jueves, 15 de agosto de 2013

Algunas Notas a Apocalipsis I, 1-3 (V de V)

3. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella, porque el tiempo está cerca.

Terminando con nuestro estudio sobre los tres primeros versículos del primer capítulo del Apocalipsis, versículos íntimamente ligados entre sí y que forman un todo homogéneo, pasemos, pues, a decir algunas cosas sobre el último versículo.


I) Bienaventurado

Como es sabido, estamos aquí ante el primero de los siete “macarismos” del Apocalipsis. Para un somero estudio de los mismos nos remitimos a lo dicho en otra oportunidad AQUI.
El resto del versículo indicará dos cosas sobre estos bienaventurados: quiénes y por qué son bienaventurados.


II) el que lee y los que oyen las palabras de la profecía
y guardan las cosas escritas en ella.

En cuanto al texto, lo único que hay que notar es que en general todas las traducciones coinciden con la que acabamos de dar, excepto aquellos que siguen a la Vulgata y que traducen (mal) todo en singular:

“Bienaventurado el que lee y el que oye las palabras de la profecía y guarda las cosas escrita en ella”.

Para empezar digamos que la división aquí es doble y no triple, vale decir, se trata de dos grupos de personas y no tres (lee, oye, guarda) puesto que los que oyen y guardan son un mismo grupo como puede verse por la construcción griega que no trae el artículo determinado “los” para los que guardan, como sí lo hace en los otros dos casos.
Habiendo hecho esta aclaración pasemos al análisis de los grupos:

1) El que lee:

En general los autores notan algo interesante sobre esta persona o clase de personas al decir que cumple un oficio, y no lo aplica a cualquiera que toma el libro del Apocalipsis y comienza a leerlo, como creen ingenuamente algunos protestantes, por la sencilla razón que el texto hubiera seguido hablando en singular y no en plural, o hubiera colocado todo en plural.

Veamos:

Zerwick: “ἀναγινώσκων: el que lee, singular. Aquel que preside la lectura en la Iglesia”.

Allo: “La distinción que hace entre el ἀναγινώσκων (el que lee) y los ἀκούοντες, la comunidad que escuchará, muestra que está destinado, al igual que las epístolas de Pablo, a la lectura pública en la asamblea de culto”.

Wikenhauser: “Al título sigue la bendición pronunciada sobre aquel que lee el libro en la asamblea litúrgica y sobre todos cuantos los escuchan…”.

Fillion: “Qui legit: El verbo ἀναγινώσκων marca la lectura pública, oficial, de la santa Escritura en las asambleas religiosas de los primeros cristianos”.

Para saber a quién corresponde este oficio de lector, debemos analizar antes el otro grupo.


2) los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en ella.

Sobre “los que escuchan” es importante recordar lo que se dice en XXII, 16 ss:

“Yo Jesús envié a mi ángel a daros testimonio destas cosas sobre las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella esplendorosa y matutina. Y es Espíritu y la novia dicen: “Ven”. Diga también quien oye: “Ven”. Y el que tenga sed venga; y el que quiera tome gratis del agua de la vida. Yo advierto a todo el que oye las palabras de la profecía deste libro: Si alguien añade a estas cosas, le añadirá Dios las plagas escritas en este libro; y si alguien quita de las palabras del libro desta profecía, le quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la Ciudad Santa, que están descritos en este libro”.

Según este bellísimo y consolador pasaje no todos los que escuchen las palabras desta profecía han de guardarlas, y aquí tenemos otra razón para no separar en tres los grupos deste versículo (el que lee, y oyen y guardan).
Sobre el significado del castigo y unas interesantes consecuencias del mismo hablaremos en otra ocasión, por ahora retengamos nada más que quienes oyen han de suspirar por la Segunda Venida.

En cuanto a los que guardan las cosas escritas en ella, ya hemos hablado en el artículo citado sobre las bienaventuranzas y lo hemos aplicado a los Mártires del quinto Sello.
Recordemos nada más las palabras de la última bienaventuranza:

XXII, 7: “Y mirad que vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía deste libro. Yo, Juan, soy el que he oído y visto estas cosas. Y cuando las oí y vi, caí ante los pies del ángel que me las mostraba, para postrarme ante él. Más él me dijo: “Guárdate de hacerlo, porque yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. Póstrate ante Dios”.

Wikenhauser comenta: “Al título sigue la bendición pronunciada sobre aquel que lee el libro en la asamblea litúrgica y sobre todos cuantos los escuchan, es decir, sobre todos aquellos que acogen con fidelidad cuanto en él está escrito y lo ponen por obra (Ap. XXII, 7. cfr. Lc. XI, 28[1])… El libro recibe ahora expresamente el nombre de profecía, quedando así al mismo nivel que los escritos proféticos del AT. Al igual que estos, es un libro sagrado, inspirado por Dios, razón por la cual en su parte final amenaza con graves castigos a quienquiera que se atreva a falsearlo (XXII, 18-19). La frase con que termina señala la razón de la exhortación contenida en la promesa de bendición: la hora en que la profecía se cumplirá está cerca; pronto vendrá el Señor para el juicio (XXII, 7.12.20). Por eso el vidente, en contraste con Dan. VIII, 26 y XII, 4 recibe la prohibición de sellar las profecías del libro, es decir, de mantenerlas en secreto (XXII, 10)”.

Ahora sí ya estamos en condiciones de hablar de “el que lee”. Según nuestro parecer, si el término ἀναγινώσκων marca la lectura pública cultual y está en singular, todo parece indicar, pues, que a nadie le cabe mejor este término que al mismo Elías el cual será el encargado de des-significar (cfr. v. 1) el contenido de la Profecía. Los Mártires del Anticristo no son nombrados aquí por la sencilla razón de que esta bienaventuranza va dirigida a los tiempos de la predicación del gran Profeta Elías.
La alusión al culto parece coincidir con la reedificación del Templo de Salomón llevada a cabo por el mismo Elías y en el cual tendrá lugar el sacrificio de la Misa junto, tal vez, con los sacrificios judíos[2].


III) porque el tiempo está cerca

He aquí la razón de la bienaventuranza: la cercanía de “el tiempo”, es decir de la Segunda Venida de Nuestro Señor, y lo que vale para esta bienaventuranza se aplica también sin dudas a las otras seis.
Sobre este tema ya hemos hablado antes y allí nos remitimos una vez más. Cfr. AQUI.

Como conclusión deste versículo nos parecen muy atinadas las palabras de Caballero Sánchez:

“Una sola palabra resume la importancia del Apocalipsis: "Bienaventurado" el que lo aprovecha espiritualmente.
Toda "bienaventuranza" profética tiene conexión con la "vida eterna", hasta el punto de que en lenguaje vulgar las dos expresiones se han hecho sinónimas.
Sin embargo, tanto las "bienaventuranzas" del Evangelio como las del Apocalipsis encierran algo más que un seguro de "vida eterna". Aquí, por ejemplo, si se es bienaventurado es "porque el tiempo está cerca…". Ahora bien; si ese "tiempo" articulado no representa la Parusía, sino la serie indefinida de los siglos cristianos, el "porque" que lo introduce no tiene sentido, es una tontería. Pero no es así. Dicho "tiempo" es el que el Padre puso en su poder; es el de la "manifestación de Jesucristo" que trae consigo el "galardón de los hijos del reino". Todas las recompensas, mencionadas al fin de cada carta a las Iglesias son aspectos diversos de ese "macarismo”: participación asegurada en el "reino" futuro de Cristo glorioso, "reino" que no se identifica del todo con lo que entendemos de ordinario por "vida eterna".
Pero, ¿de qué modo hay que acoger el libro para que sea una garantía de "bienaventuranza"?
“Leerlo”, aunque fuera para cumplir el oficio litúrgico de lector en las asambleas de los fieles; "oírlo", aún en esas mismas circunstancias, de nada serviría, si no se guardan y aguardan las cosas en él escritas. El Verbo de Dios es semilla hecha para ser acogida en la buena tierra de un corazón puro y óptimo que "oye y entiende la palabra” y "la retiene y lleva fruto en paciencia". En tratándose de la profecía del Advenimiento del Señor, "guardarla" no quiere decir solamente respetar su letra, sino asimilársela en el espíritu y tener toda el alma tendida hacia su realización. Esta es la gracia que describe San Pablo a Tito (II, 11-13): "gracia del Dios salvador, manifiesta a todos los hombres, que nos enseña a rechazar la impiedad y las concupiscencias mundanas y a vivir juiciosa, justa y santamente, aguardando la bienaventurada esperanza y manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo...". Así había vivido S. Pablo, y por eso al término de esa vida, está seguro de su "corona": "me está reservada la corona de la justicia que me retribuirá el Señor en aquel día (de su manifestación y reino), el justo Juez: y no sólo a mí sino a todos los que amen su advenimiento". (II Tim. IV,8).
No todos los creyentes son "guardadores de la fe" al modo de S. Pablo. No todos,  por lo tanto, aún cuando sean al fin llamados a la "vida eterna", merecerán el galardón del "reino" en el Día del Señor”.

¡Ven Señor Jesús!

Vale!



[1] ¿Hay aquí en las palabras de Nuestro Señor una alusión a los Mártires del quinto Sello al igual que en XVIII, 7?

[2] Sobre este espinoso tema seguimos, una vez más, a Lacunza en su capítulo IX de la tercera parte de su monumental y conocida obra.