Como movimiento nítido que afecta la vida Católica durante el pasado siglo y medio, el Catolicismo liberal ha sido y es, en primer lugar, una actitud y luego una doctrina aceptada por algunos miembros de la verdadera Iglesia de Jesucristo. Históricamente depende del mismo liberalismo, la doctrina que establece los principios sobre los derechos del hombre que fueron seguidos y promulgados por los líderes de la Revolución Francesa. Solamente se puede entender con relación a estos principios fundamentales.
Según la teoría liberal original y no-Católica, los derechos del hombre debían ser considerados como soberanos y primordiales de tal forma que ninguna obligación se le podía imponer al hombre por parte de ningún organismo o fuente excepto o por encima del hombre mismo. Así, el hombre, considerado como libre de toda obligación real y objetiva para con Dios y para con Nuestro Señor, era descrito como gozando de una completa libertad para aceptar y practicar cualquier religión que quisiera, o ninguna en absoluto. De la misma manera, era representado como completamente libre para decir, escribir, imprimir y publicar lo que quisiera, sin ninguna referencia a una moral que tuviera en consideración a Dios.
A los ojos de los primeros defensores de los principios de la Revolución Francesa, el estado o la sociedad civil no tiene absolutamente ninguna obligación para con la verdadera Iglesia de Jesucristo. El estado, incluso cuando estaba compuesto de Católicos, debía ignorar la soberanía de Dios y, por supuesto, rechazar reconocer el Reinado de Cristo. Según los primeros y absolutos liberales, la Iglesia era bastante bien tratada si el estado quisiera agruparla junto con todas las otras religiones y tratarla simplemente como una de las tantas sociedades voluntarias lícitas dentro del cuerpo político. Los hombres que pensaban así, designaron esta parte de su teoría como la doctrina de la separación de la Iglesia y el estado. Sin embargo, de hecho, al reclamar la competencia para tratar con la verdadera Iglesia como con cualquier otra sociedad, reclamaron un dominio definitivo sobre los asuntos de la misma Iglesia. En última instancia, las meras sociedades voluntarias que existen dentro del estado están sometidas a la jurisdicción del estado.
No hay dudas que ningún Católico puede profesar jamás la aceptación de esta filosofía de liberalismo en su forma original y absoluta y seguir siendo miembro de la Iglesia. Sin embargo, la historia del pensamiento Católico del último siglo y medio ha estado dominado por el hecho de que elementos y actitudes que emanaban de esta filosofía de la Revolución Francesa han entrado en las enseñanzas y escritos de muchos Católicos altamente influyentes durante este período. Los líderes Católicos cuyos pensamientos estaban influenciados por estos principios y actitudes eran y son los Católicos liberales. El movimiento inaugurado y conducido por estos hombres es lo que conocemos como Catolicismo liberal.
Sería completamente imposible entender nada sobre el Catolicismo liberal a menos que tengamos en cuenta el hecho de que, al comienzo, este movimiento fue el resultado de una ambición y afecto sinceros, incluso si eran poco ilustrados, por la verdadera Iglesia. Hacia el fin del primer cuarto del siglo XIX la filosofía del liberalismo pareció ser, y lo fue en cierto sentido, el sistema de pensamiento generalmente triunfante dentro del mundo Occidental. Manifiestamente hostil hacia la Iglesia, e incluso aparentemente despreciador de las fuerzas intelectuales Católicas, había hecho y continuó haciendo tremendos avances en las tierras y grupos en los que la doctrina Católica había sido recibida sinceramente hasta entonces. Para ser tenido como uno de los intelectuales del mundo, uno tenía que profesar la filosofía del liberalismo. Aquel que contradecía esas enseñanzas se colocaba a sí mismo, en el mundo de la moda intelectual, como una persona insignificante.
Además, debemos tener en cuenta que en los días en que apareció el Catolicismo liberal, la filosofía madre de liberalismo aparecía de diversas maneras y con importantes diferencias según los puntos de vista individuales. Los defensores de la filosofía de la Revolución Francesa no tenían un Soviet Supremo que vigilara sus afirmaciones y publicaciones. No estaban obligados de ninguna manera a seguir ningún partido completamente dominante. Así, los defensores originales del Catolicismo liberal fueron capaces de encontrar y señalar expresiones de auténtico liberalismo en escritos que no estaban influenciados por una amarga e implacable hostilidad hacia la doctrina Católica.
El Catolicismo liberal fue fundado en la convicción, de Felicité de Lamennais y los brillantes jóvenes de su círculo, de que los intereses de la Iglesia se podían promover mejor y más efectivamente dentro del ámbito de los mismos principios liberales. Afirmaba que, dado que el dogma de la Iglesia Católica es cierta y absolutamente mejor que cualquier otra doctrina de cualquier otro cuerpo social en el mundo, esta enseñanza dogmática, presentada en el campo límpido ofrecido por la filosofía y actitud liberal, triunfaría inevitable y fácilmente sobre cualquier otra doctrina religiosa rival. De esta manera, estaban muy dispuestos a aceptar las “libertades” de la Revolución Francesa como constituyentes de un clima y auxilio favorables con respecto a la difusión y triunfo del mensaje Católico. Y, con el mismo principio, eran favorables a los principios de libertad absoluta de discurso y la negación de cualquier restricción moral objetiva sobre publicación, dado que creían que, en esta atmósfera irrestricta, la superioridad de la verdad Católica va a ser más fácilmente percibida por las masas[1].
En forma muy parecida, los primeros defensores del Catolicismo liberal buscaron solamente la ventaja de la Iglesia y su mensaje cuando propugnaron la aceptación por parte de sus correligionarios del principio de separación de la Iglesia y el estado. Creían que la Iglesia estaba en cierto sentido disminuida por lo que consideraban como una conexión del Catolicismo con los gobiernos realistas generalmente ineficaces de Francia y en el resto de Europa. Querían que la Iglesia se presentara al pueblo en una libre competencia con los otros organismos sociales que ofrecían enseñanzas en el campo religioso. Estaban convencidos que, en esa situación, y con el campo libre dado a la Iglesia, la superioridad de la Iglesia Católica sobre las otras sociedades religiosas resultaría automáticamente en un rápido triunfo.
El entusiasmo de estos primeros Católicos liberales era tan conmovedor como admirable. Pero los providenciales Romanos Pontífices que guiaron a la Iglesia durante los días de este primer entusiasmo de los Católicos liberales fueron capaces de detectar, y tuvieron el coraje de reprobar, el defecto fatal en los Católicos liberales con respecto al concepto fundamental de la doctrina Católica. El Catolicismo liberal, como movimiento dentro de la Iglesia, no tenía justificación alguna a menos que el mensaje Católico revelado, la enseñanza que la Iglesia propone como revelación pública divina, podía ser descrita legítimamente como algo ofrecido por Dios mismo precisamente como un producto que sobresalía, en su propio campo, con respecto a los productos rivales de la misma clase pero no tan excelentes. La teoría del Catolicismo liberal proponía que todos los sistemas de enseñanza religiosa tenían objetivamente el derecho de ser presentados al pueblo y que el sistema del cuerpo del dogma Católico ganaría, por la propia fuerza de su superioridad sobre los otros sistemas, la adhesión de todos aquellos a quienes estas doctrinas se les dirigieran apropiadamente. El Catolicismo liberal no tenía sentido a menos que admitiera que todas las religiones, y toda enseñanza religiosa en general, pudieran servir más o menos eficazmente para la obtención de la salvación eterna.