sábado, 17 de agosto de 2013

Babilonia y sus Cautivos, por M. Lacunza (I de VI)

Nota del Blog: presentamos a continuación uno de nuestros Fenómenos favoritos de la obra de Lacunza. Creemos que es una verdadera llave maestra que ayuda a entender las profecías tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento y sin la cual todo se vuelve oscuro y confuso, como lo atestigua la simple lectura de los comentadores.

Un par de cosas, sin embargo, es preciso aclarar:

1) La transcripción está tomada, básicamente, de la edición de Manuel Belgrano.

2) Hemos pulido el texto corrigiéndolo de los numerosísimos errores de ortografía que trae el original; errores, por otra parte, muy fácilmente detectables (elegimos al azar): segun en lugar de según, acabámos en lugar de acabamos, á en lugar de a, etc. etc.

3) Solamente en un par de ocasiones hemos preferido la edición de Ackermann a la de Belgrano. De todas formas las diferencias son totalmente accidentales.

4) Después de mucho pensarlo nos decidimos mantener el texto en latín (dando siempre la cita respectiva) y no colocar ninguna traducción y esto por varias razones:

a) No nos satisface del todo ni la traducción de la Vulgata de Straubinger ni la de Ackermann.

b) Queremos que el lector se familiarice en lo posible con el idioma.

c) Y esta es la razón principal, queremos que el lector desempolve sus Biblias y las deje de usar como adorno. Desta forma podrá consultar las notas de los comentadores. La de Straubinger de 1951, es decir, la edición en base a los originales es, sin dudas, la mejor que dispone el mundo de habla hispana, por lo menos en cuanto a los comentarios, ya que en cuanto al texto, la de Bover nos parece un poco mejor (por lo menos en lo poco que hemos podido comparar).
Desta forma el lector se familiarizará con las citas y los lugares paralelos que deberá consultar (si no todos por lo menos algunos déllos) le ayudarán a contemplar la hermosa unidad de las Escrituras.

5) Todos los comentarios son nuestros.

6) Un par de veces hemos modificado el texto (punto aparte en lugar de punto seguido, etc) para que se aprecie mejor el pensamiento de Lacunza.

7) Como de costumbre, por lo general, las cursivas son del original y las negritas y subrayados nuestros.


Fenómeno VII
Babilonia y sus cautivos.

Párrafo I
    
Cualquiera que lee con atención los Profetas, repara fácilmente dos cosas principales. Primera: grandes y terribles amenazas contra Babilonia. Segunda: grandes y magníficas promesas en favor de los cautivos, no solamente de la casa de Judá, o de los Judíos en particular que fueron los propios cautivos de Babilonia, sino generalmente de todo Israel, y de todas sus tribus para cuando salgan de su cautividad, y vuelvan a su patria, de su destierro. Uno y otro con figuras y expresiones tan grandes y tan vivas, que hacen formar una idea más que ordinaria, y más que grande, así de la vuelta de los cautivos a su patria, como del castigo inminente y terribilísimo de aquella capital.
Si con esta idea volvemos los ojos a la historia, si lee en los dos libros de Esdras todo lo que sucedió en la vuelta de Babilonia, y el estado en que quedaron los que volvieron, aun después de restituidos a su patria; si lee en los dos libros de los Macabeos los grandes trabajos, angustias y tribulaciones, que en diversos tiempos tuvieron que sufrir, dominados enteramente por los príncipes griegos; si lee después de esto en los evangelios, el estado de vasallaje y opresión formal en que se hallaban cuando vino el Mesías, no solamente dominados por los Romanos, sino inmediatamente por un idumeo, cual era el crudelísimo Herodes; si lee por otra parte, ya en la historia profana, ya también en la sagrada, que Babilonia, después de haber salido de ella aquellos cautivos, se mantuvo en su ser sin novedad alguna sustancial por espacio de muchos siglos; que no la destruyó Darío Medo, ni Ciro Persa, ni ningún de sus sucesores, que no se destruyó repentinamente en un solo día; que no vinieron sobre ella en un solo día aquellas dos grandes calamidades que parece le anuncia Isaías, cuando le dice (cap. XLVII, 9): Venient tibi duo hæc subito in die una, sterilitas et viduitas. Con todas estas noticias ciertas y seguras, no puede menos que maravillarse de ver empleadas por los profetas de Dios vivo unas expresiones tan grandes para unas cosas respectivamente tan pequeñas. Mucho más deberá maravillarse, si advierte y conoce sin poder dudarlo, que nada o casi nada se ha verificado hasta el día de hoy de lo que con tantas y tan vivas expresiones parece que tenían anunciado sobre estos asuntos los profetas de Dios.
Difícilmente se hallará otro punto en toda la divina Escritura, que haya dado más cuidado, ni haya apurado más los ingenios, que Babilonia y sus cautivos. El embarazo en que no pocas veces se hallan los intérpretes, y la gran fuerza que hacen para salir con honor, es tan visible, que puede fácilmente repararlo el hombre menos reflexivo. Ya suponen cosas que debían no suponerse, sino probarse en toda forma; ya conceden a lo menos en parte, en general y en confuso lo que en otras ocasiones más inmediatas omiten o niegan absolutamente; ya usan de un sentido, ya de otro, ya de muchos a un mismo tiempo, y esto en un mismo individuo texto; ya siguen el sentido literal hasta cierta distancia, y hallándose atajados por el texto mismo, que visiblemente protesta la violencia, vuelven un poco atrás, buscando por todos los otros rumbos algún otro sentido menos incómodo, o menos inflexible. Si éste se halla, éste solo basta para decir, que aunque aquel sentido (que no se puede llevar adelante) es realmente el sentido literal, mas este otro es el sentido specialiter intentus an Spiritu Sancto.
Después de todas estas diligencias no por eso queda resuelta la gran dificultad. Se ve tan en pie y tan entera, como si no se hubiese tocado. Las profecías son muchas y muy claras a favor de los miserables hijos de Israel, para cuando vuelvan de su destierro y cautiverio, y por esto mismo es igualmente claro que no se han verificado jamás. Los intérpretes suponen que ya todas se han verificado, o se están verificando muchos siglos ha. ¿Mas cómo? Una pequeña parte literalmente en aquellos pocos que salieron antiguamente de Babilonia con permiso de Ciro; la mayor parte alegóricamente en los redimidos por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio; y otra parte, que no puede explicarse ni en el uno ni en el otro sentido, se verifica, dicen, anagógicamente en aquellas almas santas que, rotas las prisiones del cuerpo, vuelan al cielo, su verdadera patria, donde gozan en paz y quietud de todos los bienes. Nada decimos por ahora de aquella otra parte bien considerable, que tal vez se omite por excusar prolijidad.
Mas, ¿sería creíble, digo yo, que el Espíritu de Dios qui locutus est per prophetas, hablase de este modo? ¿Sería creíble que hablase per prophetas sobre un mismo asunto, parte en un sentido, parte en otro, parte en muchos, parte en ninguno? ¿Será creíble este modo de hablar de la veracidad de Dios y de su santidad infinita? Aun en el hombre más ordinario se tuviera esto, y con gran razón, por un defecto intolerable. ¿Sería creíble, vuelvo a decir, que Dios vivo y verdadero, hablando nominadamente con los hijos de Abrahán, de Isaac, y de Jacob, a quienes iba a desterrar, o había ya desterrado y esparcido entre las naciones, les prometiese, no sólo recogerlos y restituirlos a su patria, sino junto con esto, otros innumerables bienes y misericordias, que no habían de verificarse en ellos, sino en las gentes? ¿Y esto en un sentido puramente espiritual? ¿Y esto, o muchísimo de esto en sentido parte literal, parte alegórico, parte anagógico, parte místico y espiritual? No puedo negar que me parece todo esto duro y difícil de creer, y no obstante sé de cierto, que en el sistema ordinario no hay otro modo de resolver la gran dificultad.
El modo ordinario de discurrir es éste en sustancia, y sobre él no faltan algunas reglas generales. Las profecías, dicen, y con gran razón, son verdaderas y de fe divina, Dios es quien habla en ellas, y no el hombre; estas profecías no se han verificado plenamente juxta literam, como es claro y per se noto, y consta de la misma Escritura; luego (repárese con cuidado en esta consecuencia), luego es preciso decir, que en ellas se encierra algún gran misterio, mucho mayor que la salida material de Babilonia de los Caldeos, el cual misterio no puede ser otro que la liberación por Cristo de la verdadera cautividad de Babilonia, esto es, del pecado y del demonio. Por consiguiente, todo lo que anuncian las profecías, tocante a la justicia, a la santidad, a la paz, a la felicidad estable y permanente de los que vuelven de su destierro, y son restablecidos de nuevo en la tierra prometida a sus padres, etc. se debe entender de los hijos de la Iglesia presente, que son el verdadero Israel de Dios, la cual justicia, santidad, paz y  felicidad, empieza en la tierra, y se consuma y perfecciona enteramente en el cielo. Esta consecuencia, o este modo de discurrir, como si fuese justísimo en todas sus partes, es de gran uso para desembarazarse sin oposición alguna, antes con sumo honor, de toda suerte de dificultades.


Párrafo II

Se propone otra consecuencia.

Así como yo no repruebo absolutamente el sentido alegórico, anagógico, etc., así tampoco puedo reprobar absolutamente la consecuencia que acabamos de oír; antes por el contrario, mirada por cierto aspecto, me parece buena y propísima ad utilitatem et aedificationem. A todos los creyentes nos importa saber y no olvidar que fuimos redimidos y librados por Cristo, de potestate tenebrarum; que este mundo es un verdadero destierro; que nuestra patria es el cielo; que la justicia, y santidad, et pax et gaudium in Spiritu Sancto, empiezan aquí, y allá se perfeccionan; que todos los fieles Cristianos, de cualquiera nación que sean, son el verdadero Israel de Dios, etc.
No obstante estas verdades, que yo creo y confieso con todos los fieles Cristianos, propongo a la consideración y juicio de los sabios otra consecuencia sacada de las mismas premisas que supongo ciertas y evidentes, y pido que se compare esta segunda consecuencia con la primera, in simplicitate et veritate. Discurro, pues, así: las profecías de que hablamos son ciertas y seguras, pues en ellas no habla el hombre sino Dios; estas profecías no se han cumplido hasta ahora plenamente iuxta literam; luego debe llegar tiempo en que todas se cumplan plenamente iuxta literam. Digo plenamente iuxta literam para comprender, así las cosas mismas que anuncian, como las personas de quienes hablan expresa y nominadamente.
Más claro: las profecías hablan expresa y nominadamente de los judíos en general, o de todas las tribus de Israel sin excluir a ninguna, para cuando vuelvan de su cautividad y destierro, y sean introducidas y planteadas de nuevo en la tierra prometida a sus padres; ahora, pues, es cierto y evidente, que los judíos desterrados a Babilonia, y cautivos en Babilonia, volvieron muchos días ha de su cautividad y destierro; es cierto y evidente, que entonces edificaron de nuevo su templo y su ciudad de Jerusalén; es cierto y evidente, que entonces se establecieron de nuevo en aquella misma tierra, de donde habían sido desterrados. Por otra parte, también es cierto y evidente (por confesión forzosa e innegable de todos los intérpretes) que las profecías innumerables, que hablan de la vuelta de la cautividad y destierro de los hijos de Israel, no se han verificado ni de ciento una; no se han verificado plenamente iuxta literam, no se han verificado, ni en lo que anuncian clara y distintamente, ni en las personas de quienes hablan expresa y nominadamente, etc. Luego... (ved ya la consecuencia que ofrezco a vuestra consideración), luego la cautividad y destierro de los hijos de Israel, de que hablan las profecías, no puede ser la cautividad y destierro de Babilonia, a que fueron llevados por Nabucodonosor[1].
De aquí se sigue otra consecuencia, o por mejor decir, una cadena de consecuencias:
Luego la cautividad y destierro de que hablan las profecías no se ha concluido hasta lo presente, pues si se hubiese ya concluido, ya se hubieran verificado las profecías.
Luego los hijos de Israel no han vuelto hasta el presente de la cautividad y destierro de que hablan las profecías.
Luego deberemos esperar otro tiempo, en que los hijos de Israel vuelvan de su cautividad y destierro y en que, por consiguiente, se verifiquen en ellos las profecías.
Luego el descanso, el sabatismo, la independencia de toda potestad y dominación de la tierra, la justicia, la santidad, la paz, la felicidad estable y permanente bajo un solo rey, a quien se da el nombre de David, etc. anunciado todo clara y distintamente a los hijos dispersos de Jacob, para cuando vuelvan de su dispersión, de su cautividad, de su destierro, se verificará en ellos plenamente, cuando se verifique esta vuelta, la cual está anunciada del mismo modo que todo lo demás[2].
En efecto, esta última consecuencia no sólo se infiere de aquellas premisas, sino que se lee expresamente en el capítulo XII de Daniel, versículo 7: “Et cum completa fuerit dispersio manus populi sancti, complebuntur universa hæc[3]. Después que el ángel qui indutus erat lineis reveló a este Profeta muchos y grandes misterios contenidos en todo el largo capítulo antecedente, en especial lo que debía suceder al pueblo de Israel en los últimos tiempos; pues a esto le dice que viene determinadamente: Veni autem ut docerem te quæ ventura sunt populo tuo in novissimis diebus, quoniam adhuc visio in dies (X, 14); después de todo esto, preguntado por el mismo Profeta: Usquequo finis horum mirabilium?, le responde al punto levantando las manos al cielo, y jurando per viventem in æternum, quia in tempus, et tempora, et dimidium temporis (XII, 6-7). Y concluye inmediatamente su respuesta, o la explica y aclara diciendo que todas aquellas cosas de que acaba de hablar, tendrán su perfecto cumplimiento cuando se complete o concluya enteramente la dispersión del pueblo Santo hecha por la mano de Dios: “cum completa fuerit dispersio manus populi sancti, complebuntur universa hæc”. Estas palabras combinadas con aquellas otras del capítulo X: Veni autem ut docerem te quæ ventura sunt populo tuo in novissimis diebus, quoniam adhuc visio in dies, parecen la verdadera llave de todos los misterios del capítulo XI y XII de este Profeta, los cuales misterios se verificarán y entenderán perfectamente, cuando se acaben los trabajos de los hijos de Israel, y cuando tenga fin su destierro, su dispersión y cautiverio. De un modo semejante podemos discurrir en lo que toca a las amenazas terribles que se leen en las Santas Escrituras contra Babilonia, como veremos más adelante.

Continuabitur




[1] Primera gran clave de todo este gran Fenómeno de Lacunza: la cautividad de la que hablan los Profetas no es la de Nabucodonosor.
Incluso todo parece indicar que el mismo Daniel confundió ambas, creyéndolas una sola. AQUI entre otras cosas, escribíamos:
En efecto, todo parece indicar que Daniel malinterpretó a Jeremías y que el ángel lo corrigió…:
… Todo esto parece confirmarse, además, por las palabras del Ángel cuando en el versículo 22 y 23 le dice:

Daniel, he venido ahora para darte inteligencia… fija pues, tu atención sobre la palabra y entiende la visión: setenta semanas están decretadas para tu pueblo y para tu ciudad santa…”.

Que es como si le dijera: “Daniel, el fin de la desolación de la que habla Jeremías, no son setenta años sino setenta semanas de años…”.

[2] Esta última consecuencia es muy importante en la actualidad pero volveremos sobre ella más adelante, cuando el autor la desarrolle un poco más.

[3] Las versiones varían y no hay acuerdo entre los comentadores con respecto a la traducción exacta deste pasaje.
En la versión griega Straubinger traduce: “y que todas estas cosas se cumplirán cuando el poder del pueblo santo sea completamente destruido”.

La versión de Teodoción: "ἐν τῷ συντελεσθῆναι διασκορπισμὸν χειρὸς λαοῦ ἡγιασμένου γνώσονται πάντα ταῦτα”.

Los LXX: “ἡ συντέλεια χειρῶν ἀφέσεως λαοῦ ἁγίου καὶ συντελεσθήσεται πάντα ταῦτα”.

Linder comentando este pasaje dice: Et cum completa fuerit dispersio manus (en hebreo confractio potentiae) populi sancti, complebuntur universa hæc… Finalmente el Ángel agrega que esto se consumará “cuando se cumpla la destrucción (literalmente “confractio”: fractura, quebradura) del poder del pueblo santo (en la versión hebrea): esta destrucción de la mano o poder del pueblo santo es aquella calamidad de la cual se dice más arriba (v. 1) que no habrá otra igual. Con estas palabras no puede significarse la opresión de los judíos llevada a cabo por Antíoco… por eso tanto por el contexto como por el solemne juramento e invocación del Dios eterno como testigo viviente en el fin de los tiempos, se anuncia aquella máxima tribulación que será el signo de los últimos tiempos. Declarar la suma aflicción del pueblo santo (VII, 21.22.27) es totalmente conforme al oráculo propuesto en VII, 25”.
La interpretación de Straubinger, que cita a Fillion, es que “el oráculo sólo recibirá su realización total cuando el pueblo de Dios haya llegado al colmo de su infortunio”. 
Como se puede apreciar, la interpretación es totalmente diversa a la de Lacunza, la cual nos parece mucho más conforme al texto y contexto.
Veamos:
Antes que nada es preciso tener en cuenta el contexto deste pasaje: en el v. 1 se habla del alzamiento de San Miguel (que coincide con Apoc. XII, 7 ss) y luego sobre la liberación (lit. “levantamiento”. Cfr. Lc. I, 52) del pueblo de Israel seguida de una resurrección parcial (“muchos” dice el texto) tanto de vivos como de muertos. En el v. 6 Daniel pregunta cuándo tendrán lugar estas maravillas, es decir, no el alzamiento de Miguel sino la liberación de Israel y la resurrección parcial, y la respuesta que obtiene es “dentro de un tiempo, (dos) tiempos y la mitad (de tiempo)”, ¿pero cuál es el “tempus a quo” si no es el alzamiento de Miguel? Es decir, desde el alzamiento de Miguel hasta la liberación de Israel hay tres tiempos y medios y lo mismo se confirma en el v. 11 cuando dice que desde la cesación del sacrificio perpetuo y la entronización de la abominación desoladora habrá mil doscientos noventa días (sobre esta última cifra ver lo que ya dijimos AQUI).
Ahora bien, todo parece indicar que en el v. 7 se le vuelve a responder con un poco más de claridad cuándo sucederá no el alzamiento de Miguel sino la liberación de Israel y la resurrección, y la respuesta es clara: todo eso sucederá cuando la dispersión de Israel llegue a su fin, lo cual sucederá mil doscientos noventa días después de la abominación de la desolación.