sábado, 14 de mayo de 2016

El Pelícano, por Charbonneau-Lassay (V de VI)

VI. LA IMAGEN DEL PELÍCANO SIMBÓLICO EN LA ICONOGRAFIA
DE LA IGLESIA CATÓLICA Y DE LA FRANCMASONERÍA

En el arte católico antiguo, el pelícano místico suele representarse más a menudo de perfil que de frente; pero en ambos casos se hiere el costado derecho con el pico y a veces excepcionalmente en medio del pecho, pero nunca el lado izquierdo (Fig. XI).
Fig. XI.- El Pelícano en una
 antigua escultura del priorato de Vivoin,
en Maine, siglo XVI o XVII
 Si hay algunos sellos de metal que presentan muy excepcionalmente esta última particularidad, es debido a la distracción del grabador, que debía burilar la imagen al revés para tener la imagen correcta una vez hecha la copia, y se equivocó.

Igualmente todas las representaciones antiguas del Crucificado llevan la herida de la lanza en el lado derecho del cuerpo; y también a partir del siglo XV las representaciones del Corazón de Jesús nos lo muestran llagado en el lado derecho.

Esa fue la regla iconográfica que fue ley absoluta hasta el siglo XVIII. Deriva de una visión de Ezequiel[1] que la liturgia romana resume en una antífona de tiempo pascual Vidi aquam... “Vi que manaba agua y salía del costado derecho del templo, y todos aquellos que eran tocados por aquella agua eran salvos”. Este texto se canta antes de las misas solemnes y dominicales, mientras se asperge sobre los fieles el agua bendita y purificadora; y este rito es perfectamente acorde con el carácter de la efusión de la sangre divina, derramada para limpiar las manchas de los hombres, y también con el papel simbólico de purificador atribuído al pelícano.

Desde finales del siglo XVI, la incomprensión del auténtico simbolismo católico hizo doblegar a veces la estricta regla que antes hacía representar siempre al pelícano hiriéndose la parte derecha o el centro del pecho; nunca la parte izquierda. Más tarde, durante el siglo XVIII, hubo otra influencia que multiplicó lamentablemente la práctica irregular del picotazo a la izquierda. En esa época se organizó o reorganizó la Francmasonería con su rostro actual, en el condado de Norfolk, en Inglaterra. Se transformó en sociedad filosófica, en Londres, en 1717. De cara al público, pretendía que tan sólo era una agrupación secreta de ayuda mutua, de caridad.

Para servir los ritos de aires misteriosos que entonces instauró, la francmasonería recogió, conservando sus significados ya consagrados o dándoles otros nuevos, antiguos emblemas, casi todos cristianos. La imagen del pelícano estaba entre ellas y conservó entre los masones dos de sus antiguos papeles católicos, el de representar al Redentor de los hombres y la virtud de la Caridad (Fig. XII).
Fig. XII.- El Pelícano masónico, al
pie de la Cruz cargada con la rosa y el compás,
sobre el cuarto de círculo graduado. 

Leamos, en los antiguos rituales masónicos de aquella época, el formulario de la recepción en el grado secreto de Rosacruz[2]. Los textos no varían más que en unas cuantas expresiones, pero no en sentido, según las distintas ediciones.

“La joya (la insignia) del caballero rosacruz —se precisa— es una especie de triángulo formado con un compás y un cuarto de círculo graduado; en medio hay una Cruz que tiene encima una Rosa y debajo, sobre el cuarto de círculo, un Pelícano sangrándose por sus polluelos”[3].

Y he aquí —tras un diálogo en el que se expone el significado masónico de las trágicas letras del título de la cruz del Calvario, I. N. R. I., y en el que dichas letras son designadas como palabra sagrada de los rosacruces— lo que dice el «Catecismo de los rosacruces» sobre el sentido que el iniciado debe reconocer en el Ave herida:

“Preguntó el Sapientísimo al Respetabilísimo recipiendario:

- ¿Conocéis al Pelícano?

- Sí, Sapientísimo.

- ¿Qué significa?

- Es para nosotros el símbolo del Redentor del mundo y de la perfecta humanidad”[4].

Con este significado apareció el pelícano en todas las representaciones de los masones, que le atribuyeron invariablemente la particularidad iconográfica de herirse siempre en el lado izquierdo del pecho y el tener siempre el cuello doblado de ese lado, en oposición con el pelícano tradicional de la iconografía católica.

Este importante detalle, ignorado por los católicos, permitió que, desde mediados del siglo XVIII, la masonería llevase a cabo una campaña para que su pelícano sustituyese al pelícano representado litúrgicamente; y alcanzó a introducirlo incluso en altares.

He aquí cómo se llevó esto a cabo.

Refirámonos a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX. Era la buena época del compagnonnage [gremios]: había obreros de todos los oficios que, para perfeccionarse en su trabajo, iban de ciudad en ciudad y trabajaban cierto tiempo en cada una de ellas. Los que estaban afiliados al Compagnonnage, al llegar a una ciudad un poco importante, tenían casi la seguridad de encontrar trabajo y ayuda. Los Compagnons llegaron a ser muy numerosos. Y la masonería se apoderó enseguida de aquella institución, de la que no parece haber sido fundadora; dio a los Compagnons signos secretos para reconocerse, insignias que procedían de las suyas, y uno de ellos fue el pelícano, como el triángulo, la llana, la escuadra, el compás y la acacia. De hecho, el Compagnonnage era una especie de tercer orden obrero de la masonería filosófica, y para alguno de sus miembros, la antesala de la Logia.

Por medio del Compagnonnage, la masonería entró en todas las industrias, en todas las fábricas, y con ello le resultó extremadamente fácil, en los talleres de escultura, de cincelado, de orfebrería religiosa, de casullería y otros, poner poco a poco su pelícano zurdo en vez del pelicano tradicional del arte cristiano. Después de ello, lo menos que puede decirse es que en aquellos cuerpos profesionales la costumbre de usar el pelícano masónico se convirtió en una “tradición de oficio”.

Y puesto que los artistas cristianos, y también quienes deberían orientarlos o supervisarlos, abandonaron el estudio de los verdaderos principios de la simbología cristiana, los iconógrafos, los liturgistas y los místicos avisados tienen la tristeza de ver a diario anomalías deplorables. En numerosas iglesias, el pelícano masónico domina el altar, como vemos en la puerta de los tabernáculos, en los doseles, en la espalda de los sacerdotes que sacrifican, en los confesionarios, en los copones, en las mangas y estandartes. Y desde allí, aquel intruso se mofa con insolencia de aquellos cuya ignorancia le ha permitido ocupar el lugar del pelícano de la verdadera liturgia: Vidi aquam egredientem de Templo a LATERE DEXTRO

Tengo a la vista el catálogo de una de las grandes casas francesas de orfebrería eclesiástica de casullería; entre las vestiduras sacerdotales que aparecen en él, muy bellas en cuanto a corte y diseño, hay siete con la imagen del pelícano: ¡todos son pelícanos masónicos!

Las figuras emblemáticas —decía con infinito sentido común el profesor Hippeau- no deben considerarse arbitrarias. Se apoyan en la autoridad de los textos sagrados, fueron consagradas por el uso que de ellas hicieron los Padres de la Iglesia. Fielmente transmitidas, han constituido una especie de ortodoxia artística que no permite considerarlas únicamente producto de la imaginación y el capricho…[5].

Estas palabras son de oro. Le toca al arte católico actual sacar de ellas una enseñanza para mayor provecho de quienes le piden al simbolismo litúrgico un elemento de elevación para su alma y para su espíritu.






[1] EZEQUIEL, Profecía, XLVII, I y 2.

[2] No confundir con la antigua iniciación rosacruz.

[3] Recueil précieux de la Maçonnerie Adhonhiramite, por un caballero de todas las órdenes masónicas, 5.807, p. 118.

[4] Ibid., p. 31.

[5] C. HIPPEAU, Introducción a Le Bestiaire divin, p. 34, nota.