CONCLUSIÓN DE LA SEGUNDA PARTE
La presencia de Israel en
el reino mesiano nos parece incuestionable por muchísimos vaticinios del
Antiguo Testamento y no pocos del Nuevo.
Fijándose demasiado
exclusivamente en los del A. T., cargados de promesas para el pueblo de Israel,
y los más de ellos de signo babilónico, algunos quisieran verlos ya cumplidos,
sin más, a la vuelta del histórico cautiverio. Es la solución histórica.
Pero las expresiones del
sagrado texto aparecen casi siempre inadecuadas con la historia de Israel. Por
eso ya desde muy antiguo se buscó un sujeto más acomodado para su cumplimiento,
que sería la Iglesia, o sea el Israel de Dios (Gal. VI, 16). Es la solución
alegórica.
Mas este punto de vista
tiene el grave inconveniente de dejar al margen al primero y principal
destinatario de tales promesas, que es el Israel carnal, a pesar de sus defecciones
y extravíos. En consecuencia, se ha comenzado a pensar que no es tanta la
oposición entre el un Israel y el otro, que no se pueden reducir ambos a un
común denominador, cual sería el espíritu nuevo que penetró al mosaísmo
Esdrino, y que podría ser considerado como un avance del espíritu cristiano. Es
la solución homológica.
Pero esta nueva manera de
ver no satisface más que las primeras, por la absurda amalgama de conceptos que
implica; y así son muchos los que prefieren una solución sincrética, siguiendo una especie de hermenéutica
oportunista, con todos los inconvenientes del oportunismo en cualquier orden.
El inconveniente de todas
estas soluciones está en que no explican adecuadamente el cumplimiento de las
grandes promesas mesianas, es decir la presencia de Israel en el reino mesiano,
sujeto y objeto principal de tales profecías. Y en buena lógica, profecía inadecuadamente cumplida en cuanto
tal, es profecía incumplida, y profecía incumplida es profecía falsa, a menos
que se le dé otra dimensión, en que se cumpla adecuadamente en todas y cada una
de sus partes.
Para nosotros esa dimensión existe, y es por fuerza escatológica, o en
relación más o menos directa con la segunda venida del Señor,
según hemos podido concluir de las varias coincidencias y articulaciones de los
futuros acontecimientos. Efectivamente, el
tiempo tope de la quedada del Señor en el cielo es la restauración universal, restitutio omnium (Act. III, 21).
Autor principal de esa restauración universal es Elías redivivo, que restituet
omnia (Mt. XVII, 11; Mc. IX, 11),
precursor del Señor en su segunda venida (Mal.
IV, 5 s.). Parte principal de la
restauración universal es la restauración de Israel, que justamente se atribuye
también a Elías (Is. XLIX, 6; Eccli.
XLVIII, 10 = Ap. VII). Cuanto, pues,
esta restauración implica en sí, que es la liberación de ese pueblo, la vuelta
a su país y el levantamiento de sus ruinas, la restitución de la realeza a
Israel y la conversión a su natural dueño y señor el Mesías, extremos todos que
desarrollan los profetas en sus grandes vaticinios mesianos, se le cumplirán a
Israel en vísperas de la segunda venida del Señor.
Es verdad que esas grandes
promesas, contenidas en tales vaticinios, van generalmente vinculadas de una
manera misteriosa a la vuelta del cautiverio babilónico, pero ese cautiverio no
es más que un presagio del cautiverio secular de ese pueblo (Os. III), que aún perdura, todo él de
signo babilónico por ser Babilonia-Roma la que lo consumó y luego lo perpetuó
por sus epígonos, los Estados que de ella procedieron. A ese tenor, la
restauración subsiguiente al cautiverio histórico era presagio de esotra
restauración definitiva de Israel, y los artífices de la restauración
histórica, presagio de los de la escatológica, según se expuso largamente.
No negamos con eso que los vaticinios del reino mesiano tengan su
cumplimiento en la Iglesia. Lo que negamos es que tales vaticinios se
cumplieran ya adecuadamente en la Iglesia histórica, o se cumplan en la
Iglesia, sin más, abstrayendo de todo tiempo y circunstancia, sino que miran a
la Iglesia en un momento dado, y ése es aquel en que Israel habrá entrado ya a
formar un cuerpo con ella, y aun a constituir su parte central, y de ese modo
cuanto se diga de él se dice también de ella.