Nota del Blog: El
siguiente estudio es obra del P. Xaver Léon-Dufour S.J., y apareció en Mélanges bibliques rédigés en l'honneur d’André
Robert,
Paris 1957, p. 390-397.
Según Mt. I, 18-25, es seguro que José
decidió repudiar a María su “prometida” porque estaba encinta; también es
cierto que cambió su proyecto como consecuencia de una intervención angélica.
Hasta ahí los intérpretes están de acuerdo. Difieren a la hora de explicar la
decisión de José que,
“Como era justo y no quería
delatarla (a María), se proponía despedirla en secreto” (Mt. I, 19).
¿Por
qué esta conducta envuelta, esta repudiación oculta, ignorada de los usos
judíos? ¿En qué consiste la “justicia” que le atribuye el evangelista?
¿Justicia con respecto a la ley, a Dios, a María o justicia indulgente (débonnaireté)?
Todas estas respuestas se han dado, suponiendo resuelto otro enigma: ¿José
tenía a María como inocente o culpable? ¿O la veneraba como el arca de Dios?
Ordinariamente, si no concuerdan sobre la
suposición de adulterio, se responde con seguridad que José no estaba al
corriente de la concepción virginal, y esto en razón del mensaje del ángel que
parece revelarle:
“José, hijo de David, no
temas recibir a María tu esposa, porque su concepción es del Espíritu Santo”
(Mt. I, 20).
Pero ¿revela de hecho el misterio de María? Creemos
que no. Antes de justificar nuestra opinión por medio de una nueva traducción
de este pasaje, recordemos esquemáticamente las interpretaciones corrientes.
***
La hipótesis más antigua se lee en San Justino:
José sospechaba a María de adulterio[1].
Su actitud se explica fácilmente: justo con respecto a la ley, quiere despedir
a su esposa; bueno, por otra parte, no queriendo armar un escándalo, quiere
obrar en secreto[2].
Su bondad compensa la rigurosa justicia de la ley. Esta interpretación, a
primera vista simple, presenta, sin embargo, algunas dificultades. Literariamente
disocia dos aspectos en la decisión única de José, para relacionarla con dos
aspectos entre los que se establece una suerte de oposición, oposición que la
partícula καὶ (y) sostiene débilmente. Dificultad de orden
histórica más imperiosa aún: se supone que José está obligado en justicia a
despedir a la adúltera; pero ningún texto formal de la ley sobre la situación
presente ha podido ser arrojado al debate[3]. ¿Obedecería,
pues, José al “espíritu de la ley”? Suposición gratuita que autoriza todas las
imaginaciones. Admitamos sin embargo que José sea justo despidiendo a María,
habría que mostrar también que permanece justo al mismo tiempo que es bueno:
pues hace secreto un acto cuyo valor legal viene de su carácter oficial. ¿De
qué sirve una justicia irritada por una indulgencia cualquiera y que termina
por eludir la ley que se jacta de observar? ¿Habría calificado Mateo tal
formalismo como justo?
Crisóstomo, defensor también de la sospecha de adulterio, no
retuvo en su explicación ese fantasma de la justicia legal. Según él, la
bondad no sólo no compensa la justicia, sino que la absorbe, se identifica con
ella. Es suficiente leer en καὶ μὴ θέλων αὐτὴν δειγματίσαι (y no quería delatarla, Mt. I, 19) no una
oposición sino una aposición a δίκαιος ὢν (como
era justo, Mt. I, 19). José es justo siendo
bueno. Solución elegante que restablece la unidad del versículo, pero que
sacrifica el sentido griego de la palabra δίκαιος identificándola con la indulgencia.
Incluso debe agregar al texto, apelando a un rayo anticipado de la gracia que,
según el Crisóstomo, transforma el comportamiento de José en una conducta
celeste.
Sin
embargo, vamos por el buen camino. Lleva la bondad de tal forma sobre la
justicia que pone en cuestión la hipótesis de Justino. En lugar de insistir
sobre el repudio, Jerónimo insiste con razón la delicadeza de José:
si hubiera estado convencido del adulterio, no hubiera actuado como lo hizo.
“¿Cómo
pudo José haber sido llamado justo cuando esconde el crimen de su esposa? Muy
por el contrario, esto habla a favor de María que José, conociendo su castidad
y sorprendido de lo que ha sucedido, esconde por su silencio, el misterio que
desconocía[4]”.
Lejos
de ser un simple correctivo a una supuesta justicia legal, la delicadeza de
José caracteriza su conducta y demuestra que está convencido de la inocencia de
María. Lagrange precisa la interpretación de Jerónimo, dando a la
palabra δίκαιος (justo) un sentido
clásico en griego: ya no es la bondad que absorbe la justicia, sino la
justicia que integra la bondad; se trata siempre de justicia, pero de justicia
para con aquella que José sabe que es inocente.
La explicación parece
psicológicamente más aceptable que las precedentes; sin embargo, choca con
tales dificultades que ya no satisface.
Ciertamente, la lógica no es la maestra de la vida y, sin embargo, no
vemos cómo José en esas condiciones, puede pasar a la acción. Si está
convencido de la inocencia ignorando por completo el misterio, ¿por qué no
busca esclarecerse antes de obrar? ¿Por qué se separa de su esposa? ¿Echar un
manto de silencio, incluso si posteriormente el ángel aprueba la “justitiam
silentii” (Jerónimo), sirve para escapar del reproche de formalismo? ¡Curiosa
justicia del hombre que abandona a un final trágico a aquella hacia la cual
precisamente se reconoce el deber de ser justo!
En
definitiva, cada una de las explicaciones propuestas no da cuenta más que de
uno solo de los aspectos del versículo 19. Si a los ojos de José,
María es adúltera, se comprende que sea repudiada, pero no se ve bien por qué
lo es en secreto. Si, por otra parte, José la cree inocente, se aprueba su
bondad, pero no su justicia. Ahora bien, los intérpretes tienen el derecho
de encerrar a José en el dilema: ¿María es adúltera o inocente? Algunos lo han
querido despejar. Para Eusebio y Efrén[5], la alternativa es: José
sospecha un adulterio o conoce el misterio. Rechazando el primer pensamiento,
dicen que José había concluido que era obra del Espíritu Santo. La explicación
del comportamiento de José deviene coherente, como lo mostraremos luego; pero
choca con el mensaje del ángel; si el misterio le fue revelado a José, es
porque no lo conocía. Henos ahí en la rueca.
Al
menos que el mensaje angélico no revele sino que confirme oficialmente la
concepción virginal que José ya conocía. Pensamos, siguiendo una sugerencia
hecha por el P. Thibaut[6],
que la tradición habitual del v. 20 no se impone. Es incluso infiel.
***
Ἰωσὴφ υἱὸς Δαυίδ, μὴ φοβηθῇς παραλαβεῖν Μαρίαν τὴν γυναῖκά σου,
τὸ γὰρ ἐν αὐτῇ γεννηθὲν ἐκ πνεύματός ἐστιν ἁγίου:
τέξεται δὲ υἱὸν καὶ καλέσεις τὸ ὄνομα αὐτοῦ Ἰησοῦν,
αὐτὸς γὰρ σώσει τὸν λαὸν αὐτοῦ ἀπὸ τῶν ἁμαρτιῶν αὐτῶν (Mt. I, 20-21).
José,
hijo de David, no temas recibir a María tu esposa,
porque sin dudas lo que ha sido engendrada en
ella es la obra del Espíritu Santo,
pero dará
a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús,
es
él, en efecto, quien salvará a su pueblo de sus pecados.
Justifiquemos
esta nueva traducción[7]. La
partícula γὰρ anuncia ordinariamente el motivo de lo que acaba de ser
afirmado; pero a menudo este motivo no se enuncia sino después de la mención de
otra cosa, hecho o principio conocido por el interlocutor; este caso podría ser
designado como un γὰρ con alcance diferido[8]. En español empleamos porque sin dudas (en verdad, ciertamente)…
pero (sin embargo). En griego clásico, existe μεν γὰρ… δὲ.
Así en Hech. XIII, 36 sig., para explicar la profecía: “No dejarás que tu santo
vea la corrupción”, Lucas aporta dos justificaciones unidas entre ellas, una
negativa (Δαυὶδ μὲν γὰρ, en
efecto, David…), y la otra positiva (ὃν δὲ ὁ Θεὸς ἤγειρεν, pero Aquel a quien Dios resucitó)[9]. En
el Evangelio de San Mateo, la partícula μεν desaparece fácilmente y debe
ser restituida por el lector inteligente:
Mt. XVIII,
7: “¡Ay del mundo por los
escándalos! Es forzoso, ciertamente (ἀνάγκη γὰρ), que vengan escándalos,
pero ¡ay (πλὴν οὐαὶ) del
hombre por quien el escándalo viene!”.
Excepto la Biblia de
Jerusalén, las traducciones consultadas descuidan elegantemente la partícula γὰρ; así, el principio general (“es
forzoso…”) flota sin razón entre las dos invectivas, mientras que, tomando su
punto de apoyo sobre la primera, sirve para reforzar la segunda. Otros
pasajes presentan un matiz parecido, ordinariamente desconocido por los
traductores.
En Mt.
XXII, 14: Πολλοὶ γάρ εἰσιν κλητοὶ, ὀλίγοι δὲ ἐκλεκτοί, el peso de la
afirmación cae sobre el segundo miembro de la frase, ya que el primero es como
un paréntesis que se da por hecho: “Ciertamente
la multitud es llamada, pero un
pequeño número es elegido”.
En Mt.
XXIV, 6: ὁρᾶτε, μὴ θροεῖσθε· δεῖ γὰρ γενέσθαι, ἀλλ’ οὔπω ἐστὶν τὸ τέλος, si
no hay que alarmarse, no es porque eso deba suceder, sino porque, sabiendo que
sucederá, no será todavía el fin: “Es necesario, ciertamente, que eso suceda, pero, sin embargo, no será todavía el fin”.
En
fin, como ejemplo todavía más significativo, el mensaje del Resucitado a María
Magdalena puede ser interpretado a luz del mismo matiz gramatical:
“¡Deja
de tocarme (= déjame pues)! Ciertamente
(οὔπω γὰρ) no he subido todavía al Padre, ve más bien (πορεύου δὲ) a decir a mis hermanos que subo a mi
Padre y vuestro Padre (Jn. XX, 17). Mensaje estructurado como el que examinamos.
El ángel aborda
primero la dificultad de José (María ha concebido del Espíritu Santo), el
Resucitado previene un argumento que podría oponerle la Magdalena a fin de
retener a Jesús (todavía no has vuelto al Padre). El ángel da luego el motivo
que debe decidir a José a tomar a María consigo (servirás de padre al niño); de
la misma manera Jesús le explica a la Magdalena por qué no debe quedarse a sus
pies, aunque todavía esté aquí abajo: debe, en efecto, llevar a los Once un
mensaje sin demora que no les dice, como es evidente, que Jesús todavía no ha
subido al Padre, sino muy por el contrario, que no va a tardar a subir allí.
[1] Dial., 78, 8 (PG, 6,
657). La opinión goza de gran favor entre los Padres de la Iglesia: Crisóstomo (PG, 57, 43 s.), Ambrosio (PL, 16, 315), Agustín (PL, 33, 657), Pedro Crisólogo (PL, 52, 592) … siempre conservó numerosos defensores,
incluso entre los católicos como Maldonado, Fillion y recientemente J. Schmid.
Nota del
Blog:
¡No podemos menos que conmovernos incluso por el mero hecho de tener que leer semejantes
palabras! El sentido cristiano debería intuir que hay algo que está mal en esta exégesis y llama mucho la
atención que en pleno siglo XX, después de un largo desarrollo de la teología josefina, haya exégetas que defiendan
semejante interpretación.
[2] Así Albert Descamps, Les Justes et la Justice dans les évangiles et le christianisme
primitif, Louvain-Gembloux, Duculot, 1950, p. 37.
[3] Habría que apelar a la legislación talmúdica,
resumida por Maiomónides (Joseph Bonsirven, Le divorce dans le Nouveau Testament, Paris, Desclée, 1948, p. 21).
El texto de Josefo, Ant. IV, 8, 23, par. 246, citado a
menudo por este tema, está relacionado con Deut. XXII, 13 y no con Deut. XXII,
23 que, según Strack-Billerbeck (I,
50), es el único que puede ser aquí considerado.
[4] PL, 26, 24. Jerónimo
no ha debido inventarla; tal vez tenemos un precursor en el fragmento nº 18 de
las Cadenas, atribuido por Klostermann a Orígenes (GKS, Origenes Werke,
Leipzig, Hinrichs, 1941, t. XII, I, p. 23). El Opus imperf. (PG, 56, 633) y la Glossa
ord. (PL, 114, 70) parece que han preparado, en el camino a Jerónimo, a
numerosos autores medievales; hoy, entre otros, Knabenbauer, Lagrange, Buzy.
[5] Eusebio, PG, 22, 884; Efrén, Commentaire de
l´Evangile concordant. Versión Armenia traducida por Louis Leloir, Corpus scriptorum
christianorum orientalium, vol. 145, Louvain, 1954, p. 18 s. Además, el Pseudo-Basilio (PG, 31, 1464) y el Pseudo-Orígenes (GCS, t. XII, I, p. 241), Rábano Mauro (PL 107, 749), Teofilacto
(PG, 123, 156). Salmerón se hizo el campeón de esta interpretación (Commentarii, t. III, Colonia, 1602, p. 235-242).
[6] René Thibaut, Le sens des paroles du Christ, Bruxelles-Paris, Desclée De Brouwer, 1940, p.
75, n. 1.
Nota del Blog: Demos los textos del magnífico exégeta para
comodidad del lector. Primero el que se cita en el artículo y luego agreguemos
otros de una obra posterior.
“¿No ofrece una palabra del Ángel a
José en Mt. I, 20 un empleo de γὰρ completamente parecido al de Jn. XX,
17? Después de haber
invitado a José a tomar consigo a María, el Ángel, antes de dar la razón,
previene la objeción (cf. V. 19):
“Pues, sin dudas, lo que ella ha concebido es
fruto del Espíritu Santo (y no tu obra), pero,
al Niño que traerá al mundo, eres tú el que le dará el nombre”.
Y luego en
una obra posterior, Le sens de l´Homme
Dieu, (21946) dice:
“Según nosotros, José se mantiene a distancia por respeto al misterio que presiente”
(pag. 51, nota 3).
Y más adelante:
“Según nosotros, José temió al principio
tomar consigo al Niño de María porque
había sido concebido del Espíritu Santo. Pero no es seguro que se haya
abstenido de esta forma por una falta de fe en la Caridad divina. Desde que el
ángel le aseguró que debía servir de padre al Niño, tomó consigo a María sin la
menor hesitación y, sin dudas, cumplió desde entonces su rol providencial con
toda la simplicidad de un perfecto creyente” (p. 82, nota 2).
[7] Salmerón (Comm.,
p. 241, 2) parece ser el primero en
haber intentado resolver la dificultad gramatical. Propone traducir γὰρ por cierto, (lat. sane).
El uso es regular en griego (cf. I Cor.
IX, 10; II Tes. II, 20); el ángel confirma lo que José ya sabía. Pero eso no
justifica el añadido indicado por la partícula δὲ que viene después de τέξεται (dará a luz). Por otra parte, Maldonado,
aunque partisano de la sospecha de
adulterio, ha visto bien que el verdadero motivo de tomar a María no es la
(supuesta) revelación de la concepción virginal, sino la imposición del nombre
al Niño; lo cual justifica haciendo de δὲ el equivalente de γὰρ (Commentarii, Pont-a-Mousson, 1596, col.
40).
[8] Esta particularidad parece haber escapado a los
gramáticos y a los diccionarios del N.T. Por ello, hemos buscado y obtenido la
aprobación de una autoridad, el P.
Edouard des Places, que nos escribe:
“Así como la proposición justificativa o sólamente explicativa introducida
por γὰρ puede no seguir que a una cierta distancia
aquella que se trata de justificar o explicar (Schwyzer-Debrunner, Gr. Gramm. II, Munich, Beck, 1950 p.
560), la explicación dada por medio de γὰρ puede estar separada por un elemento intermediario (o “parenético”) del enunciado a
explicar; es posible en particular con μεν (γὰρ)… δὲ, pues
la lengua da más relieve al elemento introducido por δὲ; la que
introduce μεν forma entonces una suerte de
paréntesis. Paradójicamente, este fenómeno, que parece lo
contrario de la elipsis a la que hay que recurrir a menudo para justificar un γὰρ (cf. J. D.
Denniston, The Greek Particles, Oxford, 1934 (21953) p. 61), es del
mismo orden psicológico”.
[9] Ver lo mismo en Hech. IV, 16 s.; XXVIII, 22 s.; Rom. II, 25; I Cor. XI, 7; XIV,
17; II Cor. IX, 1-3. Lc. XII, 29-30 no precisa μεν antes de γὰρ.