D)
Interpretación patrística de las predicciones de Cristo.
En tanto no poseamos un índice
escriturístico completo de la Patrología, será materialmente impasible estudiar
de manera exhaustiva la interpretación patrística de un texto determinado.
Habremos de contentarnos con examinar los comentarios de los Santos Padres al
Libro Sagrado a que pertenezca el texto en cuestión y repasar aquellos Tratados
cuyo título nos haga sospechar que el autor pudo tener ocasión para citarlo. Es
lo que pacientemente hemos hecho con aquellos textos más representativos del N.
T. que pudieran haber dado origen a la creencia que nos ocupa. Los resultados
podrán parecer exiguos a primera vista, pero tienen una fuerza negativa
considerable en orden al valor tradicional de la creencia en las pretendidas
profecías de Jesucristo, sobre la no restauración política de Israel.
Los textos examinados –cuyo
contenido real acabamos de ver en el capítulo anterior— son los siguientes:
Seis de San Mateo: VIII, 10-12; XXI, 43; XXII, 7; XXIII,
28s.; XXIV, 2; XXIV, 15.
Dos de San Marcos: XII, 1-12; XIII, 2.
Ocho de San Lucas: XI, 49-51; XIII, 28s.; XIII, 35; XIV, 24; XIX, 41-44; XX, 9-18;
XXI ,5s.; XXI, 24.
Uno de San Pablo: Rom. XI, 25.
Hemos examinado moralmente
todos los Comentarios expresos de los Santos Padres a estos textos. Y el
resultado de nuestro examen es el siguiente:
La
exegesis de los Padres es preferentemente de carácter moral. Cuando tocan
históricamente el problema judío —del Templo, de la Ciudad o del pueblo— se
contentan con afirmar su ruina (que es, según hemos visto, lo único que Cristo
predijo) sin entrar en la cuestión de su duración, ni pronunciarse por la
tanto, contra la posibilidad de una futura restauración.
Hacemos gracia a nuestros
lectores de esta parte puramente estadística de nuestro estudio en la que
solamente hemos considerado los comentarios expresos a los textos citados.
Como botón de muestra vamos a
ver solamente los comentarios a Mt. XXIV,
15 («Cuando viéreis que la abominación de la desolación de que habla el
profeta Daniel está en el lugar sagrado...»). Es un lugar interesante porque
señala el enlace de las profecías de Cristo con el cap. IX de Daniel que tanta influencia ha tenido, como luego
veremos, en la formación de la creencia que estudiamos.
Doce
comentaristas de los recogidos por Migne no lo tratan. De los diez que comentan
el pasaje, ocho se contentan con aplicaciones morales o tratan únicamente de
interpretar la «abominación de la desolación» que para unos es el Anticristo,
para otros la estatua de Adriano, para otros la destrucción de la ciudad por
Tito. Sólo dos (Orígenes y San Pascasio), fundándose en Dan. IX, 27 afirman la
imposibilidad de la restauración del Templo.
El testimonio de San Pascasio tiene
escaso valor por ser demasiado tardío, fuera ya de la época patrística. Es claro,
además, su dependencia literaria de Orígenes.
Este, después de habernos advertido que va a exponer una opinión personal según
su leal saber y entender, dice textualmente:
“Et hanc desolationis
abominationem factam super templum ab exercitu Jerusalem circumdante, dicit Propheta usque ad tempus
consummationis manere, ut consummatio fiat mundi super desolationem
Jerusalem et templi quod est in ea. Et ubi sunt qui se dicunt Judaeos et non
sunt? Et ubi sunt qui dicunt,
aedificabitur Jerusalem quae est deorsum priusquam saeculi consummatio
fiat ? Si autem aedificabitur templum, aedificabitur ei qui adversatur et extollitur supra omne quod
dicitur Deus aut colitur, ita ut in Templo Dei sedeat… quem Dominus Jesus interficiet spiritu oris
sui (II Tes. II, 4.8). Sive ergo placeat quibusdam aedificari hanc
Jerusalem super terram tamen non erit falsum quod dicitur: consummatio est danda super desolationem ipsius”[1].
Orígenes
es el único entre los comentaristas de Mt. XXIV, 15 que vea en este texto,
relacionándolo con Dan. IX, 27, anunciada la imposibilidad de la reconstrucción
de Jerusalén y del Tempo, como no sea al fin del mundo.
En la misma proporción
discurren los comentarios expresos de los Santos Padres a los otros pasajes que
hemos estudiado. Nadie se atreverá a afirmar que exista ni remotamente una
interpretación tradicional de ninguno de estos textos del N. T. en el sentido
de profecías que justifiquen tal como se halla extendida la creencia vulgar.
Al final de este árido
recorrido, casi puramente estadístico, podemos formular algunas conclusiones, fruto de nuestra paciente
inducción:
1. Lo primero que
observamos es la inexistencia de
tradición dogmática que pueda fundar la creencia vulgar que nos ocupa en la
interpretación unánime de ningún pasaje bíblico.
2. En segundo lugar
salta a la vista que los testimonios en
favor de dicha creencia son abundantes desde el final del siglo IV en adelante,
pero escasísimos en los siglos anteriores. Fuera del texto de Orígenes que acabamos de examinar y que
representa, como hemos visto, una creencia poco firme, hemos encontrado
solamente un pasaje de San Hipólito
que aplicando espiritualmente a los judíos el Salmo LXVIII, dice a propósito del v. 24:
«Dorsa eorum semper incurva: id est, ut serviant gentibus; non
quadrigentis triginta annis, ut in Aegypto; neque septuaginta, ut Babylone; sed
semper, inquit, in servitutem
incurva. Quid jam deinceps frustra et vane liberationem hujus miseriae speras?»[2].
3. Esto nos ha
inducido a buscar en la segunda mitad del siglo IV lo que con todo rigor
pudiera llamarse el origen de esta
creencia popular; y creemos haberlo encontrada en la reacción de los
cristianos ante el fracaso de Juliano el
Apóstata, cuando intentó que los judíos restauraran el Templo de Jerusalén.
[1] MG 13, 1656 s.
[2] Demonstratio
adv. ludaeos, VI (MG. 10, 791 A).