Elías y Enoc |
Ciertamente
no será ésta la primera vez que se busque en el Apocalipsis una aplicación a la
avanzada tecnología actual, pero hasta donde sabemos las razones que vamos a esgrimir
no se encuentran en los comentadores.
Como
es conocido por todos, el capítulo XI desarrolla
la prédica de los dos Testigos seguida de su muerte, resurrección y posterior
asunción.
Veamos
primero el texto y luego señalemos nuestras observaciones y posteriores conclusiones:
7. Y cuando hayan consumado su
testimonio, la Bestia, la que sube del abismo, hará contra ellos guerra y los
vencerá y los matará.
8. Y sus cadáveres (yacerán)
en la plaza de la ciudad, la grande, que es llamada espiritualmente Sodoma y
Egipto, donde también su Señor fue crucificado.
9. Y ven
(βλέπουσιν) de entre los pueblos y tribus y lenguas y naciones sus cadáveres tres
días y medio y sus cadáveres no dejan que sean puestos en un sepulcro.
10. Y los que habitan sobre la
tierra se regocijan sobre ellos y se alegran y se enviarán dones unos a otros,
porque estos, los dos profetas, atormentaron a los que habitan sobre la tierra.
11. Y después de los tres días y
medio, un espíritu de vida de parte de Dios entró en ellos y se pusieron sobre
sus pies y un gran temor cayó sobre quienes los contemplaban
(θεωροῦντας).
12. Y oyeron una gran voz del
cielo diciéndoles: “Subid acá”. Y subieron al cielo en la nube y los contemplaron (ἐθεώρησαν) sus
enemigos.
13. Y en aquella hora se produjo
un gran terremoto y la décima parte de la ciudad cayó y murieron en el
terremoto siete mil nombres de hombres y los restantes quedaron despavoridos y
dieron gloria al Dios del cielo.
Como puede verse, el Vidente establece una clara distinción
entre dos verbos similares: ver y contemplar.
Del primero se dice que participan aquellos de
entre “los pueblos y tribus y lenguas y naciones”[1],
mientras que luego, en el otro caso, se usa el verbo “contemplar” (apax en el Apocalipsis).
¿Cuál puede ser la razón deste cambio de palabras
cuando lo más lógico era continuar usando el mismo verbo “ver”, tan común, por
otra parte, en el resto del Apocalipsis? Cfr. I, 11.12; III, 18; V, 3.4; IX, 20; XVI, 15; XVII, 8; XVIII, 9.18; XXII,
8.
Además, ¿por qué usar únicamente aquí, en todo el
Apocalipsis, el verbo contemplar (θεωρεῖν)?
Todo parecería indicar que tiene que haber alguna
razón para semejante cambio, y creemos que el mismo se descubre fácilmente al
consultar lo que dicen los lingüistas al explicar las diferencias entre ambos
verbos.
Zorell dice[2]:
Θεωρέω (contemplar): “Mt. XXVIII, 1; Lc. XXIII, 48.
Cfr. Apoc. XI, 12. Soy espectador, espero, sobre todo de una cosa admirable, nueva, grande
o algo que me interesa mucho conocer.- En sentido absoluto estoy presente como espectador: Mt.
XXVII, 55; Mc. XV, 40; Lc. XIV, 29, etc” – En sentido más activo espero, contemplo, miro con atención: Mt. XXVIII, 1; Jn. VI, 2; Mc. XII, 41; XV,
47”.
Βλέπω (ver): “1)
veo con los ojos: a) en sentido más bien pasivo y receptivo: veo
lo que se ofrece a los ojos, Mt.
VIII, 23; XIII, 17; Mc. XIII, 2 (…) En sentido más activo: contemplo, miro
atentamente”.
Por su parte J.
Mateos comenta[3]:
“Entre los verbos de
visión, puede decirse, por tanto, que Βλέπω (…) significa la visión ordinaria de la realidad
(…)
Θεωρέω, visión
particular, más profunda (…) cuando se refiere a hechos, su significado
ordinario es presencia/ser testigo de
(Lc. XXI, 6; XXIV, 39; Jn. VI, 19.62, etc.), aunque no siempre es
necesario traducirlo por verbos tan expresivos
(…)
El aspecto, que podría
llamarse intensivo, de Θεωρέω
en relación a Βλέπω es el que aparece en el pf. Ἑώρακα. Referido
a hechos, significa haberlos presenciado/haber
sido testigo de un acontecimiento, por eso se usa asociado a μαρτυρέω[4]
(doy testimonio). Cfr. Jn. I,
34; IV, 45; XIX, 35”.
Según ésto, parecería que “ver” se usa más bien en
forma genérica y un tanto indeterminada, mientras que “contemplar” agrega un
interesante detalle: la presencia.
Con esto en mente, es fácil explicar el texto del Apocalipsis, ya que aquellos
de “entre los pueblos y tribus y lenguas y naciones” van a poder ver (sin estar
presentes) los cuerpos de los dos Testigos. No así los otros, de quienes se
dice que contemplarán los cuerpos y, por lo tanto, estarán presentes[5].
Esta distinción parecería ser fácilmente
explicable en nuestros días por medio de la TV e Internet.
La conclusión,
pues, parece imponerse: el Apocalipsis distingue dos clases de grupos: uno
déllos verá los cadáveres vía la TV e
Internet y el otro no sólo los verá sino que, además, estará presente en el lugar.
Pequeña
nota Lacunciana:
Ya en varias oportunidades nos hemos referido de
pasada a la singular opinión de Lacunza
cuando identifica los dos Testigos como si se tratara de un cuerpo moral, para
lo cual se basa en varios argumentos:
a) La Vulgata lee el plural “plazas” en el v. 8, lo cual se explicaría mejor si son muchas las personas que
son muertas y no solamente dos.
b) El hecho de que los cadáveres son vistos por personas de todo el mundo.
c) No puede decirse que Jesucristo
muere en Jerusalén, como parece sugerirlo XI,
8, ya que el Gólgota estaba, en aquel entonces, fuera de las murallas, y
por lo tanto no formaba parte de la ciudad.
La primera
razón vale de muy poco puesto que es una lección que los críticos y exégetas (Nestle,
Westcott, Tischendorf, Allo, Straubinger, etc.) rechazan unánimemente.
La segunda
se contesta por una doble vía: histórica (por darle algún nombre al argumento
basado en los avances tecnológicos) y gramatical, como hemos visto en este pequeño
ensayo.
El último de los argumentos, por su parte, busca
responder a la objeción obvia: el v. 8
claramente indica que se trata de Jerusalén cuando dice:
“Y sus cadáveres (yacerán)
en la plaza de la ciudad, la grande, que es llamada espiritualmente Sodoma y
Egipto, donde también su Señor fue
crucificado”.
La respuesta de Lacunza nos parece bastante floja porque tiene en contra, además
del común sentir de los exégetas, la letra misma del Evangelio:
Mt. XVI, 21: “Desde entonces comenzó Jesús
a declarar a sus discípulos que Él debía
ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes
y de los escribas, y ser condenado a
muerte y, resucitar al tercer día”.
Mt. XX, 17-19: “Y subiendo Jesús a Jerusalén, tomó aparte a
los doce discípulos, y les dijo en el camino: “He aquí que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre va a ser entregado a los
sumos sacerdotes y escribas, y lo
condenarán a muerte. Y lo entregarán a los gentiles, para que lo
escarnezcan, lo azoten y lo crucifiquen, pero al tercer día resucitará”. Cfr. Mc. X, 32-34; Lc. XVIII,
31-34.
Mt. XXIII, 37-39:
“¡Jerusalén! ¡Jerusalén! tú que matas a los profetas,
y apedreas a los que te son enviados, ¡cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la
gallina reúne a sus pollitos debajo de sus alas, y vosotros no habéis querido! He aquí que
vuestra casa os queda desierta. Por eso os digo, ya no me volveréis a ver,
hasta que digáis: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Cfr. Lc. XIII, 34-35.
Y por último, un testimonio no menos
explícito e interesante:
Lc. XIII, 31-33:
“En ese momento se
acercaron algunos fariseos, para decirle: “¡Sal, vete de aquí, porque Herodes
te quiere matar!”. Y les dijo: “Id a decir a ese zorro: He aquí que echo demonios y
obro curaciones hoy y mañana; el tercer día habré terminado. Pero hoy, mañana y al otro día, es
necesario que Yo ande, porque no cabe que un profeta perezca fuera de
Jerusalén”.
¡Palabras que, sin dudas, se aplican también,
literalmente, a los dos Testigos, los
dos Profetas del Apocalipsis!
Vale!
[1]
Pequeña observación. Notar también la clara distinción que San Juan hace entre aquellos de entre “los pueblos y tribus y lenguas y naciones” (v. 9) que ven los cadáveres y no
permiten que sean sepultados, de “los habitantes de la tierra” (v. 10) que se alegran sobremanera por
la muerte de los dos Testigos, sin dudas porque fueron los que más sufrieron
con la prédica de los dos Profetas. Cosa que por lo demás es dicho
explícitamente por San Juan en XI, 6:
“Estos tienen la
autoridad de cerrar el cielo para que no caiga lluvia los días de su profecía y
tienen autoridad sobre las aguas para convertirlas en sangre y herir la tierra con toda plaga cuantas
veces quisieren”.
Es ésta una de
las tantas razones para no ver en “los habitantes de la tierra” a todos los hombres sino a un grupo muy
específico de personas.
[2] Lexicon Graecum NT, col. 590-591 y
229-230.
[3]
El aspecto verbal en el NT, Ediciones
Cristiandad, 1977, num. 326-327.
[4]
Si en los pasajes que estamos analizando no se encuentra este verbo es porque
en el Apocalipsis es usado siempre
en sentido positivo referido a: San
Juan, los dos Testigos, los Mártires del quinto Sello y del Anticristo y la
Mujer que huye al desierto.
[5]
De aquí que sólamente de ellos se diga que ven
la resurrección y asunción de los Testigos y escuchan la voz del ángel (vv.
11-12).