Santa Teresita en el papel de Santa Juana de Arco |
Si se ha reconocido la importancia religiosa de la virgen, se llega también a su significado temporal para el ser humano. La misma virgen que sacrifica el matrimonio y la maternidad para representar el valor solitario de la persona, con su sacrificio asegura también el matrimonio y la maternidad. De la misma manera que ella no permanecería virgen si no alzara ante su persona la idea del matrimonio, así defiende también el matrimonio de sus hermanas. En el exceso de mujeres es fatal la disolución del matrimonio tan pronto como la soltera menosprecia la virginidad. Sin la virgen no hay matrimonio, y por tanto tampoco maternidad protegida. La virgen que cierra la generación para asegurar el valor de la persona, por otra parte también asegura a la generación, la asegura precisamente por el aprecio del valor de la persona. De la misma manera que el matrimonio y la virginidad están anclados en el mysterium caritatis, también lo están en la persona. El matrimonio en lo más íntimo está fundado en su valor. Así el valor supremo de la persona no redunda sólo para la persona sino también para la generación. Significa otra vez tan solo el velo en el cual queda envuelto todo acontecimiento femenino cuando estas circunstancias son, por así decirlo, desconocidas para los demás. Pero por cierto, sin este velo carecerían de su supremo atestado y por tanto de su fuerza más profunda: ¡es de los manantiales ocultos de donde fluyen los efectos decisivos! Con esto nos encontramos frente a la idea de la virgen como fuerza.
Ya vimos cómo el hombre conoce la importancia de la virginidad para sí mismo como elevación para el máximo rendimiento. Todo ahorro de fuerza en un punto significa la posibilidad de su intervención reforzada en otro. O sea, que la virginidad, en esta interpretación, no es exclusión sino conmutación de la capacidad. Esto quiere decir con referencia a la mujer que su capacidad de amor, que no encuentra posibilidad de expansión en una familia propia, se transfiere en la familia de la colectividad. Es, pues, el mismo proceso de entrega que la biología nos muestra en la madre natural, cuando la mujer virgen que no puede hacer fecundas sus dotes en la generación ejerce estas dotes en una obra objetiva. Aquí la idea de virginidad roza la maternidad espiritual. De ella se hablará en otro lugar, aquí tratamos de la mujer en el tiempo; pero la madre, también la madre espiritual, no está ligada al tiempo, sino que es una figura intemporal. En este lugar no se trata de la mujer maternal en sentido metafórico, sino de la obra espiritual objetiva de la mujer.
Virginidad significa, pues, en amplia medida, capacidad y libertad para la acción. Así se ve claro que la literatura dramática, o sea la construída puramente sobre la acción, prefiera tan decididamente la figura virginal de la mujer esposa y madre. La misma ley vale tanto para la figura literaria como para la producción literaria. No sólo una Antígona o una Ifigenia, sino también una Roswitha von Candersheim y una Annette Droste-Hülshoff son esencialmente vírgenes. Así, pues, adquiere una profunda justificación el que la fuerza de la mujer libre de la generación se sienta impulsada a colaborar en la vida histórico-cultural de su pueblo; adquiere una más profunda justificación por cuanto el carácter de ésta colaboración determinado por la experiencia es de que siempre “entra en acción” cuando es necesario. La colaboración histórico-cultural de la mujer repite igualmente en el campo de la obra subjetiva lo que ocurre en el de la generación. Cuando falla la línea masculina, la hija representa la línea hereditaria. “La mujer entra en acción” significa, pues, que la mujer señala, pues, que existe alguna irregularidad en el hombre o un vacío en sus filas. Una verdad que encontró su inolvidable confirmación en el frente de retaguardia femenino durante la guerra mundial. O sea que la aparición independiente de la mujer en el terreno cultural es siempre un signo. Aquí otra vez por unos instantes aparece el rostro de la Mujer Eterna sobre la mujer en el tiempo. La mujer “entra en acción” quiere decir que su actividad en sentido estricto no es actividad de por sí, sino entrega; es sólo una forma del femenino fiat mihi. Con esto se ha dicho que la actividad de la mujer se repliega otra vez cuando ya no existe una situación que la requiera. En esta condición se encuentra el extraordinario mérito objetivo femenino, la mayoría de las veces desagradecido, o sea, un título de gloria profundamente velado. El significado de la mujer para la vida histórico-cultural no puede depender en el fondo de su colaboración objetiva; es mucho más profundo.
De la misma manera que la virgen, como tal, está al borde de los misterios de todo lo aparentemente desperdiciado e irrealizado, así también siendo capaz de obrar se encuentra al borde de los mismos misterios. Otra vez vemos relacionado con el motivo del velo el que la actuación femenina en la inmensa mayoría no llega a ocupar el primer lugar, sino todo lo más, el segundo, o sea que muy pocas veces agota la plena profundidad y fuerza del alma femenina y la convierte en factor cultural femenino independiente; en la mayoría de los casos se acomoda a la pretensión masculina y ya por esta simple acomodación queda postergada frente a la obra original masculina. De todas maneras también se relaciona con el mismo motivo del velo el que allí en donde la actuación de la mujer alcanza realmente una originalidad y elevación supremas, surja con más fuerza que en el hombre la impresión de una vocación carismática. El carácter carismático de una vocación o de una acción no significa únicamente el carácter extraordinario, sino sobre todo el religioso. Por eso no es casual si la real genialidad femenina aparece siempre sólo en la esfera religiosa. La grandeza de una Hidelgarda de Bingen, una Juana de Orleáns, una Catalina de Siena es imposible paragonarla con la de ninguna mujer en el mundo profano. Así, se comprende que precisamente la Iglesia, aunque hace al hombre portador exclusivo de la jerarquía, reconoce el carisma femenino.
Otra vez nos viene de lo religioso la dilucidación del problema. Al igual que se comprende el sentido de la virgen considerando el concepto de sponsa Christi, igualmente comprendemos la obra genial femenina por el carisma. Sólo Dios puede levantar el velo bajo el cual Él mismo oculto a la mujer; pero esta revelación es sólo un velamiento más profundo. Lo carismático no significa la fuerza de la elaboración de la propia obra, sino la extinción de la persona para ser instrumento del Altísimo. Si antes se trataba del valor de la persona desprendido de cada obra, en la vocación carismática se trata de la obra desprendida de la persona; el mismo carisma se convierte en velo. Al hecho de “la mujer entra en acción” corresponde en un grado más elevado el hecho de “la mujer está destinada” y sólo lo está en casos extremos, incluso diría desesperados. La más elevada vocación de la mujer es siempre un último recurso. Se comprende la asombrosa importancia de Santa Catalina de Siena o de Santa Juana cuando se sabe quién había fracasado antes en la empresa.
De la misma manera que el valor supremo de la persona sólo puede ser producido por la existencia fútil en cuanto a la actuación, así el carácter autentico de la vocación es producido por lo en apariencia incompetente. Sólo en esto se manifiesta con toda la pureza el carácter del enviado. Desde aquí queda dilucidado por qué las más grandes figuras de la Historia universal parecieron insignificantes o ineptas a sus contemporáneos al principio de su carrera y por qué su importancia se vio más tarde contra todo lo que se esperaba. Lo valioso en el hombre está siempre en peligro, de manera que finalmente presenta sólo el valor de algún esfuerzo y no el valor de la persona; así lo elegido en primera línea está siempre el peligro de exponer, no la vocación, sino el grado de aptitud, es decir, de no realizar la misión, sino de prevalecer ellos mismos. Pero en toda gran realización hay un factor positivo que no sólo atañe a las posibilidades del realizador, sino incluso a sus intenciones; con otras palabras: la voluntad divina y del acto creador es la autentica característica de toda gran obra humana y de todo gran acto humano.
Para comprobar esto a veces tiene que ser invocado lo incompetente, debe hacerse visible el invisible de los acontecimientos. Este es el significado simbólico de la mujer carismática. El fundamento esencial de su elección frente al hombre reside en el hecho de su mayor facilidad para extinguir su personalidad, convirtiéndose en simple instrumento y receptáculo. Ser portadora del carisma significa ser ancilla Domini.
Así la obra asombrosa de la mujer, la carismática, permanece también en los límites de lo femenino, en la línea de la simple colaboración, o sea, en la línea de María. Precisamente con esto eleva el esfuerzo menor de sus hermanas insignificantes. Sobre ella cae un rayo del misterio de la Mujer Eterna, y a través de ella el mismo rayo cae sobre aquéllas. Otra vez aparece la idea de la representación. El coloquio fraternal entre la sponsa Christi y la mujer que ha quedado incompleta en el mundo continúa. Partiendo del carácter de la simple colaboración, también de la mujer carismática se dilucida el misterio de por qué el esfuerzo femenino fuera del carisma siempre permanece en segundo o tercer lugar. El motivo no consiste en una menor capacidad, sino en la esencia y misión de lo femenino. Lo que se dijo antes del valor de la persona se dice también aquí. En una agudización suprema del pensamiento precisamente la obra modesta testimonia el de la mujer no como puntal visible sino invisible de la vida histórica. La virgen representa el supremo valor del éxito, reconocimiento, logro, no ya de toda capacidad, sino también de toda obra; representa así mismo la más elevada realidad de lo desconocido, aparentemente ineficaz y oculto en Dios. Pero con ello, como las solitarias tumbas de una guerra perdida, responde al sentido supremo de la Historia: sobre el mundo visible ella responde al mundo invisible.