XII
EL MISTERIO DE INIQUIDAD YA ESTA OBRANDO
II Tes. II, 7
Jesús recomienda a sus
discípulos como a nosotros mismos, — "lo
digo a todos" — redoblar la atención cuando aparezca "la abominación de la desolación, de la que habló Daniel, el profeta, estando de pie en lugar santo" (Mt. XXIV,
15).
¿Hablaba acaso Jesús de la
ruina próxima de Jerusalén? ¿Hablaba del fin de la edad presente? Daniel había
hablado de Antíoco Epífanes, que vendría a destruir el templo y a levantar
ídolos (Dan. XI, 31).
No es, pues, imposible
que, bajo las palabras "abominación
de la desolación" tengamos el anuncio de grandes horas dolorosas, como
fueron a la vez aquellas de Antíoco y de Tito, y como lo serán aquellas de los
tiempos en que aparecerá el Anticristo.
El hombre de pecado, el impío, el hijo de perdición, querrá de tal
manera "remedar" a Dios que vendrá semejante al "Señor en su
templo" (Mal. III, 1)[1].
Si los católicos hablan
muy poco de la vuelta de Jesús, sin embargo, todavía piensan en el Anticristo.
No trataremos de precisar
los tiempos de su venida y su verdadera personalidad, porque es un "misterio de Iniquidad".
En el curso de los siglos
se ha dado el nombre de Anticristo a todos los perseguidores, dominadores o
reformadores de la religión cristiana. Cuando se han acumulado insultos contra
un adversario, se le ha arrojado a la cara: "¡Anticristo!". Fueron
"Anticristos" para los
católicos: Nerón, Juliano el Apóstata, Mahoma, Lutero, Calvino, Napoleón.
Los protestantes han visto
como tipo del Anticristo a los Papas. Ahora se refutan a sí mismos y declaran
que "este hombre de pecado" estará contra Cristo, mientras que el
Papa no puede ser considerado como el adversario de Cristo.
Sería de desear que los
católicos cambiaran también de actitud y que no volvamos más a leer encabezando
un capítulo, en el libro de un conocido autor el siguiente título: "Los
Anticristos del Renacimiento". Esta lucha de palabras, entre los
cristianos (otros Cristos) ha durado ya demasiado.
El apóstol Pablo ha caracterizado
este "adversario" de Cristo en términos precisos, en una carta a los
Tesalonicenses. Acaba de decir que el día del Señor no es inminente y agrega:
"Nadie
os engañe en manera alguna, porque primero debe venir la apostasía y hacerse
manifiesto el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; el adversario, el que
se ensalza sobre todo lo que se llama Dios o sagrado, hasta sentarse el mismo
en el templo de Dios, ostentándole como si fuera Dios… El misterio de la iniquidad
ya está obrando ciertamente, sólo (hay) el que ahora detiene hasta que aparezca
de en medio”[2].
Y entonces quedará
descubierto el impío, que el Señor Jesús "matará con el aliento de su boca y reducirá a la
inactividad por la manifestación de su Parusía".
En su aparición este impío será, por el poder de Satanás, acompañado de
toda clase de milagros, señales y prodigios engañosos, con todas las seducciones
de la iniquidad para los que se pierdan, porque no han abierto su corazón al
amor de la verdad, que los hubiese salvado (II Tes. II, 3-11).
El Anticristo será como una encarnación satánica, será como el "Príncipe de este mundo". "El se levantará", dice todavía
Daniel, "contra el príncipe de los
príncipes" -- es decir Jesús, — "pero será quebrado sin mano" (Dan. VIII, 25) dispersado por el
soplo de la boca de Cristo: "con el
aliento de sus labios matará al impío" (Is. XI, 4).
Dios permitirá, pues, un despertar de la potencia de las tinieblas, un
"misterio de iniquidad" antes de la consumación del "misterio
del reino". Esta será la gran seducción del mundo, la gran tribulación.
San Mateo pone en guardia por tres veces a aquéllos que verán falsos Cristos,
falsos profetas, seductores, y estarán tentados de decir: " Ved, aquí (está) el Cristo” o “aquí”, (Mt. XXIV, 5.11.23-26).
En fin, nosotros tenemos
una impresionante imagen de lo que podrá ser el Anticristo, en las BESTIAS DEL APOCALIPSIS: Bestias de la
tierra y bestias del mar. Reúnen en sí la potencia, la autoridad y la
fuerza.
La bestia que sube del mar
es adorada y se exclama: "¿quién es
semejante a la bestia?".
Su autoridad se extiende.
Seduce a los habitantes de la tierra, hace prodigios, habla, es herida y
revive; en fin, hace morir a aquéllos que rehúsan adorarla (Apoc. XIII).
Un poder de seducción, una
psicosis colectiva marcarán, pues, la venida del Anticristo.
En todos los siglos ha
habido, por cierto, tiempos difíciles. San Juan dice que el espíritu del
Anticristo está "ya en el mundo" (I Jn. IV, 3) ¿No vemos surgir ya siglos
que anuncian su venida?
Así lo creemos. La apostasía de los "sin Dios" en Rusia
soviética, y el neo-paganismo hitleriano parecen encaminarnos hacia la
manifestación del seductor de toda la tierra.
Estudiaremos más adelante
estos signos evidentes de la proximidad de los tiempos del fin.
[1] Ver el capítulo: "Esperaba la consolación
de Israel".
[2] Los comentadores han agotado su ciencia en
busca de lo que puede retener la aparición del Anticristo. Es el Espíritu
Santo, dicen unos; se ha pensado en otro tiempo que sería el imperio romano.
San Agustín reconoce su ignorancia: "Los Tesalonicenses sabían lo que retenía
al hijo de perdición, nosotros ignoramos lo que ellos sabían ("Ciudad de
Dios", XX, 9, 2).
Nota
del Blog: ¿Y si estamos en
presencia de otro caso parecido al del Discurso Parusíaco donde de entrada se
está planteando mal el asunto? ¿Si se trata, como dice un magnífico comentador,
de una exégesis viciada de entrada, que adolece de un “pecado priginal”…?