viernes, 15 de marzo de 2019

El Cielo, la Tierra y el Mar en el Apocalipsis (III de XIV)


7) Con esta descripción en mente nos será un poco más fácil identificar otros ejemplos del uso del cielo como Trono de Dios en el Apocalipsis:

Apoc. VIII, 1: “Y cuando abrió el sello, el séptimo, se hizo silencio en el cielo como media hora”.

Apoc. IX, 1: “Y el quinto ángel trompeteó y vi una estrella del cielo caída a la tierra y se le dio la llave del pozo del abismo”.

Apoc. X, 1-8: “Y vi otro ángel fuerte descendiendo del cielo, vestido con una nube y el iris sobre su cabeza y su rostro como el sol y sus piernas (lit. sus pies) como columnas de fuego. Y teniendo en su mano un librito abierto; y puso su pie, el derecho, sobre el mar y el izquierdo sobre la tierra; y clamó con voz grande, como león que ruge y cuando clamó hablaron los siete truenos sus voces. Y cuando hablaron los siete truenos, iba a escribir y oí una voz del cielo diciendo: “Sella lo que hablaron los siete truenos y no lo escribas”. Y el ángel que vi estando de pie sobre el mar y sobre la tierra, alzó su mano, la diestra, al cielo, y juró por el Viviente por los siglos de los siglos - que creó el cielo y lo que hay en él y la tierra y lo que hay en ella y el mar y lo que hay en él -: "Tiempo ya no habrá", sino que en los días de la voz del séptimo ángel, cuando vaya a trompetear, también se consumó el misterio de Dios como evangelizó a sus siervos los profetas. Y la voz que oí del cielo, (la oí) de nuevo hablando conmigo y diciendo: “Ve, toma el libro, el abierto, (que está) en la mano del ángel, el que está de pie sobre el mar y sobre la tierra”.

Apoc. XI, 12-13: “Y oyeron una voz grande, desde el cielo diciéndoles: “Subid acá”. Y subieron al cielo en la nube y los contemplaron sus enemigos. Y en la hora aquella hubo un terremoto grande y el décimo de la ciudad cayó y muertos fueron, en el terremoto, nombres de hombres millares siete y los restantes quedaron despavoridos y dieron gloria al Dios del cielo”.

Apoc. XI, 15: “Y el séptimo ángel trompeteó y se hicieron voces grandes en el cielo, diciendo: “Se hizo el reino del mundo de nuestro Señor y de su Cristo y reinará por los siglos de los siglos”.

Apoc. XIII, 6: “Y abrió su boca para blasfemias contra Dios, para blasfemar su Nombre y su Tabernáculo: los que en el cielo tienden sus tabernáculos”.

Apoc. XIV, 2: “Y oí una voz del cielo como voz de aguas muchas y como voz de un trueno grande; y la voz que oí (era) como de citaristas citarizando con sus cítaras”.

Apoc. XIV, 13: “Y oí una voz del cielo diciendo: “Escribe: ¡Bienaventurados los muertos, los que en Señor mueren, desde ahora!”. “Sí, dice el Espíritu: que descansen de sus trabajos; en efecto, sus obras les siguen”.

Apoc. XV, 1: “Y vi otro signo en el cielo, grande y sorprendente: ángeles siete teniendo plagas siete, las postreras, porque en ellas se consumó el furor de Dios”.

Apoc. XVIII, 1.4-5: Después de esto vi otro ángel descendiendo del cielo, teniendo autoridad grande y la tierra se iluminó con su gloria… Y oí otra voz del cielo que decía: “Salid, pueblo mío, de ella para que no participes de sus pecados y de sus plagas no recibas”. Pues se han conglutinado sus pecados hasta el cielo, y ha recordado Dios sus iniquidades”.

Apoc. XIX, 1: “Después de esto oí como voz grande de multitud copiosa en el cielo que decían: “¡Aleluya! La salud y la gloria y el poder de nuestro Dios…”.


Apoc. XIX, 14: “Y los ejércitos, los (que están) en el cielo, le seguían en caballos blancos, vestidos de lino fino blanco, puro”.

Apoc. XX, 1: “Y ví un ángel descendiendo del cielo, teniendo la llave del abismo y una cadena grande sobre su mano”.

Apoc. XX, 9: “Y subieron sobre la latitud de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la ciudad, la amada, y descendió fuego del cielo[1] y los devoró”.

Apoc. XXI, 1-2: “Y vi cielo nuevo y tierra nueva; en efecto, el primer cielo y la primera tierra se fueron y el mar no es ya. Y la ciudad, la santa Jerusalén nueva, ví descendiendo del cielo desde de Dios, preparada como esposa adornada para su esposo”.

Apoc. XXI, 10-11a: “Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto y me mostró la ciudad, la santa Jerusalén, descendiendo del cielo desde Dios, teniendo la Gloria de Dios”.

8) El resto de los textos muestra, por el contrario, otro significado del término cielo que no puede coincidir con el que acabamos de ver y que llamaremos Cielo-Firmamento, es decir, aquel que contemplan diariamente nuestros ojos.

Apoc. IV, 1-2: “Después de esto ví y he aquí una puerta abierta en el cielo; y la voz, la primera, que oí como de trompeta hablando conmigo, diciendo: “Sube aquí y te mostraré lo que debe suceder después de esto”. Inmediatamente fui en espíritu y he aquí un trono puesto en el cielo y sobre el trono uno sentado.

Apoc. VI, 13-14: “Y las estrellas del cielo cayeron a la tierra, como una higuera arroja sus brevas, por un viento grande sacudida. Y el cielo fue retirado como un libro que se arrolla y todo monte e isla de sus lugares se movieron.

Apoc. XI, 6: “Estos tienen la autoridad de cerrar el cielo para que lluvia no llueva los días de su profecía y autoridad tienen sobre las aguas para convertirlas en sangre y para herir la tierra con toda plaga cuantas veces quisieren”.

Apoc. XIX, 11: “Y vi el cielo abierto y he aquí un caballo blanco y el sentado sobre él llamado “Fiel y Verdadero” y con justicia juzga y guerrea”.

Según estos pasajes, en el Cielo-Firmamento hay al menos una puerta y puede ser abierta, pero esta apertura no es nada nuevo para nosotros puesto que sabemos que ya sucedió en el Bautismo de Nuestro Señor (Mt. III, 16 y conc.) y lo atestiguaron también San Esteban ante el Sanedrín (Hech. VII, 56) y San Pedro en una visión (Hech. X, 11).

Apoc. XIII, 13: “Y hace signos grandes de forma tal que incluso fuego hace del cielo descender a la tierra delante de los hombres”.

Apoc. XX, 11: “Y vi un trono grande, blanco y al sentado sobre él, de cuyo rostro huyó la tierra y el cielo y lugar no se halló para ellos”.

Apoc. XXI, 1-2: “Y vi cielo nuevo y tierra nueva; en efecto, el primer cielo y la primera tierra se fueron y el mar no es ya. Y la ciudad, la santa Jerusalén nueva, ví descendiendo del cielo desde de Dios, preparada como esposa adornada para su esposo”.



[1] Ver Apoc. VIII, 5.7-8; XI, 5; XIV, 18; XV, 2.