viernes, 20 de julio de 2012

El Censo Parroquial y la Pertenencia a la vera Iglesia, J. C. Fenton

Nota del Blog: siguiendo con las publicaciones de Mons. Fenton, presentamos ahora un interesante trabajo sobre las distintas teorías esbozadas por los teólogos en lo que respecta a la pertenencia a la Iglesia, como así también las consecuencias que cada una déllas tiene con respecto a la visibilidad de la Iglesia. El punto de vista desde el cual aborda esta temática es del todo original y creemos que la conclusión a la que arriba es del todo cierta.
   English note: this post is the translation of Fenton´s "The Parish Census-List and Membership in the True Church". The original may be seen HERE 

Mons. J.C. Fenton

El censo parroquial y la pertenencia a la vera Iglesia

Autor: Monseñor Joseph C. Fenton, American Ecclesiastical Review CXXII, pág. 300-311. Año 1950.

Desde mediados del siglo XVI, la cuestión sobre la posibilidad que los herejes o infieles ocultos puedan ser realmente miembros de la Iglesia Católica ha sido discutida y disputada por los teólogos. Aunque S. Roberto Belarmino de ninguna manera fue el primer escritor en haber enseñado explícitamente que estos herejes ocultos puedan ser miembros de la Iglesia, sin embargo fue el primero en haber reunido las pruebas teológicas usualmente empleadas por los escritores que le sucedieron en favor de esta tesis.[1] Los argumentos contra S. Roberto sobre este tema fueron reunidos por Suárez, Tanner, Wiggers y Sylvio.[2] Además de una distinción sugerida por Pedro Dens durante el siglo XVIII y una definitiva contribución hecha por el Cardenal Billot, [3] asombrosamente ha habido poco progreso en el estudio desta cuestión desde mediados del siglo XVII. [4]
    Sin embargo existe una definitiva y muy importante razón por la cual los sacerdotes de nuestro tiempo deberían estar muy interesados en esta cuestión. Parecería ser que el primordial esfuerzo de las fuerzas anticatólicas actuales lo que está buscando hacer es aminorar el respeto y afección de los Católicos por la organización social de la Iglesia tal como la describió San Roberto Belarmino en su definición de la Iglesia y que luego explicó en el curso de su libro De ecclesia militante. Las personas siempre tienden a imaginar que existe alguna otra clase de sociedad que, de una u otra forma, se supone que está detrás de la Iglesia Católica entendida esta en un sentido estricto como sociedad completamente visible y organizada y que se supone ser merecedora de una lealtad social por parte del hombre en el orden sobrenatural en forma más completa que la organización visible.
Ocasionalmente este intento toma la forma crasa de decir que preferir la Iglesia visible por sobre la que se supone que es una Iglesia invisible, constituye una especie de mal.[5] Sea en esta forma o en otra menos atrozmente errónea, lo cierto es que la tendencia es disminuir o minimizar toda afección actual para aquella clase de organización que aparece en el libro de censo del párroco.
Ahora bien, para poner el tema en un español sencillo y coloquial, la cuestión de la posibilidad que los herejes ocultos puedan ser miembros de la Iglesia Católica, la vera Iglesia de Jesucristo, está relacionada con la precisión del reporte del censo parroquial como una lista de los miembros de la vera Iglesia en la tierra. S. Roberto describió la Iglesia militante del Nuevo Testamento como una sociedad cuya pertenencia en una determinada localidad puede ser conocida y puesta por escrito en un registro de censo. Sostiene que tal grupo, compuesto de individuos cuyos nombres pueden ser puestos por escrito por cualquier asistente diligente, constituiría en realidad la vera Iglesia, el vero reino de Dios sobre la tierra, en cualquier parte del mundo.
    San Roberto enseña, en otras palabras, que una persona es de hecho una parte o miembro de la Iglesia Católica si, y sólo si, posee aquellos elementos que los antiguos teólogos designaron como los lazos externos, corporales o visibles de la unidad eclesiástica.[6] Aunque reconoció el hecho que los lazos internos, compuestos de la fe,  esperanza, caridad y los otros beneficios del Espíritu Santo operan y de hecho pertenecen a la estructura de la vera Iglesia, sin embargo rechazó conceder que la posesión de estas cualidades era un requisito para ser miembro de la Iglesia.
   Sylvio, por otra parte, estaba convencido que tanto los lazos externos de unidad como así también por lo menos la posesión de la vera fe que forma parte de los lazos internos eran necesarios para ser miembro de la Iglesia.[7] Así, pues según la teoría que Sylvio desarrolló tan perfectamente, el libro de censo del párroco no sería un registro exacto de los miembros de la Iglesia dentro del área que intenta cubrir. Aquella persona que pueda presentar un certificado bautismal, y que no ha repudiado nunca públicamente ora su fe Católica ora su filiación Católica, y que no ha sido excommunicatus vitandus no sería necesariamente miembro de la Iglesia, pues hubiera perdido su pertenencia en caso de haber destruido su fe por haber pecado contra esta virtud sea en secreto o incluso en forma meramente mental.
   Quien sigue a Sylvio en este punto sostiene pues que el libro de censo o registro tiene los nombres de todos los miembros de la Iglesia en un lugar determinado, pero que puede contener también los nombres de los no-miembros. Puesto que, según esta teoría, un hombre puede pasar de ser miembro a dejar de serlo por el sólo hecho de un acto secreto o meramente mental, se sigue que, en cada caso concreto, quien busca registrar los miembros de la Iglesia en un área determinada nunca puede estar completamente seguro que su lista sea correcta, y en una gran cantidad de nombres sería lógico conjeturar que algunos fueron incorrectamente agregados a la lista.
    Suárez, a pesar de la manifiesta inconsistencia de su enseñanza en este punto, sostuvo que la fe y sólo ella es necesaria y suficiente para constituir a alguien como miembro de la Iglesia.[8] Su teoría, pues, implica que hay miembros de la Iglesia cuyos nombres no figuran para nada en la lista, y que puede haber, legítimamente, algunos nombres que, en realidad, pertenecen a personas que no son miembros de la vera Iglesia. El párroco sólo puede enumerar las personas que poseen lo que se conoce como los lazos externos de unidad. Sin lugar a dudas, existe la posibilidad que alguien tenga la fe verdadera sin tener este lazo externo. Tal persona sería realmente un miembro de la Iglesia, según la enseñanza de Suárez. Al mismo tiempo, sin embargo, el párroco no tendría forma de saber que el nombre de esa persona pertenece a la lista que estaba preparando.
    Para resumir este tema, podría decirse que San Roberto sostiene, en efecto, que un censo parroquial o diocesano preciso enumeraría todos y sólo los miembros de la vera Iglesia en el área cubierta.  La teoría de Sylvio indica que tal listado contendría los nombres de todos los católicos, pero que los nombres de no-miembros podrían estar incluidos en la lista junto con los de los verdaderos. La teoría de Suárez implica que la lista no contiene ni todos ni sólo los nombres de los verdaderos miembros de la Iglesia de Jesucristo en un territorio particular. Las teorías de Suárez y Sylvio  rechazan admitir que una correcta elaboración de un registro de censo enumeraría con precisión a los miembros de la vera Iglesia de Jesucristo en una región determinada. Aquellos enumerados en la lista no serían de ninguna manera una sociedad, y mucho menos la vera Iglesia. Sería tan sólo un grupo dentro o alrededor del cual la Iglesia viviría y trabajaría en esa área.
    Tales son las actuales consecuencias de estas tres teorías. A la luz déllas, resulta bastante obvio que los sacerdotes de nuestros días no deben considerarlas meramente como opiniones de un interés académico o histórico. No hay nada mas importante para nosotros en la actualidad que conocer lo que Dios nos ha enseñado sobre la Iglesia Católica en relación a los registros de los censos. ¿Nos dan ellos la lista de los miembros actuales de la Iglesia en una determinada localidad, o es meramente una aproximación, dentro o alrededor de la cual la vera Iglesia vive y opera? Esta es una pregunta a la cual debemos dar una respuesta.
    Y, a fin de responder a esa respuesta en forma inteligente, debemos examinar las pruebas teológicas que se han empleado para defender estas teorías desde el tiempo en que la cuestión fue propuesta efectivamente por primera vez en la literatura de la teología escolástica. Lo que aun en nuestros días es considerado como la más famosa batería de argumentos sobre este tema se encuentra en el capítulo décimo del libro De ecclesia militante de S. Roberto Belarmino.
    Al considerar estos argumentos no debemos olvidar tener presente la distinción entre la afirmación de S. Roberto de que la vera fe interna no es necesaria para ser miembro de la Iglesia Católica y su enseñanza sobre la natura de los lazos externos de unidad. Las razones teológicas empleadas por él para defender su doctrina de que la fe interna no es necesaria para se miembro de la Iglesia han sido empleadas regularmente por los teólogos durante siglos. Aun en nuestros días retienen su valor.
    Por otra parte, los argumentos y explicaciones presentados por S. Roberto en defensa de su opinión de que el carácter bautismal no es un requisito para la pertenencia a la Iglesia nunca tuvo una importante influencia en el campo de la teología Católica. San Roberto estaba convencido que cualquier persona que profesara la fe Católica, que fuera admitido a los sacramentos de la Iglesia  y que reconociera la autoridad espiritual de los legítimos pastores, es de hecho Católico, aunque carezca incluso del carácter bautismal.[9] En el décimo capítulo de su De ecclesia militante se entremezclan argumentos y observaciones que favorecen esta última afirmación junto con las pruebas en defensa de la tesis que los herejes ocultos deben ser considerados como miembros de la Iglesia cuando están unidos con Nuestro Señor por los lazos externos de unidad. Afortunadamente, la debilidad de la primera clase de razonamientos de ninguna manera milita en contra de la validez del segundo.
   El De ecclesia militante ofrece cuatro pruebas básicas de que los herejes ocultos pueden ser miembros de la Iglesia Católica.

La primera está sacada de las Escrituras, de la Primera Epístola de San Juan.
   “…así ahora muchos se han hecho anticristos, por donde conocemos que es la última hora. De entre nosotros han salido, mas no eran de los nuestros, pues si de los nuestros fueran, habrían permanecido con nosotros. Pero es para que se vea claro que no todos son de los nuestros.[10]

   S. Roberto estaba convencido que las personas que “de entre nosotros han salido”, según S. Juan, eran herejes, hombres que habían negado la fe interiormente, mientras que exteriormente todavía la profesaban. El más moderno comentario de esta epístola coincide con esta opinión, por demás interesante.
   San Roberto enseñó que las personas que “de entre nosotros han salido” y que “no eran de nosotros”, conservaron, por un tiempo, su lazo externo de unidad con la Iglesia al mismo tiempo que estaba roto su unión interna con ella. “No eran de nosotros” en el sentido de que ellos no tenían ninguno de los lazos internos de unidad con los cuales Nuestro Señor quiso que sus discípulos estuvieran unidos entre sí. Sin embargo, hasta el mismísimo momento en que estas palabras se verificaron, aquellas personas a las cuales concernían, debían ser consideradas como miembros o partes de la verdadera Iglesia.
El hombre deja o se aleja de la Iglesia sólo cuando cesa de ser miembro. Las personas descriptas por San Juan eran pues todavía partes de la Iglesia  antes de dejar esta asamblea, incluso después de haber dejado de poseer la fe que es el elemento básico del lazo espiritual de unidad en la Iglesia.
Aunque San Roberto admitía de buena gana que San Agustín no siempre había dado exactamente la misma interpretación de estas palabras de la Primera Epístola de San Juan, sin embargo mostró que había explicado este pasaje entendido de los herejes ocultos y su pertenencia a la Iglesia Católica en muchas partes de su obra, incluso en aquellas en las cuales comentaba las epístolas en forma completa.

La segunda prueba que S. Roberto ofrece para su tesis en el capítulo décimo de su De ecclesia militante está basada en  la enseñanza común de los Padres según la cual las personas que no son miembros o partes de la Iglesia no pueden tener  jurisdicción o autoridad en la Iglesia. San Roberto observa que si los herejes ocultos hubieran de hecho dejado la Iglesia, en el sentido de que ya no fueran más miembros o parte desta sociedad, se seguiría que ellos no podrían tener jurisdicción verdadera en la Iglesia. Creía que esta posición destruiría el concepto mismo de jurisdicción en la Iglesia. Un Cristiano no podría estar nunca absolutamente cierto de que aquel que le habla y le ordena hacer algo en nombre de Cristo sea de hecho competente para enseñar o ejercer la jurisdicción. Esta prueba ha sido aceptada y desarrollada por la mayoría de los autores que siguiendo a San Roberto, enseñaron que los herejes ocultos pueden ser miembros de la Iglesia. Este argumento ha sido siempre el más difícil y embarazoso para los adversarios de esta tesis. De todas formas, este argumento no es más que un aspecto de la cuarta prueba aducida en el capítulo décimo de su De ecclesia militante.

La tercera demostración de S. Roberto consiste en las citas e interpretación de muchos textos patrísticos que tienden a confirmar la tesis.

 La cuarta es una prueba de razón. La primera parte es meramente una aplicación del significado del término “cuerpo” a la cuestión pertinente. S. Roberto afirma que el cuerpo humano, tal cual  está, contiene muchas cosas que no están animadas por el alma, que no poseen grado alguno de vida. Está convencido que la designación de la Iglesia como el cuerpo de Cristo admite implícitamente el hecho de que hay partes de la Iglesia que carecen por completo de vida espiritual, y que no tienen, pues, verdadera fe divina interna.
El argumento básico de la posición de San Roberto con respecto a esta controversia se encuentra en la segunda parte de su “prueba de razón”. Comienza esta sección con la siguiente, y aún no refutada afirmación: una negación del hecho que los herejes ocultos puedan ser miembros de la Iglesia implica admitir que la postura Católica con respecto a la visibilidad de la Iglesia no difiere sustancialmente de aquella dada por los herejes mismos. El reconoció que los controversalistas Católicos, como grupo, en su disputa contra los Protestantes, objetaron a sus oponentes el haber descrito a la vera Iglesia como una entidad invisible. Sostuvo que si los Católicos negaran la posibilidad que los herejes ocultos pueden ser miembros reales de la Iglesia Católica, deberían concluir lógicamente que sus propios escritores, tomados como grupo, estuvieron errados sobre este tema, y que la posición Católica era de hecho la misma presentada por los Luteranos y Calvinistas.
San Roberto advierte que los líderes protestantes mismos hablaron de ciertos elementos exteriores y visibles de la Iglesia. Ellos tenían sus propias “notas de la Iglesia”, a saber, la predicación de la Palabra de Dios y la administración de los Sacramentos. Ellos enseñaron que la Iglesia se encontraba en donde estas “notas” aparecían.
Sin embargo, puesto que insistían que sólo las buenas personas, aquellas en estado de gracia, eran realmente miembros de la Iglesia, y debido a que debían reconocer que existen personas hipócritas, los controversalistas Católicos les reprocharon con razón el haber descrito la vera Iglesia como una entidad invisible. De acuerdo a sus principios, los protestantes estaban obligados a enseñar que la vera Iglesia era en realidad un grupo cuya pertenencia podía ser conocida, con certeza, sólo por Dios. Los controversalistas Católicos consideraban esta conclusión como una condena manifiesta y definitiva de la enseñanza de los protestantes sobre la Iglesia.
Como señala S. Roberto, los escritores Católicos estaban perfectamente convencidos que la vera ecclesia Christi, el Reino de Dios en la tierra, era una sociedad que los hombres podían reconocer con perfecta y objetiva certeza. Sabían que la obediencia a la Iglesia era algo que Dios había hecho obligatorio, y que no puede darse una obediencia racional o virtuosa a una autoridad invisible o incierta.
   En otras palabras, S. Roberto estaba convencido que, según la enseñanza de Jesucristo, su vera Iglesia es una sociedad o grupo que los hombres pueden reconocer o constatar con infalible precisión. Es una sociedad cuyos miembros adquieren y conservan su posición como miembros al poseer características completamente manifiestas. Pudo ver que si la pertenencia a la Iglesia dependía de la posesión de la fe interna, y por lo tanto, de la posesión de una característica invisible, la posición Católica en su totalidad, en lo que respecta a las controversias teológicas que ocuparon los últimos cincuenta años antes de la aparición de su obra, hubiera sido completamente errónea.
Aunque suene demasiado raro, la fuerza de la posición de S. Roberto sólo se vuelve evidente cuando comparamos sus escritos con las enseñanzas de los teólogos más importantes que sostienen la opinión contraria. Así, por ejemplo, Suárez cree que nadie puede ser llamado, en verdad, miembro de la Iglesia a menos que esté unido de alguna manera a Nuestro Señor por medio de un acto de la vida espiritual.[11] Al establecer ese principio, Suárez puso el fundamento para la mayoría de las objeciones que ha encontrado la tesis de S. Roberto a través de los siglos.
Incluso cuando examinamos ese principio más de cerca, encontramos que no es más que una afirmación oblicua de la conclusión que Suárez estaba tratando de deducir. Lo que él presenta como un principio evidente, es en realidad la tesis misma que se había propuesto demostrar.
Su argumento “ad hominem” contra aquellos que sostienen que los herejes ocultos pueden ser miembros de la Iglesia es también erróneo. Suárez insistía que sus oponentes creían que el carácter bautismal era necesario para ser miembro de la Iglesia. Muchos dellos, así lo creían, en efecto, aunque S. Roberto no estaba en ese grupo. Suárez sostenía que tales personas eran inconsistentes al negar que la fe sea un requisito para ser miembro de la Iglesia basado en que es algo invisible ya que el carácter bautismal mismo es, según Suárez, tan invisible como la fe interna misma.
Hablando del mismo tema algunos años antes que Suárez escribiera su tratado, Domingo Bañez había mencionado las causas visibles e invisibles de unión en la Iglesia e “incluyó el carácter invisible bajo el nombre de las causas visibles, o sea, el sacramento.”[12]. Pues, aunque el carácter bautismal es invisible considerado simplemente en sí mismo, sin embargo es definitiva y completamente reconocible en su causa. Es algo producido necesaria e irrevocablemente en la recepción del  sacramento visible del bautismo. La fe es algo que el hombre puede destruir dentro de sí mismo, ora en forma secreta, ora en forma abierta, mientras que nadie que haya recibido el carácter sacramental puede jamás perderlo.
Así, una vez que sabemos que una persona ha sido bautizada, sabemos con certeza que posee el carácter bautismal. Por otra parte, el hecho de saber que una persona posee el carácter bautismal o ha hecho profesión pública de fe de ninguna manera implica que posea la virtud de la fe en este preciso momento. Es asombroso ver a estos dos factores, fe y carácter bautismal, considerados como invisibles en cualquier obra de teología.
Suárez tenía una noción muy imperfecta de la visibilidad de la Iglesia. El la describía como aquella característica por la cual se podía distinguir la vera Iglesia de las varias congregaciones de Satán; en otras palabras entendía la visibilidad en primer lugar como la propiedad según la cual la Iglesia puede ser hecha manifiesta por medio de una demostración basada en las notas de la Iglesia. Creía que los miembros individuales de la Iglesia pueden ser reconocidos y designados como tal con un “juicio prudente”, mientras que consideraba que toda la Iglesia, (para distinguirla de sus miembros) podía ser reconocible con precisión infalible.[13]
Los otros oponentes de la tesis de San Roberto fueron apenas un poco más imponentes en sus argumentos que Suárez sobre este punto. Wiggers sostuvo que la disputa era más bien debido a diferencias de terminología; creía que la tesis de S. Roberto era “más común” y también que parecía “más perfectamente en conformidad con los escritos de los Padres”. De todas formas, cuando explicó su enseñanza insistió que los herejes ocultos “parecen ser miembros de la Iglesia de una manera imperfecta, y, por así decirlo, sólo analógicamente.” En realidad todos estos argumentos sirven para reforzar la posición de S. Roberto.[14]
Silvio defiende su tesis con argumentos tomados de la natura de la Iglesia, de las Escrituras y de los escritos de los Padres. En realidad el razonamiento deste gran teólogo parece válido sólo como una demostración de la necesidad del carácter bautismal para ser miembro de la Iglesia. Estaba bastante en lo cierto al insistir en que la mera profesión de fe, sin tener en cuenta el carácter bautismal, nunca puede ser suficiente para hacer a un hombre realmente miembro de la Iglesia militante. Pero, estaba bastante desacertado al insistir que la fe interna era uno de los requisitos.
    En defensa de su posición Silvio tuvo que enseñar que una persona puede ser cabeza de la Iglesia sin ser miembro o parte délla.[15] Desta forma contradecía la enseñanza común que dice que nadie puede tener autoridad dentro de la Iglesia sin ser parte désta sociedad.
Silvio se vio forzado a dar una explicación sorprendentemente imprecisa de la visibilidad de la Iglesia. Silvio enseñó que los Católicos no reprochan a los Protestantes el haber hecho a la Iglesia invisible en cuanto hacen de la gracia santificante un requisito para ser miembro, sino en parte porque hablan de una Iglesia invisible compuesta de predestinados y en parte, de nuevo, porque sus “notas de la Iglesia” son inadecuadas.[16] Al explicar la visibilidad de la Iglesia Silvio evade constantemente toda discusión real de una sociedad cuyos miembros sean con seguridad y definitivamente reconocibles como tal, argumentando que es suficiente el tener una bona fiducia, opuesta a una certeza real, sobre la identidad de los miembros individuales de la vera Iglesia.[17]
   Patrick Murray ofrece dos afirmaciones pontificias como favorables a su tesis de que los herejes ocultos no son miembros de la Iglesia.[18] La primera es el famoso pasaje de la Ineffabilis Deus, en la cual Pío IX declara que aquellos que piensan en su corazón en forma diferente a lo definido, deben saber “que están condenado por su propio juicio, que han naufragado en la fe, y que han defeccionado de la unidad de la Iglesia (et ab unitate Ecclesiae deficisse).[19] El otro documento es la Bula Cantate Domino, promulgada por el Papa Eugenio IV. En este documento el Pontífice escribe que aquellas personas que disienten internamente de las verdades que ha definido, deben ser consideradas como extraños o extranjeros del cuerpo de Cristo que es la Iglesia. [20]
Ni la Ineffabilis Deus ni la Cantate Domino contienen enseñanza alguna pertinente a la cuestión de la pertenencia de los herejes ocultos a la Iglesia. Ambos documentos insisten que un hombre que comete un pecado meramente interno contra la fe, y que destruye la virtud de la fe dentro de sí mismo, se ha separado a sí mismo, de alguna manera, de la Iglesia. Cuando decimos que la fe es en realidad un elemento de los lazos de unión dentro de la Iglesia, necesariamente estamos diciendo todo lo que cualquiera de los dos documentos tiene para decir al respecto.
A fin de defender su posición, Murray se vio obligado, en último análisis, a negar la posibilidad de una verdadera herejía oculta. Creía que la herejía necesariamente se manifiesta a sí misma y que, por lo tanto no existe un peligro real de enseñar la existencia de una Iglesia invisible cuando se niega la posibilidad de que los herejes ocultos sean miembros de la vera Iglesia de Cristo.[21] De esta forma Murray buscó resolver el problema negando simplemente que el problema exista.
Un examen de los argumentos aducidos  por aquellos teólogos que, a través de los siglos, han negado que los herejes ocultos puedan ser miembros de la Iglesia, trae a luz una enseñanza más bien confusa sobre la visibilidad de la Iglesia de parte de aquellos hombres que han adoptado esta posición. Ninguno destos teólogos podría admitir que los nombres registrados en un libro de censo en una parroquia en la cual se haya llevado a cabo en forma apropiada, constituye de hecho la lista de miembros de la vera Iglesia militante del Nuevo Testamento dentro del área particular cubierta por el censo. Todo ellos están obligados a afirmar que los nombres registrados en la lista del censo constituye un grupo dentro del cual se encuentran los miembros de la vera Iglesia. Aquellos que concuerdan con Suárez  tienen que admitir que la lista parroquial contendría tanto miembros como no miembros de la Iglesia, y también que algunos miembros de la Iglesia en ese territorio particular no estaría en esa lista. Los seguidores de Silvio, por otra parte, deberían decir que todos los miembros de la Iglesia dentro desa localidad están contenidos en una lista de censo parroquial bien hecha, pero que esta lista puede contener también algunos no miembros.  
Los hombres que pueden ser colocados en la lista del censo parroquial son aquellos que el mundo, y sobre todo los católicos mismos, deben reconocer como la Iglesia Católica, la sociedad sobre la cual preside el Romano Pontífice. Si esta sociedad particular, así como está, no es el Reino de Dios sobre la tierra, entonces la actitud de Suárez y Silvio podría estar justificada. Pero si el grupo sujeto al Romano Pontífice en este mundo, el grupo conocido y reconocido en realidad como la Iglesia Católica, es en verdad el Reino de Dios sobre la tierra, entonces, lógicamente, parecería que la tesis de San Roberto Belarmino sobre la membresía de los herejes ocultos en la Iglesia de Jesucristo debería ser aceptada sin ningún tipo de dudas.
Obviamente, la enseñanza de San Roberto de que el carácter bautismal no es un requisito para ser miembro de la Iglesia no goza de una posición seria en el actual estado de la teología. Nadie puede ser miembro o parte del reino de Nuestro Señor sobre la tierra sin esa capacidad dada por Dios para ofrecer el sacrificio Eucarístico de la Iglesia que designamos como el carácter sacramental del bautismo. Ese carácter es, en su causa, una realidad completamente visible. Aquel que lo posee está manifiestamente unido a Cristo por medio de los lazos externos de unidad. La visibilidad de la Iglesia se define, en última instancia, sólo en relación a esos lazos externos.




    [1] Esta tesis había sido defendida previamente por Thomas Netter de Walden, Juan Driedo, Pedro Soto y Melchor Cano, entre otros. Cf. Netter, Antiquitatum fidei catholicae doctrinale, Libro II, a 2, en la edición Blanciotti (Venecia 1758), I, 292; Driedo, De ecclesiasticis scripturis et dogmatibus, Lib IV, c. 2, parte 2 (Lovaina, 1533), p. 517; Soto, Assertio catholicae fidei circa articulos confessionis nomine illustrissimi Ducis Wirtenbergensis oblatae per legatos eius Concilio Tridentino, en el capítulo De Ecclesia; Cano, De locis, Libro IV, cap. 2 (Roma 1900), I, 201.
    [2] Cf. Suárez, De fide, disp. 9, secc. 1. Esta nona disputatio del tratado de Suárez De fide trata de la Iglesia. La enseñanza referida en este artículo se encuentra en su Opus de triplici virtute theologica (Lion, 1621), pag. 156 y ss. Cf Tanner, Theologia scholastica (Ingolstadt, 1627), III, columna 136; Wiggers, Tractatus De Ecclesia, en su Commentaria de virtutibus theologicis. (Lovaina, 1689), pag 110 y ss.; Sylvio, De praecipuis fidei nostrae orthodoxae controversiis cum nostris hereticis, Lib. III, q. 1. art. 2, 3 y 7, en la Opera Omnia de Sylvio (Antwerp, 1698), V, 236 y ss.
    [3] Dens intentó resolver el problema basado en una distinción entre una negación oculta de la fe que es meramente interna y una que sea expresada exteriormente. El Cardenal Billot, más perfectamente que cualquier otro teólogo anterior, explicó la pertenencia a la Iglesia en función del carácter bautismal. Cf. Dens, Theologia ad usum seminariorum et sacrae theologiae alumnorum, 10º Ed. (Malinas, 1880), II, 361; Billot, Tractatus De Ecclesia Christi, 5º Ed. (Roma, Universidad Gregoriana, 1927), I, 288 y ss.
[4] El autor calla aquí, sin dudas por humildad, su propia contribución a este importantísimo tema del tratado De Ecclesia. Trabajos como el presente o “El Carácter Bautismal y la Pertenencia a la Iglesia Católica” AER 122,  pag. 373 y ss, entre otros, deben ser considerados como un aporte definitivo a esta cuestión. (Nota del Trad.)
[5] Cf. las observaciones de Watkin sobre el “materialismo eclesiástico” en The Catholic Centre (London: Sheed and Ward, 1943), pp. 139 y ss.
[6] Cf. De ecclesia militante, c. 2.
[7] Cf. Sylvio, loc. cit.
[8] Cf. Suárez, loc. cit.
[9] Cf. De ecclesia militante, c. 10.
Sin embargo San Roberto no afirmó esto sino en forma dubitativa. Creo que acá hay una imprecisión de Fenton, que se repite en otros teólogos. (N. del Trad.).
[10] I Juan, 2: 18-19.
[11] Cf. Suárez, op. cit., pag. 162.
[12] Scholastica commentaria in secundam secundae Angelici Doctoris D. Thomae, in q. 1, a. 10 (Venecia, 1588), col 286.
[13] Cf. Suarez, op. cit., secc. 8, p. 176.
El argumento de Fenton es el siguiente: la Iglesia se dice visible en razón de sus miembros y no según sus notas, es decir que es visible porque sus miembros son visibles, y no porque pueda distinguirse del resto de las congregaciones. (N. del T.).
[14] Cf. Wiggers, loc. cit.
[15] Cf. Silvio, op. cit. q. 1, a. 7, pag. 243.
[16] Cf. ibid., q. 2, a. 1, p. 254.
[17] Cf. ibid., q. 2, a. 2, p. 256.
[18] Cf. Murray, Tractatus de ecclesia Christi (Dublín 1860), I, 202 y sig.
[19] DB, 1641.
[20] DB, 705.
[21] Cf. Murray, op. cit., 195 y sig.