Origen de la creencia vulgar
en las pretendidas
profecías sobre la no
restauración política de Israel
¿Puede hablarse de interpretación
tradicional con valor dogmático que vea en este pasaje una profecía clara de la
imposibilidad de toda restauración judía? Juzgue el lector. Veamos si ofrecen
mayor luz los textos del N. T. que aducen los Santos Padres y los comentarios
que de ellos hacen.
B)
Predicciones de Cristo.
La venida de Cristo y el plan
del Padre de conceder la potestad de ser hijos de Dios a los que creyeran en Él,
sin distinción entre judío y gentil, derribando el tabique que separaba a los
dos pueblos y haciendo de los dos uno, cambió radicalmente la especial
providencia de Dios sobre el pueblo hebreo, considerado como estirpe racial y como
unidad política.
Ya la predicación del Bautista
encierra el primer anuncio de la exclusión o reprobación del pueblo judío como
tal:
«Y no os forjéis
ilusiones diciendo: Tenemos a Abraham por padre. Porque yo os digo que Dios
puede hacer de estas piedras hijos de Abraham. Ya está puesta el hacha a la
raíz de los árboles y todo árbol que no dé fruto será cortado y arrojado al
fuego». (Mt. III, 9s; Lc. III, 8s.).
En el mismo sentido resuenan como
un eco las palabras del mismo Cristo:
«Toda planta que no
ha plantado mi Padre Celestial será arrancada.» (Mt. XV, 13).
Y señalando juntamente con el
anuncio de la reprobación la causa de ella, aquellas otras que le arrancó la fe
del Centurión gentil:
«En verdad os digo
que en nadie de Israel he hallado tanta fe. Os digo, pues, que del Oriente y
del Occidente vendrán y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el
reino de los cielos mientras que los hijos del reino serán arrojadas a las
tinieblas exteriores.» (Mt. VIII, 10-12).
Con toda claridad, aunque bajo
los velos transparentes de la parábola, anuncia el Señor en la de los viñadores
(Mt. XXI; Mc. XII; Lc. XX) la ruina
de la teocracia judía y en la de los invitados a las bodas (Mt. XXII, 7-9; Lc. XIV, 24) la
destrucción de su Ciudad.
Expresamente
y sin parábolas predice la ruina del Templo (Mt. XXIV, 1 s; Mc. XIII, 2; Lc.
XXI, 5 s) y la destrucción de Jerusalén (Lc. XIX, 41-44; XXI, 24).
No se
trata de ninguna maldición. Cristo no hace sino predecir a los judíos los
horribles castigos que su incredulidad les acarreará. Y se lo predice con
lágrimas en los ojos (Lc. XIX, 41-44), lamentando el fracaso de sus intentos
salvadores. «¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina
reúne a sus polluelos bajo las alas, y no quisiste!» (Mt. XXIII, 37; Lc. XIII, 34) y sintiendo la futura desgracia de su
pueblo, más que sus propios dolores (Lc.
XXIII, 27-31). Los mismos judíos, al oír la parábola de los viñadores (Mt. XXI, 41; Mc. XII, 9; Lc. XX, 16)
adivinan y reconocen justa la conducta del amo; y ellos mismos en el Pretorio
de Pilatos cargan sobre sí y sobre su descendencia la sangre del hijo del
dueño, a quien asesinan (Mt. XXVII, 25).
El contenido de estas
predicciones de Cristo respecto a la reprobación de su pueblo es en resumen
éste:
1) Se predicen las causas de esta reprobación:
a) En la parábola de los viñadores, es la falta de fruto debido y su conducta asesina
con los profetas y sobre todo con Cristo.
b) En la de las bodas, la repulsa a la divina invitación y el maltrato que dieron a los emisarios.
c) En el llanto sobre Jerusalén, el desconocimiento del tiempo de su visitación.
d) En la invectiva de
Cristo contra los fariseos (Mt. XXIII completo), sus múltiples vicios, pero sobre todo los
malos tratos a los seguidores de Cristo.
e) En las palabras que
dijo camino del Calvario a las piadosas mujeres,
los pecados del pueblo en general.
2) Se anuncia en qué ha de consistir esa reprobación:
a) Los judíos — hijos del reino— serán excluidos de la Iglesia y en su lugar
formarán parte de ella los gentiles (Centurión: Mt. VIII, 11 s.; Cfr. Lc. XIII,
28 s.; viñadores Mt. XXI, 41-44; Mc.
XII, 9-11; Lc. XX, 16-18; bodas Mt. XXII,
8-10; Cena Lc. XIV, 24).
b) La ciudad de Jerusalén será destruida. Ya en la
parábola de los viñadores lo había indicado veladamente al decir que el amo
«vendrá y perderá a los colonos» (Mc. XII,
9; Lc. XX, 16)[1],
y al corroborar la cita del Salmo CXVII,
22s., sobre la piedra angular que es Cristo, con estas palabras: «El que cayere
sobre esta piedra se romperá y aquel sobre quien ella cayere, será aplastado[2]» (Mt. XXI, 44; Lc. XX, 18). Más claramente en la parábola de las bodas,
introduciendo elementos a todas luces alegóricos, había dicho que «el rey
cuando lo oyó, se indignó, y enviando sus
ejércitos destruyó a aquellas homicidas y quemó su ciudad». (Mt. XXII, 7).
Esta indicación general sobre
la ruina material del pueblo judío se desdobla luego en predicciones explícitas y directas de distintas calamidades:
- La destrucción de la ciudad se predice con todo detalle: asedio,
asalto, demolición de los edificios hasta no dejar piedra sobre piedra, muerte
de sus habitantes a cuchillo, cautividad y deportación de muchos de ellos a
todas las naciones de gentiles y dominio de éstos sobre Jerusalén hasta que se
cumplan los tiempos de las naciones:
«Días vendrán sobre
ti, y te rodearán de trincheras tus enemigos y te cercarán y te estrecharán sor
todas partes, y te abatirán al suelo a ti y a los hijos que tienes dentro y no
dejarán en ti piedra sobre piedra por no haber conocido el tiempo de tu visitación».
(Lc. XIX, 43s.).
«Cuando viereis a
Jerusalén cercada por ejércitos, entended que se aproxima su desolación. Entonces
los que estén en Judea huyan a los montes, los que estén en medio de la ciudad
retírense, quienes en los campos no entren en ella porque días de venganza
serán éstos para que se cumpla todo lo que está escrito… Caerán al filo de la
espada y serán llevados cautivos entre todas las naciones y Jerusalén será
hollada por los gentiles hasta que se cumpla los tiempos de las naciones.» (Lc. XXI, 20-24)[3].
- Como parte destacadísima de
la Ciudad Santa, se predice en especial
la destrucción completa del Templo:
«Y se le acercaron
sus discípulos y le mostraban las construcciones del Templo. El les dijo: ¿Veis
todo esto? En verdad os digo que no quedará aquí piedra sobre piedra: todo será
destruido». (Mt. XXIV, 1s. Mc. XIII, 2;
Lc. XXI, 6).
- Consiguientemente se anuncia
también la cesación de la actual providencia
de Dios hacia su pueblo:
«Vuestra casa
quedará desierta» (Mt. XXIII, 38; Lc.
XIII, 35).
- De las anteriores
predicciones parece desprenderse — aunque
no se anuncia explícitamente— la desaparición de Israel como unidad política y
su destino de raza errante. Jesús
terminaba la invectiva contra los escribas y fariseos con estas tremendas palabras:
“He aquí que yo os
envío profetas, sabios y escribas, y a unos los mataréis y crucificaréis, a otros los azotaréis de
ciudad en ciudad, para que caiga sobre vosotros toda la sangre inocente desde
la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a
quien matasteis entre el templo y el altar. En verdad os digo que todo esto
vendrá sobre esta generación”. (Mt.
XXIII, 34-36; Lc. XI, 49-51).
El
doctor Oñate Ojeda propone una interpretación curiosa de este pasaje, según la
cual Jesús habría predicho en esta ocasión la ruina del estado judío y el
destino errante de la raza:
“Venir sobre uno la sangre de…” es igual a sufrir el castigo correspondiente a la sangre (crimen) de… Ahora bien, los asesinatos de Abel y Zacarías son dos tipos de derramamiento injusto de sangre
inocente, cuyo castigo se narra en la Sagrada Escritura
(Gen IV, 12 = “Andarás prófugo y
errante sobre la tierra” y II Par XXIV, 23-25 = La venida del
ejército de Siria a devastar a Judá y Jerusalén). Parecido castigo será el de los judíos… A los cuarenta años, Jerusalén
y su Templo, centro de la Teocracia,
eran destruídos y los judíos desparramados entre las naciones”[4].
Independientemente del sentido
dudoso de este texto, en las profecías de Cristo sobre la ruina de Jerusalén
claramente se contiene que la nación hebrea como tal en aquella coyuntura
dejaría de existir.
[1] Mt.
XXI, 40, dice que fueron los mismos judíos quienes a la pregunta del
Maestro: «Cuando viniere el Señor de la viña, ¿qué hará con estos colonos?»,
contestaron: «Hará perecer de mala manera a los malvados».
[2] Nota del Blog:
a decir verdad, como lo nota Lacunza,
la segunda parte se refiere a la segunda
Venida, y coincide con la piedra de Dan.
II, 34-35.45.
[4] Oñate
Ojeda Juan Ángel: “El Reino de
Dios", ¿tema central del discurso escatológico?” (Madrid 1946) pág.
88. nota 38.