La
pregunta de María no implica ningún error positivo de su parte, pues interpretó
las palabras del ángel en su sentido natural, el cual era el que el ángel le
quiso sugerir. María simplemente ignoraba que el Niño podía ser legalmente hijo
de David sin que José fuera el padre según la carne. Y es lo que Gabriel le
explica en forma equivalente a la Virgen al revelarle que José no tendría parte
en la concepción del Niño, dado que el Espíritu Santo será, para usar la frase
de Santo Tomás, el “principio activo”[1]. Luego, en una corta
descripción, en contraste con la precedente, donde no se trató más que de la
grandeza humana del Mesías, hijo de David, el ángel caracteriza al Niño con dos
atributos propiamente divinos: una santidad que responde a la santidad del
Espíritu Santo, y la personalidad divina. El Niño que María va a concebir será
pues, al mismo tiempo, “hijo de David” e “Hijo de Dios” en el sentido pleno de
la palabra[2]. El
segundo cuadro del díptico completa lo que el primero tenía intencionalmente
incompleto: María comprende que será la Madre de un Hombre-Dios.
El
carácter del “Anuncio hecho a María” debe ser tenido muy presente en el
espíritu, si se quiere apreciar bien el matiz que María da a su palabra: “He
aquí la esclava del Señor”.
La
primera parte del anuncio es manifiestamente profético. Es una predicción a
corto plazo: “He aquí que vas a concebir”, retomando los términos de la
profecía de Is. VII, 14:
“He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”.
En la predicción de Gabriel,
una frase es una orden: “Le pondrás por nombre Jesús”, porque aquí María tiene un
rol activo que cumplir. Todo el resto es una
profecía manifestando un decreto de misericordia y por lo tanto una voluntad
absoluta de Dios. El conjunto, y no sólo la orden de darle al Niño el
nombre Jesús es, a los ojos de María, la expresión clara de la voluntad
absoluta de Dios sobre ella. El decreto es llevado; María, por su parte, no
tiene más que ejecutarlo.
Pero
esto no implica de ninguna manera que María no haya podido hacer un acto
perfectamente libre y, por lo tanto, meritorio. ¿Cuál es el matiz de este acto?
Es esencialmente un acto de conformidad con la voluntad de Dios,
prácticamente un acto de obediencia. María expresa este acto bajo una
imagen: “He aquí la esclava del Señor”. Lo propio de la esclava es de estar a
disposición y a las órdenes de su Señor. María recibe una orden: como buena
esclava del Señor, la ejecutará[3].
A
este acto de conformidad con la voluntad de Dios, María agrega un deseo: “Séame
hecho según tu palabra”. La elección que Dios hizo sobre ella para ser la madre
del Mesías es un honor incomparable que aprecia en todo su valor:
“Bienaventurada me llamarán todas las generaciones” (Lc. I, 48). Pero sobre
todo, la Encarnación es la realización de la promesa hecha a los padres (I,
55), la gran misericordia de Dios sobre Israel (I, 54). María desea que no sea
diferido el cumplimiento de esta promesa que Gabriel acaba de anunciarle. El
ángel había predicho la concepción como próxima: “He aquí que vas a concebir…”;
pero no había precisado. Es María, la cual en el ímpetu de su alegría[4],
fija el momento bajo la forma modesta de un deseo, que Dios ciertamente
escuchó. El Todopoderoso, si se puede decir, dejó en alguna medida a María
la elección del momento. En la prontitud de su obediencia, la humilde Virgen no
quiso ninguna demora; su “Fiat” ha, por así decirlo, apurado el momento de la
Encarnación.
Tal
vez algunos encuentren esta exégesis un poco “simple” y le reprocharán que no
tenga en cuenta algunas conjeturas comúnmente recibidas por los autores
modernos.
Pero esta exégesis supone
justamente en la Virgen un alma divinamente simple. Esta simplicidad es una
característica que asombraba a Santa Teresita del Niño Jesús:
“¡La Virgen María! ¡Cuán simple me parece que fue su
vida!”
Su
vida, sí; pero sobre todo su alma; ¡y esta simplicidad de alma se revela aquí
en la manera muy simple de entender las primeras palabras del ángel, en el
candor de su pregunta y en la alegre espontaneidad de su Fiat[5]!
[1] Summa Theologica, III, q. 32, art. 3.
[2] Es históricamente la primera revelación clara de
la divinidad del Mesías, y se le hizo a María. A José, Dios no le revelará más
que la concepción “del Espíritu Santo” (Mt. I, 20) y el rol de Salvador (I,
21); sin duda, fue por medio de María
que José supo claramente que el niño, concebido por la operación del Espíritu
Santo era, en sentido propio, “hijo de Dios”.
En el A.T. el texto
más decisivo sobre la divinidad del Mesías es, creo, Sal. CIX, 1:
“Oráculo de Yahvé a mi Señor: “Siéntate a mi diestra”;
y es por esta razón
que Jesús la propone a los fariseos (Mt. XXII, 43-44). ¿Pero quién sacaba la
conclusión que Jesús quería que sacaran los fariseos? Esta palabra misteriosa
de David era una palabra sellada, una revelación implícita que había que explicitar.
Nota del Blog: ¿Por qué no pensar que, así como San José supo
por la Virgen que el niño era Dios, supo antes que nada por ella misma la
concepción milagrosa? Es la opinión de Léon Dufour en un trabajo en dos partes
que publicamos en su momento AQUI.
[3] “María es hallada como una Virgen obediente” (por oposición a Eva), Ireneo,
Adv. Haer., III, 22.4; “Al mismo
tiempo, llamándose esclava, no se adjudicó ningún privilegio como resultado de
esa gracia; cumplirá lo que se le ordenó”. San Ambrosio, in loco.
Se dice a menudo que María da su “consentimiento”,
pero uno consiente a una proposición, no a una orden. Asentir, con el matiz de “someterse a” (Littré), sería mejor. Se
desnaturaliza tanto el acto de María como el de Dios al decir que “Dios tiene
tanto respeto por María que se digna negociar
con ella”.
Se dice también que María hubiera rechazado el
honor de la maternidad divina antes que renunciar a la virginidad. Pero se
olvida que la divina maternidad no le fue propuesta sino impuesta. Por lo
demás, la hipótesis en la cual nos colocamos es absurda, dado que la divina
maternidad implica la virginidad. Si se quiere hacer una hipótesis in abstracto, se puede decir simplemente
que María hubiera elegido, bajo la luz actual del Espíritu Santo, lo que
hubiera estimado más glorioso para Dios.
[4] Numerosos escritores eclesiásticos de la Iglesia griega, explotan
oratoriamente la palabra Χαῖρε (Salve) del v. 28 y ven allí no una
simple salutación (¡Salve!), sino una invitación a la alegría: “¡Alégrate!”.
Ver los textos reunidos por S. Lyonnet, S.J. en Biblica, 1939, p. 131-141, el cual hace suya esa exégesis.
No nos parece muy verosímil que Gabriel haya
comenzado su mensaje ex abrupto por
un “¡Alégrate”! Si María lo hubiera entendido así, hubiera sido invadida
inmediatamente de un sentimiento irresistible de alegría, al no poder faltar su
efecto a esta invitación, venida de parte de Dios. Por lo tanto, María no se
hubiera turbado y el ángel no hubiera tenido necesidad de decirle: “No temas
María”. Nos parece que la Virgen no había sido invitada a la alegría, sino que
ese sentimiento salió espontáneamente de su corazón, pero sólo al final del
mensaje de San Gabriel, cuando supo que permanecería virgen al ser la madre del
“Hijo de Dios”.
[5] En lenguaje cristiano, “dar su Fiat” es una fórmula que expresa la
resignación, a imitación de Jesús en Getsemaní “No se haga mi voluntad sino la
tuya” (Lc. XXII, 42). Pero no parece conforme a los datos del Evangelio el ver
en el Fiat de la Anunciación la
expresión de la resignación, como
se hace a veces. Así, el P. de Ponlevoy escribe:
“Cuando hayas aprendido de María a decir Fiat junto con ella, sabrás decir e incluso cantar Magnificat”.
Según el Evangelio,
interpretado sin conjetura, el Fiat y el Magnificat no se oponen, sino que se complementan: Fiat, es el deseo expresado en la
alegría divina, Magnificat, es el
agradecimiento expresado en la alegría divina.
Con respecto a María, Dios también quiso proceder
gradualmente: primero conoce que su hijo será el Mesías rey y luego que será el
Hijo de Dios; más tarde conocerá, debido a la pobreza del pesebre y sobre todo
por la revelación profética de Simeón, que será Redentor sufriente; es entonces
cuando podrá decir el Fiat de la
resignación.