viernes, 5 de julio de 2013

Las Lágrimas en la Escritura, por E. Hello.

Nota del Blog: presentamos a continuación la cuarta parte de la obra de Hello titulada "Palabras de Dios" y que transcribiremos poco a poco.

I

EL ESPIRITU DE DIOS

Et Spiritus Dei ferebatur super aguas.
(Gen., cap. I, 2).

Y el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas.
En el comienzo, el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas.
Las palabras de la Escritura despiertan ecos prolongados.
Prosigo:
Las tinieblas cubrían la faz del abismo y el Espíritu de Dios era llevado sobre las aguas. Dios dice en otra parte de la Escritura: sondeó el abismo y el corazón del hombre. Con esto quiere decir y mostrar que nada escapa a las miradas del Todopoderoso: cita el abismo y el corazón del hombre, como si fueran los que buscasen esconderse, si algo pudiera esconderse. El abismo y el corazón del hombre son hermanos igualmente cubiertos por las alas de las tinieblas. La unión de sus nombres parece indicarnos una unión de misterio, cierta paridad que los une bajo las alas de la sombra. El abismo está escondido al igual que el corazón humano. El corazón humano está escondido al igual que el abismo. El secreto de uno parece simbolizado por el secreto del otro.
Hay tinieblas sobre la faz del abismo y hay tinieblas sobre el corazón humano.
Y el Espíritu de Dios es llevado sobre las aguas.
Hay aguas que salen del corazón por una ventana. Son lágrimas que caen de los ojos.

Hay en la Escritura cierto número de cosas que están íntimamente unidas y cuya unión reveladora desgarra, como un relámpago, las tinieblas de este mundo. "In caliginoso loco", en el lugar caliginoso, necesitamos todos los auxilios, y los escapes de la luz son tan preciosos, que es necesario que ninguno de ellos, si es posible, se pierda. Entre estas uniones reveladoras que nos ofrecen los textos sagrados, se debe incluir la unión de la oración y de las lágrimas. Las lágrimas son algo desconocido que tienen como característica el triunfar siempre. Ante las lágrimas, la fuerza se asombra y se doblega. Las lágrimas se cuentan entre las mejores armas que Dios da al hombre cuando quiere que el hombre triunfe sobre El. Pues la gloria de Dios consiste en ceder a la oración del hombre. Las oraciones y las lágrimas son los instrumentos de combate que pone en nuestras manos, pues es El quien nos las da, es El quien nos prepara y nos arma para el combate que nos ordena librarle. La lucha de Jacob y del Ángel es el drama sublime de la Oración. La lucha de Moisés y de Dios continúa el mismo drama.
En fin, por boca del Ezequiel, Dios nos dice que buscó un hombre que estuviera de pie, frente a El, al favor de la tierra...
Para tal combate se necesitan armas, y sólo Aquel que invita a la lucha puede darlas. ¡Que nuestra inmensa debilidad acuda en nuestro auxilio! ¡Que la oración y las lágrimas, signos de la debilidad, sean nuestra fuerza y nuestro poder!
Santa Rosa de Lima decía que las lágrimas son de Dios, y que quien quiera que las vierta sin pensar en El, se las roba.
La santidad de las lágrimas resplandece en estas palabras. Las lágrimas han sido profanadas; fueron despojadas de su esplendor y de su pureza; pero siguen siendo lo que fueron en un principio, siguen siendo una posesión divina, algo así como la reserva de Dios, el anatema.
Muchos actos humanos implican trabajos. Las lágrimas constituyen cierto reposo. La Oración, la Contemplación, encuentran en las lágrimas su Sábado. Parecen llevar a Dios lo que tocan, cuando son santas. Despojan de ciertas cosas; revisten de otras. Calman, refrescan, embellecen. Son las perlas del mar, las preciosas perlas.
Casi todos los actos humanos se asemejan a los trabajos de los seis días. Las lágrimas se asemejan al reposo del séptimo.
Tienen apaciguamientos, bellezas, recogimientos, silencios. Dicen secretos que la palabra no puede decir.
Pueden ser dichas, al referirse a los hombres, pero no les pertenecen.
El Espíritu de Dios las reivindica, y, en lo que tienen de sublime, dependen de El.
De esta manera las lágrimas preceden a las grandes manifestaciones del poder. Las lágrimas, que indican debilidad, y que aparecen, a los ojos de los hombres corrientes, como debilidades, las lágrimas por las que enrojecen los hombres, en el orden divino preceden a las manifestaciones de la fuerza y las solicitan.
En el orden divino, las lágrimas son un acto. En el orden humano, muchos se ocultan para llorar. Hay hombres sobre la tierra que consideran la lágrimas como indignas de ellos. ¡No saben que ellos son indignos de las lágrimas!
Creen que las lágrimas son buenas para las mujeres, y esta palabra en sus labios es un término despreciable. Abandonan las lágrimas a aquellas que creen demasiado débiles para obrar.
Ahora bien, las lágrimas constituyen actos.
He aquí la gran Verdad; he aquí la augusta Verdad. El lenguaje católico tiene esplendores olvidados.
Ocurrió a estos esplendores el mismo accidente que a los astros del cielo: assiduitate viluerunt. Si quisiera traducir las palabras latinas por un verso francés, diría tal vez:
Ils se font oublier en se montrant toujours[1].
El lenguaje católico nombra el acto de Fe, el acto de Esperanza, el acto de Caridad, el acto de Contrición.
A los ojos de los hombres del mundo, la Fe y la Esperanza son el consuelo de los débiles. La Caridad es una palabra que, para el espíritu del mundo, implica cierta lástima desdeñosa, y Contrición quiere decir: quebranto.
¿No inspira acaso el quebranto la misma especie de desprecio que la impotencia?
Sin embargo la Fe, la Esperanza, la Caridad, la Contrición son en verdad actos, actos intensos. Son actos de fuerza, son actos por excelencia.
Creer es un acto; esperar es un acto; amar es un acto. El quebranto es un acto.
Estas cosas que, para los ojos cerrados del mundo, representan desfallecimientos, significan y son en realidad, acciones, fuerzas, potencias.
La Contrición se encuentra respecto a las lágrimas en una especial relación que debe aquí atraer sobre ellas toda nuestra atención.
Un hombre quebrantado, para el lenguaje del mundo es un hombre que no es capaz de nada. Un hombre contrito, para el lenguaje de la Verdad, es aquel que realiza el acto supremo, el acto de violencia.
Es aquel que obtiene el reino de los cielos.
Sansón estaba prisionero en la ciudad de Gaza; y los Filisteos vigilaban sus puertas. Se creían seguros de su presa, poseían a su enemigo. Pero Sansón, levantándose en mitad de la noche, puso sobre sus hombros las puertas de su prisión y las llevó a la montaña.
He aquí el acto de fuerza realizado por el hombre de la fuerza.
Veamos ahora lo que hace el hombre quebrantado, el hombre contrito:
Se levanta en mitad de la noche; sus enemigos lo rodean. Las cosas propias de la muerte y las del infierno rodean su morada y creen cercada. Pero he aquí la contrición; he aquí las lágrimas. Las puertas de la prisión donde gime no sólo se abren; las lleva a la montaña que riega con lágrimas de sus ojos. Las cosas que hacen correr su llanto lo acompañan a la Altura. Vive, en lo Alto, en compañía de su arrepentimiento; lo transporta esto a la Región sublime que tal vez sin él, no hubiera jamás conocido.
Así el agua de la Contrición, en la que muchos ven una debilidad, obra como el héroe hebreo: Lleva a la montaña las puertas de la prisión.
El error y el hábito han envilecido las cosas y las palabras.
Hay algo bajo en la manera de considerar a todas las majestades que les quitan su esplendor.
La majestad de las lágrimas no fué más respetada que las otras.
Sufrió el ultraje del error, y el ultraje del hábito.
El ultraje del error es un ultraje que desconoce. El ultraje del hábito es un ultraje que rebaja.
El hábito mella todas las espadas. Extingue sus resplandores, enfría sus filos.
El hábito de hablar sin energía de lo fuerte, da a lo fuerte apariencias de debilidad.
Es hora de vengar las lágrimas.
Dadme un punto de apoyo, decía Arquímedes, y levantaré el mundo.
¿Cuándo llevaré a la montaña las puertas de mi prisión?



[1] Se hacen olvidar exhibiéndose siempre.