sábado, 20 de julio de 2013

El Misterio de la Iglesia, por el P. Humbert Clérissac. Cap. II

II

CRISTO EN LA IGLESIA Y LA IGLESIA EN CRISTO

Todo el misterio de la Iglesia reside en la ecuación y la convertibilidad de estos dos términos: Cristo y la Iglesia.
Este principio aclara todos los axiomas teológicos que se refieren a la Iglesia. Por ejemplo: Fuera de la Iglesia no hay salvación —no significa realmente otra cosa que—: Fuera de Cristo no hay salvación.
Asimismo, ese principio aclara o más bien invoca y exige los cuatro grandes atributos de la verdadera Iglesia: ¿por qué la unidad? Porque la Verdad está en la Iglesia y la Iglesia en la Verdad. ¿Por qué la Santidad? Porque la Gracia está en la Iglesia y la Iglesia en la Gracia. ¿Por qué la catolicidad? Porque la Redención universal se hace por la Iglesia y la Iglesia se hace por la Redención Universal. ¿Por qué la apostolicidad? Porque Cristo está en los Apóstoles y los Apóstoles en Cristo.

§ Ahora bien, este primer principio: Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo, se desprende del hecho mismo de la Encarnación. Porque, al asumir una naturaleza humana; el Hijo de Dios empieza por vaciarla de su personalidad, y en su lugar pone su propia Persona divina. Sólo a Dios le es posible alcanzar esa profundidad de nuestra naturaleza, y operar un despojamiento tan íntimo. ¿Para qué lo hace, sino para atestiguar la realidad de su desposorio con la Humanidad? ¿Puede haber una unión más estrecha?
Precisamente, esta asunción por el Verbo de una naturaleza humana impersonal, indica que el plan de la Redención pone sus miras, antes que en los individuos humanos, en la humanidad entera, regenerada y unida en Cristo, es decir, en la Iglesia.


§ "¿Qué es la Iglesia?, dice Bossuet[1]. Es la Asamblea de los Hijos de Dios, el ejército de Dios vivo, su reino, su ciudad, su templo, su trono, su santuario, su tabernáculo. Digamos algo más profundo: la Iglesia es Jesucristo, pero Jesucristo propagado y comunicado".

§ Llama la atención que de las cuatro Notas, la que haya prevalecido para caracterizar a la Iglesia verdadera, sea la de Catolicidad. Es que ésta comprende a las otras y les comunica, en su conjunto, una singular fuerza de testimonio. La Catolicidad implica esencialmente la Unidad: es la Unidad difundida. Ahora bien, la Unidad reclama una Jerarquía, y una Tradición apostólicas, y así arrastra consigo la Santidad, que no es más que la Unidad de la Moral con la Doctrina.
Así, la Catolicidad es la Unidad amplificada, organizada y resplandeciente. Por eso, al añadir fecundidad y gloria a la Unidad, se convierte, para la Iglesia, en el signo más estable de su institución divina y de su idealidad con Cristo.
Yo no puedo admitir que nuestro Dios se haya encarnado para hacer una obra no tan vasta ni tan bien ordenada como el mundo. "Ecce enim ego creo coelos novos et terram novam"[2]. [Porque he aquí que Yo creo nuevos cielos y nueva tierra.] Este será, pues, un orden tan inmenso y aun más perfecto que el de los cielos, tan vasto como la tierra; pero más efectivo y más benéfico que el de todos los reinos.

§ Si se separara a Nuestro Señor de la Iglesia y a la Iglesia de Nuestro Señor, ¿cómo podría justificarse los títulos con que el Profeta saluda a Nuestro Señor? [Is., IX, 6.].

Admirable Consejero o Maravilla de Consejo: eso no sólo quiere decir que Él deba ser el oráculo del mundo por su iglesia, sino que Él mismo debe mostrar, ante todo, la Sabiduría sobrehumana de sus consejos, disponiendo su obra de acuerdo con un plan bien concebido y sólidamente cimentado. De otro modo, ni siquiera sería el buen arquitecto que San Pablo pretendía ser[3]. Para que ese Consejo sea enteramente una maravilla, deberá contener Cielo y Tierra, y realizar la unión de las cosas visibles con las cosas invisibles: Sicut in coelo et in terra. Ese plan no ha de ser meramente terreno ni puramente espiritual: comprenderá ordenadamente, como en Cristo, lo divino y lo humano.

Dios fuerte: he aquí la Iglesia militante investida de la fuerza misma de Dios. "Non veni pacem mittere sed gladium"[4]. [No vine a traer la paz, sino la espada.] Nuestro Señor no sería tan combatido, no aparecería tan victorioso, si sólo viviera en lo secreto de las almas. El es el invencible en su Iglesia: "Portae inferi non praevalebunt adversus eam[5]". [Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.].

Padre del siglo venidero: necesita una esposa para engendrar al nuevo Israel, una esposa siempre joven e inmortal y que engendre para la Eternidad.

Príncipe de la Paz: mucho mejor que la paz de Augusto, la paz de Cristo es un don regio y universal. La paz de Cristo es obra de su realeza, porque sólo su realeza pone orden en el mundo y en las almas. Pero, sin una Iglesia visible y jerárquica, ¿dónde estaría la dignidad real de Jesucristo?

§ También oímos a Nuestro Señor manifestar desde un principio, y no con el acento febril de la ambición humana, sino con autoridad y certidumbre incomparables, los designios de universalidad que atribuye a su obra. “Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo"[6]. Y que aquí no se trata solamente del efecto edificante que producen las buenas obras individuales "ut videant opera vestra bona, et glorificent Patrem...[7] [Para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre], que no se trata sólo de eso, resulta evidente por la imagen de la Ciudad edificada sobre un monte y por la imagen de la Casa, figuras que Nuestro Señor emplea en ese mismo momento, y que anuncian la Iglesia. Lo mismo se desprende de las palabras subsiguientes, dichas por el Señor como soberano legislador de todos los siglos: "Non venim legem solvere, ser adimplere... donec omnia fiant"[8]. [No penséis que he venido a abrogar la ley, o los Profetas: no he venido a abrogarlos, sino a darles cumplimiento. Porque en verdad os digo, que hasta que pase el cielo y la tierra, no pasará de la ley ni un punto ni una tilde, sin que todo sea cumplido]. Pero lo importante es advertir que esta doble imagen, celestial y terrestre, de la luz y la sal, anuncia algo sublime y positivo a la vez —una doctrina hermosa como la luz y que se mantendrá incorruptible como la sal, una santidad que no reposa en el sentimiento individual, sino que se sumerge en la luz de la doctrina—; en fin, que la sal apostólica no deberá ser pisada por los hombres. Todo eso, en la Iglesia ha de realizarse.

§ Por lo demás, cuando libra a su Iglesia del estrecho marco de la vida nacional judía, Nuestro Señor no deja de proceder con significativos miramientos. Declara que no ha sido enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel[9]. No obstante haberlos destinado a evangelizar todos los pueblos, en un primer momento detiene a sus Apóstoles en los umbrales de la Gentilidad[10]. Y en el Monte de las Olivas, cuando llora a la vista de Jerusalén, el "Quoties volui congregare filios tuos"[11] [Cuántas veces quise congregar tus hijos], da testimonio de que llora la pérdida de la primacía que de haberle sido fiel, Israel hubiera conservado, aún dentro de la Iglesia universal.
¿Por qué esos miramientos? No tan sólo para mostrar que Dios mantiene su gran promesa mesiánica; también porque, si Nuestro Señor hubiese repudiado bruscamente a Israel, hubiéramos podido creer que repudiaba en todo sentido la Teocracia y dejaba anonadar a su Iglesia en el individualismo religioso. Nuestro Señor no ha querido una religión individual ni una iglesia nacional (en el sentido mosaico o cismático de la palabra): ha querido que su Iglesia mantuviera su carácter de reino. El historiador Josefo[12] creía haber inventado ese gran nombre de Teocracia (que hoy nos espanta porque le referimos nuestras ideas confusas). Mejor hallazgo había hecho Nuestro Señor al hablarnos del Reino de Dios, de su Reino y de su Iglesia.

§ La claridad con que aparece la idea de la Iglesia en ciertas palabras de Nuestro Señor, tales como los tres grandes textos relativos a la Primacía de Pedro, es de veras adorable. Sin embargo, tiene más interés y es más grato, si esto puede decirse, sentir cómo circula esa misma idea de la Iglesia a través de otras muchas palabras, latente, pero con el calor de las emociones del Corazón divino —o, simplemente—, verla significada por ciertas actitudes del Señor.
Sin buscar en otros pasajes, donde la Iglesia es figurada con un edificio, un redil, una viña, un reino, un organismo vivo, he aquí las más bellas y fuertes de esas imágenes, surgiendo alternativamente de las palabras y de la actitud de Nuestro Señor, en el episodio de la fiesta de la Dedicación según el relato de San Juan, X, 22.
"Era invierno. Y Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón." Ese rasgo inesperado que parece asimilar al Señor a la muchedumbre banal de gente ociosa, señala, en realidad, su carácter de Maestro de la Sabiduría y de jefe de Escuela. El verdadero Peripatético es Él; pero su escuela y su universidad es el Templo, y no un recinto reservado a un pequeño grupo de discípulos inscritos. La arquitectura de ese pórtico salomónico simboliza cumplidamente, no sólo el orden, la precisión, la grandeza armoniosa del edificio doctrinal que la fe de su Iglesia levantará en el mundo, sino también la abundancia de aire y de luz que en él circula, la universalidad y la vida de la síntesis teológica. Se diría que ese simple rasgo ha venido a la pluma del Evangelista traído por la viva impresión del contraste de las Escuelas griegas, que tuvo ante sus ojos. Yo veo en eso una ilustración o una equivalencia del Docete omnes gentes.
Los judíos no tardan en rodear al Maestro y le proponen una pregunta airada. Jesús contesta: "Vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas oyen mi voz: y yo las conozco, y me siguen." La Escuela, el Pórtico se abren de pronto sobre una escena pastoril. ¡Cómo conviene este juego de imágenes a la Iglesia, aprisco del Único Amor y escuela de la Única verdad! Estas de que habla Nuestro Señor, son ovejas inteligentes y atentas, y no como las de Dante[13].
"Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y ninguno las arrebatará de mi mano. Lo que me dio mi Padre, es sobre todas las cosas: y nadie lo puede arrebatar de la mano de mi Padre"[14].
He ahí la unidad viviente e inquebrantable del Cuerpo místico de Cristo. He ahí la importancia capital de la Iglesia: majus est omnibus. Ella está unida al Hijo con el mismo vínculo que une el Hijo al Padre; está en la mano del Padre como en la mano del Hijo, su Esposo. He ahí el misterio de Cristo en la Iglesia y la Iglesia en Cristo.

§ Cuanto más se aproxima Nuestro Señor a su Sacrificio en la Cruz, más fuerza y amor pone en hacernos entender el misterio de la Iglesia. Los discursos y la Oración durante la Cena y después de la Cena, que debemos considerar corno arquetipo de la Liturgia, son el testamento dejado por el Señor a su Iglesia:
"Yo sé los que escogí."
"El que recibe al que Yo enviare, a Mí me recibe: y quien me recibe a Mí, recibe a aquél que me envió."
"Ahora es glorificado el Hijo del hombre; y Dios es glorificado en Él."
"En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviéreis caridad entre vosotros"[15].
"Vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que en donde Yo estoy, estéis también vosotros."
"El que en Mí cree, él también hará las obras que Yo hago, y mayores que éstas hará."
"El espíritu de la verdad, a quien no puede recibir el mundo, porque ni lo ve ni lo conoce: mas vosotros lo conoceréis: porque morará con vosotros y estará en vosotros."
"Todavía un poquito: y el mundo ya no me ve. Mas vosotros me véis: porque Yo vivo, y vosotros viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros."
"El que me ama, será amado de mi Padre: y yo le amaré, y me le manifestaré a Mí mismo."
"Si alguno Me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él."
"El Consolador, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo aquello que Yo os hubiere dicho."
"La paz os dejo, mi paz os doy: no os la doy yo como la da el mundo"[16].
"Yo soy la verdadera vid: y mi Padre es el labrador." "Estad en mí, y Yo en vosotros. Como el sarmiento no puede de sí mismo llevar fruto, si no estuviere en la vid: así ni vosotros, si no estuviéreis en Mí."
"Como el Padre me amó, así también Yo os he amado. Perseverad en mi amor."
"No os llamaré ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor. Mas a vosotros os he llamado amigos: porque os he hecho conocer todas las cosas, que he oído de mi Padre."
"Porque no sois del mundo, antes yo os escogí del mundo, por eso os aborrece el mundo"[17].
"Cuando viniere aquel Espíritu de verdad, os enseñará toda la verdad. El me glorificará porque de lo mío tomará, y lo anunciará a vosotros."
"Y en aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: que os dará el Padre todo lo que le pidiéreis en mi nombre. Pediréis en Mi nombre; y no os digo que Yo rogaré al Padre por vosotros: porque el mismo Padre os ama, porque vosotros me amasteis, y habéis creído que yo salí de Dios"[18].
"Padre, viene la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a Ti. Como le has dado poder sobre toda carne, para que todo lo que le diste a Él, les dé a ellos vida eterna."
"He acabado la obra que me diste a hacer... He manifestado Tu nombre a los hombres que me diste del mundo... Porque les he dado las palabras que me diste."
"Yo ruego por ellos: no ruego por el mundo, sino por éstos, que me diste, porque tuyos son."
"Ya no estoy en el mundo, mas éstos están en el mundo, y Yo voy a Ti. Padre santo, guarda por tu nombre a aquéllos que me diste: para que sean una cosa, como también nosotros."
"Santifícalos con tu verdad. Tu palabra es la verdad."
"Como Tú me enviaste al mundo, también Yo los he enviado al mundo. Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo, para que ellos sean también santificados en verdad."
"Mas no ruego tan solamente por ellos, sino también por los que han de creer en Mí por la palabra de ellos: Para que sean todos una cosa, así como Tú, Padre, en Mí, y Yo en Ti, que también sean ellos una cosa en nosotros: para que el mundo crea que Tú me enviaste."
"Yo les he dado la gloria que Tú me diste: para que sean una cosa, como también nosotros somos una cosa."
"Yo en ellos, y Tú en Mí: para que sean consumados en una cosa: y que conozca el mundo que Tú me has enviado, y que los has amado, como también me amaste a Mí."
"Y les hice conocer tu nombre, y se lo haré conocer: para que el amor con que me has amado esté en ellos, y Yo en ellos"[19] ".

Así es como, abarcando toda su Iglesia, la Iglesia universal de todos los tiempos, el Señor Jesús le aseguraba esa maravillosa participación de la Unidad Divina y de su propia gloria divina: claritatem quam dedisti mihi, dedi eis, ut sint unum sicut et nos; la participación de su santidad, de su misión, el crédito ilimitado sobre sus méritos y la participación de la omnipotencia de su oración; y la de su paz, y la de su beatitud; y también la de su imperio visible y temporal sobre toda carne, potestatem omnis carnis, en atención al fin supremo de la vida eterna. En fin, para que nada falte, la participación del odio del mundo y la participación de la Cruz, propterea odit vos mundus.
Esas son las joyas de la Esposa. Ese es el contrato de la alianza, fechado en la hora de la Cena y sellado con la Eucaristía. En él se estipula la dote regia de la Iglesia, a la espera del sangriento desposorio sobre la Cruz y las nupcias abrasadas de Pentecostés.



[1] Bossuet, Notes sus l'Eglise, tirées d'une Allocution aux Nouvelles Catholiques, d'avant son épiscopat. Lebarq, t. VI.

[2] Isaías, LXV, 17.

[3] I Cor., III, 10.

[4] Mat., X, 34.

[5] Mat., XVI, 18.

[6] Mat., V, 13-14.

[7] Mat., V, 16.

[8] Ibid., 17, 18.

[9] Mat., XV.

[10] Mat., X, 5, 6.

[11] Mat., XXIII, 37.

[12] Contr. Apion., II, 16.

[13] Purg., III, 79.

[14] Juan, X, 29.

[15] Juan, XIII., 18, 20; 31; 35.

[16] Ibid., XIV, 3; 12; 17; 19; 20; 21; 23; 26; 27.

[17] Ibid., XV, 1; 4; 9; 15; 19.

[18] Ibid., XVI, 13; 14; 23; 26; 27.

[19] Ibid., XVII, 1-2; 4; 6; 8; 9; 11; 17; 18; 19; 20; 21; 22; 23; 26.