I Parte -
Pero su amor abarca toda la creación y sintió que esta habitación invisible con nosotros no era suficiente. Por necesidad, todos los ministerios hacia el Santísimo Sacramento deben ser adoraciones, y la facultad de adoración del hombre es intermitente. Nuestros pobres corazones desearían estar adorando siempre al Santísimo Sacramento, pero el esfuerzo sería excesivo.
Pero su amor abarca toda la creación y sintió que esta habitación invisible con nosotros no era suficiente. Por necesidad, todos los ministerios hacia el Santísimo Sacramento deben ser adoraciones, y la facultad de adoración del hombre es intermitente. Nuestros pobres corazones desearían estar adorando siempre al Santísimo Sacramento, pero el esfuerzo sería excesivo.
Además nuestro servicio al Santísimo Sacramento
representa o aquellas grandes acciones públicas de homenaje en los cuales todos
los fieles se unen solemnemente y que por lo tanto son pocas en número, y que
ocurren con intervalos según lo permitan los negocios de la vida diaria, o
representan nuestra vida de comunión con Dios interna, escondida. Nuestros dolores secretos son derramados a
la puerta del Tabernáculo; llevamos allí nuestras alegrías para que sean
bendecidas, purificadas y aseguradas. Allí nos quejamos de nuestras
tentaciones; allí, con tímida osadía, nos aventuramos a mostrar familiaridades
de amor, seguros que solamente serán escuchadas por el oído indulgente de
nuestro amado Señor; allí discutimos con Él sin vergüenza, como antiguamente
Job, e incluso cuando temblamos ante Su majestad, no nos retraemos de asaltarlo
con las petulancias de nuestra oración parcialmente confiada.
Pero
nuestro amor necesita más que esto; nuestras almas tienen otros deseos que
deben ser saciados. Nuestra vida depende mucho de la materia, del sentido y de
las cosas exteriores. En el Santísimo Sacramento Jesús está invisible. En ese
sentido quienes conversaron con Él en Judea están en una mejor situación que
nosotros. Ellos vieron su amor, lo conocieron de vista. Leían los amables
misterios del Sagrado Corazón por medio de los amables aspectos de su hermosa
Faz. La luz de sus ojos era un lenguaje para ellos, el sonido de su voz era una
revelación, su belleza exterior un auxilio para su amor interior.
El
Santísimo Sacramento es mejor en muchos sentidos. Para usar las palabras de Nuestro
Señor mismo, su presencia invisible era “más conveniente”. Pero en algún
sentido el Jesús visible era más dulce, más amable. No podemos evitar sentir
esto; pero aún así deberíamos sorprendernos en la forma en que Jesús reparó
esa pérdida, si no fuera que esa constante experiencia de su amor ha hecho que
dejemos de sorprendernos por cualquier cosa que haga.
¿Puede un alma conocer una manera en que pueda
amar a Jesús y no abrasarse de amor por Él? ¿Puede un alma conocer una manera en que pueda amar a Jesús y aún así
descubrir que Jesús no tuvo los recaudos para que la ame de esa manera? Sabía
que una vez que su amor toma posesión de nuestros corazones y obtiene allí un
delicioso dominio, anhelaríamos servirlo por medio de nuestra vida exterior, a
fin de acumular sobre Él infinitas pruebas de nuestro afecto, y producirle esos
artilugios de cariño de las cuales el corazón puede ser tan fértil cuando se
complace.
Su infinita sabiduría es siempre la sierva de
Su infinita compasión. Miró sobre su creación para encontrar un representante
adecuado de su propio ser bendito. Buscó en la tierra, por medio de su amor
infalible, a fin de elegir un monumento adecuado sobre el cual, como sobre el
pilar de un trofeo, pudiera suspender sus propias insignias, y hacerse substituir
por ellas.
Debe
ser tan parecido a Él que todos los hombres puedan reconocer rápidamente la
semejanza; debe tener tanto parecido con Él de forma de ser capaz de provocar
con seguridad un amor entusiasta y perdurable. Debe ser un compendio visible de
sus treinta y tres años. Así como todo Belén y toda Nazareth y toda la Galilea
y todo el Calvario están invisibles en el Santísimo Sacramento, así también en
esta nueva presencia visible de Jesús, todo Belén, toda Nazareth, y toda
Galilea y todo el Calvario deben ser sencillo y visible, real y patético.
¡Oh elección propia de Aquel que eligió todas
las cosas desde la eternidad! El Creador
eligió al Pobre. Cuando estaba por
venir a la tierra, eligió la pobreza como su suerte, como la condición de su
vida privada. Ahora, cuando escondió su Rostro de nosotros en las nubes del
cielo, elige al Pobre para que lo represente, y lleve para nuestro bien todas
aquellas ocasiones de veneración y oportunidades de santidad que pertenecieron
a los treinta y tres años.
De
aquí que la Iglesia se ha aferrado siempre al Pobre, como María se aferró al
Bebé de Belén en el frío y en la noche y en la lluvia. De aquí que los generosos
desvelos para con el Pobre son la medida infalible de nuestro amor interior a
Jesús, y que la espiritualidad se ve dificultada de engañarse a sí misma y de
poder siempre probar su propia realidad por la abundancia de sus limosnas.
¡Qué revelación de Jesús la de su elección del
pobre! Sentimos que conocemos mucho más de Él desde que tenemos esta nueva
revelación suya. Revela su carácter por la peculiaridad de su selección,
mientras que al dejarnos ese su “otro yo” visible, nos manifiesta todavía más
sorprendentemente que sus treinta y tres años no han de cesar y que el
ministerio personal para con Él es la única forma de nuestra santificación.
Sería bueno para todos que permaneciéramos en
esta materia pero debemos pasar adelante.
En verdad, Nuestro Señor ha hecho mucho para
satisfacer nuestro apetito de amor. Pero hay muchos que no tienen el poder de
servirlo en las obras corporales de misericordia y por lejos el mayor número
incluso de las obras espirituales de misericordia hacia el Pobre dependen de
las limosnas. Además, los Pobres deben tener un “otro yo” de Jesús a quien
puedan adornar con las solicitudes de su amor creyente.
Además, aún quedan anhelos y amores en los
corazones humanos que de buen grado serían elevados a la dignidad sobrenatural
de amor de Jesús y que no se satisfacen en la devoción al Pobre. Jesús, pues, eligió otro “yo” invisible a
fin de poder cubrir todo el campo que el corazón humano es capaz de abarcar.
Fue una apreciada invención del amor parecida a la que hizo del matrimonio un sacramento.
Eligió a los Niños. Tomó a los pequeños, que llenan nuestras moradas, que
juegan en nuestras calles, que llenan los bancos de nuestras escuelas. Antes
que nada nos amonestó para que los reverenciemos hablándonos de la venganza de
los grandes ángeles que están a cargo de las almas de los niños y del poder de
castigarnos, a causa de la imponente Visión de Dios que siempre contemplan, y
luego nos dijo que todos los actos de bondad religiosa al menor de estos
débiles pequeñuelos son actos de bondad para con Él mismo.
De esta elección también ha venido el instinto
a la Iglesia por los intereses de los pequeños. Lucha con los gobiernos del
mundo por sus almas; se expone a sus ataques; pone en riesgo su paz; pierde la
protección de los grandes; rechaza obedecer leyes inicuas; se contenta con
mirar como fanáticos ininteligentes o pretenciosamente falsos a quienes no
pueden creer en la sinceridad de semejante celo puramente sobrenatural.
Sin dudas lo que le llevó a hacer de los Niños
otro Yo visible fue el amor de Nuestro amado Señor hacia nosotros. Aun así, a veces me atrevo a pensar que fue tanto
para gratificar su propio amor como para satisfacer el nuestro.
De alguna manera Belén se adhirió más a nuestro
Santísimo Señor que el Calvario. Hay más de Belén en el Calvario que de
Calvario en Belén. El Santísimo Sacramento es el memorial de su Pasión: sin
embargo ¿quién no admitirá que está más lleno de luces de Belén que de sombras
del Calvario?
Hubo
algo en su Sagrado Corazón que anunciaba una Infancia eterna; y su carácter
humano se adhirió con especial amor a los niños. Hubo más libertad en su elección
del Pobre. Hubo menos necesidad de otro “Yo” visible. Esta última elección fue
más gratuita. Por lo tanto, creo que fue especialmente para Sí mismo que la
hizo.
El mismo gran principio – la continuación de
los treinta y tres años- todavía se manifiesta y la garantía de los ministerios
personales para consigo mismo. Hacer
de los Pobres y los Niños algo así como un segundo “yo” fue una emanación de la
misma sabiduría y benignidad, de cuyo abismo salió el aplastante misterio del
Santísimo Sacramento.
¡Oh gloriosa capacidad del corazón humano para
amar! Ni siquiera todo esto fue suficiente.
Cuando servimos a nuestro amadísimo Señor en
las personas del Pobre y de los Niños somos, por así decirlo, sus superiores.
Le servimos con lo que nos sobra. Viene a nosotros en un deplorable aprieto, y
nosotros estamos llenos de piedad y corremos para apiadarnos de Él, corremos
para rescatarlo y socorrerlo. ¡Dulce tarea, en efecto y un maravillosísimo
alivio para el aumento de nuestro amor, que siempre crece tan grande hasta ser
una carga para sí mismo!
Aún así hay otras clases de amor que alcanzamos
a medida que crecemos en gracia, amores más altos que denotan gracias más
altas, más robustas como más apropiadas a la plenitud de nuestra madurez en
Cristo. Queremos obedecer. Queremos recibir órdenes, prestar atención a la
enseñanza, practicar la sumisión. Tenemos nuestros propios deseos que queremos
abandonar por la voluntad de Aquel que amamos. Nos adherimos a nuestras
opiniones y le ponemos un precio alto a nuestros juicios, y queremos
abandonarlos por su amor.III Parte