C) Ámbito
temporal de estas predicciones.
El
año 70 de la Era Cristiana los soldados de Tito se encargaron, sin saberlo, de
cumplir hasta el mínimo detalle cuanto Cristo había anunciado sobre la suerte
del puebla escogido. Y también sin pretenderlo, Josefo, en su De Bello Judaico
y Tito en su Arco del Triunfo, legaron a la posteridad los mejores testimonios —
literario y monumental- del exacto cumplimiento de aquellas profecías. Durante dieciocho siglos y medio los
repetidos intentos de restablecer ora el templo y la ciudad, ora el estado
judío, fracasaron rotundamente.
Si la opinión vulgar se
limitara a constatar estas dos realidades históricas, nada tendríamos que
oponer. Pero se afirma mucho más. Se
dice que Cristo anunció la imposibilidad de toda restauración hasta el fin de
los tiempos. ¿Dijo algo Cristo en este sentido? ¿Qué dijo?
Desde luego, nada concreto.
Hay que distinguir bien los tres aspectos arriba indicados de la ruina predicha
por Cristo: exclusión de la salud mesiánica, destrucción de la Ciudad y del
Templo, y desaparición de Israel como unidad política. Cristo no pone
expresamente término a ninguna de estas tres calamidades. Pero sería aventurado
y falso querer deducir de ahí que en la mente del Señor ninguna de ellas lo
había de tener.
Por
San Pablo sabemos que la exclusión de la salud mesiánica, predicha de manera
tan general por Cristo, tendrá fin algún día cuando la plenitud de las gentes
haya entrado en la Iglesia (Rom. XI, 25).
Al
hablar de la destrucción del Templo, Jesús sólo anuncia la desaparición del
edificio material entonces existente, pero no dice que con el tiempo no se haya
de restablecer jamás. Lo mismo ocurre con la ruina de la Ciudad: se anuncia el
hecho pero no su duración. Y en efecto, muy pronto fué reedificada por Adriano
y desde hace mucho tiempo gran parte de ella es habitada por judíos de raza y
de religión.
Sólo en Lc. XXI, 24 se da una vaga indicación temporal bastante ambigua e
imprecisa:
«Jerusalén será
hollada por las gentes hasta que se cumplan los tiempos de las naciones».
Pero
esta frase es tan enigmática como la de Rom. XI, 25:
«Hasta que haya
entrado la plenitud de las gentes».
Si son sinónimas, tendríamos
que la dominación extranjera sobre Jerusalén tendrá también fin, como la
infidelidad de Israel.