menudo la restauración precaria y parcial que se operará en Israel con la venida de Elías y que incluirá la conversión de muchos, la reedificación del Templo y la restauración del Trono de David, con la restauración total que será obra del Mesías.
La restauración parcial será destruída por el Anticristo (muerte de los dos Testigos, profanación del Templo, toma de posesión de Jerusalén, etc.).

Por caso, el texto citado de Miqueas se refiere sin dudas a la restauración final ya que Israel es recogida (fin del cautiverio) y Yahvé reina sobre ella desde el monte Sión para siempre.

[3] Ay, ay, ay…