V. El
capítulo Rom. XI
Vengamos
al cap. XI. Para comprender el sentido y alcance de este capítulo, es preciso
hacerse cargo de su enlace con IX, 6-X, 21; porque el cap. XI no es, como lo
insinúa la pregunta que le da principio, sino un complemento de lo expuesto en
los dos precedentes. Observemos que en la sección IX, 6-X, 21, sobre todo en IX,
22-29 había mezclado el Apóstol dos elementos: uno la vocación y admisión de
Israel al Evangelio en cumplimiento de las promesas divinas; otro el de las
proporciones de los judíos admitidos, las cuales pudieran parecer insignificantes
ante la masa restante excluída y ante las muchedumbres de gentiles agregadas al
elemento judío al entrar este en posesión de su herencia. Esta desproporción
entre los dos elementos y la cita de nuevos vaticinios (X, 19-21) en
comprobación del mismo tema, despertaban una nueva dificultad o hacían renacer
la anterior bajo nueva forma. La desproporción enorme, objetaba el judío, entre
el exiguo resto escogido de Israel, siendo así que tenía en su favor la promesa
divina, y las masas ingentes de gentiles admitidas que no contaban con ella,
hace ver que la solución dada a nuestra dificultad sobre el incumplimiento de
las promesas mesiánicas, no pasa de ser una sutileza: esa desproporción enorme
equivaldría en realidad a un cumplimiento ilusorio de las promesas y a una
verdadera reprobación de Israel. Este es el enlace obvio entre XI, 1 y la
sección precedente.
El problema propuesto
en el cap. XI, por consiguiente, cambia la forma de lo propuesto y resuelto en
IX-X; allí se discutía quién era el representante y heredero de las promesas;
aquí, supuesta la solución allí dada, se pregunta si ésta no equivale a la
reprobación de Israel. Por eso también S.
Pablo, aunque por el enlace íntimo del nuevo problema con el precedente, basa
su solución en principios análogos, los adapta no obstante en su forma, a la
nueva forma de la dificultad. En el cap. IX, como se trataba de determinar
quién era el sujeto de la promesa, era preciso desenvolver la historia
religiosa del Antiguo Testamento. En el cap. XI el problema recae más directamente
sobre la época y generación actual: ¿ha reprobado Dios a Israel cuando,
haciendo participantes del Evangelio a los gentiles en masa y a los judíos sólo
en un residuo, ha desechado la casi totalidad restante de éstos?
S.
Pablo, después de negar haya Dios reprobado a su pueblo, presenta como primera
prueba de su negativa, el hecho de su propia persona e historia: “yo soy
judío y sin embargo pertenezco a la Iglesia, he sido admitido en su seno; luego
Dios en la predicación del Evangelio no abriga disposiciones desfavorables a
Israel, no le excluye sistemáticamente y por ser tal”. Si S. Pablo detrás de
su persona no entendiese incluir también a todos los judíos que se hallaban en
su caso: los apóstoles, los discípulos del Señor, los que a la predicación
apostólica habían en crecido número abrazado la fe en Palestina y en la
Diáspora[1],
y si no entendiera que en este sentido se comprende su argumento, no tenía
razón para confiar gran cosa en su eficacia: ¿qué representa la personalidad de
un individuo, siquiera fuera un S. Pablo, para persuadir eficazmente la
continuación del pueblo de Israel como tal en la predilección divina? Pero
S. Pablo tiene conciencia de ser perfectamente comprendido; por eso sin
menoscabar el valor de su argumento por razón del número, sabe, presentándolo
en la forma que lo hace, añadirle hábilmente fuerza incontrastable por las
circunstancias especiales de su persona. “¡Yo, dice, cuya historia nadie
ignora, cuyas disposiciones mortalmente hostiles al cristianismo antes de mi
conversión son notorias a todo el mundo y que, no obstante, fui recibido en la
Iglesia, soy un Israelita, descendiente de Abrahán, de la tribu de Benjamín! ¿Puede
decirse que Dios o Cristo abriguen disposiciones siniestras contra Israel, por
más que su representación en la Iglesia no sea tan amplia?”. Tácitamente
insinúa el Apóstol lo que lleva dicho ya antes en términos expresos (IX,
22.23), a saber, nadie puede justamente pretender que Dios se vea precisado a
reclutar su nuevo Israel, continuación del antiguo, en quienes voluntaria y
sistemáticamente le rechazan (IX, 22-23; X, 16-18; 19-21).
A
esta primera prueba hace seguir otra segunda: ninguno dirá que, en
tiempo de Elías, cuando en medio de la deserción general descrita por el Profeta,
se reserva Dios 7000 escogidos, hubiera Dios desamparado o desechado a Israel;
y todos creen que aquel residuo bastaba para representar el Israel escogido de
Dios. Pues bien; dice el Apóstol, esto al pie de la letra ha sucedido en la
generación presente. ¿Por qué, pues, no han de bastar los llamados a la fe,
para representar la continuación legítima del Israel escogido de Dios como
bastaron los 7000 en la época de Elías?
Propuestas
las dos pruebas, S. Pablo da por suficientemente discutido el problema en sus
dos partes del cumplimiento de las promesas y de la continuación de Israel en
el favor de Dios como pueblo escogido suyo: y pasa a resumir brevemente en los
vv. 7-8 el verdadero punto de vista bajo el que, en consecuencia, debe
presentarse y resolverse uno y otro problema. Τί οὖν (¿qué, pues?), pregunta, es decir, ¿cuál
es, después de lo dicho, el punto de vista a que hemos de atenernos en ambas
cuestiones? Este: que quien alcanza el cumplimiento de las promesas y
representa la continuación del Israel objeto de la predilección divina, es el
residuo escogido, no la masa del pueblo judío. Un análisis medianamente
atento del contexto apostólico hace ver que el Israel continuador de la antigua
elección divina no es en el pensamiento del Apóstol, ni está representado por
la totalidad de los descendientes de Jacob, sino por los que entre esos descendientes
han sido admitidos a la participación de los dones evangélicos, los mismos que
en el cap. IX fueron declarados herederos de la promesa; pues además de traer
como prueba de esa continuación 1° el ejemplo de su persona con los demás que
se hallan en el mismo caso: y 2° la comparación entre los 7000 de la época de
Elías y los segregados en la presente para la Iglesia, en el resumen final de
la controversia declara heredero de la promesa y representante del Israel
escogido a solo “el residuo” o segregado de la masa, colocando a ésta de frente
y en oposición con aquél.
[1] Act. II,
41; IV, 4; VI, 7; XIV, 1; XVII, 10.12.