La
virtud de la Prudencia
y el
éxito del Concilio Vaticano II,
por
Mons. Fenton
Nota del
Blog: Interesante estudio de
Mons. Fenton escrito en la víspera del fatídico Vaticano II. El texto
fue publicado en el American Ecclesiastical Review 147 (1962), pag.
255-265.
Está claro que, desde el punto de vista que se coloca el autor, el
Concilio fue un fracaso absoluto.
Dejando de lado la cuestión coyuntural
de tal concilio en particular, son dignos de atención los principios que
asienta.
Es obvio que Fenton escribió este artículo sabiendo lo que se estaba
tramando, y no es menos obvio que las cosas sucedieron no sólo como las previó
aquí, sino que fueron mucho peores aún.
El original puede leerse AQUI.
***
El
Concilio Vaticano II, el número veintiuno en la historia de la Iglesia
Católica, está programado para reunirse prácticamente al mismo tiempo que este
número del American Ecclesiastical Review
está siendo entregado a sus lectores. A través de los últimos meses y
particularmente durante los días inmediatos anteriores a la apertura del
Concilio, se les pidió a los fieles que recen con mucho fervor por el éxito de
esta reunión. Pero, en cuanto he podido ver, estuvo ausente la nota particular
de urgencia que se requiere en estas oraciones en razón de la naturaleza del
evento.
Teniendo
en cuenta lo que se ha dicho y, aún más importante, por lo que se ha escrito
sobre el tema del concilio desde que el Juan XXIII[1] lo anunció por primera vez el
domingo de Septuagésima de 1959, parecería que muchos, sino la mayoría de
los miembros de la Iglesia, y una gran cantidad de entre los no-Católicos que
no son particularmente hostiles hacia la Iglesia, se imaginan que el Concilio
va a ser automáticamente un éxito y que, por lo tanto, no hay necesidad
específica de oraciones para alcanzar los fines para los que fue concebido y
convocado. Muchos parecen haberse imaginado que el llamado a un concilio
ecuménico es como apretar un botón mágico que eliminaría automáticamente y sin
dolor todas las dificultades que enfrentó la verdadera Iglesia de Jesucristo
durante la segunda mitad del siglo XX. Y como es obvio por el estudio de la
historia de los anteriores concilios generales y de la consideración de la
naturaleza de la Iglesia Católica, es claro que no puede haber una confusión
más seria.
Lo cierto es que el
éxito del concilio ecuménico depende realmente de la eficacia y ardor de las
oraciones de los fieles. Existe una actividad
que Nuestro Señor ha prometido claramente al magisterium de la Iglesia Católica. El poder supremo de magisterio
del reino de Dios sobre la tierra va a ser protegido para que no enseñe el
error mientras hable sobre fe y costumbres a toda la Iglesia de Dios en este
mundo y lo haga de manera definitiva. En otras palabras, la inhabitación del
Espíritu Santo va a enseñar y guiar al magisterium
eclesiástico cuando hable de manera definitiva a la Iglesia universal de Dios
sobre la tierra, de forma tal que este magisterium
(sea el Soberano Pontífice hablando ex
cathedra o el mismo Soberano Pontífice hablando con los obispos
residenciales de toda la Iglesia unidos a él, dispersos en sus diócesis a
través del mundo o reunidos en un concilio ecuménico), va a enseñar y definir
la doctrina de la iglesia con precisión.
Así,
pues, no hace falta preocuparse por la posibilidad de algún error que surja
del concilio ecuménico. Está completamente más allá de los límites de la
posibilidad que el concilio ecuménico proclame y que el Romano Pontífice
confirme y promulgue como enseñanza de un concilio ecuménico cualquier doctrina
que difiera con la enseñanza de Dios que nos ha sido dada por medio de
Jesucristo Nuestro Señor. Nunca va a suceder que los decretos del
Concilio Vaticano II tengan que ser corregidos, sea positiva o negativamente. Y,
precisamente de la misma manera, no existe posibilidad alguna que el Concilio
Vaticano II se ponga a corregir o comparar cualesquiera decretos de los
concilios ecuménicos anteriores ni, de hecho, ninguno de los pronunciamientos ex cathedra del Romano Pontífice, sea
que hayan sido hechos por medio de la actividad doctrinal solemne u ordinaria
del Obispo de Roma[2].
Estamos rezando, de todas
maneras, pare que el próximo concilio sea exitoso, lo cual implica mucho más
que el pronunciamiento infalible del mensaje salvador de Jesucristo. Implica lo
que podríamos llamar la declaración apropiada del mensaje divino. Exige un pronunciamiento de las verdades que
forman parte integral de la doctrina Católica y que están sujetas a un ataque
particularmente agresivo en nuestros días. A fin de ser exitoso, para cumplir
el fin para el cual ha sido convocado, el concilio ecuménico debe hablar
efectivamente y con precisión en contra de las aberraciones doctrinales que
están poniendo en peligro la fe, y por lo tanto toda la vida espiritual de los
fieles al momento en que el concilio está sesionando. Además, en el
campo disciplinario, es imposible que un concilio ecuménico obtenga su fin a
menos que establezca reglas y directivas que tiendan a obtener los siguientes
objetivos:
Primero: estos decretos disciplinarios deben ser de tal
manera que faciliten a los fieles en estado de amistad con Dios avanzar en
su amor.
Segundo: deben ser de tal forma que hagan más fácil para
los que son miembros de la Iglesia y no viven la vida de la gracia, que vuelvan
a la amistad de Dios.
Y, por
último: deben ayudar a la conversión de los no-Católicos a la única
y verdadera Iglesia de Jesucristo.
[1] Nota del Blog: Cosas como estas escribía Fenton en su diario
sobre Juan XXIII, en la misma época del artículo:
“… otros creen lo mismo que he creído desde hace varios meses, a saber, que
Juan XXIII es definitivamente de
izquierda. Esa tontería de que está “engañado” o “mal informado” es
vergonzoso. Es el jefe. (25 nov. 1962)”.
“Los artículos en el Corriere della
Sera de Milán hablan de la relación con [el modernista Ernesto] Buonaiuti y
lo hacen aparecer [a Juan XXIII] como un
verdadero modernista, de corazón. Probablemente lo es” (26 nov. 1962).
[2] Nota del Blog: ¿Qué diría hoy en día?