7. LOS ARTÍFICES DE LA RESTAURACIÓN
El alcance ulterior de los
vaticinios de signo babilónico, al menos por lo que se refiere a la
restauración de Israel, es afirmado en términos precisos por Zacarías, cuando hablando al sumo
sacerdote Jesús, le dice:
"¡Oye, pues, oh
Jesús, Sumo Sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan en tu presencia! pues
son varones de presagio; porque he aquí que haré venir a mi Siervo, el
Pimpollo” (Zac. III, 8).
Cuantos activamente intervienen
en aquella restauración histórica son varones de presagio, viri portendentes. Es la revelación positiva de que aquella
restauración, tantas veces anunciada y celebrada por los profetas[1], no es más que un presagio
de la verdadera restauración, que tendrá lugar bajo la égida del tsémah (Vulg. "oriens"), o
retoño de la dinastía davídica. Esa revelación positiva, normalmente necesaria
para dar a conocer la ulterior significación, puesta a veces por Dios en
ciertos hechos, aquí se la pudo excusar, pues la letra misma que los vaticina,
con su hiperbólica exageración característica estaba indicando suficientemente
esa proyección hacia una restauración mucho más gloriosa, que no aquella
modestísima (Esd. III, 12; cf. Ag. II, 4; Zac. IV, 10), incapaz de
satisfacer a las esperanzas concebidas en la lectura de tales vaticinios, no ya
por los judíos carnales, sino aun por espíritus tan selectos como el autor del
Eclesiástico (Eccl. XXXVI).
Asegurados en este punto
cardinal, vamos a investigar uno por uno los factores de esa ulterior
restauración de Israel, presagiada en aquella restauración histórica,
discurriendo de los artífices de la una a los artífices de la otra.
Zacarías, I, 18 ss. tiene una visión en que ve aparecer cuatro
astas y luego cuatro artesanos. En las cuatro astas — número que implica
universalidad — vienen significadas las naciones que aventaron de su tierra a
Judá e Israel, o ayudaron a sus aventadores. En los cuatro artesanos vienen
significados los artífices de la restauración, que Isaías viera anteriormente,
cuando exclama:
"Ya vienen aprisa los
que levantarán tus ruinas y tus asoladores huirán lejos de ti" (Is. XLIX, 17).
Aunque el número de cuatro indique universalidad, aquí nos resulta muy
cómodo ver concretamente en los cuatro artesanos de la visión a los cuatro
grandes artífices de la restauración postbabilónica, que son los dos caudillos
Zorobabel y Jesús, y los dos profetas Ageo y Zacarías; y en ellos, y a través
de ellos, a otros tantos grandes artífices de la ulterior restauración, que son
asimismo dos caudillos, el tsémah y
un misterioso pontífice, y dos profetas, Elías y Henok redivivos, o quien por
ellos.
8. EL TSÉMAH Y EL PONTÍFICE
Como legitimo heredero y
representante de la dinastía davídica, el Zorobabel
histórico concentraba en sí todas las esperanzas mesianas, vinculadas por un
lado a la vuelta del cautiverio y por otro al restablecimiento de la dinastía
davídica, según estas expresivas palabras de Miqueas:
“En
aquel día, dice Yahvé, recogeré a la que cojea, y congregaré a la desechada y a
la que he afligido, y haré de la que cojea un resto, y de la arrojada una
nación fuerte; y reinará sobre ellos Yahvé en el monte Sión, desde ahora y para
siempre. Y tú, torre del rebaño, collado de la hija de Sion, a tí llegará y
volverá el antiguo poderío, la realeza de la hija de Jerusalén” (Miq. IV, 6-8)[2].
Pero Zorobabel no pasó de gobernador de Judea, humilde vasallo de los
reyes de Persia. No podía ser él el verdadero tsémah, retoño o vástago real, en quien según la promesa se reintegrara
la dinastía davídica. Y para que el pueblo no se llamara a engaño, los dos
profetas de la restauración, Ageo y Zacarías, éste con su formal
declaración que ya conocemos, y aquel con su manera de hablar, claramente
significaron que el Zorobabel que tenían
presente no era más que un presagio del verdadero, el cual estaba por venir,
aunque vendría sin falta a su tiempo como asegura ahí el Señor: "porque he
aquí que haré venir a mi Siervo, el Pimpollo (tsémah)" (Zac. l. c.).
Tras la declaración de Zacarías cumple alegar el vaticinio de Ageo, que dice así:
“Habló
Yahve a Ageo por segunda vez, el día veinte y cuatro del mes, diciendo: “Habla
a Zorobabel, gobernador de Juda, y dile: Yo conmoveré el cielo y la tierra;
trastornaré el trono de los reinos y destruiré el poder de los reinos de los
gentiles y volcaré los carros y sus ocupantes, y caerán los caballos y los que
en ellos cabalgan, los unos por la espada de los otros. En aquel día, dice
Yahvé de los ejércitos, te tomaré, oh Zorobabel, hijo de Salatiel, siervo mío,
dice Yahvé, y te haré como anillo de sellar, porque Yo te he escogido, dice
Yahvé de los ejércitos” (Ag. II, 21-24).
Tenemos aquí un caso
flamante de la teoría antioquena. Ageo
habla ciertamente al Zorobabel
presente pero sus palabras exceden tanto el modo de ser de su persona, que es
imposible no ver cómo en ella y a través de ella, se nos quiere mostrar a un Zorobabel futuro de mucha mayor
envergadura y trascendencia. Ante tamaño personaje el Zorobabel histórico es ahí poco más que una pantalla, un presagio
del verdadero Zorobabel, a quien el
Señor revestirá de su autoridad real, significada en el signaculum o anillo de sellar.
Zacarías expresará luego también lo mismo por medio de
una acción simbólica, donde a vuelta de algunas incorrecciones textuales,
aparece la orden de hacer una corona de oro que, guardada en el templo, ha de
remembrar aquella que ceñirá el tsémah,
porque:
“Así
dice Yahve de los ejércitos: "He aquí el hombre cuyo nombre es Pimpollo,
el cual germinará en su lugar ("bajo su égida se hará el
resurgimiento") y edificará el Templo de Yahvé". Él edificará el
Templo de Yahvé, y será revestido de gloria; y se sentará para reinar sobre su
trono. Él será sacerdote sobre su solio, y habrá espíritu de paz entre ambos” (Zac. VI, 12 s.).
A tenor de estas palabras
hemos de concluir que el tsémah o
retoño de la dinastía davídica, no es el Mesías en persona, como muchos
piensan, y eso por dos razones: 1°
Porque el Mesías es Rey y Sacerdote, Sal.
CIX (hebr. CX), mientras ahí se
reparte la realeza del sacerdocio entre dos personas distintas, quedándose el tsémah con sólo la realeza, y su
parigual con sólo el sacerdocio. 2°
Esa paridad entre ambos personajes, mientras el Mesías, como tal, no puede
tener parejo.
En vista de tales textos
lo único que cabe pensar es que se trata de sendos vicarios o lugartenientes
del Mesías, el uno en lo espiritual, el pontífice, y el otro en lo temporal, el
tsémah, ambos de derecho positivo
cristiano. Como un día el Señor dió a
Pedro las llaves del reino de los cielos, así algún día el mismo Señor dará al
vástago de la dinastía davídica la llave de David que ahora guarda en su poder
(Ap. III, 7), y así es como por medio de él y de sus sucesores (cf. Jer.
XXXIII, 1) "reinará en la casa de Jacob para siempre" (Luc. I, 32),
según las profecías (Is. IX, 7; Miq. IV, 7 s.; Dn. VII, 14.27; cf. Am. IX, 11
etc.). En todo caso, estos y otros vaticinios semejantes, aun cuando algunos no
miren directamente al Mesías en persona, no dejan de ser estrictamente
mesianos.
Y ahora, haciendo una
excepción a nuestra práctica inveterada de no mezclar las profecías privadas a
las públicas, queremos citar unas palabras de la visión que tuvo Don Bosco en 1870, víspera de la
Epifanía, pues nos parecen la mejor plastificación de aquel misterioso pacto
"Y habrá espíritu de paz entre ambos".
Tras una sombría
descripción del próximo porvenir, filtra un rayo de luz y esperanza con estas
sugestivas palabras: "Mas he aquí un gran guerrero del norte, que lleva
una bandera, y sobre la diestra que la sostiene, está escrito: "Invencible
mano del Señor". En aquel instante el venerable anciano del Lacio le sale
al encuentro, agitando al viento una antorcha ardentísima. Entonces la bandera
se desplegó, y de negra que era, se tornó blanca como la nieve. En el medio de
la bandera, con caracteres de oro, el nombre del que todo lo puede. El guerrero
con los suyos hizo una profunda inclinación al anciano, y ambos se estrecharon
la mano".
A mis oyentes, o lectores,
el hacer los comentarios[3].
[1] Si no nos equivocamos cada vez que los
Profetas hablan de restauración, no
lo hacen de la vuelta del cautiverio de Nabucodonosor,
sino de la que tendrá lugar al fin de los tiempos.
[2] Digámoslo de una vez y para siempre en lo que resta de este trabajo: el
autor confunde muy a menudo la restauración precaria
y parcial que se operará en Israel
con la venida de Elías y que
incluirá la conversión de muchos, la
reedificación del Templo y la restauración del Trono de David, con la
restauración total que será obra del
Mesías.
La restauración
parcial será destruída por el Anticristo
(muerte de los dos Testigos, profanación del Templo, toma de posesión de
Jerusalén, etc.).
Por caso, el
texto citado de Miqueas se refiere
sin dudas a la restauración final ya
que Israel es recogida (fin del
cautiverio) y Yahvé reina sobre ella
desde el monte Sión para siempre.
[3] Ay, ay, ay…