VI. LA IMAGEN DEL PELÍCANO SIMBÓLICO EN LA
ICONOGRAFIA
DE LA IGLESIA CATÓLICA Y DE LA FRANCMASONERÍA
En el arte católico antiguo, el pelícano místico suele representarse más
a menudo de perfil que de frente; pero en ambos casos se hiere el costado derecho
con el pico y a veces excepcionalmente en medio del pecho, pero nunca el lado
izquierdo (Fig. XI).
Si hay algunos sellos de metal que presentan muy
excepcionalmente esta última particularidad, es debido a la distracción del
grabador, que debía burilar la imagen al revés para tener la imagen correcta
una vez hecha la copia, y se equivocó.
Fig. XI.- El Pelícano en una antigua escultura del priorato de Vivoin, en Maine, siglo XVI o XVII |
Igualmente todas las representaciones antiguas del Crucificado llevan la
herida de la lanza en el lado derecho del cuerpo; y también a partir del siglo
XV las representaciones del Corazón de Jesús nos lo muestran llagado en el lado
derecho.
Esa fue la regla iconográfica que fue ley absoluta hasta el siglo XVIII.
Deriva de una visión de Ezequiel[1] que
la liturgia romana resume en una antífona de tiempo pascual Vidi aquam...
“Vi que manaba agua y salía del costado
derecho del templo, y todos aquellos que eran tocados por aquella agua eran
salvos”. Este texto se canta antes
de las misas solemnes y dominicales, mientras se asperge sobre los fieles el agua
bendita y purificadora; y este rito es perfectamente acorde con el carácter de
la efusión de la sangre divina, derramada para limpiar las manchas de los
hombres, y también con el papel simbólico de purificador atribuído al pelícano.
Desde finales del siglo XVI, la incomprensión del auténtico simbolismo
católico hizo doblegar a veces la estricta regla que antes hacía representar
siempre al pelícano hiriéndose la parte derecha o el centro del pecho; nunca la
parte izquierda. Más tarde, durante el siglo XVIII, hubo otra influencia que
multiplicó lamentablemente la práctica irregular del picotazo a la izquierda.
En esa época se organizó o reorganizó la Francmasonería con su rostro actual,
en el condado de Norfolk, en Inglaterra. Se transformó en sociedad filosófica,
en Londres, en 1717. De cara al público, pretendía que tan sólo era una
agrupación secreta de ayuda mutua, de caridad.
Para servir los ritos de
aires misteriosos que entonces instauró, la
francmasonería recogió, conservando sus significados ya consagrados o dándoles
otros nuevos, antiguos emblemas, casi todos cristianos. La imagen del
pelícano estaba entre ellas y conservó entre los masones dos de sus antiguos
papeles católicos, el de representar al Redentor de los hombres y la virtud de
la Caridad (Fig. XII).
Fig. XII.- El Pelícano masónico, al pie de la Cruz cargada con la rosa y el compás, sobre el cuarto de círculo graduado. |
Leamos, en los antiguos
rituales masónicos de aquella época, el formulario de la recepción en el grado
secreto de Rosacruz[2]. Los textos no varían más
que en unas cuantas expresiones, pero no en sentido, según las distintas
ediciones.
“La joya (la insignia) del
caballero rosacruz —se precisa— es una especie de triángulo formado con un
compás y un cuarto de círculo graduado; en medio hay una Cruz que tiene encima
una Rosa y debajo, sobre el cuarto de círculo, un Pelícano sangrándose por sus
polluelos”[3].
Y he aquí —tras un diálogo
en el que se expone el significado masónico de las trágicas letras del título
de la cruz del Calvario, I. N. R. I., y en el que dichas letras son designadas
como palabra sagrada de los rosacruces— lo que dice el «Catecismo de los
rosacruces» sobre el sentido que el iniciado debe reconocer en el Ave herida:
“Preguntó el Sapientísimo
al Respetabilísimo recipiendario:
- ¿Conocéis al Pelícano?
- Sí, Sapientísimo.
- ¿Qué significa?
- Es para nosotros el
símbolo del Redentor del mundo y de la perfecta humanidad”[4].
Con este significado apareció el pelícano en todas las representaciones
de los masones, que le atribuyeron invariablemente la particularidad iconográfica
de herirse siempre en el lado izquierdo
del pecho y el tener siempre el cuello doblado de ese lado, en oposición con el
pelícano tradicional de la iconografía católica.
Este importante detalle, ignorado por los católicos, permitió que, desde
mediados del siglo XVIII, la masonería llevase a cabo una campaña para que su
pelícano sustituyese al pelícano representado litúrgicamente; y alcanzó a
introducirlo incluso en altares.
He aquí cómo se llevó esto
a cabo.
Refirámonos a finales del
siglo XVIII y comienzos del XIX. Era la
buena época del compagnonnage
[gremios]: había obreros de todos los oficios que, para perfeccionarse en su trabajo,
iban de ciudad en ciudad y trabajaban cierto tiempo en cada una de ellas. Los
que estaban afiliados al Compagnonnage, al llegar a una ciudad un poco
importante, tenían casi la seguridad de encontrar trabajo y ayuda. Los Compagnons llegaron a ser muy numerosos.
Y la masonería se apoderó enseguida de aquella institución, de la que no parece
haber sido fundadora; dio a los Compagnons signos secretos para reconocerse,
insignias que procedían de las suyas, y uno de ellos fue el pelícano, como el
triángulo, la llana, la escuadra, el compás y la acacia. De hecho, el
Compagnonnage era una especie de tercer orden obrero de la masonería filosófica,
y para alguno de sus miembros, la antesala de la Logia.
Por medio del Compagnonnage, la masonería entró en todas las industrias,
en todas las fábricas, y con ello le resultó extremadamente fácil, en los talleres
de escultura, de cincelado, de orfebrería religiosa, de casullería y otros,
poner poco a poco su pelícano zurdo en vez del pelicano tradicional del arte
cristiano. Después de ello, lo menos que puede decirse es que en aquellos cuerpos
profesionales la costumbre de usar el pelícano masónico se convirtió en una “tradición
de oficio”.
Y puesto que los artistas cristianos, y también
quienes deberían orientarlos o supervisarlos, abandonaron el estudio de los
verdaderos principios de la simbología cristiana, los iconógrafos, los
liturgistas y los místicos avisados tienen la tristeza de ver a diario anomalías
deplorables. En numerosas iglesias, el pelícano masónico domina el altar, como
vemos en la puerta de los tabernáculos, en los doseles, en la espalda de los
sacerdotes que sacrifican, en los confesionarios, en los copones, en las mangas
y estandartes. Y desde allí, aquel intruso se mofa con insolencia de aquellos
cuya ignorancia le ha permitido ocupar el lugar del pelícano de la verdadera
liturgia: Vidi aquam egredientem de
Templo a LATERE DEXTRO…
Tengo a la vista el catálogo de una de las grandes
casas francesas de orfebrería eclesiástica de casullería; entre las vestiduras
sacerdotales que aparecen en él, muy bellas en cuanto a corte y diseño, hay
siete con la imagen del pelícano: ¡todos son pelícanos masónicos!
“Las figuras emblemáticas —decía con infinito sentido común
el profesor Hippeau- no deben
considerarse arbitrarias. Se apoyan en la autoridad de los textos
sagrados, fueron consagradas por el uso que de ellas hicieron los Padres de la
Iglesia. Fielmente transmitidas, han constituido una especie de ortodoxia
artística que no permite considerarlas únicamente producto de la imaginación y
el capricho…”[5].
Estas palabras son de oro. Le toca al arte católico
actual sacar de ellas una enseñanza para mayor provecho de quienes le piden al
simbolismo litúrgico un elemento de elevación para su alma y para su espíritu.
[1] EZEQUIEL, Profecía, XLVII, I y 2.
[2] No confundir con la antigua iniciación rosacruz.
[3] Recueil précieux de la Maçonnerie
Adhonhiramite, por un
caballero de todas las órdenes masónicas, 5.807, p. 118.
[4] Ibid., p. 31.
[5] C. HIPPEAU, Introducción a Le Bestiaire divin, p. 34, nota.