Origen de la creencia vulgar
en las pretendidas
profecías sobre la no
restauración política de Israel
No intentamos directamente
probar la inexistencia de dichas profecías, sino, supuesto que no existen,
investigar cómo ha podido formarse esa creencia tan universalmente extendida.
De rechazo, no obstante, la explicación que ensayaremos sobre el origen de la
creencia confirmará plenamente, según creemos, la inexistencia dé tales profecías.
Sobre ninguna de las dos
cuestiones —la que damos por supuesta y la que vamos a investigar- hay
bibliografía notable. A los doctos, como era de suponer, no ha creado problema
la restauración política de Israel que, si choca con la creencia popular, no
entraña realmente ningún mentís a las profecías. Al pueblo ha apasionado más; y
para serenar esas tempestades de conciencia algunos exegetas han descendido a
las columnas de los diarios, semanarios y revistas populares, explicando, en
plan de divulgación, el sentido de los supuestos vaticinios[1]. Pero nadie que sepamos ha
tratado de investigar el origen de esta creencia. Realmente la solución de este problema debe de interesar profundamente a los
teólogos que ven comprometido en nuestro caso el lugar teológico del unánime
sentir de los fieles. No basta decir y aun probar que no hay tales profecías;
es necesario inquirir el origen del unánime sentir popular y mostrar que no
concurren en él las condiciones requeridas para constituir el mencionado lugar
teológico.
Dado el intento que
perseguimos con nuestro estudio, examinaremos en primer lugar los textos bíblicos
en los que acaso esta creencia haya podido fundarse y la interpretación patrística
de los mismas. Por la grande influencia que tuvo sin duda en el nacimiento de
la persuasión común el fracaso de Juliano el Apóstata, consideraremos a continuación
este frustrado intento y la reacción que produjo en les escritores eclesiásticos
contemporáneos y posteriores, para terminar ensayando una reconstrucción de los
orígenes y desarrollo de la mencionada creencia.
I.- TEXTOS
BÍBLICOS EN LOS QUE ESTA CREENCIA HA PODIDO FUNDARSE
Si en la enumeración de estos
textos nos guiara un criterio puramente personal, pocos traeríamos a colación.
De seguro hubiéramos eliminado, si no absolutamente, por lo menos en su
mayoría, los textos, en apariencia demasiados claros, de los profetas del A. T.
ya que miraban inmediatamente a las calamidades del pueblo de Israel en su
tiempo, y no aparece claro que hicieran referencia a la situación de los judíos
después de la venida del Mesías.
No obstante, hemos examinado
pacientemente todos aquellos lugares de uno y otro Testamento que aparecen
aducidos por los Santos Padres y Comentaristas al tratar de nuestro asunto. No
siempre es tarea fácil precisar si los toman en sentido literal o si se trata
de simples acomodaciones[2].
A)
Profecías del A. T.
Pasamos por alto la
enumeración interminable de estos textos y lo que los Padres afirman en sus
comentarios sobre los mismos. Nos fijaremos solamente «speciminis causa» en el más representativo de todos ellos que es:
Dan. IX,
26.-
Sabido es la discrepancia de los Padres en la interpretación de esta oscura
profecía. Para unos la «abominación de la desolación» es el Anticristo[3], para otros la estatua del
César que puso Pilatos en el Templo, o la que en su lugar colocó Adriano[4] para otros cualquiera de
estas tres cosas indistintamente[5]. Mucho influye también la diferencia de textos. Unos leían la versión de
los LXX, otros la de Teodoción, y los latinos la Vulgata, que no sigue
exactamente ninguna de las dos versiones, aunque inclina más a los LXX.
De los seis Padres griegos que
escribieron ex professo comentarios a
Daniel, dos lo hicieron
fragmentariamente y no tocan nuestros versículos: Hesiquio y Cirilo Alejandrino.
Ammonio comenta brevísimamente los
versículos 21, 24, 26 y 27, pero nada dice a nuestro respecto[6]. Hipólito interpreta la última semana del fin del mundo, cambiando así
radicalmente el sentido que corrientemente se da a nuestro versículo:
“Cum enim sexaginta duae
adimpletae fuerint hebdomades et Christus adfuerit et Evangelium in omni loco
fuerit praedicatum, consummatis temporibus, una hebdomada relinquetur extrema in qua aderit Elias et Enoch, et in dimidio
ipsius apparebit abominatio desolationis, nempe Antichristus, desolationem
mundum annuncians. Cum vero ille advenerit auferetur sacrificium et libamen
quod modo ubique locorum a gentibus offertur Deo”[7].
San
Juan Crisóstomo y Teodoreto son más
explícitos. El primero, muy breve, da un texto distinto del de Hipólito: parece
decir —el lugar es oscuro— que el profeta habla de la dispersión del año 70 y
que no se le señala fin como se había señalado a las cautividades anteriores;
ningún judío, en tiempos de San Juan Crisóstomo se atreve a volver a Jerusalén:
»Et abominatio desolationis id est quæ ab Adriano facta est.
Hæc apertius Zacharias, qui etiam res commodas prædicit propter eos qui
remanserant. Fortassis et in Egypto totidem annos fecit; et non labefactati
sunt; nunc autem non amplius exspectes ista. Vide et alia. Judæus in urbem non remigrat ut antea. Quis autem omnino de reditu
loquutus est? Nemo»[8].
Teodoreto no puede hablar
más claramente de la perpetuidad de esta última ruina judía y de la
imposibilidad de una nueva restauración. Insiste en el principio enunciado por
San Juan Crisóstomo:
«Nam ante hoc tempus
infinita ausi facinora poenas dederunt, et luerunt supplicia pro iis quae
patrarant; sed rursus, impetrata venia, clementia digni habiti sunt; post
insaniam vero qua contra Dominum concitati crucis facinus ausi fuere unquam
assecuti sunt ut in pristinum statum restituerentur sicut ipsae res clamant. Verum cum amplius quadringenti quadraginta
effluxerint anni, dispersi per orbem terrarum, ex aliis in alia loca migrantes
vagantur»[9].
Obsérvese
cómo apela a los acontecimientos históricos. A continuación proclama
abiertamente su convencimiento sobre la imposibilidad de la restauración tanto
política como religiosa:
«Docens quoque futurum ut numquam revocentur aut mutationem ullam consequantur:
Et in finem, inquit, belli determinati desolationibus. Funditus enim delebentur, inquit, bello illo
veluti quodam diluvio oppressi, et
in perpetuum his malis succumbent neque unquam revocabuntur[10]».
«... postquam vaticinatus
fuerat fore ut cultui illi qui secundum legem adhibebatur, finis imponeretur,
adjecit: Et super templum abominatio desolationis.
Et ne existimarent judaei, sacrum tempum
pristinum decorem et gloriam rursus recuperatum esse, apposite subjecit: Et usque ad consummationem temporis consummatio
dabitur super desolationem. Usque ad
finen enim saeculi, inquit, consummatio desolationis manebit, nulla facta
mutatione»[11].
De la misma opinión es Basilio de Seleucía, que en su sermón 38 Contra judaeos de Salvatoris adventu demonstratio comenta asimismo
nuestro texto:
«Ac ne frustra rerum suarum unquam redintegrandarum spes ulla judaeis fieret
reliqua, adjecit angelus: Dum
delebuntur usque ad consummationem»[12].
«Quando enim Jeremías praedixit priorem aetate Nabuchodonosoris captivitatem,
tempus quoque reditionis illis manifestavit: quando completi fuerint septuaginta anni Babylonis. Archangelus
autem Gabriel ne temere essent in expectationem, nullam illis spem reliquam
facit dum dicit: Usque ad
consummationem temporum et finem per-severabit desolatilo»[13].
Entre los latinos S. Zenón y S. Paterio —de los que sólo se conservan fragmentos— no tocan nuestros
versículos[14].
San
Jerónimo, como es sabido, se contenta con recoger las varias interpretaciones
dadas por los anteriores, indicando claramente que falta unanimidad y por lo
tanto, tradición dogmática:
«Scio de hac quaestione ab
eruditissimis viris disputatum, et unumquemque
pro captu ingenii sui dixisse quod senserat. Quia igitur periculosum est de
Magistrorum Ecclesiae judicare sententiis, et alterum praeferri alteri, dicam
quid unusquisque senserit, lectoris arbitrio
dererinquens, cujus expositionem sequi debeat»[15].
Y expone a continuación las
explicaciones de Julio Africano, dos
de Eusebio, la de Hipólito, la de Apolillar de Laodicea, Clemente Alejandrino, Orígenes («Et videndum est an ea
possimus adventui Domini coaptare»), Tertuliano
y finalmente la de los judíos.
Pedro
Archidiácono copia literalmente a San Jerónimo.
El Abad
Ruperto da una interpretación histórica —la corriente, sin insistir en la
perpetuidad de la ruina-[16] y otra alegórica:
“… captivitatem illam unius populi judaici fuisse
imaginem alterius magnae captivitatis, quae uno peccante Adam universo generi
humano accidit, et illos septuaginta captivitatis annos tempus omne
significasse, quo populus Dei peregrinatur in hoc saeculo”[17].
[1] Véanse, por ejemplo, el artículo, de Avelino D. Valdepares, ¿Las profecías bíblicas excluyen el
restablecimiento de un Estado judío en Palestina? publicado en «El Correo
Catalán» de 13 de agosto de 1950, y la polémica entre Jesús Enciso Viana y Jesús
Sáinz Mazpule sostenida, respectivamente, en «Ecclesia» 8 (1948) I, 121 s.,
151 s., 261 s. y en «Mundo» números 401, 407 y 410 correspondientes al 11 de
enero, 22 de febrero y 1 de marzo de 1948.
[2] Pueden verse, entre otros, las largas listas
de textos aducidos por Gregorio Tafarense
en su Disputatio cum Herbano Judaeo
(MG 86; I, 621-784), y por San Isidoro
De Sevilla en el libro II de su tratado De
fide catholica contra Judaeos, especialmente en los caps. 9-13 (ML 83,
514-520).
[3] Hipólito
(MG.10, 655); Cirilo De Jerusalén
(MG. 33, 879s)...
[4] San Juan Crisóstomo (MG. 48, 899; 56,
240...); Teofilacto (MG. 410)...
[5] San Jerónimo (ML. 26, 184); San Beda (ML. 92, 102); Drutimaro (ML. 106, 1456); Anselmo Laud. (ML. 162, 1451)...
[6] MG. 85, 1376 s.
[7] MG. 10,
655.
[8] MG. 56, 240s. Es éste un principio solemne que
antes había enunciado San Hipólito y
que luego se repite constantemente en la tradición patrística: Teodoreto (MG. 81, 1471s), Basilio de Seleucia (MG. 85, 415 s.), Anastasio
Sinaíta, (MG. 89, 1238), Jorge
Hainarlabi (MG. 10, 451), Jorge
Cedreno (MG. 121, 447), Eutimio
Zigabeno (MG. 130, 286)...
[9] MG. 81, 1471.
[10] MG. 81, 1481.
[11] MG. 81, 1486.
[12] MG. 85, 413s.
[13] MG. 85, 416s.
[14] Véanse, respectivamente, ML. 11, 522-528, y
ML. 79, 997-1002.
[15] ML. 25,
542.
[16] ML. 167, 1517s.
[17] ML, 167, 1519.