Sobre un pasaje difícil de Daniel
P. Manuel Lacunza: "Manso defensor del Reino Milenario y genuino intérprete del Apocalipsis". |
Del libro del Profeta Daniel se podría decir más o menos lo mismo que el gran San Jerónimo decía del Apocalipsis: “es un libro que contiene tantos misterios como palabras”, si bien la diferencia está en que la exégesis de algunos pasajes se puede conocer por la historia y otros por el Nuevo Testamento. Vamos a proponer un caso de entre estos últimos.
El texto en cuestión está tomado del Capítulo XII que en su versículo 11 dice:
“Desde el tiempo en que será quitado el sacrificio perpetuo y entronizada la abominación desoladora, pasarán mil doscientos noventa días”.
Los autores están concordes en afirmar que esto se refiere a los últimos tiempos, y más precisamente a los del Anticristo. Pero en lo que no están de acuerdo es en la explicación de los mil doscientos noventa días. Ni para qué hablar del versículo 12 en el cual difícilmente se hallarán dos exégetas que lo interpreten igual y que es tanto o más importante que el pasaje que estamos analizando.
La dificultad consiste en que el Apocalipsis es claro al afirmar que el Anticristo va a reinar por tres años y medio:
XIII, 5: “Y se le dio una boca que profería altanerías y blasfemias; y le fue dada autoridad para hacer su obra durante cuarenta y dos meses”.
En concreto, los comentadores se hallan aquí como perdidos. Por citar solo tres de entre los principales vemos que Alápide rechaza teorías infundadas y luego pasa a hablar de los 45 días del versículo siguiente; Straubinger, en un extraño error de interpretación, dice por su parte que los mil doscientos noventa días corresponden “a tres años y medio o cuarenta y dos meses” (sic), mientras que Linder intenta salvar la dificultad diciendo que cada tres años se agregaba un mes al calendario hebreo y de ahí tenemos la diferencia. Pero creo que en vano, puesto que este mes nunca es tenido en cuenta y así vemos por ejemplo, que en el capítulo XI del Apocalipsis se identifica en los vers 2 y 3 los “cuarenta y dos meses” con los “mil doscientos sesenta días”.
¿Cómo explicar, pues, la diferencia entre Daniel y San Juan en lo que respecta a un tema tan importante como es la duración del reinado del Anticristo?
La explicación a este pasaje ha sido dada en forma magistral por quien no dudamos en calificar como el mejor exégeta, por lejos, de la historia de la Iglesia Católica. Nos estamos refiriendo al Padre Manuel Lacunza[1].
Sus palabras son las siguientes:
“En este examen es muy natural que cualquiera repare en otra especie de enigma que, aunque accidental al punto presente[2], podrá causar algún embarazo, es a saber: que el profeta Daniel hace durar la tribulación Anticristiana mil doscientos noventa días, o cuarenta y tres meses, cuando San Juan en su Apocalipsis cap. XIII, solo le da la duración de mil doscientos sesenta, esto es treinta días menos. Esta dificultad me tuvo en otro tiempo no poco embarazado, hasta que me acordé de aquellas palabras de Cristo (Mt. XXIV, 22): “Y si aquellos días no fueren acortados, nadie se salvaría; más en razón de los elegidos serán acortados esos días”. Como San Juan escribió después de esta profecía y promesa de Cristo, pone ya abreviado el tiempo de esta grande tribulación; y así quita treinta días al tiempo que debía durar según la profecía de Daniel. En una pestilencia, o incendio tan grande y tan universal ¿os parece pequeña misericordia apagar el fuego treinta días antes de lo que debía durar, para que no perezca toda carne?”.
Hasta aquí las magistrales palabras del P. Lacunza en su ya citada obra[3] a las cuales queda poco por observar. Lo primero es que según el texto griego Nuestro Señor está hablando de la vida del cuerpo y no del alma como lo indica Joüon[4] comentando Mt XXIV, 22 que traduce: “y si esos tiempos no fueran acortados, ningún viviente escaparía” y comenta: “Oi... πᾶσα σάρξ “ninguna carne”, hebraísmo (comparar Lc. I, 37)… el mismo giro existe en arameo judío y en siríaco. Véase lo dicho en Mt. X, 29” y lo segundo y más importante, repárese en que si la interpretación de Lacunza es vera entonces lo que Nuestro Señor nos quiso mostrar con el acortamiento de los días de la gran tribulación es cuán terrible va a ser, ya que de durar treinta días más nadie, ni si quiera los elegidos, escaparía de las manos del Anticristo.
Contra la primera observación se podrían objetar los versículos siguientes:
Mt. XXIV, 24: Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, y harán cosas estupendas y prodigios, hasta el punto de desviar, si fuera posible, aún a los elegidos.
Mc. XIII, 22: Porque surgirán falsos cristos y falsos profetas, que harán señales y prodigios para descarriar aún a los elegidos, si fuera posible.
En los cuales parecería indicarse que el versículo 22 de Mt y el 20 de Mc se refieren no a la muerte del cuerpo sino a la del alma: a la apostasía, etc.
Resp.: Creemos que se deben distinguir dos aspectos durante el reinado del Anticristo: por un lado la seducción de la Bestia de la tierra (los falsos Profetas) por medio de prodigios que tendrá como finalidad el que todos adoren al Anticristo (Apoc. XIII, 11 ss) y la otra es la persecución sangrienta propiamente dicha (Apoc. XII, 17 y XIII, 7). Nuestro Señor nos habla en su discurso Parusíaco de ambos sucesos: del primero dice que los prodigios van a ser tan estupendos que arrastrarían, si por un imposible pudiera suceder, aún a los elegidos; mientras que del segundo suceso nos dice que los tiempos se acortarán para que el Anticristo no pueda matarlos.
Nos quedarían algunas otras cosas por observar como por ejemplo quiénes son los elegidos a los que hace referencia Jesucristo como así también por qué no pueden morir… dos preguntas íntimamente relacionadas cuyas respuestas seguramente sorprenderían a más de uno… Valete!
[1] Ya tendremos tiempo de ir hablando algunas cosas sobre su vida y sobre todo sobre su magnífica obra “La Venida del Mesías en Gloria y Majestad” de quien este blog toma su nombre y al cual tanto debemos.
[2] Se refiere a la duración de “el día del Señor”.
[3] El pasaje citado puede encontrarse en la adición del cap. V, III parte.
[4] L´Évangile de Notre-Seigneur Jésus-Christ, Beauchesne, 1930. Este libro es un clásico y es imprescindible para cualquier estudiante de las Sagradas Escrituras.